PRUEBA FORMATIVA CATEDRA N°2, SEGUNDO SEMESTRE 2009

9 11 2009

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Estimad@s  estudiantes:

Dejo con uds. la prueba de cátedra de carcter formativo que deben entregar el 18 de noviembre del 2009:

La realización de esta tarea es de carácter obligatorio.

saludos,

Ana Henríquez Orrego

historia1imagen@gmail.com





DOMINGO SANTA MARÍA

5 11 2009

FUENTES PARA LA HISTORIA DEL SIGLO XIX CHILENO

SOBRE LA ALIANZA LIBERAL CONSERVADORA 1858

BIOGRAFÍAS DE DOMINGO SANTA MARÍA





PRUEBA HIS 403

30 09 2009

DESCARGAR PRUEBA DE CATEDRA HIS-403

***Los que se interesen en realizar la prueba como taller optarán al 25% de la evaluación





BIENVENIDOS (SEGUNDO SEMESTRE 2009)

5 08 2009

ESTIMAD@S:

Esta página nos servirá de plataforma de diálogo durante el semestre que comienza. Los insto a leer los documentos recomendados y a participar con sus comentarios, opiniones y aportes.

 

FUNDAMENTAL: ¿CÓMO INVESTIGAR?

para verlo directo en slideshare, descargarlo o verlo en tamaño completo ver:

http://www.slideshare.net/annyhen/como-investigar-presentation

 

 

atte

Ana Henríquez Orrego





FIN DE SEMESTRE 2008: TRABAJOS

10 12 2008

 A continuación se exponen los banner de los trabajos realizados en la asignatura HIS-403. Para acceder a ellos pinchar sobre la imagen.

 

  •  LA GUERRA DEL PACÍFICO

guerra del pacifico

 

 

 

 

 

  • CATECISMO POLÍTICO CRISTIANO

 catecismo politico cristiano

 

 

 

 

  •   BILBAO Y LASTARRIA

  lastarria bilbao

 

 

 

 

  • ORÍGENES DEL PARTIDO RADICAL

   radicales

 

 

 

 

  • DOMINGO SANTA MAÍA Y LAS LEYES LAICAS

  santa-maria 

 

 

 

 

  •  GUERRA CIVIL 1891

 balmaceda

 

 

 

 

***La presentación y defensa de los trabajos se realiza el miercoles 10 de diciembre a partir de las 14:25 hrs.

atte

Ana Henríquez Orrego





La «cuestión social»

11 11 2008

 Etimados Alumnos:

Aquí les dejo una síntesis sobre «LA CUESTIÓN SOCIAL», escrita por don Santiago Lorenzo Sh.

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El grupo humano denominado genéricamente pueblo, estaba compuesto por artesanos, jornaleros, sirvientes de la ciudad, peones de campo, inquilinos y pobladores de caserío. Representan la variante descendente del mestizaje, aquella más afectada por la influencia india. Formaban la mayoría de la población, distribuidos en ciudades, campos y centros mineros, desempeñando los oficios propios de una economía simple. Sin influencia en la esfera social, están marginados de la cultura como de la vida política. Animados de cierto fatalismo, aquellos arraigados en el mundo rural, viven adheridos a los sectores aristocráticos debido a las relaciones económico-sociales desarrolladas y a una manifiesta disposición espiritual de servidumbre.


En el caso de la población rural, el inquilino de las haciendas vivía en función de su patrón, a quien servía junto con su familia a cambio de un salario, pagado una pequeña parte en dinero y el resto en una tenencia precaria de tierra, semillas, útiles de labranza y vales para hacer efectivo en la pulpería de la hacienda. Allí se nacía, trabajaba, vivía y moría. Los que allí habitaban se identificaban más con su hacienda que con el país, y más con su patrón que con el propio Presidente de la República. Sus diversiones no eran muchas: juegos de azar, carreras a la chilena, bailes campesinos y reuniones bastante etílicas en las pulperías los domingos y festivos.


En cuanto a los trabajadores ocasionales, el peón estaba sujeto a condiciones de vida mucho más inestables. Era requerido para determinados trabajos ocasionales en los períodos de mayor actividad en el campo: siembras, cosechas, matanza de ganado. No recibe el amparo que la sociedad paternalista ofrece al inquilino y su familia, de ahí que deambule de hacienda en hacienda, encontrándose muchas veces en la frontera del delito.


La vida en el campo era lenta, se vivía, como dice un autor, al ritmo de las siembras y de las cosechas. Esos eran los momentos de gran actividad, cuando el campo parecía despertar después de una larga etapa de letargo que se prolongaba durante otoño e invierno.


En los orígenes de la República, el 80% del 1.010.332 habitantes que en 1832 residía en el país vivían en el campo. Hacia 1907, la población ha aumentado a 3.249.297, y un importante porcentaje de ella se ha desplazado de las áreas rurales a las urbanas y a las regiones recientemente incorporadas, en busca de trabajo. Dado que ese proceso se produce de manera abrupta, ciudades como Santiago, Valparaíso y los campamentos mineros fueron incapaces de acogerla adecuadamente, produciéndose problemas de hacinamiento de población, de higiene, alcoholismo y prostitución, que en su conjunto se conocen como la cuestión social.


La población campesina que se asienta en las salitreras, pasa a depender absolutamente de su salario, pierde el amparo que ofrece la sociedad paternalista del campo, se desvincula de su patrón, que ahora esta representado por una sociedad anónima. En este mundo impersonal, el campesino que se ha transformado en minero, si pierde su salario, como solía suceder, quedaba desamparado y en un medio inhóspito. El minero de las salitreras, sobre todo aquellos que no nace en las pampas, es un individuo desarraigado, nostálgico. El salario que recibe es muy superior al del campo, pero sus condiciones de vida eran muy duras. Vive en campamentos distante de las ciudades, en casas de calamina, inadecuadas para soportar el clima inhóspito del desierto; el agua, la higiene y las comodidades escasean, el costo de alimentación es alto.


La vida en ciudades como Santiago y Valparaíso, que hacia 1885 tienen 200.000 y 105.000 habitantes, respectivamente, ofrece mayores incentivos, pero no está exenta de problemas. El Puerto era entonces un centro de gran actividad; de ahí que su población viviera en función del trabajo. El literato José Joaquín Vallejos, después visitar la ciudad en 1843, tiene la impresión de que allí todos corren, todos se precipitan, todos reniegan, nadie piensa en nadie… En efecto, Valparaíso era el centro comercial y financiero más importante del país, encargado de redistribuir las mercaderías que venían de Europa, en la costa del Pacífico. La necesidad de mano de obra concentró en la ciudad una gran cantidad de población venida del mundo rural en busca de trabajo. Tan es así, que mientras allí los habitantes aumentaron en 21.998 entre 1854 y 1865, en los aledaños Quillota, Casablanca y Limache crecieron en conjunto en sólo 4.451 personas. Este crecimiento demográfico le planteo a sus habitantes graves problemas de hacinamiento, por falta de viviendas, con el consiguiente efecto negativo en cuanto a higiene y salubridad, lo que se tradujo en enfermedades endémicas y epidémicas que provocaban una alta tasa de mortalidad, especialmente entre párvulos.


Los problemas que aquejaban a los pobres en las salitreras y en las ciudades eran ignorados por las autoridades y gran parte de la elite. Sin embargo, en memorias universitarias y otros escritos se comienza a dar cuenta del problema. Juan Enrique Concha Subercaseaux, de tendencia política conservadora y cuya vida fue un permanente apostolado, obtiene su licenciatura en Derecho en la Universidad Católica de Chile, en 1899, con la tesis Cuestiones Obreras. Arturo Alessandri, de tendencia liberal, obtiene similar licenciatura en la Universidad de Chile, con la tesis Las habitaciones obreras(1891). El político radical Valentín Letelier escribe la obra titulada Los pobres y promueve la legislación. Por su parte, el arzobispo de Santiago monseñor Mariano Casanova, comenta la encíclica Rerum Novarum de León XIII, recomendando poner en práctica sus enseñanzas (1891).


Los propios trabajadores buscan dar solución a los problemas que le aquejan. Desde la segunda mitad del siglo XIX crean mutuales, que como su nombre lo indica, promueven la asistencia mutua entre los trabajadores asociados, por medio del ahorro, la ayuda a los más necesitados, la educación y la moralización. Hacia 1902 se calcula en 20.000 el número de los afiliados a mutuales. De estas organizaciones surgirán las mancomunales, que además de prestar ayuda mutua a sus asociados, asumen la defensa de los trabajadores frente a los empleadores y autoridades. Para cumplir ese cometido, hubo mancomunales que dispusieron de asistencia legal y periódicos. También hubo trabajadores que enfrentaron su situación empleando la violencia. Se organizaron en sociedades de resistencia, de inspiración anarquista y socialista revolucionaria, denunciando la situación que les afligía y organizando violentas huelgas, que el Estado aplastaba usando en exceso su poder de coerción.

A pesar de todas estas reacciones frente a la cuestión social, los partidos políticos y las autoridades demoraron mucho tiempo en hacerse cargo del problema. La promulgación de una legislación social, se inicia tímidamente con la ley de habitaciones obreras (1906), la de descanso dominical (1907), la de la silla (1914) . El programa de gobierno de Alessandri (1920) ponía énfasis en la necesidad de legislar para los trabajadores, para evitar una revolución social. Sin embargo, gran parte de su programa en este aspecto sólo se llevó a cabo después del movimiento militar de 1924, con la promulgación de las leyes sobre contrato de trabajo, seguro obligatorio de enfermedad, de indemnización por accidentes de trabajo, de juntas de conciliación y tribunales arbitrales, sobre organización sindical, sobre cooperativas y acerca de contrato de trabajo.

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SE ESPERAN SU APORTES Y COMENTARIOS

 

 





¿CÓMO INVESTIGAR?

29 10 2008

Mis estimados:

aqui les dejo el ppt sobre ¿cómo orientar su investigación?.

recuerden que es un trabajo semestral y quienes no hayan presentado aun sus avances, mañana deben subirlo a sus respectivos blog.

para verlo directo en slideshare, descargarlo o verlo en tamaño completo ver:

http://www.slideshare.net/annyhen/como-investigar-presentation





TAREAS DESPUÉS DE LA SEGUNDA CÁTEDRA

27 10 2008

MIS ESTIMADOS ALUMNOS:

Ahora la tarea es avanzar en la investigación que cada uno de ustedes está realizando.

Recuerden que el martes 28 de octubre deben realizar su primera presentacion.

Para ello deben elabrar un PPT que luego deberán colgar en www.slideshare.net

Aquí les dejo un tutorial para quienes no recuerdan cómo hacerlo:





CHILE EN EL SIGLO XIX: DESARROLLO POLÍTICO Y ECONÓMICO HASTA 1886

13 10 2008

ANTECEDENTES HISTORICOS

 

Blakemore, Harold, Gobierno chileno y salitre inglés, 1886-1896: Balmaceda y North, Editorial Andrés Bello, Santiago, Chile, 1977. pp. 11-24

 

En el siglo diecinueve, de todos los estados de Latinoamérica que habían formado parte del imperio español, Chile gozaba de una reputación única en su género por su orden institucional y su paz interna. Los primeros años de la independencia fueron bastante turbulentos, y Chile no escapó a la experiencia común del continente ‑violencia militar, discontinuidad administrativa y luchas intestinas‑ en ese período de efervescencia política. La batalla de Lircay en 1830 marcó el comienzo de una nueva. Era en la historia de la república. En ese año la lucha armada de conservadores y liberales, de centralistas con federalistas, y de caudillo con caudillo, dio lugar a un período de gobierno conservador bajo la égida de Diego Portales, el virtual dictador de Chile.[1]

 

Portales fue el principal responsable del establecimiento en Chile de un sistema constitucional, que permaneció fundamentalmente inalterado por más de medio siglo, y al cual Chile debió años más tarde su reputación internacional como «la República modelo de Sudamérica”[2]. Sin embargo, la visión publica de un hombre o de un grupo de hombres habría servido de poco por sí misma, ya que las circunstancias geográficas y sociales ayudaron a resolver los problemas de organización política.

 

Chile era un país isla, limitado hacia el este por los Andes y hacia el oeste por el Océano Pacífico, mientras que hacia el norte el desierto de Atacama le daba la frontera más natural, aunque mal definida. Hacia el sur, el río Toltén marcaba el límite de colonización y, hacia el interior, los bosques tupidos habitados sólo por indios araucanos. Entre Copiapó, al borde del desierto del norte, y Valdivia y Osorno, a la orilla del área boscosa del sur, se encontraba el valle central, de unos mil cien kilómetros de largo, aunque en pocas partes de más de ciento sesenta kilómetros de ancho, bendecido con un clima mediterráneo y una conformación física variada: valles fértiles, laderas boscosas y ríos de agua frescas surgiendo de la cordillera nevada. Esta región central claramente definida era el verdadero Chile y ha permanecido como el núcleo vital de la nación hasta hoy día. [3]

 

La sociedad de esta zona era rural. El hacendado, dueño de grandes fincas gobernaba el campo, mientras el campesinado trabajaba duramente, desde la época colonial hasta el siglo veinte, Chile, podía describirse esencialmente como una sociedad agraria única en su género, caracterizada por un extremado monopolio de la tierra una estratificación social muy marcada.[4] Sólo a fines del siglo diecinueve, la aparición de las nuevas clases urbana e industrial comenzó a borrar la línea de división tajante entre amo y sirviente. Es esta distinción rígida la que le dio su carácter a la nación; la aristocracia gobernaba la vida nacional en todos sus aspectos mientras el campesinado iletrado obedecía. No obstante, la unidad social y económica del fundo, la gran hacienda, y el sistema social que creaba fue una gran fuerza para la estabilidad y lo mismo sucedió con la estructura racial del país. El alto grado de fusión entre blanco e indio, que prosiguió a través de todo el período colonial, había eliminado virtualmente en la época de la independencia a las razas aborígenes, dejando una estructura de dos grupos, una minoría dominante, predominantemente blanca y que contaba en 1810 con alrededor de 150.000 personas, y unos 350.000 mestizos, una fusión de razas en la cual predominaba la ascendencia española y no la india.

 

Portales puso término a los años de anarquía que vinieron a continuación de las guerras de la independencia a comienzos de la década de 1830. Aplastando el militarismo y por medio dé una política de represión severa pero necesaria, reforzada por el ejercicio de poderes extraordinarios, Portales creó las condiciones de orden intento dentro del cual pudo promulgarse la Constitución de 1833[5]. Esta Constitución fue la imagen política de la estructura social, ajustada perfectamente al estado cultural y económico y a las necesidades reales de la sociedad».[6] Restringió el sufragio a los chilenos que sabían leer y escribir, dueños de una propiedad o con capital invertido avaluado en una cifra específica fijada por ley periódicamente, y proclamó ciertos principios fundamentales que teóricamente eran aplicables a todos: igualdad ante la ley, igual derecho a ocupar un cargo público, derecho de petición y de libertad de prensa. [7]

 

Se estableció una legislatura bicameral, con un Congreso de Diputados y Senadores; los primeros elegidos por voto directo de los departamentos locales, los segundos por voto indirecto; los diputados eran elegidos por un período de tres años y los senadores de nueve, luego se renovaba un tercio del Senado cada tres años. El Congreso asesoraba al ejecutivo en la preparación de las leyes; sus poderes principales, sin embargo, eran la aprobación del presupuesto y la concesión de poderes extraordinarios al ejecutivo en casos específicos, lo que de hecho constituía una suspensión temporal de la Constitución». [8]

 

Pero los poderes más importantes eran conferidos al ejecutivo, el Presidente. Elegido indirectamente, como el Senado, el Presidente ocupaba su cargo durante cinco años y era reelegible inmediatamente por un período más. Su autoridad era enorme. Controlaba virtualmente los tribunales y la administración tanto central como local; era comandante en jefe de las fuerzas armadas; designaba sus propios ministros y los despedía a voluntad; hacia recomendaciones a la autoridad eclesiástica. Los intendentes y gobernadores que asumían el gobierno local y la administración provincial eran sus representantes directos, responsables sólo ante él. Los ministros, en realidad secretarios, asistían al Presidente; eran tres en 1833 y seis hacia 1890. El Presidente, además, contaba con el Consejo de Estado, que actuaba con carácter consultivo, y cuyos miembros elegía él mismo de una lista especial. [9]

 

El ejercicio superior del poder judicial residía en un tribunal supremo cuyos miembros los nombraba el Presidente de ternas preparadas por el Consejo de Estado. Ni el Presidente ni el Congreso tenían funciones judiciales. [10]

 

Una característica peculiar de la Constitución era la Comisión Conservadora. Se fijaban las sesiones ordinarias del Congreso entre el 1 de junio y el 1 de septiembre; después de esta fecha la legislatura entraba en receso hasta que el Presidente convocara a sesiones extraordinarias. Sin embargo, para asesorarlo en materias constitucionales durante el receso, el Senado elegía siete senadores el último día de sesión ordinaria: éstos constituían la Comisión Conservadora, la cual era responsable ante el Congreso. [11]

 

Las disposiciones generales de la Constitución eran particularmente notables por los artículos que declaraban que la educación general debería recibir una atención especial de parte del gobierno. [12]

 

La Constitución chilena de 1833, un documento extraordinario desde todo punto de vista fue, en una época de elaboración de constituciones, un ejemplo clásico de organización política que se avenía casi perfectamente con las circunstancias sociales imperantes: [13]

 

Como la burguesía de Francia y los padres de la Constitución Americana, los criollos… eran seres  humanos con intereses que proteger… Eran propietarios de la tierra y controlaban todas las instituciones productivas de Chile; Tenían poder de facto y lo querían de jure.. [14]

 

El sistema político así implantado era casi monárquico[15]; sustentado por una oligarquía del dinero, del talento del poder, dependía sobre todo de la solidaridad de la clase alta y de su capacidad ‑que demostró ser notable‑ para absorber otros elementos que podrían, más adelante, haber llegado a oponérsele. No obstante, el sistema funcionaba bien solamente mientras el ejecutivo representaba, y aparecía representando, los intereses de esa clase y así lo manifestaba. Es significativo que a través de todo el siglo diecinueve, a pesar de la existencia de grupos políticos antagónicos, de ideologías fundamentalmente divergentes y de conflictos de personalidad dentro de la aristocracia, se conservó  una unidad social subyacente.[16] Aunque las diferencia: podrían llegar a producir un conflicto armado, como en 1851 y nuevamente en 1859, ellas no alteraron radicalmente la estructura social del gobierno. Las instituciones fundadas para ampliar la base de representación, como la Sociedad de La Igualdad en 1850, modificaron el espíritu pero influyeron poco para cambiar la estructura del sistema constitucional. El Congreso siguió siendo: la asamblea de una clase gobernante, donde hombres con todas sus diferencias de opinión, se respetan entre sí, se reúnen y discuten sus intereses comunes con dignidad y habilidad. [17] Fue sólo mucho después en la historia de Chile, con el desarrollo de la industria y el incremento de las clases trabajadoras que no tenían lugar en la estructura social tradicional, cuando esta unidad se deterioró debido a la aparición de nuevos elementos de división política entre los hombres preparados para realizar los ajustes mentales esenciales para la comprensión de una sociedad que cambiaba, y los que no estaban preparados para ello. Hasta entonces no existían las condiciones para una alineación de partidos basada en problemas e intereses sociales y económicos. Los partidos políticos se basaban en creencias religiosas y constitucionales y en personalidades dentro de la clase gobernante. [18]

 

Los años desde 1830 a 1861 han sido descritos como la era de la «República Autocrática», y desde 1861 a 1891, como la de la «República Liberal». [19] Esta es una sobre simplificación de un proceso político complejo, pero denota el cambio que tuvo lugar en el espíritu del gobierno a mitad del siglo. Hasta 1857, dos partidos se mantuvieron en la escena política, el Conservador, el Liberal; el triunfo bélico del primero en 1830 le dio el poder durante veinticinco años. Pero la oposición liberal se recobró en la década de 1840 y comenzó a insistir en las reformas para debilitar la autoridad del ejecutivo y liberar el sufragio de la intervención gubernamental, Este fue un objetivo básico de todos los partidos opositores a través de todo el siglo. La Constitución otorgaba tales poderes al Presidente que éste podía regular las elecciones y así asegurar el apoyo adecuado del Congreso para sus planes de acción. También se estableció la práctica de que el Presidente que salía virtualmente escogiera a su propio sucesor y asegurara así su elección. Cada elección parlamentaria y presidencial que se efectuó en Chile antes 1891 fue seguida de una disputa áspera entre los partidarios de estos procedimientos, esto es, partidarios del gobierno y la oposición. [20]

 

La «República Autocrática» terminó en 1861. En 1857, el partido Conservador se dividió a raíz del problema de las relaciones entre la Iglesia y el Estado; el ala más clerical conservó el nombre de conservadores; los elementos más liberales, que apoyaban al Presidente Manuel Montt en sus exigencias por la supremacía del estado, se constituyeron finalmente como el Partido Nacional. [21] En el Partido Liberal hubo una división similar, aunque menos clara; los liberales moderados formaron un bando, y los liberales extremistas anticlericales, el otro, los que adoptaron el nombre de Partido Radical. Este fraccionamiento de los dos grandes partidos tradicionales en el hecho liberalizó el régimen, ya que el gobierno llegó a depender más de las alianzas políticas y coaliciones formadas por varias combinaciones de los distintos grupos.

 

Durante la presidencia de Federico Errázuriz Zañartu, 1871‑76, varias reformas modificaron el carácter autocrático de la Constitución. Estas fueron importantes, ya que su objetivo era un mayor control del Congreso sobre el Presidente. En 1871 se aprobó una enmienda para impedir la reelección de los presidentes al finalizar su Primer período. [22] Esto terminó con los decenios que se habían hecho costumbre desde 1831. En l874 el Consejo de Estado pasó a ser menos dependiente del Presidente y se facultó a la Comisión Conservadora para que solicitara al ejecutivo llamar a sesiones extraordinarias del Congreso cuando lo considerara apropiado. [23] Por otra parte, siete diputados formarían parte de la Comisión junto con los siete senadores estipulados en la constitución original. [24] Pero la reforma fundamental, la eliminación de la intervención del ejecutivo en las elecciones, aún seguía siendo el principal asunto pendiente entre el gobierno y la oposición. Paralelamente a este movimiento para reformar la constitución existía un movimiento de reforma religiosa que llegó al punto decisivo con el Presidente Domingo Santa María, 1881‑86, cuando se establecieron los cementerios seculares, y el matrimonio y el registro civil. [25]

 

El sistema de gobierno ordenado y la evolución comparativamente pacífica de Chile desde 1830 en adelante permitieron el progreso material sobre la base de los recursos naturales del país, tanto agrícolas como minerales. [26] La historia de la economía chilena en el siglo diecinueve puede dividirse en dos períodos separados por la Guerra del Pacífico, 1879‑83. Después de la guerra, la economía de Chile estuvo estrechamente ligada al salitre; antes de ella, el comercio de exportación dependía en gran medida del cobre. Sin embargo, Chile era en realidad un país agrícola que se autoabastecía de la mayoría de los productos alimentarios, y que contó con un considerable comercio de exportación de trigo durante todo el siglo. [27] Pero el mercado de productos agrícolas era básicamente interno ‑con la sola excepción del trigo‑; la fuerza del comercio de exportación chileno provino más bien de las minas que de la agricultura.

 

Antes de la Guerra del Pacífico los principales recursos minerales eran el carbón, la plata y el cobre. El carbón se extraía principalmente en las provincias de Arauco y Concepción, y fueron capitalistas nacionales quienes desarrollaron la industria; pero la cantidad de carbón producida alcanzó a cubrir las necesidades internas sólo hasta la década de 1860 de allí en adelante, Chile tuvo que importar carbón. [28] La industria minera de la plata había sido importante durante la colonia, y el descubrimiento de nuevas vetas en las provincias de Atacama y Coquimbo a mediados del siglo diecinueve inició un nuevo período de explotación del mineral en el cual se formaron varias fortunas. [29] En 1870 esta industria recibió un nuevo estímulo con el descubrimiento de ricos minerales en Caracoles, en territorio reclamado tanto por Chile como por Bolivia, aunque se empleó capital chileno para su Extracción,

 

También se había extraído cobre en Atacama, Coquimbo en los tiempos del imperio español, pero en las décadas de 1840 y 1850 se produjo la gran expansión de la industria que permitió a Chile convertirse, durante un tiempo, en el principal exportador del mundo de este metal. [30] En 1860 por ejemplo, de un total de exportaciones de $ 25.451.179[31] las exportaciones de cobre fueron de $ 14.111.090. [32] En la década de 1880, sin embargo, debido a la rápida explotación de minas en los Estados Unidos y España, las «barras de Chile» dejaron de ser el modelo mundial para este metal, ya que Chile perdió su supremacía en el mercado mundial del cobre. No obstante, la explotación del mineral habla sido crucial para el progreso económico chileno, al estimular el desarrollo de otras industrias y proporcionar, a través de impuestos de exportación sobre los embarques de cobre, una proporción considerable de ingreso para las obras públicas del gobierno. En el período de 1830 a 1879 se vio el comienzo de la industria manufacturera: molinos, refinación del azúcar, fabricación de vidrio, fundiciones metalúrgicas y otras industrias locales. [33] También se vio una expansión notable de las comunicaciones. Entre 1849 y 1852 se construyó el primer ferrocarril en Chile, que unía Caldera y Copiapó, y hacía 1863 la capital de la república, Santiago, se unió a través de una línea férrea con el principal puerto: Valparaíso.[34] William Wheelwright, un ciudadano norteamericano, construyó la línea telegráfica de Valparaíso a Santiago en 1851‑52; así se iniciaba un proceso que hacia 1876 se extendió a cuarenta y ocho ciudades de Chile, y puso al país en comunicación rápida con Argentina y Perú mediante, una línea a través de los Andes y un cable submarino bajo el Océano Pacífico. [35] Antes, en 1840, Whee1wright habla traído a Chile los beneficios de la navegación a vapor, cuando fundó la Pacific Steam Navigation Company, para establecer una línea de vapores de servicio regular entre Europa y las repúblicas sudamericanas de la costa del Pacífico. [36]

 

El crecimiento de la red ferroviaria y telegráfica, la construcción de caminos, escuelas y puentes, la formación de instituciones bancarias ‑otro factor importante de esos años‑, la aparición de las primeras sociedades anónimas, y muchos otros hechos fueron los cauces del crecimiento material de Chile antes de la Guerra del Pacífico». [37] Y en varias de estas empresas los intereses empresarios extranjeros jugaron a menudo un papel importante; fueron atraídos a un país latinoamericano donde, como lo expresara un observador, los habitantes mostraban «una disposición natural» al «reposo y tranquilidad» y la «convicción de las inestimables ventajas derivadas de ellos.[38] Desde el periodo de la independencia, Chile buscó en el extranjero la experiencia que, según sus jefes le faltaba al país y a través de todo el siglo diecinueve, política chilena de inmigración estuvo abierta al flujo europeo. [39] A medida que transcurría el siglo la corriente de inmigración creció, y capitalistas tanto extranjeros como nacionales comenzaron a explotar los recursos naturales de Chile.

 

LA CONEXION ANGLO‑CHILENA[40]

 

De los grupos extranjeros establecidos en Chile, el más relevante, sin duda, fue el de los británicos. Los lazos comerciales no eran los únicos que unían amistosamente a las dos naciones; las conexiones navales eran también un elemento importante. Los ingleses habían desempeñado una función prominente en la dotación del personal de la primera marina chilena durante las guerras de la independencia, y al comandante de esta institución, Lord Cochrane, se le consideraba corno «uno de los fundadores de la República. [41] La marina chilena se modeló de acuerdo a la de Gran Bretaña y se estableció la costumbre de que los guardiamarinas hicieran su aprendizaje en los barcos de guerra británicos, una disposición que ayudó a estrechar la tradicional amistad que se mantenía desde los días borrascosos del período de la independencia. [42] Tras esta amistad estaba el convencimiento de los estadistas chilenos de que el poder del mar era de crucial importancia para su país, cuya frontera occidental la constituía enteramente la costa del Pacífico.

 

Más importantes, sin embargo, eran las relaciones comerciales entre los dos estados. Entre 1844 y 1898 el valor total de las importaciones provenientes de Gran Bretaña excedía el valor conjunto de las importaciones de Francia, Alemania y los Estados Unidos. [43] Los cimientos de la supremacía comercial británica se habían establecido en una fecha lejana. Hacia 1820, por lo menos doce firmas británicas habían fundado sucursales en Valparaíso. [44] Fue también en la primera década de la independencia cuando llegaron a Chile aquellos ingleses que se casaron dentro de la sociedad chilena y cuyos nombres se repiten a través de toda la historia posterior de la república. [45] En 1825 unos noventa buques británicos hicieron escala en Valparaíso, en comparación con setenta de Estados Unidos[46]; quince años más tarde esta cantidad había aumentado a 166 contra 56 de los Estados Unidos; 48 de Francia y 17 de Hamburgo.[47] Gran Bretaña y sus colonias se hicieron cargo de más del 50 por ciento de las exportaciones chilenas en 1860 y abastecieron el 33 por ciento de las importaciones de Chile, en tanto que en 1875 estas proporciones se habían elevado a 60 por ciento y casi 40 por ciento, respectivamente. [48]

 

Mientras crecía el comercio, también crecía el tamaño de la comunidad británica en Chile. La estimación hecha en 1824, de 1.000 a 3.000 súbditos británicos, solamente en Valparaíso, probablemente fue un poco exagerada,[49] pero en 1861 se calculó que en todo Chile había unos 4.000 ciudadanos británicos de los cuales casi 1.900 vivían en Valparaíso. [50] El censo de 1875 arrojó la cifra de 4.627 británicos en Chile. [51] La cantidad de ciudadanos de los Estados Unidos en Chile se mantuvo en menos de 1.000 durante todo el siglo, pero el número de otros europeos fue semejante al de los británicos. [52] Muchos eran colonos: a medida que la frontera avanzaba hacia el sur, inmigrantes, principalmente alemanes y suizos, colonizaron la región.[53] En los puertos, no obstante, y particularmente en Valparaíso, predominaba la influencia británica. Ya en 1818, un representante norteamericano había informado, que los ingleses en Chile eran «de tal modo importante en el comercio, en número, riqueza, etc., que la influencia y la participación norteamericana resultaban “muy inferiores”. [54]  Setenta años después, un defensor norteamericano del panamericanismo comercial y dinámico dirigido desde Washington se lamentaba que Valparaíso, con casi todo su comercio ejercido en libras esterlinas, su periódico inglés y el uso casi exclusivo del idioma inglés no era «sino una colonia inglesa» [55]

 

Sin embargo, a pesar de que la actividad comercial británica funcionaba en Chile desde hacía muchos años, Gran Bretaña sólo concedió pleno reconocimiento a la república en 1841, cuando a su cónsul general en Santiago se le otorgó el rango adicional de encargado de negocios.[56] El reconocimiento se postergó, aparentemente, por el incumplimiento de Chile, en los años de la década de 1820, de los pagos sobre los préstamos contraídos en Londres en 1822. [57] La situación se regularizó más adelante, en 1854, mediante un Tratado de Amistad, Comercio y Navegación entre los dos países.[58] En 1872 el representante inglés fue nombrado Ministro Residente y Cónsul General. [59] Detrás de estos signos formales de desarrollo comercial y de relaciones políticas entre Gran Bretaña y Chile estaba la actividad del comerciante, del mecánico, del industrial británico individual, que jugó un papel nada pequeño en el desarrollo del país.

 

De las casas comerciales británicas que se establecieron en Chile, la de Antony Gibbs e hijos llegó a ser la más importante. Estaba en funciones desde antes de la independencia de la América española realizando el comercio de las Indias Occidentales y también en España y Portugal.[60] Abrieron oficinas en Valparaíso y en Lima en 1822, y en Santiago en 1826 y, a medida que avanzó el siglo, se expandieron las oficinas y agencias de la firma no sólo por la costa del Pacifico, de Sudamérica, sino por todas las Américas y Australasia. Combinando el comercio de importación y exportación con la banca, los servicios de seguros y de abastecimiento, la Casa Gibbs jugaría un papel crucial en el desarrollo del comercio, tanto del guano como del salitre, los ricos fertilizantes naturales que tanto afectarían la historia económica de Perú y Chile. Un cuarto de siglo después que Gibbs se había establecido en Chile, tres escoceses, Alexander Balfour, Stephen Williamson y David Duncan, fundaron en Liverpool la sociedad de S, Williamson y Compañía, para embarcar productos a las costas occidentales de Sudamérica. [61] En 1851‑52, la firma se estableció en Valparaíso y el negocio se expandió durante la década de 1850, pero en 1863 se disolvió la sociedad por el retiro de Duncan, y el nombre de la casa en Valparaíso se cambió a Williamson, Balfour y Compañía. Como Gibbs, esta casa extendió su negocio a la costa occidental de Sudamérica y al resto del mundo, e igual que su predecesora, desempeñaría un papel importante en el negocio salitrero. En cuanto a Duncan, ayudó a fundar otro importante negocio británico con amplios intereses cuando en 1863 se asoció con H. F. Fox, para formar la Casa Duncan, Fox y Compañía. Este era socio de la firma Ravenscroft Brothers, la cual estaba establecida en Valparaíso desde 1843. [62]

 

Había, por supuesto, muchas otras empresas británicas que actuaron en Chile a mediados del siglo, algunas de ellas no menos conocidas y prósperas que las antes mencionadas. Algunos ejemplos deben bastar para ilustrar la magnitud de los intereses británicos. Durante el período 1840‑70 se invirtió una suma considerable de capital británico en el cobre chileno, siendo la Copiapó Mining Company (Compañía Minera de Copiapó) la firma más importante. [63] El cobre originó otras conexiones con Gran Bretaña, ya que los minerales eran embarcados a Swansea para fundirlos y en Chile, además, vivían varios mineros de Cornualles que habían sido contratados para trabajar en la industria. [64] Otra importante conexión comercial fue la importación de carbón de Inglaterra, que alcanzó hacia 1883 nueve décimos de la importación total de ese producto. [65]En 1805 el capital inglés se trasladó directamente y por primera vez a la minería del carbón en Chile con la fundación en Londres de la Compañía Arauco. [66] Los intereses agrícolas no se descuidaron; cuando en 1849‑53 la producción y exportación del trigo chileno recibió un gran estímulo como consecuencia de la fiebre del oro de California y Australia, repentinamente se formaron mercados que sólo Chile podía abastecer; entre los principales beneficiarios de este auge se encontraban las casas comercia les británicas de Chile, que construyeron modernos molinos en la parte sur del valle central. [67]

 

Los intereses económicos británicos en Chile eran, por lo tanto, ya considerables antes de la Guerra del Pacífico. [68] Después de la guerra, sin embargo, aumentaron enormemente. En primer lugar, al entrar a formar parte de Chile la rica provincia salitrera de Tarapacá, se abrieron nuevas perspectivas para el capital y la empresa británicos, y en segundo lugar, apareció en escena el personaje cuyo nombre llegó a ser sinónimo del salitre mismo: Juan Tomás North.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


[1] La literatura sobre él período de la independencia es abundantísima. Ideas and Polities of Chilean Independence 1808.1833, de Simón Collier (Cambridge University Press, 1967), proporciona un relato excelente y una bibliografía detallada. Versión española de esta obra «Ideas y Política de la Independencia de Chile». (Ed. Andrés Bello, 1977

[2] The Times, 22 de abril de 1880.

[3] Para una descripción más detallada de la geografía chilena en su medio histórico, ver mi ensayo Latin América: Geographical Perspectives de Harold Blakeniore y Clifford T. Smith (eds.) (Londres, Methuen, 1971), pp. 475‑565.

[4] G. M. MeBride, Chile: Land and Society (Nueva York, American Geographical Society, 1936), p. 34.

[5] F. A. Encina, Historia de Chile (20 Vols., Santiago, 1940‑52), X, 443552, proporciona una descripción detallada de la dictadura de Portales.

[6] L. Galdamez, La Evolución Constitucional de Chile. 1810‑1825 (Santiago, 1926), p, 872.

 

[7] Constituci6n de la República de Chile, jurada y promulgada el 25 de mayo de 1833 (Santiago, 1833), artículos 1‑12, pp. 4‑8. 8

[8] Ibid., Artículos 13‑39, pp. 8‑16

[9] Ibid., Artículos 59‑107, y 115‑21, pp. 21‑34, 35‑7.

[10] lbid., Artículos 108.14, pp. 34‑5.

 

[11] Ibid., Artículo; 57‑8, p. 20

[12] Ibid., Artículo i 153‑4, p. 43.

[13] Ricardo Donoso, Las ideas políticas en Chile (2a. ed., Santiago, 1967), P. 85

[14] P  V. Shaw, The Early Constitutions of Chile, 1810‑1833 (Nueva York, 1930), p. 134.

[15] J, Eyzaguirre, Fisonomía Histórica de Chile (Santiago, 1948), p. 119.

[16] Una indicación interesante de esto es el hecho que, en contraste con otros estados latinoamericanos, exceptuando Brasil, el antagonismo político jamás alcanzó al punto de la exterminación física de los enemigos. A los opositores al gobierno, aun si tomaban las armas, generalmente se les exiliaba por algunos años, pero después se les permitía volver a la actividad política.

 

[17] Reinsch, ‘Tarliamentary Government in Chile», American Polítical Scíence Review, I~II (1908‑9), p. 510. La comparación con el gobierno de la clase terrateniente del siglo dieciocho en Inglaterra es notable. Cf., sin embargo, el ensayo de A. Edwards Vives, La fronda aristocrática en Chile (Santiago, 1928), pássim

[18] Ver a A. Edwards Vives y E. Frei Montalva, Historia de, los partidos políticos chilenos (Santiago, 1949), pp. 11‑15.

[19] IgLas expresiones son de L. Caldarnes, A History af Chile (trad. y ed. por 1. J. Cox, Univ. de North Carolina Press, 1941).

 

[20] El relato más completo es de J. M. Irarrázaval, El Presidente Balmaceda (2 vols., Santiago, 1940), 1, pássim.

[21] Ver Encina, Historia de Chile, XII, 187‑273.

[22] Constitución Política de la República de Chile de 25 de mayo de 1833 con las reformas efectuadas hasta el 10 de agosto de 1888 (Santiago, 1888), artículo 11, p. 29.

[23] lbid., Artículo 93, pp. 43‑4, y artículo 49, pp. 27‑8.

[24] lbid., artículo 48, p. 27.

[25] Ver Encina, loc. cit., XVIII, 147.80.

[26] No hay una historia económica de Chile adecuada del siglo diecinueve, si bien Daniel Martner, Estudio de la política comercial chilena e historia económica nacional (2 vols., Santiago, 1923), y del mismo autor, Historia de Chile: Historia Económica (Santiago, 1929), son estudios útiles.

[27] En relación con esta materia, ver de S. Sepúlveda, “El trigo chileno en el mercado mundial», Informaciones Geográficas (Santiago, Instituto Geográfico de la Universidad de Chile, 1959), año VI (1956), PP. 7.135.

[28] Ver P. P. Figueroa, Historia de la fundaci6n de la industria del carbón de piedra en Chile (Santiago, 1897), passim.

[29] Ver B. Vicuña Mackenna, El libro de la plata (Santiago, 1882), passim y el excelente estudio moderno, que también incluye al cobre, de L. R. Pederson, The Mining Industry of the Norte Chico, Chile (Evanston, III, Northwestem University Studies en Geography, NQ 11, 1966), passim.

[30]  Vicuña Mackenna, El libro del cobre y del carbón de piedra en Chile (Santiago, 1883), passim. F. M. Aracena, Apuntes de viaje. La industria del cobre en las provincias de Atacama i Coquimbo i los grandes í valiosos depósitos carboníferos de Lota i Coronel (Santiago, 1884), pp. 71 sgtes., Pedersen, loc. cit., pássim.

[31] Martner, Estudio de la política comercial, 1, 299. La tasa de cambio era entonces de 41% d. por peso,

[32] Martner, loc. cit., II, 307

[33] Ver J. F. Rippy y J. Pfeiffer, «Notes on the Dawn of Manufacturing in Chile», Hispanic American Historical Review (de aquí en adelante HAHR), XXVIII (1948), pp. 292‑303.

[34] . F. Rippy, Latin America and the Industrial Age (Nueva York, 1944), pp. 24-5.

[35] Ver J. J. Johrison, Pioneer Telegraphy in Chile (Stanford UniversitY Press, 1948) passim

[36] Ver Claudio Véliz, Historia de la Marina Mercante de Chile (Santiago, 1961), pp. 67‑74. 

[37] Respecto a la banca, ver G. Subercaseaux, Monetary and  Banking Policy of Chile (Oxford, 1922), pp. 52 sgtes., y R. E. Santelices, Los  bancos chilenos (Santiago, 1893), passim. Sobre la Bolsa de  Valores, ver Luis Escobar Cerda, El Mercado de Valores (Santiago, 1959), pp. 44‑53

[38] Del cónsul general Walpole a Lord Palmerston, Santiago, 11 de septiembre de 1841. N» 30. Diplomático, Londres, Public Record Office, Foreign Office Archives, Chile (citado de aquí en adelante como F. 0.), 16-44.

[39] Bernardo O’Higgins, el héroe de la independencia, estuvo interesado en atraer inmigrantes europeos a Chile. Collier, Ideas and Poltcs, pp. 249‑50. Portales siguió una activa política de contratación de hombres de ciencia e intelectuales europeos y norteamericanos, de los cuales los más distinguidos fueron el francés Claudio Gay, el polaco Ignacio Domeyko, y el venezolano Andrés Bello. Ver Encina, Historia de Chile, XI, pássim. Los gobiernos siguientes continuaron esta política.

[40] Existe un amplio campo para un estudio interesante de esta relación. Lo que se presenta aquí es sólo una reseña.

[41] De A. Moritt a Lord Salisbury, Londres, 14 diciembre 1817. F. 0. 16/250. Domestic. Diplornatic. Ver también R. A. Humphreys, Liberation in South America, 1806‑1827 (Londres, 1952), pp. 74‑6, y D. E. Worcester, Sea‑Power and Chilean Independence (Cainesville, Fla., 1962), p1ssim. 

[42] En 1841, el gobierno de Chile solicitó que continuara esta costumbre, indicando con esto que se había iniciado antes. De Walpole a Palmerston, Valparaíso, 30 de mayo de 1841. F. O. 16/43. Privado.

[43] C. W. Centner, «Relaciones comerciales de Gran Bretaña con Chile, 1810-1830, Revista Chilena de Historia y Geografía (de aquí en adelante (RCEG), N9 103~(1943), p. 106.

[44] J. A. Cibbs, The History of Antony and Dorothea Gíbbs and the early years of Antony Gibbs and Son (Londres, 1922), pp. 393‑4. Ver también R. A. Humphreys, «British Merchants and South American Independence», Proceedina3 of the British Acadeiny LI (1965), pp. 16-64.

[45] Ver B. Vicuña Mackenna, Los primeros ingleses en Valparaíso, 1817-1827 (Valparaíso, 1884), y D. Amunátegui Solar, “El origen del comercio inglés en Chile», RCHG, N9 103 (1943), pp. 83‑95. Algunos de éstos fueron William Blest, John Walker y David Ross. George Edwards, fundador de una de las familias anglo‑chilenas más importantes de la historia de Chile, llegó a Chile en la última etapa del colonato. V. Figueroa, Diccionario histórico y biográfico de Chile (5 vols. en 4, Santiago, 1926.35), 111, 16. Otras dos fuentes útiles sobre los súbditos británicos en Chile son P. P. Figueroa, Diccionario biográfico de extranjeros en Chile (Santiago, 1900) y “Quién Sabe” (seud. C. F. Hillmam), «Old Timers». British and Arnericans in Chile (Santiago, 1900). 

[46]  R. A. Humphreys, British Consular Report3 on the Trade and Politics of Latin 2,,meríca, 1824‑26 (Royal Historical Society, Caraden Third Series, LXIII  Londres, 1940), p. 94, nota 1.

 

[47] Return of Trade of Valparaíso for 1840, incluido en De Walpole a Palmerston, Valparaíso, 17 de mayo de 1841. F.O. 16/43. N» 11. Diplomático.

[48] Porcentajes calculados de cifras de Martner, Estudio de la política comercial, 1, 299, y 11, 351‑2. Respecto al comercio colonial británico con Chile, ver T. W. Keeble, Comercial  Relations between British Overseas Territories and South Anwrica, 1806‑1914 (Londres, Institute of Latin American Studies ,Monographs N9 3, 1970), pássim

[49] Humphreys, Consular Reports loc. cit.

[50] Anexo del Cónsul Thornson a Lord John Russell, Santiago, 5 de junio de 1861. F.O. 161117. N9 45. Diplomático.

[51] The South American Journal, 5 de mayo de 1882.

[52] Ver Sinopsis estadística de la República de Chile, año 1923 (Santiago, 1924), P. 9. 

[53] En relación con este tema, ver M. Jefferson, Recent Colonisation in Chile (Nueva York, American Geographical Society, 1921 ), pp. 19‑28; 31‑5

[54] Citado en R. A. Humphreys, «Anglo‑American Rivalries and Spanish-American Emancipation», Transactions of the Royal Historial Society, 5ª  serie, vol. 16 (1966), P. 146.

[55]  W. E. Curtis, Capitals of Spanish America  (Nueva Vork, 1888), p. 454.

 

[56] T. E. Nichols, «The Establishment of Political Relations between Chile and Great Britain», HAHR, XXVIII (1948), p. 141.

[57] D. Barros Arana, Historia Jeneral de Chile (16 vols., Santiago, 18841902), XVI, 160.

[58] El texto se puede encontrar en British and Foreign State Papers, XLIV (1854), PP. 47‑62.

[59] Nichols, loc. cit., p. 143.

[60] W. Maude, Antony Gibbs and Sons Limited. Merchants and Bankers, 1808‑1958 (Londres, 1958), pp. 17 ss.

[61] Wallis Hunt, Heirs of Great Adventure. The, History of Balfour, Williamson and Company Limited (2 vols.), Londres, 1951, 1, pp. 15 ss.

 

[62] No se ha publicado una historia de Duncan, Fox y Compañía, sino un documento mecanografiado, Short History of Duncan, Fox and Co. Ltd., 1843-18563. obra de E. E. Davies que está guardada en la oficina central de la Compañía. Estoy agradecido al señor J. V. Callagher, ex presidente, por darme la oportunidad de leer este trabajo.

[63] Ver C. W. Centner, «Great Britain and Chilean Mining, 1830‑1914″, Economic History Review, XII (1942), PP. 77‑8, y también Isaiah Bowman Desert Trai1s of Atacama (Nueva York, American Geographical Society, 1924),180‑5. Versión española. Los senderos del Desierto de Atacama (Stgo., 1942)

[64] Charles Darwin, The Voyage of the Beagle (Londres, Dent’s Everyman edition, 1960), pp. 247‑48, anota una entretenida entrevista con uno de los mineros de Cornualles.

[65] Del Cónsul General Drummond Hay al Earl de Granville, Valparaíso, 27 de abril de 1883, F.O. 16/224. Nº 2. Comercial.

[66] Centner, loc. cit., p. 77.

 

[67] Sepúlveda, «El trigo chileno», pp. 45 ss.

[68] Además había, por supuesto, tenedores británicos de bonos, quienes habían suscrito préstamos al gobierno chileno emitidos en Londres. Hacia 1875, la cantidad involucrada a la par era de £ 9.820.700. J. F. Rippy, British In. vesitments en Latin America, 1822‑1949 (Hamden, Conn., 1966), p. 29.

 





Carta de Domingo Santa María a Pedro Pablo Figueroa (8 de septiembre de 1885)

1 10 2008

He leído los apuntes que dicté a usted, sobre mi biografía para su Diccionario, y le devuelvo esos apuntes y le envío la biografía que yo he redactado, a base de ellos. De publicarse esa biografía, quisiera que usted la dejase en la misma forma en que la he escrito. Ella se ajusta en todo a la verdad y no contiene nada que no sea exacto.

Una vida como la mía, que ha tenido en la política chilena tantas vicisitudes, tantos triunfos y quebrantos, tantas glorias y amarguras, debe ser expuesta con claridad para evitar así los juicios favorables como aquellos en contrario a mi persona. Junto con Vicuña Mackenna, he sido uno de los hombres que ha levantado en Chile más admiradores incondicionales y los más fervorosos contradictores. Se me ha acusado de falta de línea, de doctrina, de versatilidad, de incoherencia en mis actos. Es cierto; he sido eso porque soy un hombre moderno y de sensibilidad, capaz de elevarme sobre las miserias del ambiente y sobreponerme a la política de círculo y de intrigas. Pero nadie ni el más enconado de mis enemigos puede acusarme con sinceridad de que no he trabajo, como el que más, por mi Chile, por elevarlo, por magnificarlo y colocarlo a la altura de gran nación que le reserva el destino y un porvenir cercano. Tampoco mis enemigos pueden decir de mí que no haya dejado ni un momento de servir, con el mismo cariño con que he trabajado por mi patria, la causa liberal hasta convertirla en una escuela de doctrina.

El haber laicizado las instituciones de mi país, algún día lo agradecerá mi patria. En esto no he procedido ni con el odio del fanático ni con el estrecho criterio de un anticlerical; he visto más alto y con mayor amplitud de miras. El grado de ilustración y de cultura a que ha llegado Chile, merecía que las conciencias de mis ciudadanos fueran libertadas de prejuicios medievales. He combatido a la iglesia, y más que a la iglesia a la secta conservadora, porque ella representa en Chile, lo mismo que el partido de los beatos y pechoños, la rémora más considerable para el progreso moral del país. Ellos tienen la riqueza, la jerarquía social y son enemigos de la cultura. La reclaman, pero la dan orientando las conciencias en el sentido de la servidumbre espiritual y de las almas. Sin escrúpulos de ninguna clase, han lanzado a la iglesia a la batalla para convertir una cuestión moral, una cuestión de orden administrativo, una cuestión de orden político, en una cuestión de orden religioso, en un combate religioso, de lesión a las creencias, de vulneración a la dignidad de la iglesia. Esto no es exacto, y los resultados están a la vista. La iglesia ha perdido feligreses, ha visto marchitarse la fe de sus devotos y el que ha ganado ha sido el partido conservador al aumentarse sus filas. El daño que la iglesia se ha hecho es ya irreparable, porque ha dividido la conciencia nacional y el partido conservador ha quedado manifiestamente como un grupo de hombres en los cuales falta hasta el patriotismo por obedecer a la curia romana. Estaba dispuesto a aceptar que un vil italiano, el delegado apostólico tomase la dirección de la iglesia chilena. Frailes y beatos obraron de consumo para conseguir semejante monstruosidad que yo paralicé indignado. Así es la conciencia de los conservadores. Hablan en un lenguaje sutil de patriotismo y de la conciencia, y son capaces de las mayores traiciones.

Es claro; los pecados les duran cuanto el fraile se demora en absolverlos para dejarlos otra vez en actitud de pecar, de escamotear al pobre su trabajo, de mentir con elegancia, de sobornar, etc. Se ha dicho que soy sectario y que me guía un odio ciego a la iglesia. No es cierto. Soy bastante inteligente para saber distinguir entre los ritos ridículos que la iglesia ha creado para dominar las conciencias de los hombres por esa terrible palabra que llaman fe, y lo que es un pensamiento razonado y lógico de un hombre capaz de comprender que rige al mundo algo superior, y que la iglesia se embarulla para ejercer un dominio universal en nombre de Cristo, que si se levantara de su tumba los arrojaría nuevamente a azotes del templo. Estos han hecho de la doctrina de Cristo el más grande peculado y negociado que haya visto jamás la cristiandad. Y a pesar de tener esas ideas, aunque soy librepensador en materias religiosas y de creer en un Cristo humano y piadoso, la iglesia no se ha separado del Estado, porque no he querido y he luchado por mantener la unión. Aquí he visto como estadista y no como político; he visto con la conciencia, la razón y no con el sentimiento y corazón. Hoy por hoy, la separación de la iglesia del Estado importaría la revolución. El país no está preparado para ellos. La separación no puede ser despojo ni una confiscación.

El problema de orden jurídico que él entraña , no lo ven ni comprenden en toda su extensión ni Augusto Orrego Luco, ni Balmaceda ni Mac-Iver y apenas si lo vislumbra Isidoro Errázuriz. Para Amunátegui es una cuestión de ley; para Barros Arana, comerse a los frailes asados en el fuego de una inquisición liberal en una parrilla. Es más hondo el asunto. Las leyes laicas dejan preparado el terreno para que algún día en conveniencia de la propia iglesia se produzca la separación por su pedido o tácita aceptación. Esto lo querrá en el tiempo el resultado de las actuales agitaciones al perder con ellas la iglesia su respetabilidad moral y cuando mire serenamente al partido conservador como su peor verdugo, porque ni siquiera es su enemigo. Hay que dejar las cosas tal como están hasta que se forme en la iglesia la conveniencia de la separación. Apurarla es un error, es un crimen político y social. Yo no quise hacer la separación y preferí detenerla y entenderme con el papa para encontrar la paz de las conciencias.

Se me ha llamado autoritario. Entiendo el ejercicio del poder como una voluntad fuerte, directora, creadora del orden y de los deberes de la ciudadanía. Esta ciudadanía tiene mucho de inconsciente todavía y es necesario dirigirla a palos. Y esto que reconozco que en este asunto hemos avanzado más que cualquier país de América. Entregar las urnas al rotaje y a la canalla, a las pasiones insanas de los partidos, con el sufragio universal encima, es el suicidio del gobernante, y no me suicidaré por una quimera. Veo bien y me impondré para gobernar con lo mejor y apoyaré cuanta ley liberal se presente para preparar el terreno de una futura democracia. Oiga bien: futura democracia.

Se me ha llamado interventor. Lo soy. Pertenezco a la vieja escuela y si participo de la intervención es porque quiero un parlamento eficiente, disciplinado, que colabore en los afanes de bien público del gobierno. Tengo experiencias y sé a dónde voy. No puedo dejar a los teorizantes deshacer lo que hicieron Portales, Bulnes, Montt y Errázuriz. No quiero ser Pinto a quien faltó carácter para imponerse a las barbaridades de un parlamento que yo sufrí en carne propia en las dos veces que fui ministro, en los días trágicos a veces, gloriosos otros de la guerra con el Perú y Bolivia. Esa fue una etapa de experiencia para mí en la que aprendí a mandar sin dilaciones, a ser obedecido sin réplica, a imponerme sin contradicciones y a hacer sentir la autoridad porque ella era de derecho, de ley y, por lo tanto, superior a cualquier sentimiento humano. Si así no me hubiese sobrepuesto a Pinto durante la guerra, tenga usted por seguro que habríamos ido a la derrota.

Dejo ya estos apuntes. La biografía que le acompaño pasa por alto los últimos acontecimientos. Están muy cercanos para pronunciar juicio. Quiero que publique esta biografía tal como se la envío. No le agregue ni quite nada. Deje al tiempo lo que corresponde obrar al tiempo. Yo sé que he cometido errores porque soy vehemente y apasionado, porque amo demasiado a mi patria y porque soy hombre de acción impetuosa en lo que estimo grande para mis conciudadanos y para esta preciosa tierra mía. He sufrido por esta tierra, han sufrido los míos, pero ¿qué importa? Ya Chile es la potencia de Chile en América. Esto es lo que vale. Mis defectos no significan nada, mi pobreza tampoco, la pérdida de amigos queridos en las batallas de contradicción y de odios no pesan ante esta sola palabra: hemos labrado la grandeza de Chile y podemos medirnos con los hombres que nos dieron patria, casi de igual a igual, porque hemos seguido su herencia imitándolos con la reverencia que nos merecen esos patriotas.

Cuente con su amigo que lo recuerda y le tiene muy presente en la petición que le ha hecho y que cumplirá debidamente.

Domingo Santa María.





Vitale, Luis, Interpretación marxista de la historia de Chile, Editorial LOM, Santiago de Chile, 1993, pp. 284-290

30 09 2008

Contenido: La Guerra Civil de 1891 vista a través de interpretaciones divergentes

 

Fuente: Vitale, Luis, Interpretación marxista de la historia de Chile, Editorial LOM, Santiago de Chile, 1993, pp. 284-290

 

 

 

Epílogo historiográfico

 

El proyecto nacionalista de Balmaceda no alcanzó a plasmarse en una revolución democrático‑burguesa, porque en ningún momento se planteó la expulsión del imperialismo y la reforma agraria, tareas esenciales que caracterizan a una revolución de este tipo. La política de Balmaceda no contemplaba la expropiación de los latifundios y la entrega de la tierra a los campesinos pobres. Tampoco se proponía aplicar le medida antiimperialista de expropiación de las salitreras en manos de los inversionistas ingleses, sino la entrega a los chilenos de las salitreras que aun pertenecían al Estado. Esta medida, evidentemente progresiva para su tiempo, constituía un audaz intento de frenar la acelerada penetración del imperialismo, pero no pretendía expropiar a los capitalistas británicos.

 

A la luz de estos antecedentes objetivos se hace evidente que los partidos de la época que interpretaron este conflicto como una disputa entre el Poder Ejecutivo y el Parlamento, racionalizaron la interpretación para acomodarla a los intereses sociales y económicos que defendían. Por otra parte, nos parece sobremanera subjetiva la apreciación de Alberto Edwards Vives al sostener que el motivo del enfrentamiento se debió a que Balmaceda era de origen andaluz y la ‘fronda aristocrática’, de origen vasco. En una onda más sicologista aún, Francisco Encina sostuvo que la derrota de Balmaceda fue determinada por su «divorcio psicológico de la aristocracia gobernante».

 

Asimismo, queremos precisar algunas diferencias con Hernán Ramírez Necochea, sin dejar de reconocer que ha sido uno de los mejores analistas de este tema. Tanto el contenido como el título de su obra ‘Balmaceda y la Contrarrevolución de 1891 » induce a error y confusión porque presupone que el gobierno de Balmaceda hizo una revolución.

 

A nuestro juicio, durante la administración de Balmaceda no hubo ninguna revolución social o democrático‑burguesa, sino una implementación de ciertas medidas reformistas de carácter nacionalista.

 

Hernán Ramírez sostiene que Balmaceda hizo una revolución democrático‑burguesa. Afirma que durante ese gobierno «Chile vive un proceso revolucionario que dirige la burguesía, que tiende a consolidar y ampliar el capitalismo chileno, que se orienta a facilitar el establecimiento de formas democráticas de convivencia. Por sus caracteres, se trata de un proceso que está enfilado ‑directa o indirectamente‑ contra la preponderancia imperialista, contra los remanentes de feudalismo que reposan en una estructura agraria dirigida por la oligarquía terrateniente […]. En resumen, Chile vive una revolución democrático ‑ burguesa con perfiles bastantes nítidos y con proyecciones trascendentales».[1]

 

El proyecto político de Balmaceda no contemplaba la expropiación de las

 

El proyecto político  de Balmaceda no contemplaba la expropiación de las salitreras en manos del imperialismo inglés, sino la entrega a los capitalistas nacionales de las salitreras que aun poseía el Estado. Si Balmaceda hubiera planteado y concretado la nacionalización del salitre no cabría ninguna duda en caracterizar dicha medida como democrático‑ burguesa.

 

Respecto de la reforma agraria, otra tarea democrático ‑ burguesa esencial, Hernán Ramírez no aporta ninguna prueba en respaldo de su tesis porque sencillamente Balmaceda no planteó en ningún momento la expropiación del latifundio y la entrega de la tierra a los campesinos, medida fundamental de todo plan de reforma agraria. De ahí que resulte insólito el análisis de Ramírez al presentar la política agraria de Balmaceda como expresión de los deseos de «la burguesía chilena que clamó vigorosa aunque inútil mente por una reforma agraria profunda que abriera plenas compuertas al modo capitalista de producción». [2]

 

Por el contrario, durante el gobierno de Balmaceda se agudizó el proceso de concentración de la propiedad territorial, especialmente en la zona austral; cientos de miles de hectáreas fueron entregadas a empresarios extranjeros en Magallanes, como lo hemos probado.

 

Hernán Ramírez sostiene que bajo Balmaceda «Chile entraba por el camino de la revolución democrático‑burguesa; esto es bajo la dirección de una burguesía nacional consecuente»**. Esta ‘burguesía nacional consecuente’ [3] habría estado compuesta por dos sectores: la burguesía agraria y la burguesía industrial.

 

Según Ramírez, durante el gobierno de Balmaceda «comienzaa  a desquiciarse la base del régimen agrario tradicional; el antiguo territorio araucano rápidamente llegó a ser el principal centro de actividad agropecuaria; allí actuaba un nuevo tipo de agricultor ‑especie de burguesía rural‑ dotado de un espíritu capitalista, más emprendedor y activo que el terrateniente tradicional, que se reclutó especialmente en las filas de la burguesía y de la pequeña burguesía… La burguesía industrial, exponente genuino de la burguesía nacional, se fortaleció». [4]

 

A nuestro juicio, en la historia de Chile nunca existió una burguesía consecuente capaz de realizar las tareas democrático‑burguesas de reforma agraria y de expulsión el imperialismo. Cuando Balmaceda planteó en 1889 medidas concretas para frenar la penetración del imperialismo inglés en las salitreras, los sectores mayoritarios de la burguesía, que lo habían apoyado en el período 1886‑1889, no sólo le quitaron el respaldo sino que lo derrocaron.

 

En la guerra civil contra Balmaceda participaron los sectores mayoritarios de la burguesía: mineros, banqueros, comerciantes, terratenientes e industriales. No es efectivo que la burguesía agraria haya respaldado a Balmaceda. Los documentos de la época muestran que los elementos más representativos de la burguesía agraria tuvieron una relevante participación en la guerra civil contra Balmaceda. Los empresarios viñateros, los molineros, los dueños de las explotaciones ganaderas más modernas financiaron el movimiento anti‑balmacedista, y promovieron actos de sabotaje de las líneas férreas y telegráficas.

 

Otro sector que supuestamente apoyó a Balmaceda fue la burguesía industrial, exponente genuino de la burguesía nacional. En este caso, Ramírez tampoco aporta ninguna prueba en abono de su hipótesis. No hay constancia de sectores industriales que durante la guerra civil se hayan pronunciado a favor de Balmaceda.

 

Esta burguesía industrial, exponente genuino de la burguesía nacional, estaba integrada, en aquella época, por extranjeros residentes en Chile en su gran mayoría. La industria se encontraba en una fase embrionaria de desarrollo. No era una industria de sustitución de importaciones de productos manufacturados de consumo popular, sino una industria que trabajaba en función (le las necesidades de las empresas agropecuarias y mineras.

 

No existe ninguna prueba del supuesto apoyo de la burguesía industrial a Balmaceda durante la guerra civil. Al contrario, los documentos de la época, demuestran que los industriales hicieron frente único con los banqueros, mineros, terratenientes, comerciantes y salitreros ingleses.

 

Uno de los pocos industriales de origen chileno, José Besa, dueño de la Refinería de Azúcar de Viña del Mar, fue un destacado dirigente de la oposición, integrante del Comité rebelde de Santiago, junto al conservador Carlos Walker Martínez. Su actividad reaccionaria durante la guerra civil determinó que el gobierno le requisara una gran casa comercial que tenía en Santiago y ordenara su apresamiento.[5]

 

Otro industrial, Gregorio Donoso, se convirtió también en uno de los cabecillas de la oposición. Ramón Barros Luco, presidente de la Sociedad de Fomento Fabril en 1887 y miembro de su directorio en 1890, participó en el levantamiento de la Marina y fue dirigente de la Junta de Iquique. Ismael Valdés Vergara, presidente de la Sociedad de Fomento Fabril bajo el gobierno de Balmaceda, fue asimismo un activo miembro de la oposición.

 

Revisando los Boletines de la Sociedad de Fomento Fabril se puede comprobar que los industriales estuvieron en contra de Balmaceda durante la guerra civil. En el Boletín Nº 2 de la Sociedad de Fomento Fabril, editado en 1891, se calificaba de dictador a Balmaceda: “Reanudados ya los trabajos de la Sociedad, que fueron suspendidos durante los ocho meses de la dictadura, se comienza a imprimir un impulso serio hacia el fin, a los estudios que quedaron pendientes en aquella época”. [6] Esta burguesía industrial, se alió con el imperialismo inglés y con los banqueros, terratenientes, mineros y grandes comerciantes en el movimiento reaccionario, anti‑nacional y pro imperialista que culminó en el derrocamiento de Balmaceda.

 

En otra parte de su libro, Hernán Ramírez sostiene que durante el gobierno de Balmaceda, la burguesía desplazó a otros sectores de la clase dominante: «la correlación de fuerzas entre las clases dirigentes se inclina visiblemente en favor de la burguesía, que está fortalecida, que tiene en sus manos las posibilidades para hacer madurar el capitalismo en Chile». [7]

 

¿Cómo entender este pretendido fenómeno social de que la correlación de fuerzas entre las clases dirigentes se ha inclinado visiblemente a favor de la burguesía?. Ramírez no logra explicar cómo la burguesía desplazó a los terratenientes que «mantenían viva una estructura agraria atrasada en que prevalecían relaciones sociales de producción de carácter feudal». [8]

 

Para justificar a todo trance la ineludible necesidad de una revolución democrático ‑ burguesa, conducida por la burguesía industrial, conforme a la teoría de la “’revolución por etapas”, Ramírez se ha esforzado a través de todos sus libros por demostrar la existencia de un supuesto régimen feudal en Chile no sólo en la colonia sino también durante gran parte del siglo XIX. La ‘aristocracia feudal’, representada por los gobiernos ‘pelucones’ de los decenios,  habría sido socavada por el surgimiento del capitalismo y de las primeras capas burguesas recién en la segunda mitad del siglo pasado. ¿Cuándo y cómo la burguesía tomó el poder desplazando a la ‘aristocracia feudal’? ¿Bajo qué gobierno liberal? El cambio de la mentada correlación de fuerza, a favor de la burguesía, se habría producido, según Ramírez, durante el gobierno de Balmaceda.

 

En nuestra opinión, la transición al capitalismo primario exportador se remonta a fines de la colonia, consolidándose como modo de producción capitalista generalizado en la segunda mitad del s. XIX. La burguesía criolla, que tomó el poder en 1810, fue incapaz de realizar las tareas democrático – burguesas esenciales, manteniendo el atraso estructural del país y reforzando los lazos de dependencia con las metrópolis europeas. Los gobiernos ‘pelucones’ de Prieto, Bulnes y Montt, representantes de la burguesía comercial y terrateniente, se preocuparon fundamentalmente de impulsar la economía capitalista de exportación. Esta política fue continuada en lo fundamental por los gobiernos liberales. El ascenso de la burguesía minera al poder en alianza con la burguesía agraria, comercial y bancaria, no significó cambios sustanciales en la estructura del país. Los gobiernos liberales no realizaron la reforma agraria ni promovieron la industrialización; fomentaron la economía de exportación de materias primas y el librecambio, facilitando la penetración del capital extranjero y la entrega de las riquezas nacionales básicas al imperialismo inglés.

 

Balmaceda subió al poder en representación de los mismos sectores burgueses que habían apoyado a los anteriores gobiernos liberales. Su victoria electoral de 1886 no fue el resultado de una lucha por el poder entre la burguesía y una supuesta aristocracia feudal terrateniente. ¿Qué significado tiene entonces la afirmación de que bajo Balmaceda la correlación de fuerzas entre las clases dirigentes se ha inclinado visiblemente en favor de la burguesía»?. La aseveración de Ramírez se hace insostenible porque precisamente los sectores mayoritarios de la burguesía, incluida la burguesía industrial, «exponente genuina de la burguesía nacional consecuente», se coaligaron con el imperialismo inglés para aplastar el proyecto nacionalista de Balmaceda.

 

En esta lucha por defender las riquezas básicas del país, Balmaceda no contó con ese respaldo por una razón sociológica que cruza toda nuestra historia: en Chile nunca existió una burguesía nacional capaz de realizar las tareas democrático‑burguesas de reforma agraria y expulsión del imperialismo. Cuando Balmaceda planteó las medidas concretas para frenar la penetración del imperialismo inglés, los sectores mayoritarios de la burguesía, que lo habían apoyado en el período 1886‑1889, no sólo le quitaron el respaldo sino que se aprestaron para su derrocamiento.

 

Ensoberbecido por el triunfo, Eduardo Matte escribió el 19 de marzo de 1892 en el diario “El Pueblo”: «Los dueños de Chile somos nosotros, los dueños del capital y del suelo; lo demás es masa influenciable y vendible».

 

En tono parecido se expresó “El Porvenir”, a 4 días de la muerte de Balmaceda: «Pues bien esos oligarcas están hoy en el poder… Desde que se proclamó la dictadura los diarios balmacedistas no cesaron de atizar el odio y la envidia del pobre contra el rico y de incitar a la plebe a la revolución comunista… Ahora, si cualquiera agrupación, arrogándose el título de partido, intenta encarnar el socialismo balmacedista, todos los verdaderos partidos están en el deber de negar los derechos de la beligerancia en el campo de nuestra política. Ahora es tiempo de sofocar la hiedra en su cuna; más tarde no lo será» (‘El Porvenir”, 23‑09‑1891, Santiago).

 

El proyecto político nacionalista de Balmaceda fue el intento más relevante realizado en el siglo pasado para frenar el proceso de semi-colonización del país, que se había agudizado desde la década de 1880 con el incremento de capital financiero foráneo en las explotaciones salitreras. La caída de Balmaceda aceleró la conversión de Chile en semicolonia inglesa, cerrando una fase de la historia de la dependencia de nuestro país y abriendo una nueva ‑que analizaremos en los tomos V y VI‑ caracterizada por la enajenación de las riquezas nacionales y la aceleración de la dependencia económica y cultural.

 


[1]  HERNAN RAMIREZ N.: Balmaceda…  op. cit. p. 249 y 250.

[2] Ibíd p. 138

[3] Ibíd p. 214

[4] Ibíd, pp. 212 y 213

[5] FRANCISCO UNDURRAGA: Recuerdos de 80 años, p. 134 ‑ 135, Imprenta Imparcial, Santiago. 1943.

[6] Boletín de la Sociedad de Fomento Fabril, Nº 2, año VIII., p. 161, 18910.

[7]HERNAN RAMIREZ N.: Balmaceda…, op. cit., p. 249.  

[8] Ibíd., p. 159.

 





EPISTOLARIO DE DIEGO PORTALES

3 09 2008

 

Epistolario Portaliano

  • Carta de Portales a José M. Cea (10 de febrero de 1822)
  • El pensamiento de Portales: carta a José M. Cea (marzo de 1
  • Carta de Portales a Diego José Benavente (23 de febrero de 1825)
  • Carta de Portales a Enrique Newman (29 de marzo de 1830)
  • Ira portaliana: furiosa carta de Portales a Antonio Garfias (10 de diciembre de 1831)
  • Carta de Portales a Antonio Garfias para crear Escuela Náutica (17 de marzo de 1832)
  • Amante de la soltería: carta de Portales a Antonio Garfias (13 de marzo de 1832)
  • Carta de Portales a Antonio Garfias (14 de mayo de 1832)
  • Carta de Portales a Antonio Garfias (6 de diciembre de 1832)
  • Circular de Portales a los adinerados para adquirir flota (27 de mayo de 1836)
  • Portales y la Confederación: carta a Blanco Encalada (10 de septiembre de 1836)
  • Organizando la guerra: carta de Portales a Fernando Urízar (1º de abril de 1837)
  • La muerte de Portales: Carta de Juan A. Álvarez a M. Montt (12 de junio de 1837)

Lima, 10 de Febrero de 1822

Señor José M. Cea. 

Mi querido Cea: Hoy ha venido Sánchez y me dice que Vd continúa mejor; mucho me alegro de todo esto. He decidido hacer las compras de mercadería de que hablé a Vd., y por Sánchez, que por la tarde va a ésa, se impondrá Vd. La situación aquí está complicada y los limeños revolucionados por los últimos sucesos. Como temo el desborde de esta gente descontentadiza de todo lo bueno, malo y regular, pedí al Prefecto algunos soldados para resguardar la casa; y el gran c… se negó diciendo que le faltaba fuerza. Espero que esta  efervescencia pasará gracias a las medidas gubernativas dictadas de ayer. Son débiles las autoridades, porque creen que la democracia es la licencia. Mañana queda terminada la instalación del negocio: todo se ha conseguido para así hacerlo y como el 15 ya podrá estar a disposición del público. Sírvase Vd. Apuntar en el inventario que lleva Sánchez las mercaderías que considere inoficiosas: yo he procedido en esta forma conforme sus últimas instrucciones. ¿Qué sabe de Chile? ¿Es cierto que la situación del Gobierno allí está delicada? Yo no lo creo, porque el hombre es querido y sabe, con la estimación que goza, golpear a los revoltosos (el hombre es OHiggins).

Adiós, adiós.

Diego Portales


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Lima, Marzo de 1822

Señor José M. Cea

Mi querido Cea: los periódicos traen agradables noticias para la marcha de la revolución en toda América. Parece algo confirmado que los Estados Unidos reconocen la independencia americana. Aunque no he hablado con nadie sobre este particular, voy a darle mi opinión.

El Presidente de la Federación de N. A., Mr. Monroe, ha dicho: «Se reconoce que la América es para éstos».

¡Cuidado de salir de una dominación para caer en otra!

Hay que desconfiar de esos señores que muy bien aprueban la obra de nuestros campeones de la liberación, sin habernos ayudado en nada: he aquí la causa de mi temor. ¿Por qué ese afán de Estados Unidos en acreditar Ministros, delegados y en reconocer la Independencia de América, sin molestarse ellos en nada?

¡Vaya un sistema curioso, mi amigo!

Yo creo que todo esto obedece a un plan combinado de antemano; y ése sería así: hacer la conquista de América, no por las armas, sino por la influencia en toda esfera. Esto sucederá tal vez hoy no, pero mañana sí. No conviene dejarse halagar por esos dulces que los niños suelen comer con gusto, sin cuidarse de un envenenamiento.

A mi las cosas políticas no me interesan, pero como buen ciudadano puedo opinar con toda libertad y aún censurar los actos de Gobierno. La democracia que tanto pregonan los ilusos es un absurdo en los países como los americanos, llenos de vicios y donde los ciudadanos carecen de toda virtud, como es necesario para establecer una verdadera República. La Monarquía no es tampoco el ideal americano: salimos de una terrible para volver a otra y ¿qué ganamos?

La República es el sistema que hay que adoptar; ¿pero sabe cómo yo la entiendo en estos países?

Un Gobierno fuerte, centralizador, cuyos hombres sean verdaderos modelos de virtud y patriotismo, y así enderezar a los ciudadanos por el camino del orden y las virtudes. Cuando se hayan moralizado, venga el gobierno completamente liberal, libre y lleno de ideales, donde tengan parte todos los ciudadanos. Esto es lo que pienso y todo hombre de mediano criterio pensará igual.

¿Qué hay sobre las mercaderías que me habló en su última? Yo creo que conviene comprarlas, porque aquí se hacen constantes pedidos. Incluyo en ésta una carta para mi padre, que mandará en el primer buque que vaya a Valparaíso.

Soy de usted su obediente servidor.

Diego Portales


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Santiago, 23 de Febrero de 1825

Mil veces he solicitado a Ud. en su casa, creyendo en cada una de ellas encontrarle ya de vuelta de su paseo; pero entiendo que va largo, según una carta suya que he visto casualmente. Me he resuelto a escribirle sin otro objeto que para recordarle y asegurarle de nuevo que en mí tiene un amigo que, si no es el más importante, al menos es uno de los que con más sinceridad le dan este título. El me hace atreverme a prevenirle que no ha dejado de minorar su concepto en algunos sujetos de fundamento, su retiro absoluto del Gobierno en las circunstancias más tristes y en que privadamente podían haberse ejercitado en beneficio público, su consejo y ascendiente. Yo no me entrometo a acusarle ni absolverle, sólo hago la indicación para que Ud. entre a consultar su conciencia, y obre de conformidad con ella.

Diego Portales


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Santiago, Marzo 29 de 1830

Estimado Newman:

En una de mis cartas dije a Ud. que en la paralización absoluta de mis negocios, pagando intereses, haciendo gastos indispensables por todas partes, etc., sólo una estricta economía puede salvarme de la ruina que me amenaza. Hoy repito a Ud. esto mismo y con más razón, porque las ocurrencias políticas alejan cada día de la República la tranquilidad necesaria para contraerse al negocio.

Ya tenía mulas, cabalgaduras y todo pronto para salir esta semana a Valparaíso y de allí a Copiapó por tierra, después de haber dejado a Ud. las instrucciones necesarias para obrar en mi ausencia; sé que en presentándome en este punto, la negociación de Garín, que hasta ahora me hace temer tanto, se habría enderezado, y acaso hechose buena. Mas esta mañana ha llegado un propio que comunica la noticia de que Uriarte ha sublevado a la guarnición de aquella plaza y a los prisioneros de la Juana Pastora, y conociendo la apatía de nuestro Gobierno para tomar las medidas necesarias, creo que tomará cuerpo aquella sublevación, y he perdido la esperanza de ir a atender al negocio de Garín, en que tengo invertida la mayor parte de mi fortuna, y que repito la creo en peligro. Actualmente me ocupo en buscar alguna persona que vaya en mi lugar, y aunque no podrá hacer lo que yo, al menos servirá de mucho para hacerse cargo de los trabajos, de las esperanzas que ellos prometan, del estado de los fondos que en dinero y especies le tengo remitidos, etc., etc. Al efecto, me mandará Ud. la cuenta corriente general, con dicho Garín, incluyendo 200 pesos que Ingram ha pagado a su mujer, por libranza desde Copiapó y los 2,000 y tantos pesos con sus respectivos intereses, que debía a Cea y Portales y de que yo me hice cargo en parte de pago de los 7,000 pesos en deudas que debí elegir por la transacción con Cea; pero que en la cuenta suenan como pagados por mí a dicho Cea. Igualmente cargará Ud. en ella el importe y gastos de los diezmos rematados en año pasado, y que tengo que pagar en Diciembre de éste, con los 300 pesos dados a Amenábar por gratificación. Debo prevenir a Ud. que para no recibir mayores perjuicios, me he empeñado en solicitar fletes para que la Independencia salga, si es posible, en cuatro o cinco días después de llegada a Valparaíso, y lo he arreglado en esta forma. D. Domingo Otaegui tiene que remitir a Coquimbo del 15 al 20 del que entra, lo más tarde, para cumplir una contrata que ha celebrado con un coquimbano, 800 fanegas harina, y 500 trigo candial, y 100 quintales fierro; ya tiene Ud. más de 2,000 quintales y con alguna más carga que Ud. debe buscar entre los sujetos de ese comercio luego que llegue el buque, se completará y bajará para Coquimbo y de allí subirá al Maule a cargar tres mil quintales entre trigo y harina de D. Clemente Pérez, y bajará con ellos a Coquimbo, y de Coquimbo subirá a Valparaíso precisamente a principios o mediados de Junio; y para entonces tendrá Otaegui prontos otros 2,000 quintales que irá a descargar a Coquimbo, y el resto de la carga se la completaremos con alguna remesa que habrá que hacer a Garín para aquella fecha, si el negocio de sus cargo se mejora. Por si esto sucede, y sabiendo que no puede traer pérdida, ha comprado a don Joaquín Tocornal todos sus charquis y grasa en costales de carnero; al efecto, ha dado orden a la Hacienda para que estos artículos sean conducidos a Bodegas de Budge, antes que entren las aguas. No hemos tratado precio y sólo hemos convenido en que sea el corriente de plaza. Su importe lo abonará Ud. en cuenta a dicho Tocornal.

En virtud de lo que he dicho antes, puede Ud. y debe irse a vivir con Cavareda, y arrendar la casa. Don Juan Antonio Mayo me escribe diciéndome que Igualt se interesa por ella y yo desearía que él la tomase. Ud. sabe lo que ella me cuesta contando con las refacciones, y haciéndole presente todo oirá su propuesta: en la inteligencia que quiero reservarme el comedor para guardar todos los muebles en caso que Igualt no quiera comprarlos o bien para tener donde irme a pasar cuando vaya a ésa por algunos días.

El billete de Valdivia lo vendió Elizalde con un 20 % de descuento, lo que prevendrá Ud. a Bayolo.

Se recibió el reloj para el Dr. Rodríguez; ¿no tiene otras joyas que las contenidas en el único cajoncito en que vino?

¿Ha pagado la Factoría la libranza de Balcarce por tabacos? Puede Ud. mandarme 200 pesos más mis gastos sin necesidad de pedirlos a Waddington?

¿Habrá algún buque que salga pronto para Copiapó? ¿Se vendió la harina que Ud. me previno podía venderse? ¿El trigo blanco que vendió fue del de Concepción o del de Meneses que estaba en las Bodegas de Budge? Me escribe Ud. una carta, y si en un año no puedo contestarle, se pasa otro tanto tiempo sin escribirme. ¿Pasadas todas las partidas de la cuenta Waddington las terceras partes de plata y efectos remitidos a Concepción, gastos, intereses, etc., y abonada la tercera parte de lo cobrado por ventas de trigo, a qué ha venido a quedar reducida la cuenta? ¿Dirigió Ud. a Concepción la carta que dejé escrita para Melgarejo? ¿Qué ha hecho el francés en el sitio, gastará los 4,700 pesos prevenidos en las escrituras? ¿Ha guardado Ud. una medida comprada por Melgarejo y que remitió en la Resolución para medir los trigos?

Mandé una carta a D. Javier Urmeneta, y supuesto que no ha contestado, escríbale otra y otra hasta que conteste. Me agradaría mucho que vendiese, o enajenase Ud. el ajedrez, porque es juego que quita mucho tiempo.

Diga Ud. al S. Cavareda que hoy han salido conducidos por Loyola 50 fusiles, y un cañón con 1,000tiros a bala, los que se servirá hacer remitir a Quillota por su conducto a D. Pedro Mena, quien los entregará al gobernador de aquella ciudad.

Busque Ud. una oportunidad de mucha confianza para mandarme mi silla y avío de campo dentro de los baúles y que me traiga mi caballo con mucho cuidado, y esto que sea pronto.

No tiene más tiempo su afecto.

D. P .


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10 de Diciembre de 1831

Señor don Antonio Garfias

Mi don Antonio:

Dígale Ud. a los c… que creen que conmigo sólo puede haber Gobierno, y orden, que yo estoy muy lejos de pensar así y que si un día me agarré los fundillos y tomé un plazo para dar tranquilidad al país, fue sólo para que los j… y las p… de Santiago me dejaran trabajar en paz. H… y p… son los que joden al gobierno y son ellos los ponen piedras al buen gobierno de éste. Nadie quiere vivir sin el apoyo del elefante blanco del Gobierno y cuando los h… y las p… no son satisfechos en sus caprichos, los pipiolos son unos dignos caballeros al lado de estos cojudos. Las familias de rango de la capital, todas jodidas, beatas y malas, obran con su peso enorme para la buena marcha de la administración. Dígales que si en mala hora se me antoja volver al Gobierno, colgaré de un coco a los h… y a las p… les sacaré la ch… ¡Hasta cuándo… estos m…! Y Ud., mi don Antonio, no vuelva a escribirme cartas de empeño, si no desea una frisca que no olvidará fácilmente.

No desea escribirle más su amigo.

D. Portales


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Valparaíso, 17 de Marzo de 1832

A don A. Garfias

Mucho he escrito a Ud. sobre una cosa que aún no se sabe lo que es; pues señor, es una academia náutica en que antes de dos años tendremos 100 pilotos para emplear en más de 50 buques mercantes que tiene Chile mandados por extranjeros, lo que es una vergüenza: el Gobierno tendrá cuantos necesite para su Marina y contará con la gloria de hacer una cosa tan útil y tan a poco costo. De este plantel sacará los guardamarinas que haya menester y contará con oficiales científicos en todos casos.

Da pudor ver que no haya un subalterno ni un guardiamarina de los actuales que sepan algo de pilotaje y que sepan a penas de maniobras: uno y otra van a aprenderse en la Escuela Náutica. No se diga que el Colegio Militar de Santiago va a dar guardiasmarinas y oficiales de Marina: es cierto que allí se aprenden los primeros principios elementales; pero después tendrán que gastar mucho tiempo en la práctica, cuando aquí todo se va enseñando a un tiempo. A más el Colegio no daría pilotos para los buques mercantes, y se puede asegurar con certeza que los jóvenes que viniesen del Colegio Militar sabiendo aritmética, álgebra, geometría y trigonometría plana y esférica se quedarían como vinieron, porque a bordo nada avanzarían con los comandantes de buques y no maestros: de manera que los jóvenes aprenderían cuando mucho la maniobra por la costumbre de verla; y, en fin, querer que sean marinos con lo que aprendían en el Colegio Militar sería lo mismo que pretender que lo fuese todo ese cardumen de agrimensores nuevos que han estudiado la parte de las matemáticas que se enseña en la Academia Militar.

Si el Gobierno quiere, yo me encargaré de la Inspección de la Escuela Náutica por los primeros 6 meses o hasta dejarla en marcha; si no lo quiere, puede cometer dicha Inspección al Comandante General de la Marina o al Cabildo. El Perú, en medio de sus agonías y de un déficit que asciende casi al otro tanto de sus rentas, mantiene una Academia brillante, y Chile ¿por qué a tan poca costa no se proporcionará un bien de tanto tamaño?

El proyecto de reglamento que incluyo tiene muchos vacíos y no está por cierto en el idioma reglamentario; pero es obra de una hora el mejorarlo.

En fin, si por desgracia se oponen razones o inconvenientes, comuníquelos Ud. para contestarlos.

Nada importa que no se me cometa la Inspección de la Academia; porque yo puedo irme a ella todos los días de entremetido, seguro de que no echarán para fuera y de que conseguiré con súplicas lo mismo que conseguiría con mandatos; mi empeño es para ponerla en camino, que después marchará sola o con la inspección de otro menos templado o empeñoso para estas cosas.

Diego Portales


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Mayo 13 de 1832.

Mi querido Garfias:

Si hay algún bien en la vida es el consuelo de tener un amigo a quien entregarse y que merezca este título sagrado.

Tenga Vd. Paciencia. Debe saber mis relaciones con Constanza Nordenflicht. No es del caso entrar en historia tan desagradable y en que tendría que hacer yo mismo mi panegírico. Sabe Vd. Que tengo dos chicos de ella: que quiero y compadezco a la que está en el colegio y que, a más, no está fuera de mi deber propender a hacerla feliz en cuanto pueda. Declaro a Vd. También, que no he contraído obligación alguna con su madre y que para la puntual asistencia que ha recibido siempre de mí, no he tenido otro móvil, que mi propio honor, la compasión y el deber de reparar los daños que hubiese recibido por mi causa.

Después de estos antecedentes, debo poner en su noticia que se haya gravemente enferma y que la escarlatina puede concluir de un momento a otro con sus días: quiero ser menos desgraciados a los inocentes frutos de mi indiscreción y juventudes, casándome con la madre en artículo de muerte y, al efecto, cuando llegue el caso será Vd. avisado por los facultativos o uno de ellos, para que se presente a representarme y contraer a mi nombre: para esto remito a Vd. el poder necesario.

Debo prevenirle que formada mi firme resolución de morir soltero, no he tenido embarazo y he estado siempre determinado a dar el paso que hoy le encargo; pero con la precisa calidad de que la enferma no dé ya, si es posible, señales de vida: hace cinco años desahuciada y abandonada de los médicos y hasta del Ministro que la auxiliaba: hice varias tentativas para dirigirme a su casa con este mismo objeto; pero me fue imposible vencer el temor de que sobreviviese a aquella enfermedad. Yo no tendría consuelo en la vida, y me desesperaría si me viere casado: esta declaración reglará la conducta de Vd. y me avanza a aconsejarle que, si le es  posible, se case, a mi nombre después de muerta la consorte: creo que no faltaría a su honradez consintiendo en in engaño que a nadie perjudica y que va a hacer bien a unas infelices e inocentes criaturas. Constanza hizo su testamento cerrado en aquel entonces; deja por herederos y por albacea y tutor a don Manuel Rengifo, en cuyo poder se hayan esas disposiciones. De consiguiente, el engaño no perjudica a sus hermanos que podrían heredarla ab-intestato.

En fin, a Vd. me entrego y esta consideración sólo puede hacerme suspender toda otra instrucción. Tengo despedazada el alma, por lo que no me contraigo a sus cartas que he recibido.

Adiós.

D. Portales


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Mayo 14 de 1832

Mi querido Garfias:

Ayer escribí a Vd. bajo cubierta de este Administrador de Correos a Curriel o no sé qué empleado de esa renta; pero tuvo el sentimiento de saber que mi correspondencia llegó 2 minutos después de haber salido el postillón: el Administrador dejó las cartas para remitirlas hoy.

Contesto las suyas 10, 11 y 12 del que rige. Puse en conocimiento de Fuentes sus capítulo de carta relativo a su encargo y me ha traído unos papeles para probarme los siguiente: Su sueldo de 25 pesos mensuales debió correrle desde el 9 de Febrero de 1831; mas él no ha querido exigirlo si no desde el 16, desde el mismo día en que empezó a llenar las obligaciones de su empleo. Dio 5 certificados para que don Clemente Pérez cobrara los 5 meses corridos hasta el 16 de Julio y pagase con ellos a Pope. Después le mandó al mismo Pérez otro certificado del mes corrido desde 16 de Julio hasta el 15 de Agosto, que no sabe si Pérez lo cobró y espera saberlo para repetir contra la testamentería los 25 pesos; y desde el 16 de Agosto para acá no ha mandado un certificado a nadie, y, por consiguiente, dice que nadie puede haber cobrado por él, y si alguien lo ha hecho, diga al Tesorero de Vacuna quien ha sido y con qué certificado. Resulta, pues, que si el finado Pérez no cobró el sexto certificado, la Tesorería de Vacuna a Fuentes 5 meses hasta el 16 de Diciembre, y si Pérez lo cobró, sólo le deberá cuatro meses.

Quedo impuesto de algunas de las porquerías de la Corte: ya causa asco tanta inmundicia; pero, entre tanto van confirmándose mis sospechas de que los fantasmas que ve el pobre don Joaquín lo hacen precipitarse: ha ordenado a Urriola, que de acuerdo con la Asamblea, le propongan a Arteaga para Teniente Coronel efectivo y Comandante en propiedad del Nº 2, con agravio precisamente de los postergados que verán este paso con desesperación.

Los recibos de suscripción fueron entregados por Silva al que la recogió para que recoja también su importe: todos han dicho que lo comprarán aquí sin necesidad de inscribirse.

Queda encargado Silva del expediente de Morán.

Siento mucho no poder satisfacer los deseos del Ministro de Hacienda de verme en ésa. No sé por donde pudiera convenir a mis interese pasar a la capital: yo no espero que nadie me dé conveniencia, menos la quiero del Gobierno: el Ministro, como hombre particular, no puede dármela. Por lo que mira a los intereses públicos, yo sería más que loco si tratase de tomar parte alguna en ellos: pensionarse para remediar un mal cuando queda la puerta abierta para mil, sería fatigarse en vano y recibir perjuicios son fruto. Por esta razón no me tomaré la pensión de observar el proyecto de reforma: Vd. sabe que ninguna obra de esta clase es absolutamente buena ni absolutamente mala; pero ni la mejor ni ninguna servirá para nada cuando esté descompuesto el principal resorte de la máquina. Desengáñese Vd: no queda otro recurso que abandonarnos a la suerte y hacerla arbitro de nuestros destinos; cualquier otra cosa es peor.

Conteste a Landa muy finos sus recuerdos, asegurándole la estimación que hago de su ofrecimiento.

He recibido la licencia del Mayor del Batallón 4, y agradece y retorna a Vd. sus memorias. Recibí también la copia de la caja.

Ayer por la tarde ha entrado la Independencia, y como es destino que no se pase algún día sin sufrir una media docena de sin sabores, para completarla faltaba el de saber que sólo me trae 3,000 $ en 200 quintales cobres: hoy se hacen diligencias de venderlos a cualquier precio, para remitir a Vd. su importe, y que se cubra con él a Ingram, para que así lo encuentre siempre pronto en los apuros, y que acabe de pagar los 1,500, y si se puede también los otros mil. Sólo el tener que esperar a Melgarejo, que debe bajar en la goleta, me hará detenerla, de otro modo no me habría llamado cristiano sino la hubiese hecho salir dentro de 5 días a traerme $ 6,000, que podría haberme traído, si el Capitán hubiera querido esperarse 25 días.

Incluyo a Vd. una carta de don Eugenio Matta para que la muestre al Ministro de Hacienda y lo convenza de lo urgente que me es la resolución sobre el Ingenio: suplíquele, a mi nombre, que la recomiende cuanto su conciencia le permita; porque seguramente don Fernando, el sin óleo, va a tratar de entorpecer este asunto por ser mío.

Lea Vd., con la mayor resera, otra carta que incluyo y resuélvamela para contestarla o no contestarla, porque ya cuesta mucha violencia ocuparse de tan vituperables y reprensibles peligrosas puerilidades.

Cuando vea al Mayor Soto, de Húsares, dígale que he recibido su carta y que agradezco como debo sus atenciones: que habría celebrado mucho si se hubiera efectuado el paseo que pensó hacer, y que no la contesto por exigirlo; que me ha sido muy sensible la muerte de su joven hermano.

Adiós mi don Antonio. Desea a Vd. todo género de goces, sus aftmo.

Portales


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Valparaíso, Diciembre 6 de 1832

Mi querido Garfias:

Empiezo a contestar la suya de ayer para manifestarle el gusto que he recibido con la noticia de la raspa de Tocornal a Panchito. Yo quisiera que aquel buen amigo se penetrase de los bienes que podría hacer con pasos firmes, continuados y justificados, y estoy seguro que haría variar de aspecto enteramente la cosa.

Mucho celebro la reunión que Vd. me participa verificarse en casa de Egaña, especialmente asistiendo su tío D. Miguel, que de todo podrá tener menos de zonzo.

No puede ser mejor la lista de jurados: creo que es la misma que me pasó D. Tadeo Fierro, a quien es preciso dar el título de conocedor en la materia.

Estoy esperando por momentos una nueva contestación de Fuentes sobre el pago de los certificados y probablemente alcanzaré a incluirla en esta carta.

Desde mañana empezarán a andar las diligencias para la compra de los créditos que me incluye Vd. en la lista.

Remito un nombramiento de Sargento de línea para que se lo entregue a Ovejero a fin de que me saque la aprobación del Inspector y me lo duevuelva (sic).

Véase con el Ministro de la Guerra y dígale que ni a esta Comisaría ni al Gobernador se han comunicado las órdenes para el abono de sueldos del escribiente de la Mayoría, ni para que sean admitidos en revista los sargentos de línea, tambores, pífanos y cornetas, ni tampoco para los gastos de papel a la Mayoría, que me haga el gusto de comunicármelas lo más pronto que le sea posible.

Tengo mucho miedo al remate de los diezmos inmediatos a Pedegua, y preferiré dejarla despoblada; sólo remataría el de la Ligua, el de San Antonio o Ingenio u otro inmediato en el caso de que no teniendo postor pudiese rematarse por un tercio menos del año pasado.

El de Copiapó nos ofrece una pérdida de 1,000 pesos este año según una carta que he recibido; a si es que no lo quiero en más de 1,500 $; este año creo que no tendrá oposición, porque el viejo Villegas, que era el único que lo hacía por aracena, no es ya apoderado de éste, y si sale alguno a la parada vea modo de entrar en avenimiento con él.

Véase con Gandarillas y conferencie con él sobre cobranza de los vales de cobro para acordar contra quien, dónde y cómo será más conveniente entablar la acción; impóngale bien de todo. 

(Reservado). Hágase encontradizo con Miller o Mena, o vaya a verlos al almacén del consulado con el pretexto de saber si es cierto que D. José Manuel Cea, ponedor de los 35,000 $ en documentos, convino en relevar, y de facto relevó a Vicente García, Osorio y Varela de las finanzas con que los habían asegurado; aguaite una ocasión oportuna para decirles que Vd. como mi apoderado general, y en virtud de instrucciones que le he dejado, tiene que buscar y anda buscando varios documentos que le cito en mis instrucciones para proceder en el asunto, sin decirles el modo como va a proceder. Así puede Vd. sondearlos y ver lo que piensan, o si le abren algunos partidos.

Dígale al Mayor García que me conteste, y que le diga al Sargento Soto que se marche cuanto antes, que hoy va su nombramiento para la aprobación del Inspector, y ayúdele Vd. a conseguir una suma que debe entregarle la Comandancia para la construcción de correajes, etc.

Hasta mañana. Salud y la gracia eficaz del Señor.

Suyo.

D. Portales


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(Carta-circular enviada por el ministro pidiendo fondos en préstamo a particulares adinerados, para que el Estado pueda adquirir y equipar una flota de guerra contra la Confederación de Santa Cruz al comenzar las agresiones contra la estabilidad chilena de parte de este último)

Santiago, 27 de Mayo de 1836

El gobierno creería contraer una grave responsabilidad si desatendiese por más tiempo la necesidad en que se halla la República de una fuerza naval que guarde nuestras extensas costas, desprovistas de todo género de defensa, que vigile la puntual observancia de las leyes fiscales, y proteja nuestro comercio exterior. Y no bastando a llenar nuestro objeto las rentas ordinarias del Estado, que no es posible aumentar sin la embarazosa imposición de nuevas cargas y contribuciones, el gobierno, antes de recurrir a este último arbitrio, ha querido probar si sería posible levantar entre los capitalistas chilenos y los extranjeros establecidos en Chile, un empréstito de valor de 400.000 pesos, suma que juzga bastaría para la compra y avío de una fuerza naval competente. Antes de dirigirse al cuerpo legislativo a fin de que le faculte para realizar este plan y señale fondos para el pago de los intereses y amortización del empréstito, ha tenido a bien dirigirse previamente a aquellos individuos en quienes supone facilidad y disposición para proporcionar al Estado esta suma, con la mira de saber de ellos de un modo positivo el número de acciones con que podrían suscribirse a ella. El gobierno no se halla en el caso de ofrecer condiciones que pudiesen presentar un aliciente a la codicia. Dirigiéndose a V., como a los demás habitantes a quienes cree no pueden ser un objeto indiferente la seguridad del Estado y la observancia de sus leyes, cuenta sólo con su desprendimiento y su espíritu público, y con la evidencia de las ventajas que la ejecución de este proyecto debe producir al país.

La demostración que acompaño instruirá a V. de sus por menores. Si. V., como lo espera el Gobierno, toma parte en él, se servirá expresar a continuación y bajo su firma, el número de acciones con que se suscriba.

Dios guarde a V.

Diego Portales


 

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Santiago, 10 de Septiembre de 1836

Sr. Don Manuel Blanco Encalada

Muy apreciado amigo:

Es necesario que imponga a usted con la mayor franqueza de la situación internacional de la República, para que usted pueda pesar el carácter decisivo de la empresa que el Gobierno va a confiar a usted dentro de poco, designándolo como Comandante en Jefe de las fuerzas navales y militares del Estado en la campaña contra la Confederación Perú-Boliviana. Va usted, en realidad, a conseguir con el triunfo de sus armas, la segunda independencia de Chile. Afortunadamente el camino que debe recorrer no le es desconocido: lo ha seguido en otra época en cumplimiento de su deber y de patriota, y de esas dos virtudes supo extraer glorias y dignidades para la patria.

La posición de Chile frente a la Confederación Perú-Boliviana es insostenible. No puede ser tolerada ni por el pueblo ni por el Gobierno, porque ello equivaldría al suicidio. No podemos mirar sin inquietud y la mayor alarma, la existencia de dos pueblos confederados y que, a la larga, por la comunidad de origen, lengua, hábitos, religión, ideas, costumbres, formarán, como es natural, un sólo núcleo. Unidos estos dos estamos, no más sea que momentáneamente, serán siempre más que Chile en todo orden de cuestiones y circunstancias. En el supuesto que prevaleciera la Confederación a su actual organizador, y ella fuera dirigida por un hombre menos capaz que Santa Cruz, la existencia de Chile se vería comprometida. Si por acaso, a la falta de una autoridad fuerte en la Confederación, se siguiera en ella un período de guerras intestinas que fuese obra del caudillaje y no tuviese por fin la disolución de la Confederación, todavía ésta, en plena anarquía, sería más poderosa de que la República. Santa Cruz está persuadido de verdad; conoce perfectamente que por ahora, cuando no ha cimentado su poder, ofrece flancos sumamente débiles, y estos flancos son los puntos de Chile y Ecuador. Ve otro punto, pero otro punto más lejano e inaccesible que lo amenaza, y es la Confederación e las Provincias Unidas del Río de la Plata. Por las mismas regiones que fueron el Alto Perú, es difícil amagar a Lima y a la capital boliviana en un sentido militar, pero el cierre de las fronteras platenses no dejará de dañarle, por una parte, y no le permitirá concentrar su ejército en un punto, sino repartirlo en dos o tres frentes: el que prepare Chile, el que oponga el Ecuador o el que le presente Rosas.

El éxito de Santa Cruz consiste en no dar una guerra hasta que su poder se haya afirmado; entrará en las más humillantes transacciones para evitar los efectos de una campaña, porque sabe que ella despertará los sentimientos nacionalistas que ha dominado, haciéndolos perder en la opinión. Por todos los medios que están a su alcance ha prolongado una polémica diplomática que el Gobierno ha aceptado únicamente para ganar tiempo y para armarnos, pero que no debemos prolongar ya por más tiempo, porque sirve igualmente a Santa Cruz para preparar una guerra exterior. Está, pues, en nuestro interés, terminar con esta ventaja que damos al enemigo.

La Confederación debe desaparecer para siempre jamás del escenario de América. Por su extensión geográfica; por su mayor población blanca; por las riquezas conjuntas del Perú y Bolivia; apenas explotada ahora; por el dominio que la nueva organización trataría de ejercer en el Pacífico, arrebatándonoslo; por el mayor número también de gente ilustrada de raza blanca, muy vinculadas al influjo de España que se encuentran en Lima; por la mayor inteligencia de sus hombres públicos, si bien de menos carácter que los chilenos; por todas estas razones, la Confederación ahogaría a Chile antes de muy poco. Cree el Gobierno, y éste es un juicio también personal mío, que Chile sería una dependencia de la Confederación como lo es hoy el Perú, o bien la repulsa a la obra ideada con tanta inteligencia por Santa Cruz, debe ser absoluta. La conquista de Chile por Santa Cruz no se hará por las armas en caso de ser Chile vencido en la campaña que usted mandará. Todavía se conservará su independencia política. Pero intrigará en los partidos, avivando los odios de los parciales de los O’Higgins y Freire, echándolos unos contra otros; indisponiéndolos a nosotros con nuestro partido, haciéndonos víctimas de miles de odiosas intrigas. Cuando la descomposición social haya llegado a su grado más culminante, Santa Cruz se hará sentir. Seremos entonces suyos. Las cosas ya caminan a ese estado. Los chilenos que residen en Lima están siendo víctimas de los influjos de Santa Cruz. Pocos caudillos de América pueden comparársele a éste en la virtud suprema de la intriga, en el arte de desavenir los ánimos, en la manera de insinuarse sin hacer sentir para ir al propósito que persigue. He debido armarme de una entereza y de una tranquilidad muy superior, para no caer agotado en la lucha que he debido sostener con este hombre verdaderamente superior, a fin de conseguir una victoria diplomática a medias, que las armas que la república confía a su inteligencia, discreción y patriotismo, deberá completar.

Las fuerzas navales deben operar antes que las militares, dando golpes decisivos. Debemos dominar para siempre en el Pacífico: ésta debe ser su máxima ahora, y ojalá fuera la de Chile para siempre fuerzas militares chilenas vencerán por su espíritu nacional, y si no vencen contribuirán a formar la impresión que es difícil dominar a los pueblos de carácter. Por de contado que ni siquiera admito la posibilidad de una operación que no tenga el carácter de terminante, porque esto es lo que… (Falta parte de la carta, escrita a puño y letra de Portales)

Portales


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Santiago, Abril 1º de 1837

Señor don Fernando Urízar Garfias

Apreciado amigo:

Por aquella parte de su conducta ministerial, que se ha puesto en mi noticia, le voy descubriendo gobernaderas: veo que tiene usted la prudencia y la firmeza, y que entiende el modo más útil de conducir al bien a los pueblos y a los hombres. Palo y bizcochuelo, justa y oportunamente administrados, son los específicos con que se cura cualquier pueblo, por inveteradas que sean sus malas costumbres.

Creo, pues, que será no sólo conveniente sino indispensable, conferir a usted el mando de la provincia, y mandarle a doña Dominga con cama, y petacas.

Me ha dejado usted frío con el aviso de haber mandado al Ejército Restaurador 19 reclutas cuando yo esperaba 200. Por Dios, don Fernando, tan santa es la provincia que no tenga 200 malos vagos? No tengo aviso de usted, pero supongo en su poder la orden de pedir al campamento la fuerza de caballería que necesite para la aprehensión y conducción de reclutas. Me parece bien, y el único a propósito para llenar los fines que se ha propuesto el Gobierno, el medio que se ha propuesto usted para la recluta tomar informes previamente de los que tengan los requisitos prevenidos- formar su lista y enseguida mandar por ellos, sin bulla que alborote a los demás. Mejor me ha parecido el paso de llamar a los padres de los voluntarios para que le den destino honesto o vayan al Ejército como vagos.

Es absolutamente necesario que luego que pasen las elecciones y haya hecho su visita a Los Andes, se pase a Petorca, porque es este el pueblo de la provincia que abunda más en males y que necesita, por consecuencia, de más y más urgentes remedios. Proponga usted a don Pablo Silva para Gobernador, y este me parece que será uno de los remedios, porque le noto cierta decencia y cierta propensión al bien, que suple su falta de alcances, alejándole de cometer acciones sucias o indignas. Escríbale usted así.

Van a relevar sus dos napoleones con otros dos que no espero que saldrán mejores.

Reclutas para el campamento, mi don Fernando, aún nos faltan muchos para completar los cuerpos de caballería e infantería, y la expedición zarpará muy pronto.

Ya sabrá usted que en Petorca se perdió capítulo saliendo de Diputado el canónigo Bilbao por recomendación de don E. Portales, que aseguró estar para esto de acuerdo con el Presidente y Ministros.

Todavía duran los 300 pesos, Le presento nuevos a usted luego que se le acaben.

No hay mucho tiempo de qué disponer. Adiós.

D. Portales


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Valparaíso, Junio 12 de 1837

Sr. D. Manuel Montt

Muy apreciado amigo:

He dormido irregularmente como solía en ésa, y quiero emplear una parte de la noche en contestar su larga y apreciable carta de fecha… del corriente.

Siento muchísimo no estar acorde con las ideas Ud. vierte. Yo, por mi parte, si he de decir la verdad y expresar mis sentimientos sin doblez, soy de opinión que aun cuando fuéramos más estúpidos que los hotentotes, más herejes que los ateístas y gobernados con las leyes de Dracón, con tal que gozáramos de la libertad de nuestros antiguos progenitores, Chile sería veinte mil veces más feliz que si estuviera poblado de hombres eruditos, santos y cuanto Ud. quiera, pero serviles y degradados; y a esta objeción abominable marchábamos con pasos agigantados en vida del Ministro Portales. Él era, no se puede negar, un hombre extraordinario de gran talento, y la patria fue su ídolo, a quien con una heroicidad que honra al país, sacrificó su fortuna, su reposo y todo cuanto valía, con admirable constancia; pero, amigo, se iba ya corrompiendo poco a poco, a mi ver, sin advertirlo él mismo. Colocado a principios de la revolución del veintinueve en una posición violenta, se vio en la necesidad, por el bien de la República, de tomar medidas fuertes y se le había hecho la mano a dar esos golpes de autoridad por quítame allá esas pajas. Lo que más contribuía a que el mal se fuera haciendo incurable, era la multitud de adoradores que le rodeaban. No se encontraba un hombre, entre los de gabinete, (a excepción de Ud., hablo francamente), que se atreviese a contradecirle y decirle la verdad. Yo he tenido ocasión de conocer esto, por que he leído toda su correspondencia privada cuando formé el inventario. Al pobre Cavareda (hombre bueno y fuera muy útil al país si tuviera bastante energía para obedecer a sus inclinaciones), me dicen que le trataba a la baqueta, y así a todos los demás, sin respetar al más condecorado. De donde resultaba que no tenía más amigos que hombres obscuros, sin ningún mérito, sus protegidos, que estaban todo el día con la boca abierta, adivinándole el pensamiento para ejecutarlo al momento; fuese lícito o ilícito, lo mandado. ¿Le parece a Ud. buen presagio este imperio absoluto en el gobernante y esa obediencia ciega en los súbditos, inclusive en los intendentes y gobernadores de toda la República?

Mire Ud. esta unidad bajo el punto de vista que le parezca, pero no podrá negarme este hecho. Portales tenía en su mano la suerte o desgracia de toda la República, podía disponer de ella a su antojo, sin la menor contradicción. Por lo menos contaba con los medios y todo se lo podía prometer de su gran influencia, de su talento y coraje; y ¿no le parece a Ud. muy triste, muy precaria, muy miserable la felicidad de un Estado que penda sólo de la voluntad de un hombre? Y de qué hombre: de quien teníamos presunciones muy vehementes para creer que se había de convertir en tirano detestable. Aun cuando no hubiera sido un seductor inmoral, como es público, sino un santo, el más virtuoso, todos debíamos temerlo. Salomón, iluminado por Dios y al principio de su reinado, de mayor rectitud que Portales, fué al fin un déspota cruel. Nerón mismo inspiró en su juventud grandes esperanzas y se presumía el padre de la patria. Es necesario no conocer al hombre para creer siempre invariable su conducta. Nó; no pienso del mismo modo que Ud. Como hombre, se me partió el alma al ver el cadáver de Portales; derramé sobre él lágrimas muy sinceras, hubiera dado mi vida por resucitar a este hombre tan grande, que nos prestó servicios eminentes, dignos de mejor suerte; pero como chileno, bendigo la mano de la Providencia que nos libró en un solo día de traidores infames y de un ministro que amenazaba nuestras libertades.

Ahora ya el Presidente tomará más respetabilidad; porque, a la verdad, antes no era sino como un tronco de roble, de quien nadie hacía caso. Las Cámaras cobrarán también más energía y popularidad, sabrán que han sido creadas para defender los derechos de sus comitentes y oponer algún dique ejecutivo, equilibrando los poderes. Todo, en fin, cambiará de aspecto, y yo solamente hago votos por que no haya derramamiento de sangre y por que cualquier innovación se haga observando las leyes y para el bien de la patria.

La guerra con el Perú no me parece tan necesaria. Podemos hacer alguna transacción honrosa y ventajosa para Chile, y en caso de que el Gobierno determine llevarla adelante, poco se ha perdido. El costo principal está hecho, sólo faltan hombres, y ociosos sobran en Chile. Si a Ud. le parece, proponga que me manden a mí de cualquier cosa. Yo moriré con gusto con tal que no abandonen después a mi mujer y a mi Virginia.

No sé cómo diga Ud. que entraba en los planes del Ministro mejorar la educación. Yo convengo en que esos serían sus deseos, mas no en que los medios que había adoptado fuesen los más a propósito. A Ud. mismo le he oído mil veces que se llevó luchando a fin de impedir la abolición del Instituto. ¡Quién sabe si Meneses y Bello se hubiesen salido al cabo con la suya!

Ya quiere amanecer y cuando duerma otra vez irregularmente continuaré sobre este asunto.

No crea Ud. que aquí hablo con alma nacida sobre cosas políticas. Don Domingo Espiñeira, de quien tendrá Ud. noticias, y un primo de él, son los únicos amigos que veo y trato y quisiera que no se fastidiaran de mí y estrecháramos cada día más nuestras relaciones. Exceptuando esto, a los demás los miro como mis mayores enemigos, ando huyendo de ellos y estoy violento el rato que paso fuera de casa. Se hila aquí muy delgado. Cada uno tiene las de Quico y Caco. Cosa que se va haciendo para mí insoportable. He aprendido más a vivir en un mes de Valparaíso, que si hubiera estado diez años en Santiago, y el que me ha enseñado y a quien lo debo todo es a don Domingo Espiñeira. Tanto por estas razones que son muy poderosas, por mi carácter franco y confiado como por otras muchas que escribiré después, deseo ardientemente que Ud. me haga el mayor servicio que también lo será para Ud. mismo, porque estará Ud. libre de mis majaderanzas. Este servicio que si Ud. puede sin perjuicio del prójimo es que se me traslade a Chiloé.

Lo he meditado mucho y veo que es lo más conveniente. Preferiría dos mil pesos en Chiloé a cinco mil en Valparaíso. Le hablo a Ud. lo que siento.

Sobre la batalla del Barón y los demás accesorios, quisiera escribir a Ud. largamente, pero temo que no se me crea. Yo lo he visto casi todo; si Ud. pues me tiene por testigo imparcial y verídico, avísemelo y cuando tenga lugar le referiré lo más mínimo.

Dispénseme los borrones no puedo escribir sin ellos al primer golpe y esta se ha alargado tanto que tendrá a bien dispensarme que ésta se la haya mandado así.

Mande Ud. a su amigo

 J. A. Álvarez.





Carta de Diego Portales a José M. Cea (marzo de 1822)

25 08 2008

Señor José M. Cea.

Mi querido Cea: Los periódicos traen agradables noticias para la marcha de la revolución de toda América. Parece algo confirmado que los Estados Unidos reconocen la independencia americana. Aunque no he hablado con nadie sobre este particular, voy a darle mi opinión. El Presidente de la Federación de N.A., Mr. Monroe, ha dicho: “ se reconoce que la América es para estos” . ¡Cuidado con salir de una dominación para caer en otra! Hay que desconfiar de esos señores que muy bien aprueban la obra de nuestros campeones de liberación, sin habernos ayudado en nada: he aquí la causa de mi temor. ¿Por qué ese afán de Estados Unidos en acreditar Ministros, delegados y en reconocer la independencia de América, sin molestarse ellos en nada? ¡Vaya un sistema curioso, mi amigo! Yo creo que todo esto obedece a un plan combinado de antemano; y ese sería así: hacer la conquista de América, no por las armas, sino por la influencia en toda esfera. Esto sucederá, tal vez no hoy; pero mañana sí. No conviene dejarse halagar por estos dulces que los niños suelen comer con gusto, sin cuidarse de un envenenamiento. A mí las cosas políticas no me interesan, pero como buen ciudadano puedo opinar con toda libertad y aún censurar los actos del Gobierno. La Democracia, que tanto pregonan los ilusos, es un absurdo en los países como los americanos, llenos de vicios y donde los ciudadanos carecen de toda virtud, como es necesario para establecer una verdadera República. La Monarquía no es tampoco el ideal americano: salimos de una terrible para volver a otra y ¿qué ganamos? La República es el sistema que hay que adoptar; ¿pero sabe cómo yo la entiendo para estos países? Un Gobierno fuerte, centralizador, cuyos hombres sean verdaderos modelos de virtud y patriotismo, y así enderezar a los ciudadanos por el camino del orden y de las virtudes. Cuando se hayan moralizado, venga el Gobierno completamente liberal, libre y lleno de ideales, donde tengan parte todos los ciudadanos. Esto es lo que yo pienso y todo hombre de mediano criterio pensará igual.

¿Qué hay sobre las mercaderías de que me habló en su última? Yo creo que conviene comprarlas, porque se hacen aquí constantes pedidos. Incluyo en ésta una carta para mi padre, que mandará en el primer buque que vaya a Valparaíso.

Soy de Vd. Su obediente servidor

Diego Portales




Carta de Domingo Santa María a Pedro Pablo Figueroa (8 de septiembre de 1885)

25 08 2008

He leído los apuntes que dicté a usted, sobre mi biografía para su Diccionario, y le devuelvo esos apuntes y le envío la biografía que yo he redactado, a base de ellos. De publicarse esa biografía, quisiera que usted la dejase en la misma forma en que la he escrito. Ella se ajusta en todo a la verdad y no contiene nada que no sea exacto.

Una vida como la mía, que ha tenido en la política chilena tantas vicisitudes, tantos triunfos y quebrantos, tantas glorias y amarguras, debe ser expuesta con claridad para evitar así los juicios favorables como aquellos en contrario a mi persona. Junto con Vicuña Mackenna, he sido uno de los hombres que ha levantado en Chile más admiradores incondicionales y los más fervorosos contradictores. Se me ha acusado de falta de línea, de doctrina, de versatilidad, de incoherencia en mis actos. Es cierto; he sido eso porque soy un hombre moderno y de sensibilidad, capaz de elevarme sobre las miserias del ambiente y sobreponerme a la política de círculo y de intrigas. Pero nadie ni el más enconado de mis enemigos puede acusarme con sinceridad de que no he trabajo, como el que más, por mi Chile, por elevarlo, por magnificarlo y colocarlo a la altura de gran nación que le reserva el destino y un porvenir cercano. Tampoco mis enemigos pueden decir de mí que no haya dejado ni un momento de servir, con el mismo cariño con que he trabajado por mi patria, la causa liberal hasta convertirla en una escuela de doctrina.

El haber laicizado las instituciones de mi país, algún día lo agradecerá mi patria. En esto no he procedido ni con el odio del fanático ni con el estrecho criterio de un anticlerical; he visto más alto y con mayor amplitud de miras. El grado de ilustración y de cultura a que ha llegado Chile, merecía que las conciencias de mis ciudadanos fueran libertadas de prejuicios medievales. He combatido a la iglesia, y más que a la iglesia a la secta conservadora, porque ella representa en Chile, lo mismo que el partido de los beatos y pechoños, la rémora más considerable para el progreso moral del país. Ellos tienen la riqueza, la jerarquía social y son enemigos de la cultura. La reclaman, pero la dan orientando las conciencias en el sentido de la servidumbre espiritual y de las almas. Sin escrúpulos de ninguna clase, han lanzado a la iglesia a la batalla para convertir una cuestión moral, una cuestión de orden administrativo, una cuestión de orden político, en una cuestión de orden religioso, en un combate religioso, de lesión a las creencias, de vulneración a la dignidad de la iglesia. Esto no es exacto, y los resultados están a la vista. La iglesia ha perdido feligreses, ha visto marchitarse la fe de sus devotos y el que ha ganado ha sido el partido conservador al aumentarse sus filas. El daño que la iglesia se ha hecho es ya irreparable, porque ha dividido la conciencia nacional y el partido conservador ha quedado manifiestamente como un grupo de hombres en los cuales falta hasta el patriotismo por obedecer a la curia romana. Estaba dispuesto a aceptar que un vil italiano, el delegado apostólico tomase la dirección de la iglesia chilena. Frailes y beatos obraron de consumo para conseguir semejante monstruosidad que yo paralicé indignado. Así es la conciencia de los conservadores. Hablan en un lenguaje sutil de patriotismo y de la conciencia, y son capaces de las mayores traiciones.

Es claro; los pecados les duran cuanto el fraile se demora en absolverlos para dejarlos otra vez en actitud de pecar, de escamotear al pobre su trabajo, de mentir con elegancia, de sobornar, etc. Se ha dicho que soy sectario y que me guía un odio ciego a la iglesia. No es cierto. Soy bastante inteligente para saber distinguir entre los ritos ridículos que la iglesia ha creado para dominar las conciencias de los hombres por esa terrible palabra que llaman fe, y lo que es un pensamiento razonado y lógico de un hombre capaz de comprender que rige al mundo algo superior, y que la iglesia se embarulla para ejercer un dominio universal en nombre de Cristo, que si se levantara de su tumba los arrojaría nuevamente a azotes del templo. Estos han hecho de la doctrina de Cristo el más grande peculado y negociado que haya visto jamás la cristiandad. Y a pesar de tener esas ideas, aunque soy librepensador en materias religiosas y de creer en un Cristo humano y piadoso, la iglesia no se ha separado del Estado, porque no he querido y he luchado por mantener la unión. Aquí he visto como estadista y no como político; he visto con la conciencia, la razón y no con el sentimiento y corazón. Hoy por hoy, la separación de la iglesia del Estado importaría la revolución. El país no está preparado para ellos. La separación no puede ser despojo ni una confiscación.

El problema de orden jurídico que él entraña , no lo ven ni comprenden en toda su extensión ni Augusto Orrego Luco, ni Balmaceda ni Mac-Iver y apenas si lo vislumbra Isidoro Errázuriz. Para Amunátegui es una cuestión de ley; para Barros Arana, comerse a los frailes asados en el fuego de una inquisición liberal en una parrilla. Es más hondo el asunto. Las leyes laicas dejan preparado el terreno para que algún día en conveniencia de la propia iglesia se produzca la separación por su pedido o tácita aceptación. Esto lo querrá en el tiempo el resultado de las actuales agitaciones al perder con ellas la iglesia su respetabilidad moral y cuando mire serenamente al partido conservador como su peor verdugo, porque ni siquiera es su enemigo. Hay que dejar las cosas tal como están hasta que se forme en la iglesia la conveniencia de la separación. Apurarla es un error, es un crimen político y social. Yo no quise hacer la separación y preferí detenerla y entenderme con el papa para encontrar la paz de las conciencias.

Se me ha llamado autoritario. Entiendo el ejercicio del poder como una voluntad fuerte, directora, creadora del orden y de los deberes de la ciudadanía. Esta ciudadanía tiene mucho de inconsciente todavía y es necesario dirigirla a palos. Y esto que reconozco que en este asunto hemos avanzado más que cualquier país de América. Entregar las urnas al rotaje y a la canalla, a las pasiones insanas de los partidos, con el sufragio universal encima, es el suicidio del gobernante, y no me suicidaré por una quimera. Veo bien y me impondré para gobernar con lo mejor y apoyaré cuanta ley liberal se presente para preparar el terreno de una futura democracia. Oiga bien: futura democracia.

Se me ha llamado interventor. Lo soy. Pertenezco a la vieja escuela y si participo de la intervención es porque quiero un parlamento eficiente, disciplinado, que colabore en los afanes de bien público del gobierno. Tengo experiencias y sé a dónde voy. No puedo dejar a los teorizantes deshacer lo que hicieron Portales, Bulnes, Montt y Errázuriz. No quiero ser Pinto a quien faltó carácter para imponerse a las barbaridades de un parlamento que yo sufrí en carne propia en las dos veces que fui ministro, en los días trágicos a veces, gloriosos otros de la guerra con el Perú y Bolivia. Esa fue una etapa de experiencia para mí en la que aprendí a mandar sin dilaciones, a ser obedecido sin réplica, a imponerme sin contradicciones y a hacer sentir la autoridad porque ella era de derecho, de ley y, por lo tanto, superior a cualquier sentimiento humano. Si así no me hubiese sobrepuesto a Pinto durante la guerra, tenga usted por seguro que habríamos ido a la derrota.

Dejo ya estos apuntes. La biografía que le acompaño pasa por alto los últimos acontecimientos. Están muy cercanos para pronunciar juicio. Quiero que publique esta biografía tal como se la envío. No le agregue ni quite nada. Deje al tiempo lo que corresponde obrar al tiempo. Yo sé que he cometido errores porque soy vehemente y apasionado, porque amo demasiado a mi patria y porque soy hombre de acción impetuosa en lo que estimo grande para mis conciudadanos y para esta preciosa tierra mía. He sufrido por esta tierra, han sufrido los míos, pero ¿qué importa? Ya Chile es la potencia de Chile en América. Esto es lo que vale. Mis defectos no significan nada, mi pobreza tampoco, la pérdida de amigos queridos en las batallas de contradicción y de odios no pesan ante esta sola palabra: hemos labrado la grandeza de Chile y podemos medirnos con los hombres que nos dieron patria, casi de igual a igual, porque hemos seguido su herencia imitándolos con la reverencia que nos merecen esos patriotas.

Cuente con su amigo que lo recuerda y le tiene muy presente en la petición que le ha hecho y que cumplirá debidamente.

Domingo Santa María.





BIENVENIDO

19 08 2008

HISTORIA DE CHILE REPUBLICANO

Profesora de cátedra: Ana Henríquez Orrego

E-mail: historia1imagen@gmail.com

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Ideario político Diego Portales

19 08 2008

Lectura complementaria para primera cátedra HIS 403 

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EXTRACTO DE TRABAJO:  Socialización del ideario político de Diego Portales

Pragmatismo de Diego Portales

Diego Portales no despreciaba por sí mismo el ideal democrático, pero según su concepción, en Chile aún no estaban dadas las condiciones necesarias para aplicarlo en todas sus manifestaciones. Consciente de la realidad circundante, que compromete tanto el contexto político de Chile, como las características propias de la identidad de los chilenos, propone como necesidad básica organizar la república a partir de sólidas bases que permitieran instaurar el orden y la estabilidad, con una República fuerte, centralizada y autoritaria. Como idea, como proyecto o como simple opinión, este pensamiento está claramente delineado en la famosa carta que escribe Portales a su amigo y socio José Manuel Cea en marzo de 1822.

“A mi las cosas políticas no me interesan, pero como buen ciudadano puedo opinar con toda libertad y aún censurar los actos del Gobierno. La Democracia, que tanto pregonan los ilusos, es un absurdo en los países como los americanos, llenos de vicios y donde los ciudadanos carecen de toda virtud, como es necesario para establecer una verdadera República. La Monarquía no es tampoco el ideal americano: salimos de una terrible para volver a otra ¿y qué ganamos? La República es el sistema que hay que adoptar; ¿pero sabe como yo la entiendo para estos países? Un Gobierno fuerte centralizador, cuyos hombres sean verdaderos modelos de virtud y patriotismo, y así enderezar a los ciudadanos por el camino del orden y de las virtudes. Cuando se hayan moralizado venga el gobierno completamente liberal, libre y lleno de ideales, donde tengan parte todos los ciudadanos. Esto es lo que yo pienso y todo hombre de mediano criterio pensará igual”.[30]

La claridad y simpleza con la que Portales expone en esta carta sus ideas, ha llevado a que todos quienes se han interesado en analizar el proyecto o ideario político de Portales la consignen como fundamental, y por cierto, nosotros no hemos sido la excepción. No obstante, conscientes de que esta carta solo es un esbozo del pensamiento político de Portales, estimamos necesario incorporar en este análisis, al menos la selección más relevante de epístolas en que nuestro personaje fue delineando sus apreciaciones respecto de la marcha del Gobierno.

Si bien la misiva que Portales envía a Cea es muy clarificadora en cuanto al ideal de Gobierno que debería ser establecido en Chile, ésta no pasa de ser una simple apreciación de un comerciante chileno que se halla en Lima probando suerte mercantil. Lo verdaderamente relevante desde el punto de vista del rol histórico desarrollado por Portales en la construcción o génesis del Estado en Chile es su participación directa en los quehaceres gubernamentales, los cuales podríamos, perfectamente circunscribir entre abril de 1830 y junio de 1837, es decir, desde el momento en que conforme con el nombramiento expedido por José Tomás Ovalle, llega por primera vez al Ministerio del Interior, hasta el día en que es asesinado en Valparaíso. Esto no implica ignorar que durante el período que va desde el 31 de agosto de 1831 al 21 de septiembre de 1835 Portales se mantuvo separado del Gobierno, en cuanto no desempeñó cargos ministeriales, ni aceptó ser el Vicepresidente de la República. No obstante, su prolífica correspondencia deja ver que, incluso en los momentos en que estuvo distanciado del Gobierno, nunca se despreocupó de la cosa pública. Lo buscaban, lo instaban a pronunciarse -a veces incluso contra su voluntad- respecto de diversos temas políticos, y a través de su correspondencia se aprecia que daba consejos acerca de todo tipo de materias: censuraba la debilidad del gobierno, impregnaba a sus amigos y conocidos sus propias ideas y conceptos, muchos de ellos de una naturaleza tan simple como avasalladora, como por ejemplo, la idea de identificar siempre (para poder separarlos) al “bueno” y al “malo”, aconsejando dar “biscochuelos” a uno y “palos” al otro.[31]

A continuación esperamos precisar con mayor claridad las ideas expuestas. Para ello estructuraremos nuestro discurso a partir de algunas de las principales epístolas escritas por Portales, así como también algunos decretos y artículos periodísticos de su autoría.

Diego Portales en el Gobierno

El primero de abril de 1830 la presidencia fue asumida por José Tomás Ovalle. El 6 de abril fue nombrado Diego Portales como Ministro de Relaciones Exteriores, de Interior y de Guerra y Marina. A sólo veinte días de su designación, el triministro aseguraba “…de cinco horas destinadas al sueño, el resto de las veinticuatro no son mías”.[32]

Al parecer, había llegado el tiempo en que sus apreciaciones respecto del tipo y forma de gobierno que debía generarse en Chile podía llevarlos a la práctica. Ya no era sólo un comerciante opinando desde lejanas tierras, ahora estaba en el Gobierno mismo y desde allí habría de aplicar sus fundamentos políticos.

Portales afirma ser consciente de la realidad circundante y frente a ella en concreto manifiesta sus “opiniones políticas”, opiniones que, sin duda, van mucho más allá, para convertirse en consejos, reprimendas o decisiones. Su influencia entre los contemporáneos era tal que le buscaban, le exigían pronunciarse, se le intentó retener al lado del Gobierno, pero se alejó en agosto de 1831 a atender sus negocios para reincorporarse solo en septiembre de 1835.

Ideario político de Diego Portales

A continuación expondremos, en términos generales, las ideas fundamentales contenidas en el ideario político de Diego Portales, las cuales serán abordadas y profundizadas en el capítulo IV de la presente investigación, cuando se contraste las afirmaciones de Portales en sus epístolas y otros documentos (decretos – artículos de prensa) con las ideas fuerza desarrolladas por El Araucano.

Los buenos y los malos

A juicio de Portales, el secreto para gobernar bien era saber distinguir el bueno del malo. Si esto no era hecho con acierto, oportunidad y constancia, se originaba el “descontento de los buenos… su desfallecimiento”. Este tipo de afirmaciones prolifera en sus epístolas. A su amigo Antonio Garfias le decía “El peor mal que encuentro yo en no apalear al malo, es que los hombres se apuran poco en ser buenos, porque lo mimo sacan de serlo como de ser malos”.[33] En otra de sus cartas, en tono de consejo y también de crítica al proceder del Presidente Prieto, le dice a Ramón Cavareda el 7 de marzo de 1833 “…sólo puede tenerse confianza en el hombre de honor, y que toda distinción al malo es lo mismo que criar cuervos y sólo sirve para hacer desmayar al bueno… Si usted examina bien el origen de los males que nos amenazan y amenazaban, lo encontrará en las consideraciones indebidas que han merecido a nuestro Presidente muchas personas que sólo merecían un presidio; y, sobre todo, en su conducta tan poco pronunciada”.[34] Una semana más tarde insiste con la misma idea afirmando que “(Cuando el Gobierno) abra bien los ojos para distinguir a los hombres honrados de los que no los son, entonces verá usted alegres y exaltados a todos los buenos, y a los malos metidos en un rincón, convirtiéndose en buenos y sin ánimos para intentonas como la presente”.[35] Como corroboración de que este pensamiento fue una constante de Portales a lo largo de todo su desempeño en el Gobierno (directo o indirecto) llega hasta nosotros la famosa sentencia de “palos y biscochuelos”, aconsejada a Urizar Garfias en abril de 1837 (a pocos meses de su asesinato), donde le señala “Veo que tiene usted la prudencia y la firmeza, y que entiende el modo más útil de conducir al bien a los pueblos y a los hombres. Palos y bizcochuelos, justa y oportunamente administrados, son los específicos con los que se cura cualquier pueblo, por inveteradas que sean sus malas costumbres”.[36]

Tanto le molestaba la falta de rigor ante los delincuentes, que protestaba contra la imposibilidad de dejar caer todo el peso de la ley sobre los “malos”. Por ejemplo, el 6 de diciembre de 1834, luego de consultar a Mariano Egaña acerca del derecho que concede la Constitución para detener a individuos sin contar con orden competente de un juez, pero contando con la certeza de que conspiran y planean disturbios, Portales escribe a su amigo Antonio Garfias “Mariano me ha contestado no una carta, sino un informe, no un informe sino un tratado, sobre la ninguna facultad que puede tener el Gobierno para detener sospechosos por sus movimientos políticos. Me ha hecho una historia tan larga, con tanta citas, que he quedado en la mayor confusión; y como si el papelote que me ha remitido fuera poco me ha facilitado un libro sobre el habeas corpus. En resumen; de seguir el criterio del jurisperito Egaña, frente a la amenaza de un individuo para derribar la autoridad, el Gobierno debe cruzarse de brazos, como dice él, no sea sorprendido infraganti… Con los hombres de ley no puede uno entenderse; y así, ¡Para qué carajo! Sirven las Constituciones y papeles, si son incapaces de poner remedio a un mal que se sabe existe, que se va a producir, y que no puede conjurarse de antemano tomando las medidas que pueden cortarlo, pues es preciso esperar que el delito sea infraganti… En Chile la ley no sirve para otra cosa que no sea para producir la anarquía, la ausencia de sanción, el libertinaje, el pleito eterno, el compadrazgo y la amistad. Si yo, por ejemplo apreso un individuo que está urdiendo una conspiración violo la ley. Maldita ley, entonces, si no deja al brazo del gobierno proceder libremente en el momento oportuno! Para proceder, llegado el caso del delito infraganti se agotan las pruebas y las contrapruebas, se reciben testigos, que muchas veces no saben lo que van a declarar, se complica la causa y el juez queda perplejo. Este respeto por el delincuente o presunto delincuente, acabará con el país en rápido tiempo… los jóvenes aprenden que el delincuente merece mas consideración que el hombre probo; por eso los abogados que he conocido son cabezas dispuestas a la conmiseración en un grado que los hace ridículos”.[37]

Testimonios como estos son los que han llevado a algunos historiadores a considerar que Portales despreciaba la ley y la constitución.[38] No obstante, y concordando con los planteamientos de Alejandro Guzmán,[39] creemos que ésta es otra evidencia del gran realismo que manifiesta Diego Portales ante las circunstancias concretas y no la prueba del desprecio a hacia la legalidad en sí misma.[40] En efecto, el 15 de marzo de 1833, en carta enviada a su amigo, Ramón Cavareda, Portales afirma: “Yo he estado y estoy muy lejos de querer medidas violentas, soy muy decidido por los trámites legales cuando las circunstancias lo permiten: lo que he querido decir es que desalienta ver castigar a los pícaros por sediciosos y ver, al mismo tiempo, al Gobierno acompañándose del Coronel López que no es menos pícaro ni menos sedicioso que los demás”.[41]

Ahora bien, la concepción maniqueísta de la sociedad, se transformó en algo crucial a la hora de emprender la organización del Estado. La identificación de “los buenos” y “los malos” debía servir como base para sustentar y consolidar el Gobierno, ya que según las apreciaciones expuestas por Portales, a partir de tal distinción sería posible saber con quines se contaba y con quienes no, para saber claramente a quienes era necesario separar de la sociedad (encarcelándolos, fusilándolos o expatriándolos). Tan relevante ha sido este tema (el cual pudiera parecer a simple vista como trivial y carente de conceptualización), que autores tan prominentes como Mario Góngora le han llegado a considerar “el principal resorte de la máquina”. En efecto, Góngora señala en su obra “Ensayo Histórico Sobre la Noción de Estado en Chile” que “el principal resorte de la Máquina era la distinción entre los que el llamaba en sus cartas los buenos y los malos. Los buenos son los hombres de orden, los hombres de juicio y que piensan, de conocido juicio y de notorio amor al país y de las mejores intenciones. Los malos, sobre los que debe recaer el rigor absoluto de la ley son los forajidos, los lesos y bellacos, aludiendo sin duda a los pipiolos y conspiradores de cualquier bando. Los malos no le tienen respeto al Gobierno”.[42] Lo relevante desde la perspectiva de análisis de Mario Góngora es que tales concepciones pasaron a formar parte del subconsciente de la clase política de Chile.

Quizás, no sea esta distinción entre buenos y malos “el principal resorte de la máquina” (quizá dependiendo de la circunstancia el resorte principal variaba, o quizá eran varios los resortes principales), no obstante, como afirma Gonzalo Rojas, es indudable que tal distinción fue uno de los principios fundamentales sobre los que se sostuvo el Estado gestado por Portales.[43]

La marcha conocida:
Que los funcionarios públicos sepan cumplir el deber imparcialmente

Dos cartas implacables nos servirán para delinear el pensamiento de Portales respecto de las características de los funcionarios públicos. La primera dirigida a su amigo Joaquín Tocornal y la segunda a Miguel Dávila, ambas epístolas son la respuesta de Portales ante la petición de consejos. Con reticencia, y no sin antes manifestar su aversión a seguir involucrándose en los quehaceres políticos, Portales esboza con claridad y simpleza su “ideal” de hombre público. Ideal que no se queda en la mera idealidad, sino que se encarna en personas concretas, de carne y hueso, en definitiva, aquellos hombres que en palabras de Portales estaban llamados a convertirse en “modelos de virtud”.

Habiendo sido designado Joaquín Tocornal como Ministro del Interior en reemplazo de Ramón Errázuriz, Tocornal dirige una carta a Portales pidiendo consejos o esperando, sin duda, la aprobación de su amigo. Pero ante tal petitorio, Portales mantiene sus inmutables ideas “¿Qué consejos, qué advertencias mías podrán ayudar a su acierto? ¿Qué podré hacer cuando me falta la capacidad, el tiempo y tal vez la voluntad de hacer?. Usted no puede formarse idea del odio que tengo a los negocios públicos, y la incomodad que me causa oir sólo hablar sobre ellos… lo cierto es que existe esa aversión de que yo me felicito y que otros forman crítica… convengamos, pues, desde ahora en que usted sólo puede contar conmigo para todo lo que sea en su servicio personal… Sin embargo, no concluiré esta carta sin decirle con la franqueza que acostumbro, que mi opinión es que usted, sin hacer nada en el ministerio, hace más que cualquier otro que pretendiera hacer mucho. Todos confían en que usted no hará mal ni permitirá que se haga… por otra parte, el bien no se hace sólo tirando decretos y causando innovaciones que, la más veces, no producen efectos o los surten perniciosos… en cada resolución, en cada consejo, etc., dará usted un buen ejemplo de justificación, de imparcialidad, de orden, de respeto a la ley, etc. Etc., que insensiblemente ira fijando una marcha conocida en el Gobierno”.[44]

El 6 de febrero de 1833, en carta a Miguel Dávila, desarrolló una completa lección de conducta funcionaria. Su reflexión se fundamentaba en una fórmula clave: “El plan de conducta único que puedo y debo señalara Usted, es, pues, el siguiente: cumpla escrupulosamente con las obligaciones de su cargo sin consideración alguna a las personas cuando estas se presenten con intereses opuestos a la razón o a la justicia… yo bien veo que siguiendo esta máxima se granjeará muchos enemigos, principalmente cuando sea a consecuencia de algunas disposiciones generales que se vea obligado a tomar en obsequio del buen orden; pero crea usted firmemente que estos lo serán sólo en aquellos momentos en que no consulten otra cosa que su interés particular, y que en su corazón harán a usted luego la justicia que se merezca. Estos actos, a medida que se repitan darán a usted mayor respetabilidad, y los ataques que se le dirijan harán por consiguiente menos impresión en el pueblo y al fin no se les dará importancia alguna… En suma, no presente usted flanco alguno por donde puedan atacarle con justicia, y ríase de todo lo demás”.[45] Sin lugar a dudas, en estas ideas y en estos consejos se va dibujando y construyendo a esos hombres “verdaderos modelos de virtud y patriotismo” descritos en la carta enviada desde Lima a su amigo y socio Cea en 1822. Para Portales, este tipo de hombres, con este tipo de conductas serían los únicos capaces y los indicados para sustentar y construir ese “Gobierno fuerte, centralizador y moralizador”.
En definitiva, de ambas cartas se desprende que el comportamiento esencial es la imparcialidad y el cumplimiento inescrupuloso del deber. Esta actitud de los funcionarios sería la que iría creando y diseñando la “marcha conocida del gobierno”.

Además, Portales encarnó un tipo de servidor público muy singular (que al parecer no intentó imponer ni recomendar a sus congéneres). Portales no aceptó retribuciones económicas de sus labores en el Gobierno y ni siquiera se atrevió a cobrar una deuda impaga a las arcas fiscales, aun estando en graves aprietos económicos. Cuando sus amigos le insinuaron cobrar deudas impagas por más de 6000 pesos, su respuesta fue tajante: “primero consentiría en perder un brazo o enterrarme en el barro que en consentir que se cobrase un peso al fisco”.[46]

La oposición honesta

En carta dirigida a José Manuel Cea (Lima, marzo de 1822) encontramos la primera formulación del concepto portaliano de “oposición política”. En aquella oportunidad afirmaba “…como buen ciudadano puedo opinar con libertad y aun censurar los actos del Gobierno”. Diez años después, desde Valparaíso y comentando las contingencias políticas de la actualidad, expresa las siguientes consideraciones en referencia a la publicación de “El Hurón” (periódico portavoz de la tertulia portaliana): “Si querían batir al Ministerio, ¿por qué hacerlo escondiéndose tras un interrogatorio y tan indefinidamente?… Si no hay causa para atacarlo, silencio, y si las hay, echarlas a la luz con sus pelos y sus lanas. Usted me había dicho que el ministro se había opuesto a la suscripción del periódico. ¿Habría asunto más lindo para un artículo de importancia y un ataque victorioso? ¿Qué diría el Ministro cuando se le preguntase si quería marchar sin posición, cualquiera que fuese su marcha? cuando se le dijese que se trataba de hacer una oposición decente, moderada… 1° (para) encaminarle a obrar en el sentido de la opinión; 2° el de comenzar a establecer en el país un sistema de oposición que no sea tumultuario, indecente, anárquico, injurioso, degradante al país y al Gobierno, etc. Etc.; que lo que se desea es la continuidad del Gobierno, y que para conseguirla no hay mejor medio que los cambios de ministerio cuando los Ministros no gozan de la aceptación pública por sus errores, por su falsa política o por otros motivos; que la oposición cesa cuando sucede el cambio y , en fin, que queremos aproximarnos a la Inglaterra en cuanto sea posible en el modo de hacer oposición; que el decreto que autoriza al Gobierno para suscribirse a los periódicos con el objeto de fomentar la prensa y los escritores, no excluye a los de la oposición; que siempre que esta se haga sin faltar a las leyes, ni a la decencia, el buen gobierno debe apetecerla y que esa intolerancia del Ministerio, sólo puede encontrarse en un mal Ministro que tiene que temer, etc. Etc.; añadiendo que es una pretensión muy vana el querer marchar sin oposición… Urizar podría escribir este artículo dándole usted estos apuntes”.[47]

Como se ve, Portales pedía a sus amigos que la oposición fuera hecha sin faltar a las leyes de la decencia, que debía ser siempre ponderada y prudente, pero no se callaran cuando había “verdades” que decir, y éstas debían ser expuestas con sus pelos y sus lanas, pues ese era el mejor correctivo para todo Gobierno. Respecto de este punto es obvio que no podemos quedarnos con la idea general de que Portales aprobaba la existencia de “oposición”, pues al parecer, y así lo manifiestan los hechos concretos, la mano implacable de la ley se orientó también a mantener a raya a quienes intentaron levantar la voz disidente. Según su concepción, aquellos no han de haber cumplido con las leyes de la decencia, como el día en que (al parecer) José Joaquín de Mora publicó en uno de los periódicos de oposición, “El Trompeta”, la siguiente composición poética:

“El uno subió al poder
Con la intriga y la maldad
Y el otro sin saber cómo,
Lo sentaron donde está.
El uno cubiletea
Y el otro firma no más;
El uno se llama Diego,
Y el otro José Tomás
El uno sabe que en breve
Todo en humo parará;
El otro cree que en la silla
Tiene su inmortalidad.
El uno lucha y se afana,
El otro es hombre de paz;
El uno se llama Diego,
Y el otro José Tomás.
El uno hace los pasteles
Con su pimienta y su sal;
El otro hasta en los rebuznos
Tiene cierta gravedad.
El uno es barbi-lampiño,
Pero el otro es mustafá:
El uno se llama Diego,
El otro José Tomás.
El uno tiene en la bolsa
Reducido su caudal;
Y el otro tiene una vacas
Y un grandísimo sandial…
El uno saldrá al galope
Y el otro se quedará:
El uno se llama Diego
Y el otro José Tomás.
El uno es sutil y flaco
Que parece hilo de olan;
Y el otro con su barriga
Tiene algo de monacal.
El uno especula en grande:
El otro cobra el mensual:
El uno se llama Diego
Y el otro José Tomás.
De uno y otro nos reiremos
Antes que llegue San Juan;
Uno y otro en aquel tiempo
Sabe Dios donde estarán.
Quitándonos el sombrero,
Gritaremos a la par:
Felices noches don Diego,
Abur, don José Tomás”[48]

La reacción de Portales ante tal afrenta fue el destierro de Joaquín de Mora junto con su colaborador el doctor Pasaman y el editor de la imprenta en que se publicaba el periódico, don Antonio Gundian.[49]

Con todo, al parecer, el reclamo a favor del derecho de la “necesaria oposición” se proclamaba en instancias en las cuales él mismo y sus amigos tenían algo que reprochar al Gobierno, pues todo rastro de apoyo al gobierno anterior “pipiolo” fue aplacado con vehemencia.

Renuencia a cargos gubernamentales

Múltiples documentos expedidos por Diego Portales dan cuenta de su sincera renuencia a participar en los quehaceres gubernamentales. El documento oficial más nítido de tal actitud es la renuncia al cargo de Vicepresidente presentada al Congreso en junio de 1831.

“Señor: llamado por el voto de los pueblos a la Vice Presidencia de la República creo mi deber expresarle por el órgano de la Representación Nacional mi profunda gratitud por este lisonjero testimonio de confianza y de su aprobación a los pequeños servicios que he podido prestar a la patria.
Pero penetrado de mi insuficiencia para ejercer las funciones de la primera magistratura ejecutiva, si por algún accidente llegare a vacar, y obligado a volver dentro de breve tiempo a la vida privada, a donde me llaman urgentemente consideraciones que no puedo desatender me hallo en la posición de suplicar, como suplico al Congreso Nacional, se sirva aceptar la formal y solemne renuncia que hago en sus manos.
La nación y el Congreso, me harán sin duda la justicia de creer que no he tomado esta resolución sino porque después del mas detenido y maduro examen la he creído absolutamente necesaria y congruentemente irrevocable”.[50]
Santiago, Junio 13 1831
Diego Portales

Ante ello, la Cámara de Senadores votó por unanimidad contra la petición de Portales, la cual recién fue aceptada luego de reiterada petición el 31 de agosto de 1831, dejando así también sus cargos de Ministro de Estado.

En el epistolario de Portales también encontramos variadas manifestaciones de sincera reticencia hacia el poder político. El 29 de febrero 1832 afirmaba que “No ha podido retraerme de permanecer en Valparaíso ni el puncetón de Don Joaquín Tocornal, de que mis amigos se ofenderán de mi resistencia. Ellos son justos y racionales, y no pueden ofenderse de que rehúse un sacrificio estéril, cuando saben que estoy dispuesto a hacer cualquiera (como no sea el de mandar) cuando la necesidad lo exija. Señálenme una cosa, un bien que yo pueda hacer y que no lo pueda el Gobierno, y me verán volar a cualquiera costa a prestar tal servicio, siempre que no pueda hacerlo desde aquí”.[51] Así también, manifiesta en otra oportunidad a su confidente Antonio Garfias que con gusto viviría y disfrutaría de los placeres y comodidades que puede brindar Santiago “pero no podría gozarlos con tranquilidad, porque estaría en continua guerra para no tomar parte en las cosas públicas y, al fin, quien sabe si insensiblemente me metía, para sacar desazones e incomodidades sin fruto, lo que se evita estando aquí (Valparaíso), porque con contestar a cada llamado un NO QUIERO IR, salgo del paso: este desahogo es sólo para usted, y se cerró el paréntesis”.[52] A los amigos que no cesaban de intentar mantenerlo cerca e involucrado con la marcha del Gobierno, les asegura, y a veces con vehemencia, que no posee el más mínimo interés en “mandar al país” y que tras esa actitud no se esconden aspiraciones aun más elevadas. El 13 de marzo y nuevamente en carta dirigida a Antonio Garfias asevera que “he asegurado mil veces que no mandaré al país… ¿No se deja conocer que no me hago la más pequeña violencia para aborrecer el mando: que este es el resultado de una racional meditación y de una experiencia bien aprovechada?…”.[53]

Muchas de las epístolas dirigidas a sus amigos, gran parte de las cuales son una respuesta o un consejo requerido por éstos, testimonian que Portales no tiene ni el deseo, ni la intensión, ni el tiempo, ni la capacidad de transformarse en el guía y la lumbrera de los hombres del Gobierno. A su amigo Joaquín Tocornal, por ejemplo, luego de decirle “convengamos, pues, desde ahora en que usted sólo puede contar conmigo para todo lo que sea en su servicio personal”,[54] enseguida procede a describirle extensamente su “consejo”, que le guiará en sus labores de nuevo Ministro de Estado: “cumpla escrupulosamente con las obligaciones de su cargo sin consideración alguna a las personas cuando estas se presenten con intereses opuestos a la razón o a la justicia… En suma, no presente usted flanco alguno por donde puedan atacarle con justicia, y ríase de todo lo demás”.[55]

Como podemos apreciar en el epistolario se manifiestan los sinceros deseos de Portales de mantenerse al margen del Gobierno. Pero sus amigos insistían constantemente en “no dejarlo tranquilo”, le instaron constantemente a volver a defender la integridad de la organización política que era su obra.[56] En efecto, en respuesta a F. Elizalde, J. Tocornal y M. Gandarillas el 29 de febrero de 1832 les señala que estaba “dispuesto a hacer cualquiera cosa (como no sea el de mandar) cuando la necesidad lo exija. Señálenme una cosa, un bien que yo pueda hacer y que no lo pueda el Gobierno, y me verán volar a cualquiera costa a prestar tal servicio, siempre que no pueda hacerlo desde aquí”.[57] Al parecer, la necesidad de “volar para prestar servicios” sólo sobrevino el 21 de septiembre de 1835 cuando hubo que asegurar la continuidad de Prieto en la presidencia frente al grupo “philopolita” que eran los que se habían identificado con la publicación de El Philopolita, donde redactaban, entre otros, Gandarillas, Benavente y Ramón Rengifo, quienes estaban incubando ideas presidenciales a favor de Manuel Rengifo. Pero la vuelta de Portales hizo imposible cualquier tentativa de lucha contra la reelección de Prieto para un nuevo periodo presidencial, hecho que se consagró por la abrumadora mayoría el 30 de agosto de 1836.[58]

Ahora bien, pese al declarado desinterés de Portales respecto de “mandar” o estar cerca de los que “mandan”, es indiscutible que sin llegar a ocupar la Primera Magistratura, en gran medida, mantuvo el control del devenir político nacional. Frente a tal situación es que Gandarillas, quien hubiera sido uno de sus amigos, compañero de tertulias y el redactor de El Araucano, llega a afirmar que a Portales, en realidad, lo que interesa es mandar a los que mandan. Tal afirmación molestó tanto a Portales que le lleva a escribir a su amigo Antonio Garfias que:

“El pobre tuerto G. (Gandarillas) está en El Monte hecho una fiera conmigo. Su estupidez y ceguedad llegan hasta el extremo de figurarse y estar cerrada de que yo soy el autor de los artículos de El Mercurio, y dice que lo sabe positivamente. Compadezcamos a este pobre hombre y deseemos que reestablezca su salud para alivio de su familia. Dice que yo quiero algo más que mandar, pues pretendo mandar al que manda”.[59]

Para autores tales como Gabriel Salazar, quien manifiesta en su obra “Construcción de Estado en Chile”, una severa crítica ética-moral hacia el Gobierno instaurado en 1830, efectivamente, el verdadero y casi único manipulador de las circunstancias fue, sin dudas, Diego Portales, a quien califica como el “dictador” que contó como acompañante a Joaquín Prieto, un General títere al que llaman Presidente.[60] Implacables epítetos son los utilizados por este autor para describir las características del “régimen portaliano”, el cual evidentemente reprueba y condena.

En efecto, a través de los capítulos que dedica al análisis del “gobierno portaliano” (como él gusta denominarlo) se nos presenta un escenario histórico cargado de juicios de valor muy duros de entre los que destacamos las siguientes ideas: “Dictadura de origen golpista, caracterizada por arbitrariedad, represión, violación de derechos civiles y humanos, autoritarismo, orden público dictatorial, justicia dictatorial, maquillaje constitucional con esqueleto dictatorial, tiranía, represión, despotismo, al margen de la ley y de la constitución, abuso de facultades extraordinarias, brutal política policial, terror, poderes absolutos, negación de la constitución, dureza, arbitrariedad, justicia sumaria, Consejos de Guerra sin apelación, dictadura civil de Portales, etc.”.[61]

Es innegable la ideologización del análisis que nos presenta Salazar en su más reciente obra.[62] No obstante, nos parece un interesante contrapunto respecto del juicio histórico del periodo que marcó la génesis de nuestro Estado, así como también la implacable condena hacia su principal gestor, es decir, Diego Portales. En las páginas de la citada obra de Salazar, se continúa corroborando el innegable rol que ocupó Portales en el origen del Estado chileno, pero tal desempeño se esboza con una aplastante crítica hacia los métodos utilizados, a los cuales cataloga de maquiavélicos,[63] en el más pueril y vulgar sentido de la palabra, pero luego, incluso niega el maquiavelismo portaliano al afirmar que con el “orden público atemorizador” (construido con las armas y la represión), no fue alcanzado ninguno de los objetivos que deben primar en un Estado, es decir, el desarrollo global y la justicia social.[64] Con ello, entonces, los medios utilizados ni siquiera podrían ser justificados con los fines alcanzados.

Ahora que ya conocemos, en esencia, el ideario político de Diego Portales es posible adentrarnos, netamente, en el análisis comparativo de tales ideas y de su posible socialización a través de “El Araucano”, considerado como “periódico oficial”[65] del Gobierno Conservador. Para llevar a cabo tal empresa investigativa partimos de las siguientes premisas: Por una parte, que este periódico vendría a ser la concreción de una propuesta del propio Portales, quien manifestó su interés por promover la transparencia de la marcha del Gobierno[66] y, por otra parte, que la “dominante” personalidad de Portales se trasformó en el referente de los hombres comprometidos con el Gobierno Conservador. Así pues, como afirma Don Santiago Lorenzo, “uno de los rasgos más característicos de Portales fue su ascendiente sobre los hombres de su generación, lo que le permitió influir en el gobierno de Prieto y en la conducta pública de algunos contemporáneos como Bello, Egaña, Garrido, Tocornal, etc. En la política interna su participación fue protagónica… El hecho es que sus consejos fueron escuchados con atención, y normalmente primaron y dieron el tono a dicha administración”.[67]

A partir de lo expuesto, el problema que se nos plantea es el siguiente: si Diego Portales es el hombre más influyente y decisivo en la instauración del Gobierno Conservador tras el triunfo de éstos en Lircay[68] ¿En qué medida y en qué aspectos tal influencia puede verse reflejada en el principal medio de difusión que respaldó al Gobierno a partir de septiembre de 1830?.

Ante estas circunstancias, nos adentramos en el estudio y análisis de “El Araucano” con el objeto de, en primer término, conocer los ejes directrices entorno a los cuales estructura su mensaje y su discurso, para luego, contrastarlo con el ideario político de Diego Portales. En definitiva, buscaremos conocer las ideas fuerza (conceptos) que pretenden ser socializados por “El Araucano”, y a través de éstas consideramos que será posible perfilar las características del Estado instaurado en Chile a partir de 1830, es decir, podremos conocer y constatar, desde el punto de vista conceptual, las bases sobre las que se cimentó la génesis de nuestro Estado.

 

NOTAS
[30] De la Cruz, E. – Feliz. G., Epistolario de don Diego Portales, Santiago, 1937 – 1938, (3 volúmenes). Volumen I, N° 5, p. 176 y siguientes.
[31] Silva, Raúl, Ob. Cit., Página 58. (Carta de Portales a Urízar Garfias, 1 de abril de 1837)
[32] Epistolario, I, página 306, N° 113, carta de Diego Portales a E. Newman, Santiago, 25 de abril de 1830.
[33] Silva, Raúl, Ob. Cit., Página 77. Valparaíso, 14 de enero de 1832. A Antonio Garfias
[34] Silva, Raúl, Ob. Cit., Página 48. Valparaíso, 7 de marzo de 1833. A Ramón Cavareda
[35] Silva, Raúl, Ob. Cit., Página 50. Valparaíso, 13 de marzo de 1833. A Ramón Cavareda
[36] Silva, Raúl, Ob. Cit., Página 58. Santiago, 1 de abril de 1837. A Urizar Garfias
[37] Silva, Raúl, Ob. Cit., Página 57 – 58. Valparaíso, 6 de diciembre de 1834. A Antonio Garfias.
[38] Entre los más recientes se cuenta a Sergio Villalobos y Gabriel Salazar. Ver obras citadas.
[39] Ver: Guzmán, Alejandro, Portales y el derecho, Editorial Universitaria, Santiago de Chile 1988. Capítulo I: “Las ideas jurídicas de Diego Portales”.
[40] Son múltiples las reflexiones que nos surgen en relación con el Realismo Político de Diego Portales, las cuales, si bien escapan a los objetivos de la presente investigación, subyacen en nuestro análisis histórico del personaje y su contexto. En la presente investigación nada ha constatado ni desmentido la posibilidad de que Portales haya tenido acceso a los textos de Nicolás Maquiavelo, no obstante, incluso ante la posibilidad de que jamás se haya instruido en sus dictámenes, quizás “el maquiavelismo” (en el más cabal sentido del concepto), se sustenta en bases tan prácticas y lógicas que cualquiera que tenga clara conciencia de la realidad, que se vincule con el poder y que rechace las utópicas ideas de construir repúblicas aéreas, logre llegar a las mismas conclusiones. No obstante, hay algo que lo aleja, netamente, de los postulados de Maquiavelo, y es su “completo desinterés” por guardar para sí mismo el poder. En Portales, el poder era algo que lo perseguía, y ante el cual en variadas oportunidades se vio en la necesidad de demostrar su “sublime” reticencia. Muy interesante sería llevar a cabo una investigación cuyo tema versara en el contraste de “Portales y Maquiavelo”.
[41] Silva, Raúl, Ob. Cit., Página 50
[42] Góngora, Mario, Ob. Cit., página 78
[43] Rojas, Gonzalo, “Portales y la seguridad Interior del Estado”. En. Bravo, Bernardino, Ob. Cit., página 58
[44] Silva, Raúl, Ob. Cit., Página 40, 41 y 42. Valparaíso, 26 de julio de 1832. A Joaquín Tocornal.
[45] Silva, Raúl, Ob. Cit., Página 46 – 47. Valparaíso, 6 de febrero de 1833. A Miguel Dávila.
[46] Guerra, Hugo, Ob. Cit., página 117. Valparaíso, 9 de noviembre de 1831
[47] Silva, Raúl, Ob. Cit., Páginas 32 – 33. Valparaíso, 16 de marzo de 1832. A Antonio Garfias.
[48] Guerra, Hugo, Ob. Cit., páginas 96 – 97
[49] Idem
[50] El Araucano, Santiago de Chile, 13 de junio de 1831, N° 46, página 3, columna 3.
[51] Silva, Raúl, Ob. Cit., Página 77
[52] Silva, Raúl, Ob. Cit., Página 31. Valparaíso, 4 de marzo de 1832. A Antonio Garfias
[53] Silva Castro, Ob. Cit., páginas 31 – 32. Valparaíso, 13 de marzo de 1832. A Antonio Garfias
[54] Silva, Raúl, Ob. Cit., Página 40. Valparaíso, 26 de julio de 1832. A Joaquín Tocornal.
[55] Silva, Raúl, Ob. Cit., Página 46 – 47. Valparaíso, 6 de febrero de 1833. A Miguel Dávila.
[56] Guerra, Hugo, Portales y Rosas, Editorial del Pacífico, Santiago de Chile 1958. página 120
[57] Silva, Raúl, Ob. Cit., Página 77
[58] Guerra, Hugo, Ob. Cit., página 171
[59] Silva, Raúl, Ob. Cit., Página 56
[60] Salazar, Gabriel, Ob. Cit., página 382
[61] Ver: Salazar, Gabriel, Ob. Cit., Capítulo VI, páginas 315 – 419
[62] En este caso nos parece muy acertada la siguiente afirmación de Sergio Villalobos, ob. Cit., página 12: “Un historiador como cualquier persona es el resultado de sus circunstancias, en sus ideas confluyen la educación recibida, la cultura, sus experiencias personales y de grupo… el estudioso del pasado, como sujeto cognoscente está expuesto, así, a toda clase de errores. Es subjetivo y en su obra expresa invariablemente su ideología y mentalidad, aun cuando no se lo proponga y haga el mayor esfuerzo de objetividad”. Ninguno de los lectores de la obra de Gabriel Salazar podría negar que sus recargados juicios respecto de Portales y su obra están eclipsados por la experiencia de represión y exilio que experimentó este autor durante el Gobierno de Augusto Pinochet.
[63] Salazar, Gabriel, Ob. Cit., página 518
[64] Ibidem, página 519
[65] En el capítulo siguiente se acotará el concepto de periódico oficial.
[66] Silva, Raúl, Ob. Cit., Página 149; Ernesto de la Cruz y Guillermo Feliz Cruz, Epistolario de Don Diego Portales, Tomo III, página 47.
[67] Lorenzo Schiaffino, Santiago, “Portales y la política internacional”. En: Bravo Lira, Bernardino, Portales: El Hombre y su obra la consolidación del gobierno civil, Editorial Jurídica de Chile, Editorial Andrés Bello, Santiago de Chile 1989. Página 281
[68] La influencia de Portales y su protagonismo ha sido afirmado tanto por la historiografía conservadora como liberal, o simplemente, tanto por quienes se sienten identificados con Diego Portales como por sus detractores.





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4 08 2008




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BIENVENIDOS

4 08 2008

 

Esta página servirá de soporte y plataforma de diálogo para los alumnos  de la asignatura «Historia de Chile Republicano» HIS403, de la carrera de Historia, Geografía y Cs. Sociales de la Universidad de Las Américas Sede Viña del Mar.

 

Profesora

Ana Henríquez Orrego





AUGE Y CRISIS DEL LIBERALISMO: crisis política

4 08 2008

Por influencia del liberalismo y la acción de los partidos políticos, se venía desarrollando en el país un proceso  tendente a desplazar el poder desde el Ejecutivo al Congreso, para restar influencia al Presidente de la República. Sin embargo, esta acción llevada a cabo mediante reinterpretaciones y reformas de la constitución y de nuevas prácticas parlamentarias, no logra debilitar su poder. El  Presidente, gracias a la intervención electoral y a la holgada situación económica del Estado, por la exportación del salitre, continúa siendo el jefe supremo de la nación como indica la constitución de 1833.
Durante el gobierno de Santa María, la tensión entre el presidente y los partidos políticos se acentúa por el autoritarismo del mandatario y  la excesiva intervención en las elecciones de diputados y senadores,  que le permitió disponer del Congreso. Además, los sectores conservadores del país no le perdonaban que hubiera propiciado las leyes laicas, de cementerios, matrimonio y registro civil.
Al asumir el poder Balmaceda, uno de sus propósitos será aflojar la tensión política,  uniendo a los distintos sectores del liberalismo en torno al Ejecutivo, y poner término a los conflictos con la Iglesia. En lo que a este último aspecto se refiere, finalmente hubo acuerdo con la Santa Sede para el nombramiento de monseñor Mariano Casanova en el arzobispado de Santiago, así como de Blaitt y Lucero en Concepción y Ancud, respectivamente. Sin embargo, en su relación con los partidos no tuvo los mismos resultados. Éstos tenían recelo del mandatario, quien, cuando ejerció de ministro de Santa María, fue interpelado por el Congreso para que respondiera por la intervención del Ejecutivo en las elecciones parlamentarias de 1885.
Recién habían transcurrido tres años desde el inicio de su gobierno, y ya se creyó ver en su ministro y amigo, Enrique Salvador Sanfuentes, al heredero elegido por Balmaceda para sucederle. De nada valieron las honradas expresiones de ambos para tranquilizar a sus adversarios; la  desconfianza de que Balmaceda intervendría en las próximas elecciones presidenciales, fue un factor psicológico presente en el subconsciente colectivo de mucha gente de la elite, influyendo en los acontecimientos que se precipitaron hacia 1891. Otro factor que contribuye a acentuar la tensión entre el Presidente y el Congreso, es la voluntad de los partidos políticos de tener una mayor participación en la fijación del presupuesto, tarea que, en cambio, cumplía el Presidente con sus colaboradores más cercanos. Esto explica, por ejemplo, las críticas a la realización de algunas obras públicas, calificadas por la oposición al gobierno de faraónicas. También pudo haber generado algunas molestias entre los parlamentarios un discurso de Balmaceda en Iquique (1889), que sugiere un cierto interés del mandatario por la intervención del Estado en la economía, a pesar de que éste compartía los planteamientos librecambistas  en boga.
Sin embargo, el antecedente más importante de la guerra civil de 1891 parece ser la contradictoria interpretación que del sistema de gobierno tenían el Presidente y la mayoría del Congreso. Según estos últimos, apoyados en las prácticas parlamentarias vigentes desde mediados del diecinueve y en las reformas a la constitución de la década de 1870, el sistema de gobierno  en el país era parlamentario. El Presidente, en cambio, apoyado en la constitución, pensaba que, a pesar de las reformas que se le incorporaron, el sistema era presidencial. En este ambiente se produjo la discusión de la ley de presupuesto para el año 1891, que el Congreso no aprobó cuando correspondía, por lo que el Presidente mantuvo la vigencia de la ley de presupuesto del año anterior. Por esta medida el mandatario fue acusado por el Congreso de contravenir la constitución, a lo que éste replicó señalando que el poder legislativo era el que no había cumplido con su deber a no aprobar la ley de presupuesto cuando correspondía. Este conflicto marca el inicio de la guerra civil de 1891.
El triunfo del sector congresista en la guerra, que costó numerosas muertes, determinó el establecimiento del sistema parlamentario en Chile. Este régimen de gobierno era desde hace muchos años la tendencia política vigente en el país; constituía la utopía de la aristocracia. Según un autor, se inicia en Chile el gobierno de los partidos políticos, etapa que se extiende entre 1891 y 1925.
Aunque Chile seguirá siendo una república aristocrática, tal como lo creara Portales, el sistema parlamentario es la negación del sistema portaleano de gobierno, donde el  Presidente era el jefe supremo de la nación. Desde ahora, el poder está en el Congreso, el Presidente no cuenta, salvo en lo que se refiere a las relaciones exteriores. Sucede algo parecido a lo que se dice delos reyes en los regímenes parlamentarios, reinan pero no gobiernan. De ahí que los presidentes típicos del período sean aquellos que, como Riesco, afirmen no ser un peligro para nadie, o como Barros Luco, que era de la idea de que los problemas, o se arreglan solos o no tienen solución.
La puesta en vigencia del nuevo sistema de gobierno, generó muchas expectativas entre quienes lo establecieron; se afirmaba que se iniciaba una etapa de regeneración nacional, que el país se iba a asentar sobre bases más sólidas. Sin embargo, los resultados logrados no respondieron a las esperanzas forjadas.  Al no promulgarse una nueva constitución, ni tampoco reformarse la vigente, el régimen parlamentario careció del marco legal adecuado a las nuevas circunstancias. Por ejemplo, el Presidente no estaba facultado para disolver la cámara de diputados y llamar a nuevas elecciones, mecanismo infaltable en cualquier sistema parlamentario. No existía una adecuada regulación de la clausura del debate, indispensable en un sistema de gobierno de asamblea, por lo cual las discusiones en el congreso se eternizaban, provocando una grave anemia legislativa. Tampoco se estableció la incompatibilidad entre el cargo de ministro y el de diputado o senador, lo que contribuyó a la denominada rotativa ministerial, que también afectó la elaboración de las leyes, tan necesarias en la marcha de un país. Producto de esta imperfección legislativa fueron 530 los ministros que tuvo Chile en un lapso de 33 años, con el inconveniente de que muchos de ellos debieron abandonar sus cargos antes de enterarse de los problemas que les habría correspondido resolver.
También hubo malas prácticas políticas que dificultaban el buen funcionamiento del sistema, como la indisciplina de los parlamentarios, que impedía a los gobiernos contar con mayorías estables para trazar políticas de mediano o largo plazo. El caciquismo de algunos líderes, la mezcla entre política y negocios y el cohecho, es decir la compra de votos, fueron prácticas que empañaron el funcionamiento del nuevo régimen de gobierno, contribuyendo a que en el país se generalizara un ambiente de pesimismo respecto del destino de la nación, conocido como la crisis moral de Chile,  como queda de manifiesto en el título de algunas obras que entonces se publicaron. Por ejemplo Francisco A. Encina da a las prensas Nuestra inferioridad económica, y Carlos Keller, La eterna crisis chilena.
Si tuviéramos que rescatar algo de este período de nuestra historia, habría que ponderar que los gobiernos se sucedieron regularmente hasta el año 1924 y que la política exterior, dirigida por el Presidente de la República, permaneció estable, orientada a consolidar la expansión territorial lograda en la región septentrional del país.





Mis publicaciones

4 08 2008

 PUBLICACIONES EN CENTRO DE ANÁLISIS E INVESTIGACIONES POLÍTICAS (CAIP)

1. Conjeturas sobre realismo político en Nicolás Maquiavelo. En: www.caip.cl sección pensamiento político. Octubre 2007

2. La vía chilena al socialismo. Análisis de los planteamientos teóricos de los principales líderes de la Unidad Popular. En: www.caip.cl sección pensamiento político. Mayo 2007

 

PUBLICACIÓN DE INVESTIGACIONES EN REVISTA ARCHIVUM

1. Viña del Mar: Historia Social de la Vivienda Urbana, entre 1870 y 1930. (2006)

2. José Francisco Vergara: Aproximación historiográfica y análisis de las cartas enviadas a su hijo Salvador 1876-1882. (2007)

3. José Francisco Vergara: Defensor de los ideales liberales. (2008)

 

ARTÍCULOS PUBLICADOS EN REVISTA TELL MAGAZINE

  1. Archivo Histórico: Resguardando la memoria historica de nuestra ciudad
  2. Epistolario de José Francisco Vergara: consejos y observaciones respecto de la Guerra del Pacífico
  3. El Festival Internacional de la Canción de Viña del Mar en afiches
  4. Un recorrido por la historia del Palacio Carrasco
  5. José Francisco Vergara: aproximación a una emblemática personalidad de Viña del Mar
  6. Memoria fotográfica de Viña del Mar
  7. Un recorrido por la historia del Palacio rioja
  8. Conservatorio “Izidor Handler k.”
  9. Severo Perpena: otra faceta del fundador de Viña del Mar.

 

ELABORACIÓN MATERIALES DIDÁCTICOS


1. Guías de aprendizaje para la enseñanza de la Historia desde 1º a 4º Medio en proyecto ODISEA: http://www.odisea.ucv.cl/

2.“Propuesta didáctica para la enseñanza de la Guerra Fría: Configuración de un mundo bipolar 1945-1991”. Tesis para optar al título de Profesor de Historia, Geografía y Ciencias Sociales. Instituto de Historia PUCV, 2005. Ver informe de Tesis

.3.“Guías didácticas para la enseñanza de la historia del Palacio Rioja”, En: Archivo Histórico Patrimonial de Viña del Mar.

.4.“Guías didácticas para la enseñanza de la historia de Viña del Mar”, En: Archivo Histórico Patrimonial de Viña del Mar.

5. Guía didáctica para el estudio del patrimono de Viña del Mar. Material entregado a los establecimientos educacionales de Viña del Mar y como suplemento en El Mercurio de Valparaíso. 2006.

 

PONENCIAS

1. “Propuestas didácticas para analizar documentos del Archivo Histórico”, En: Taller “Historia de Viña del Mar, turismo y recreación”, invierno 2005.

2. “El uso didáctico de la imagen como documento histórico”, En: Taller organizado por la Unidad de Patrimonio, verano 2006.

3. “Memoria fotográfica de Viña del Mar”, En: Taller de capacitación para trabajar en espacios culturales “ARTEQUIN”, verano 2007.

4. «José Francisco Vergara: defensor del liberalismo doctrinario». En: Segunda Jornada de Personajes de la Hitsoria de Chile, Universidad Gabriela Mistral. (Octubre 2007)

5. «Diálogo en torno a las TIC y el nuevo Rol docente«. En: Universidad de Las Américas, Sede Viña del Mar, Junio 2008.





DIEGO PORTALES

4 08 2008

Lo que se presenta a continuación es una extensa investigación referida a Diego Portales, su iderario pólítico y la posibilidad de ver reflejado éste en las páginas del priódico El Araucano.

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Si lo que buscas son síntesis históricas

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NOTA INTRODUCTORIA

“Uno de los rasgos más característicos de Portales fue su ascendiente sobre los hombres de su generación, lo que le permitió influir en el gobierno de Prieto y en la conducta pública de algunos contemporáneos como Bello, Egaña, Garrido, Tocornal, etc. En la política interna su participación fue protagónica… El hecho es que sus consejos fueron escuchados con atención, y normalmente primaron y dieron el tono a dicha administración”.[1]

La hipótesis que pretendemos verificar a través de la siguiente investigación es la siguiente: Sin ser el periódico oficial, El Araucano se convirtió en el portavoz de los valores políticos del Gobierno instituido tras la revolución de 1829 y en su discurso es posible identificar fuertes vinculaciones con el ideario político de Diego Portales.

Nuestro principal objetivo será identificar las ideas fuerza o lineamientos directrices de las ideas socializadas en El Araucano para luego contrastarlas y compararlas con el ideario político de Diego Portales.

Compararemos y contrastaremos el pensamiento político de Portales con las “ideas fuerza” desarrolladas en El Araucano. Utilizaremos como límites cronológicos el inicio de esta publicación periódica (17 de septiembre de 1830) y la fecha de promulgación de la Constitución reformada (25 de mayo de 1833). La razón que fundamenta este encuadre cronológico es que la Constitución de 1833, podría considerarse como la concretización de las ideas de portales sobre como debía ser el Estado en Chile, puesto que como afirma Bernardino Bravo “la constitución de 1833 no se dictó para establecer un régimen de Gobierno, sino para consolidar uno ya establecido”.[2]

En cuanto a los límites documentales, el objetivo primario será analizar la socialización de ideas y valores políticos a través de las páginas de El Araucano, en contraste y comparación con el ideario político que Diego Portales esbozó a través de su correspondencia.

Para ello partimos de dos premisas:

Primero que El Araucano, sin ser el periódico oficial se convirtió en portavoz del Gobierno establecido en Chile tras la revolución de 1829-30. Segundo que Diego Portales, sin llegar a ocupar la presidencia del país, fue el hombre que mayor influencia tuvo en la organización y estabilización de la naciente República.

Por lo anterior, las fuentes primarias que se analizarán en la presente investigación se remiten, esencialmente, a los mensajes editoriales del periódico El Araucano, incluyendo en algunos casos, otras secciones de dicha publicación. Con el objeto de contrastar con la información anterior se ha llevado a cabo una selección de las principales cartas de Diego Portales en las que expresa su opinión respecto del acontecer político del país.

El material bibliográfico en que hemos sostenido nuestro análisis es diverso y en muchos casos contradictorio, ello se explica a partir de las controversias que ha generado en el mundo historiográfico la figura de Diego Portales, estimado u odiado, constructor de un nuevo orden o tirano, y todo tipo de epítetos referidos a su acción política desfilan entre las páginas dedicadas a su persona. No es nuestra intención forjar un nuevo juicio histórico hacia este “personaje”, por ello es que procuraremos esbozar las principales visiones historiográfica que se han hecho cargo de su análisis, pero nuestro objeto final se remitirá a analizar en qué medida su pensamiento e ideario político se encuentra reflejado en las ideas socializadas en el periódico El Araucano, es decir, de qué modo sus percepciones respecto del gobierno, del tipo de gobernante, del tipo de justicia, del tipo de ciudadano idóneo se refleja en los planteamientos de los redactores de dicho periódico.

Entre los autores que guiarán nuestro análisis se encuentra principalmente Ramón Sotomayor Valdés con su libro “Historia de Chile bajo el Gobierno del general Joaquín Prieto”, Alberto Edwards con “La fronda aristocrática”, Alejandro Guzmán con “Portales y el Derecho”, Raúl Silva con “Ideas y confesiones de Portales”, Bernardino Bravo (compilador) con “Portales, el Hombre y su obra”, Simon Collier con “La construcción de una República 1830-1865”, Gabriel Salazar con “Construcción de Estado en Chile”, Sergio Villalobos “Portales una falsificación histórica”, entre otros.

Para cumplir los objetivos señalados, la investigación ha sido estructurada en cuatro capítulos. En el primero de ellos titulado “El rol de Diego Portales en la Génesis del Estado en Chile”. En este apartado expondremos la síntesis de los planteamientos de los principales investigadores que se han abocado al estudio de Portales, pero sólo destacando aquellos aspectos que nos parezcan relevantes en lo referido a la configuración del Estado.

En el segundo capítulo, titulado “Diego Portales y la instauración de un gobierno fuerte y autoritario” nos proponemos delinear y exponer la esencia del ideario político de Diego Portales, acudiendo a sus epístolas como fuente principal de donde podremos desentrañar su pensamiento. Así, una vez que conozcamos, en esencia, el ideario político de Diego Portales será posible adentrarnos, netamente, en el análisis comparativo de tales ideas y de su posible socialización a través de “El Araucano”.

Para llevar a cabo tal empresa investigativa partimos de las siguientes premisas: Por una parte, que este periódico vendría a ser la concreción de una propuesta del propio Portales, quien manifestó su interés por promover la transparencia de la marcha del Gobierno[3] y, por otra parte, que la “dominante” personalidad de Portales se trasformó en el referente de los hombres comprometidos con el Gobierno Conservador. A partir de lo expuesto, el problema que se nos plantea es el siguiente: si Diego Portales es el hombre más influyente y decisivo en la instauración del Gobierno Conservador tras el triunfo de éstos en Lircay[4] ¿En qué medida y en qué aspectos tal influencia puede verse reflejada en el principal medio de difusión que respaldó al Gobierno a partir de septiembre de 1830?.

Ante estas circunstancias, nos adentramos en el estudio y análisis de “El Araucano” con el objeto de, en primer término, conocer los ejes directrices entorno a los cuales estructura su mensaje y su discurso, para luego, contrastarlo con el ideario político de Diego Portales. En definitiva, buscaremos conocer las ideas fuerza (conceptos) que pretenden ser socializados por “El Araucano”, y a través de éstas consideramos que será posible perfilar las características del Estado instaurado en Chile a partir de 1830, es decir, podremos conocer y constatar, desde el punto de vista conceptual, las bases sobre las que se cimentó la génesis de nuestro Estado.
Para ello en el tercer capítulo, titulado “El Araucano: periódico portavoz del Gobierno Conservador”, presentaremos una caracterización general del periódico, desde el punto de vista estructural y conceptual, subrayando las principales líneas temáticas abordadas en el periodo analizado (septiembre de 1830 a junio de 1833), en este capítulo también se explicará la vinculación del periódico con el Gobierno y las razones por las cuales es difusa su catalogación de periódico oficial.

En el cuarto y último capítulo, titulado “Ideas fuerza de El Araucano en contraste con el ideario político de Diego Portales”, se presenta el resultado del análisis sistemático de los contenidos conceptuales desarrollados por El Araucano en el período en cuestión. Será en este capítulo donde se apreciará, netamente, nuestras técnicas de levantamiento de información, las cuales, en esencia, consistieron en extraer en fichas temáticas la síntesis de las principales ideas contenidas en los mensajes editoriales y en la sección dedicada a los documentos gubernamentales. A partir de tales fichas se elaboraron cuadros de síntesis y un cuadro estadístico en que se expone la frecuencia con que cada temática es tratada a lo largo del periodo investigado. Considerando tales parámetros se identificarán las ideas fuerza socializadas por El Araucano y luego se contrastarán con el ideario político de Diego Portales, intentando establecer similitudes y diferencias.
Finalmente, es preciso señalar que el presente estudio es el producto del Seminario de “Génesis del Estado en Chile” del Programa de Magíster en Historia de la PUCV, dirigido por el profesor Santiago Lorenzo, a quien se agradece la oportunidad de explorar estos interesantes ámbitos de la investigación histórica.

Capítulo I
El rol de Diego Portales en la génesis del Estado en Chile

¿Qué elementos conceptuales y fácticos primaron en la formación y génesis del Estado en Chile?. Tal es la interrogante que intentaremos dilucidar a lo largo del presente capítulo. Para cumplir tal objetivo expondremos y contrastaremos diversas posiciones historiográficas, que nos permitirán formarnos un panorama general respecto de la problemática planteada.

Si bien, puede ponerse en discusión la problemática respecto de cuándo se encuentra realmente instituido el Estado de Chile, nuestro objetivo se aleja de tales conjeturas, puesto que lo que delinearemos en el presente capítulo son algunas de las vertientes interpretativas respecto del rol de Diego Portales en la génesis de nuestro Estado.

Como se desmostará a lo largo del presente trabajo, Portales no fue, ni pretendió ser, un teórico de doctrinas políticas, ni filosóficas, por tanto, el rol que ha de haber desempeñado en la instauración del Estado de Chile no se relaciona con esos ámbitos, sino que se liga a la gran preponderancia y ascendiente que logró tener entre los círculos de poder de su época. En relación a esto, Alberto Edwards dirá: “su concepción política pasó a ser patrimonio común de todo el mundo”.[5]

Partiendo entonces, de tal premisa o tal supuesto, nos adentramos en el estudio y análisis del rol político de Diego Portales en la génesis del Estado de Chile. En estas circunstancias volvemos a retomar nuestra pregunta inicial: ¿Cuáles son los elementos conceptuales y fácticos que delineas la configuración del Estado de Chile?.

Para dar respuesta a esta amplia pregunta, expondremos en este apartado la síntesis de los planteamientos de los principales investigadores que se han abocado al estudio de Portales, pero sólo destacando aquellos aspectos que nos parezcan relevantes en lo referido a la configuración del Estado.
Entre los principales investigadores que se han propuesto conocer y en algunos casos, enjuiciar el rol político de Diego Portales contamos durante el siglo XIX a los liberales José Victorino Lastarria (1861), Benjamín Vicuña Mackena (1863), Isidoro Errázuriz (1877) y Barros Arana (1896). Los conservadores Ramón Sotomayor Valdés (1875) y Carlos Walker (1879). Mientras que en el siglo XX entre los más destacados investigadores de Portales figuran Alberto Edwards (1927), Francisco Encina (1934), Mario Góngora (1982), Sergio Villalobos (1989), y una obra colectiva compilada por Bernardino Bravo Lira (1989). Las últimas obras referidas (tangencialmente) al rol político de Portales pertenecen a Simon Collier y Gabriel Salazar, ambas publicadas en el 2005.

La historiografía liberal, vinculada de una u otra forma a los derrotados de Lircay, fueron los primeros y más numerosos en emprender la tarea de estudiar y enjuiciar el rol de Portales en la política nacional. Así por ejemplo, Lastarria en su obra “Don Diego Portales. Juicio Histórico”, considera que Portales no es más que el jefe y representante de la reacción colonial, y que el único rol desempeñado fue detener la revolución de la independencia que establecería una república democrática.[6] Por su parte, Vicuña Mackenna, en su obra, supuestamente dedicada a estudiar el gobierno de Montt, termina perfilando lo que a juicio de varios historiadores (entre ellos Enrique Brahm y Sergio Villalobos) se constituye como una obra seria, sistemática y detallada de Portales, en quien Vicuña Mackenna encontraba el origen del delineamiento del gobierno fuerte y autoritario de Manuel Montt. Para Vicuña Mackenna, Portales no fue –como afirmaba Lastarria- el jefe de la reacción colonial iniciada en 1829, de hecho, habría actuado como contrapeso entre el carácter de esta última y el desenfrenado optimismo democrático reinante en Chile hasta 1829.[7] En ambos autores liberales se delinea como principal característica del régimen instaurado por Portales, la dureza, la severidad, la arbitrariedad; mientras que el rasgo positivo que destacan es el patriotismo y la falta de ambición.

La interpretación conservadora del rol político de Portales, la entregó, por primera vez, Ramón Sotomayor Valdés en su obra “Historia de Chile bajo el Gobierno del General don Joaquín Prieto” (1875). Sotomayor entrega en su obra una interpretación positiva y justifica los actos que la historiografía liberal, hasta entonces, había condenado.

Los medios utilizados son justificados por los resultados, especialmente por haber entregado al país una organización, un orden y especialmente un alto grado de respeto a la autoridad. Con objetivos concretos, fuertemente conciente de la realidad, aplicó con métodos fuertes, a veces arbitrarios un tipo de gobierno fecundo y creador.[8]

Según Sotomayor Valdés, Portales logró comprender la fuerza de la comunidad, el poder de la ley, el derecho, la razón de la autoridad, no mirando en los individuos, sino en los instrumentos, o mejor dicho, los servidores accidentales de aquellos principios. Bajo este punto de vista, el sistema de Portales tendió a la impersonalidad, importándole muy poco el bien o mal adquirido prestigio de los hombres de la época.[9]

Un aspecto primordial del “nuevo orden” establecido por Portales fue la severidad contra la criminalidad y contra todo tipo de desorden. Ello tendía a establecer una diferenciación radical con el gobierno derrocado, por ello “a la contemporización sistemática debía suceder el rigor sistemático”.[10] El objetivo último fue, a juicio de Sotomayor Valdés, establecer, el orden, la paz pública y la moralización de la administración, y para ello lo esencial fue fortalecer el principio de autoridad en nombre de la paz pública y del progreso de las ideas, de la industria y de la moralidad. “Tal llego a ser el programa político del partido conservador y la justificación del movimiento revolucionario de 1829”.[11]

Terminando el siglo XIX, otro liberal, Diego Barros Arana, imprime sus apreciaciones respecto de Diego Portales, pero sus aseveraciones y conclusiones parecen estar más cercanas a Sotomayor Valdés que a sus compañeros ideológicos (Lastarria y Vicuña Mackenna). No acepta la tesis de la reacción colonial y juzga de modo severo los desordenes, revueltas y derramamientos de sangre producidos entre la caída de O´Higgins y 1829.[12] Consideró que con Portales “se imponía un sistema político que siendo severo y restrictivo, llevaba el sello de seriedad y de firmeza, que no habían podido imprimir a sus actos los gobiernos que venían sucediéndose desde 1823”.[13]

Pero las conclusiones de Barros Arana sufrieron un vuelco pocos años después, cuando publica su obra “Un decenio de la Historia de Chile (1841-1851)”. En este escrito se perfila con mayor claridad la filiación liberal de Barros Arana, al poner énfasis en el carácter represivo del régimen portaliano y además en afirmar que la obra de Portales no era más que la reacción colonial que había puesto freno a los impulsos liberales y democráticos.[14]

Como señala Enrique Brahm, la historiografía portaliana durante el siglo XX, tendió a alejarse de interpretaciones partidistas e ideologizadas,[15] pretendiendo, más bien buscar respuestas profundas que permitieran llegar a comprender cuales eran los principales sustentos del gobierno y el Estado generado a partir de Portales, o bien, recurriendo a palabras de Portales ¿cuál ha de haber sido el principal resorte de la máquina?.[16]

El primer autor que destacó en el siglo XX fue Alberto Edwards, para quien Portales ejerció una labor restauradora, vinculada esencialmente a la idea de recuperar una herencia colonial de un poder fuerte y duradero superior al prestigio de un caudillo o a la fuerza de una facción. “Restauró la monarquía no en sus principios dinásticos, sino en sus fundamentos espirituales, fuerza conservadora del orden y las instituciones”.[17] Desde esta perspectiva, Edwards llega a afirmar que el principal resorte de la máquina es la “autoridad tradicional”, es decir, el gobierno obedecido, respetable y respetado, eterno, inmutable, superior a los partidos y a los prestigios personales. “El país siguió obedeciendo no a Prieto, Bulnes o Montt, sino al Gobierno. Como antes se obedeció no a Carlos III o Carlos IV, sino al rey”.[18] Esto hacía del Gobierno una institucionalidad impersonal, que se convirtió –a juicio de Edwards- en el rasgo característico de la creación de Portales. Restauración de la autoridad e impersonalismo son entonces los rasgos principales del Estado portaliano.[19]

Otro de los autores que destacamos en esta revisión historiográfica respecto del rol de Portales en la génesis del Estado en Chile es Bernardino Bravo Lira, quien manteniendo la línea interpretativa de Alberto Edwards sostiene que “el llamado régimen portaliano y el llamado Estado portaliano no son, en último término, sino una nueva versión, actualizada, del régimen y el Estado indiano”.[20] Lo importante de la obra portaliana, según Bravo Lira, fue el establecimiento de un régimen de gobierno. Bravo Lira llega a afirmar que los liberales que lo criticaron, estuvieron más cerca de comprender a Portales al tacharlo de reaccionario.[21] Pero no todo fue restauración, sino que a ésta se agrega y se conjuga con el constitucionalismo, que hizo que el gobierno fuerte y eficaz al estilo indiano pudiera ser conjugado con la institución parlamentaria. “Portales reestableció el gobierno identificado con los grandes intereses de la patria, sobre la base de las instituciones indianas que persistían y bajo una forma constitucional”.[22]

Reconociendo un profundo respeto y admiración por la obra de Alberto Edwards, el historiador Mario Góngora contradice dos de sus planteamientos fundamentales. En primer lugar, para Góngora, la creación portaliana es moderna, no una restauración, como lo es para Edwards.[23] Tampoco es impersonal.[24] El rechazo de la impersonalidad, no significa que Góngora considere que la obra portaliana sea personalista, sino que se apoya en una aristocracia, que por definición no puede ser impersonal. Góngora identifica el resorte principal de la máquina portaliana en un elemento psicológico: identificación de buenos y malos.

Los dos últimos autores que reseñaremos en esta revisión historiográfica son Sergio Villalobos y Gabriel Salazar. Ambos autores manifiestan una visión crítica y negativa del rol político de Portales. El primero de estos, intentando desmitificar la figura de Portales escribe su “Portales: una falsificación histórica” (1989), poniendo en tela de juicio la probidad de Portales en aspectos de su vida privada y destacando sobre todo aspectos arbitrarios del ejercicio político de su protagonista. Con todo, para Villalobos el resorte principal de la máquina es la voluntad y la dureza de los hombres de Gobierno y del sector social que representaban, manifestada concretamente en aspectos tiránicos y represivos.[25] Desestima la concepción tradicional de atribuir a Portales el mérito de haber establecido en Chile un régimen político estable basado en el derecho y la institucionalidad. Y considera que también es parte del mito la idea de que en Portales se encuentran las claves de la génesis del Estado chileno. Le atribuye rasgos personalistas, destacando, a partir del análisis de sus cartas, el desprecio a la constitución y a las leyes.[26]

Del libro de Sergio Villalobos se desprende un frustrado intento de desmitificar la figura de Portales atacando su probidad en asuntos personales y subrayando aspectos arbitrarios, tachándolo de tirano y dictador, cuestión que desarrolla ampliamente en su último libro Gabriel Salazar.
Salazar en su libro “Construcción de Estado en Chile” (2005), considera que los fundamentos del “régimen o Estado portaliano se caracterizaron desde su fundación en 1830 hasta avanzado el siglo XX, por el autoritarismo local de los intendentes, gobernadores, subdelegados e inspectores, que a menudo llegó a ser más drástico que el del gobierno central. Y fue ese autoritarismo el que, en definitiva destruyó la democracia local de los cabildos, la autonomía de los pueblos y la soberanía relativa de las provincias”.[27]

En definitiva, de todos los capítulos que Salazar dedica al rol político de Portales se desprenden los siguientes planteamientos: Dictadura de origen golpista, autoritaria, arbitraria, represiva, que ejerció la violación de derechos civiles y humanos, orden público dictatorial, justicia dictatorial, maquillaje constitucional con esqueleto dictatorial, tiranía, represión, despotismo, al margen de la ley, de la constitución, abuso de facultades extraordinarias, brutal política policial, dictadura de Portales, terror, poderes absolutos, negación de la constitución, dureza, arbitrariedad, justicia sumaria, Consejos de Guerra sin apelación, dictadura civil de Portales, etc.

Finalmente, Salazar sostiene que si es real que el “orden portaliano” o “estado portaliano” duró hasta 1860 o 1891 o hasta hoy: es preciso observar para qué sirvió, en los hechos reales, ese orden. “El mito del orden portaliano, fue en esencia un orden policial y militar, se basa sólo en una sinrazón si no se prueba que ese orden fue beneficioso para todos los chilenos”.[28] En esencia, la crítica de Salazar es que ni siquiera los fines o resultados obtenidos, justifican los medios utilizados, puesto que el orden en sí mismo, no puede ser considerado un fin. He ahí que la represión y la dureza de las medidas gubernamentales no se justifican por la necesidad de mantener la tranquilidad en el país.

Como hemos visto, todos los historiadores analizados, liberales o conservadores, simpatizantes y detractores, coinciden en señalar que la dureza del régimen establecido fue uno de los rasgos fundamentales. La distinción está en la justificación o reprobación de los medios utilizados. Las diferencias radican en interpretar si la obra portaliana es una creación moderna o bien una restauración y en dilucidar si el régimen entrañaba el personalismo o el impersonalismo.

Expuesta una panorámica general respecto de los fundamentos portalianos vinculados a la génesis y conformación del Estado de Chile, en los siguientes capítulos nos proponemos delinear y exponer la esencia del ideario político de Diego Portales, acudiendo a sus epístolas como fuente principal de donde podremos desentrañar su pensamiento. Así también, compararemos y contrastaremos el pensamiento político de Portales con las “ideas fuerza” desarrolladas en El Araucano. Utilizaremos como límites cronológicos el inicio de esta publicación periódica (17 de septiembre de 1830) y la fecha de promulgación de la Constitución reformada (25 de mayo de 1833). La razón que fundamenta este encuadre cronológico es que la Constitución de 1833, podría considerarse como la concretización de las ideas de portales sobre como debía ser el Estado en Chile, puesto que como afirma Bernardino Bravo “la constitución de 1833 no se dictó para establecer un régimen de Gobierno, sino para consolidar uno ya establecido”.[29]

Capítulo II
El ideario político de Diego Portales

Pragmatismo de Diego Portales

Diego Portales no despreciaba por sí mismo el ideal democrático, pero según su concepción, en Chile aún no estaban dadas las condiciones necesarias para aplicarlo en todas sus manifestaciones. Consciente de la realidad circundante, que compromete tanto el contexto político de Chile, como las características propias de la identidad de los chilenos, propone como necesidad básica organizar la república a partir de sólidas bases que permitieran instaurar el orden y la estabilidad, con una República fuerte, centralizada y autoritaria. Como idea, como proyecto o como simple opinión, este pensamiento está claramente delineado en la famosa carta que escribe Portales a su amigo y socio José Manuel Cea en marzo de 1822.

“A mi las cosas políticas no me interesan, pero como buen ciudadano puedo opinar con toda libertad y aún censurar los actos del Gobierno. La Democracia, que tanto pregonan los ilusos, es un absurdo en los países como los americanos, llenos de vicios y donde los ciudadanos carecen de toda virtud, como es necesario para establecer una verdadera República. La Monarquía no es tampoco el ideal americano: salimos de una terrible para volver a otra ¿y qué ganamos? La República es el sistema que hay que adoptar; ¿pero sabe como yo la entiendo para estos países? Un Gobierno fuerte centralizador, cuyos hombres sean verdaderos modelos de virtud y patriotismo, y así enderezar a los ciudadanos por el camino del orden y de las virtudes. Cuando se hayan moralizado venga el gobierno completamente liberal, libre y lleno de ideales, donde tengan parte todos los ciudadanos. Esto es lo que yo pienso y todo hombre de mediano criterio pensará igual”.[30]

La claridad y simpleza con la que Portales expone en esta carta sus ideas, ha llevado a que todos quienes se han interesado en analizar el proyecto o ideario político de Portales la consignen como fundamental, y por cierto, nosotros no hemos sido la excepción. No obstante, conscientes de que esta carta solo es un esbozo del pensamiento político de Portales, estimamos necesario incorporar en este análisis, al menos la selección más relevante de epístolas en que nuestro personaje fue delineando sus apreciaciones respecto de la marcha del Gobierno.

Si bien la misiva que Portales envía a Cea es muy clarificadora en cuanto al ideal de Gobierno que debería ser establecido en Chile, ésta no pasa de ser una simple apreciación de un comerciante chileno que se halla en Lima probando suerte mercantil. Lo verdaderamente relevante desde el punto de vista del rol histórico desarrollado por Portales en la construcción o génesis del Estado en Chile es su participación directa en los quehaceres gubernamentales, los cuales podríamos, perfectamente circunscribir entre abril de 1830 y junio de 1837, es decir, desde el momento en que conforme con el nombramiento expedido por José Tomás Ovalle, llega por primera vez al Ministerio del Interior, hasta el día en que es asesinado en Valparaíso. Esto no implica ignorar que durante el período que va desde el 31 de agosto de 1831 al 21 de septiembre de 1835 Portales se mantuvo separado del Gobierno, en cuanto no desempeñó cargos ministeriales, ni aceptó ser el Vicepresidente de la República. No obstante, su prolífica correspondencia deja ver que, incluso en los momentos en que estuvo distanciado del Gobierno, nunca se despreocupó de la cosa pública. Lo buscaban, lo instaban a pronunciarse -a veces incluso contra su voluntad- respecto de diversos temas políticos, y a través de su correspondencia se aprecia que daba consejos acerca de todo tipo de materias: censuraba la debilidad del gobierno, impregnaba a sus amigos y conocidos sus propias ideas y conceptos, muchos de ellos de una naturaleza tan simple como avasalladora, como por ejemplo, la idea de identificar siempre (para poder separarlos) al “bueno” y al “malo”, aconsejando dar “biscochuelos” a uno y “palos” al otro.[31]

A continuación esperamos precisar con mayor claridad las ideas expuestas. Para ello estructuraremos nuestro discurso a partir de algunas de las principales epístolas escritas por Portales, así como también algunos decretos y artículos periodísticos de su autoría.

Diego Portales en el Gobierno

El primero de abril de 1830 la presidencia fue asumida por José Tomás Ovalle. El 6 de abril fue nombrado Diego Portales como Ministro de Relaciones Exteriores, de Interior y de Guerra y Marina. A sólo veinte días de su designación, el triministro aseguraba “…de cinco horas destinadas al sueño, el resto de las veinticuatro no son mías”.[32]

Al parecer, había llegado el tiempo en que sus apreciaciones respecto del tipo y forma de gobierno que debía generarse en Chile podía llevarlos a la práctica. Ya no era sólo un comerciante opinando desde lejanas tierras, ahora estaba en el Gobierno mismo y desde allí habría de aplicar sus fundamentos políticos.

Portales afirma ser consciente de la realidad circundante y frente a ella en concreto manifiesta sus “opiniones políticas”, opiniones que, sin duda, van mucho más allá, para convertirse en consejos, reprimendas o decisiones. Su influencia entre los contemporáneos era tal que le buscaban, le exigían pronunciarse, se le intentó retener al lado del Gobierno, pero se alejó en agosto de 1831 a atender sus negocios para reincorporarse solo en septiembre de 1835.

Ideario político de Diego Portales

A continuación expondremos, en términos generales, las ideas fundamentales contenidas en el ideario político de Diego Portales, las cuales serán abordadas y profundizadas en el capítulo IV de la presente investigación, cuando se contraste las afirmaciones de Portales en sus epístolas y otros documentos (decretos – artículos de prensa) con las ideas fuerza desarrolladas por El Araucano.

Los buenos y los malos

A juicio de Portales, el secreto para gobernar bien era saber distinguir el bueno del malo. Si esto no era hecho con acierto, oportunidad y constancia, se originaba el “descontento de los buenos… su desfallecimiento”. Este tipo de afirmaciones prolifera en sus epístolas. A su amigo Antonio Garfias le decía “El peor mal que encuentro yo en no apalear al malo, es que los hombres se apuran poco en ser buenos, porque lo mimo sacan de serlo como de ser malos”.[33] En otra de sus cartas, en tono de consejo y también de crítica al proceder del Presidente Prieto, le dice a Ramón Cavareda el 7 de marzo de 1833 “…sólo puede tenerse confianza en el hombre de honor, y que toda distinción al malo es lo mismo que criar cuervos y sólo sirve para hacer desmayar al bueno… Si usted examina bien el origen de los males que nos amenazan y amenazaban, lo encontrará en las consideraciones indebidas que han merecido a nuestro Presidente muchas personas que sólo merecían un presidio; y, sobre todo, en su conducta tan poco pronunciada”.[34] Una semana más tarde insiste con la misma idea afirmando que “(Cuando el Gobierno) abra bien los ojos para distinguir a los hombres honrados de los que no los son, entonces verá usted alegres y exaltados a todos los buenos, y a los malos metidos en un rincón, convirtiéndose en buenos y sin ánimos para intentonas como la presente”.[35] Como corroboración de que este pensamiento fue una constante de Portales a lo largo de todo su desempeño en el Gobierno (directo o indirecto) llega hasta nosotros la famosa sentencia de “palos y biscochuelos”, aconsejada a Urizar Garfias en abril de 1837 (a pocos meses de su asesinato), donde le señala “Veo que tiene usted la prudencia y la firmeza, y que entiende el modo más útil de conducir al bien a los pueblos y a los hombres. Palos y bizcochuelos, justa y oportunamente administrados, son los específicos con los que se cura cualquier pueblo, por inveteradas que sean sus malas costumbres”.[36]

Tanto le molestaba la falta de rigor ante los delincuentes, que protestaba contra la imposibilidad de dejar caer todo el peso de la ley sobre los “malos”. Por ejemplo, el 6 de diciembre de 1834, luego de consultar a Mariano Egaña acerca del derecho que concede la Constitución para detener a individuos sin contar con orden competente de un juez, pero contando con la certeza de que conspiran y planean disturbios, Portales escribe a su amigo Antonio Garfias “Mariano me ha contestado no una carta, sino un informe, no un informe sino un tratado, sobre la ninguna facultad que puede tener el Gobierno para detener sospechosos por sus movimientos políticos. Me ha hecho una historia tan larga, con tanta citas, que he quedado en la mayor confusión; y como si el papelote que me ha remitido fuera poco me ha facilitado un libro sobre el habeas corpus. En resumen; de seguir el criterio del jurisperito Egaña, frente a la amenaza de un individuo para derribar la autoridad, el Gobierno debe cruzarse de brazos, como dice él, no sea sorprendido infraganti… Con los hombres de ley no puede uno entenderse; y así, ¡Para qué carajo! Sirven las Constituciones y papeles, si son incapaces de poner remedio a un mal que se sabe existe, que se va a producir, y que no puede conjurarse de antemano tomando las medidas que pueden cortarlo, pues es preciso esperar que el delito sea infraganti… En Chile la ley no sirve para otra cosa que no sea para producir la anarquía, la ausencia de sanción, el libertinaje, el pleito eterno, el compadrazgo y la amistad. Si yo, por ejemplo apreso un individuo que está urdiendo una conspiración violo la ley. Maldita ley, entonces, si no deja al brazo del gobierno proceder libremente en el momento oportuno! Para proceder, llegado el caso del delito infraganti se agotan las pruebas y las contrapruebas, se reciben testigos, que muchas veces no saben lo que van a declarar, se complica la causa y el juez queda perplejo. Este respeto por el delincuente o presunto delincuente, acabará con el país en rápido tiempo… los jóvenes aprenden que el delincuente merece mas consideración que el hombre probo; por eso los abogados que he conocido son cabezas dispuestas a la conmiseración en un grado que los hace ridículos”.[37]

Testimonios como estos son los que han llevado a algunos historiadores a considerar que Portales despreciaba la ley y la constitución.[38] No obstante, y concordando con los planteamientos de Alejandro Guzmán,[39] creemos que ésta es otra evidencia del gran realismo que manifiesta Diego Portales ante las circunstancias concretas y no la prueba del desprecio a hacia la legalidad en sí misma.[40] En efecto, el 15 de marzo de 1833, en carta enviada a su amigo, Ramón Cavareda, Portales afirma: “Yo he estado y estoy muy lejos de querer medidas violentas, soy muy decidido por los trámites legales cuando las circunstancias lo permiten: lo que he querido decir es que desalienta ver castigar a los pícaros por sediciosos y ver, al mismo tiempo, al Gobierno acompañándose del Coronel López que no es menos pícaro ni menos sedicioso que los demás”.[41]

Ahora bien, la concepción maniqueísta de la sociedad, se transformó en algo crucial a la hora de emprender la organización del Estado. La identificación de “los buenos” y “los malos” debía servir como base para sustentar y consolidar el Gobierno, ya que según las apreciaciones expuestas por Portales, a partir de tal distinción sería posible saber con quines se contaba y con quienes no, para saber claramente a quienes era necesario separar de la sociedad (encarcelándolos, fusilándolos o expatriándolos). Tan relevante ha sido este tema (el cual pudiera parecer a simple vista como trivial y carente de conceptualización), que autores tan prominentes como Mario Góngora le han llegado a considerar “el principal resorte de la máquina”. En efecto, Góngora señala en su obra “Ensayo Histórico Sobre la Noción de Estado en Chile” que “el principal resorte de la Máquina era la distinción entre los que el llamaba en sus cartas los buenos y los malos. Los buenos son los hombres de orden, los hombres de juicio y que piensan, de conocido juicio y de notorio amor al país y de las mejores intenciones. Los malos, sobre los que debe recaer el rigor absoluto de la ley son los forajidos, los lesos y bellacos, aludiendo sin duda a los pipiolos y conspiradores de cualquier bando. Los malos no le tienen respeto al Gobierno”.[42] Lo relevante desde la perspectiva de análisis de Mario Góngora es que tales concepciones pasaron a formar parte del subconsciente de la clase política de Chile.

Quizás, no sea esta distinción entre buenos y malos “el principal resorte de la máquina” (quizá dependiendo de la circunstancia el resorte principal variaba, o quizá eran varios los resortes principales), no obstante, como afirma Gonzalo Rojas, es indudable que tal distinción fue uno de los principios fundamentales sobre los que se sostuvo el Estado gestado por Portales.[43]

La marcha conocida:
Que los funcionarios públicos sepan cumplir el deber imparcialmente

Dos cartas implacables nos servirán para delinear el pensamiento de Portales respecto de las características de los funcionarios públicos. La primera dirigida a su amigo Joaquín Tocornal y la segunda a Miguel Dávila, ambas epístolas son la respuesta de Portales ante la petición de consejos. Con reticencia, y no sin antes manifestar su aversión a seguir involucrándose en los quehaceres políticos, Portales esboza con claridad y simpleza su “ideal” de hombre público. Ideal que no se queda en la mera idealidad, sino que se encarna en personas concretas, de carne y hueso, en definitiva, aquellos hombres que en palabras de Portales estaban llamados a convertirse en “modelos de virtud”.

Habiendo sido designado Joaquín Tocornal como Ministro del Interior en reemplazo de Ramón Errázuriz, Tocornal dirige una carta a Portales pidiendo consejos o esperando, sin duda, la aprobación de su amigo. Pero ante tal petitorio, Portales mantiene sus inmutables ideas “¿Qué consejos, qué advertencias mías podrán ayudar a su acierto? ¿Qué podré hacer cuando me falta la capacidad, el tiempo y tal vez la voluntad de hacer?. Usted no puede formarse idea del odio que tengo a los negocios públicos, y la incomodad que me causa oir sólo hablar sobre ellos… lo cierto es que existe esa aversión de que yo me felicito y que otros forman crítica… convengamos, pues, desde ahora en que usted sólo puede contar conmigo para todo lo que sea en su servicio personal… Sin embargo, no concluiré esta carta sin decirle con la franqueza que acostumbro, que mi opinión es que usted, sin hacer nada en el ministerio, hace más que cualquier otro que pretendiera hacer mucho. Todos confían en que usted no hará mal ni permitirá que se haga… por otra parte, el bien no se hace sólo tirando decretos y causando innovaciones que, la más veces, no producen efectos o los surten perniciosos… en cada resolución, en cada consejo, etc., dará usted un buen ejemplo de justificación, de imparcialidad, de orden, de respeto a la ley, etc. Etc., que insensiblemente ira fijando una marcha conocida en el Gobierno”.[44]

El 6 de febrero de 1833, en carta a Miguel Dávila, desarrolló una completa lección de conducta funcionaria. Su reflexión se fundamentaba en una fórmula clave: “El plan de conducta único que puedo y debo señalara Usted, es, pues, el siguiente: cumpla escrupulosamente con las obligaciones de su cargo sin consideración alguna a las personas cuando estas se presenten con intereses opuestos a la razón o a la justicia… yo bien veo que siguiendo esta máxima se granjeará muchos enemigos, principalmente cuando sea a consecuencia de algunas disposiciones generales que se vea obligado a tomar en obsequio del buen orden; pero crea usted firmemente que estos lo serán sólo en aquellos momentos en que no consulten otra cosa que su interés particular, y que en su corazón harán a usted luego la justicia que se merezca. Estos actos, a medida que se repitan darán a usted mayor respetabilidad, y los ataques que se le dirijan harán por consiguiente menos impresión en el pueblo y al fin no se les dará importancia alguna… En suma, no presente usted flanco alguno por donde puedan atacarle con justicia, y ríase de todo lo demás”.[45] Sin lugar a dudas, en estas ideas y en estos consejos se va dibujando y construyendo a esos hombres “verdaderos modelos de virtud y patriotismo” descritos en la carta enviada desde Lima a su amigo y socio Cea en 1822. Para Portales, este tipo de hombres, con este tipo de conductas serían los únicos capaces y los indicados para sustentar y construir ese “Gobierno fuerte, centralizador y moralizador”.
En definitiva, de ambas cartas se desprende que el comportamiento esencial es la imparcialidad y el cumplimiento inescrupuloso del deber. Esta actitud de los funcionarios sería la que iría creando y diseñando la “marcha conocida del gobierno”.

Además, Portales encarnó un tipo de servidor público muy singular (que al parecer no intentó imponer ni recomendar a sus congéneres). Portales no aceptó retribuciones económicas de sus labores en el Gobierno y ni siquiera se atrevió a cobrar una deuda impaga a las arcas fiscales, aun estando en graves aprietos económicos. Cuando sus amigos le insinuaron cobrar deudas impagas por más de 6000 pesos, su respuesta fue tajante: “primero consentiría en perder un brazo o enterrarme en el barro que en consentir que se cobrase un peso al fisco”.[46]

La oposición honesta

En carta dirigida a José Manuel Cea (Lima, marzo de 1822) encontramos la primera formulación del concepto portaliano de “oposición política”. En aquella oportunidad afirmaba “…como buen ciudadano puedo opinar con libertad y aun censurar los actos del Gobierno”. Diez años después, desde Valparaíso y comentando las contingencias políticas de la actualidad, expresa las siguientes consideraciones en referencia a la publicación de “El Hurón” (periódico portavoz de la tertulia portaliana): “Si querían batir al Ministerio, ¿por qué hacerlo escondiéndose tras un interrogatorio y tan indefinidamente?… Si no hay causa para atacarlo, silencio, y si las hay, echarlas a la luz con sus pelos y sus lanas. Usted me había dicho que el ministro se había opuesto a la suscripción del periódico. ¿Habría asunto más lindo para un artículo de importancia y un ataque victorioso? ¿Qué diría el Ministro cuando se le preguntase si quería marchar sin posición, cualquiera que fuese su marcha? cuando se le dijese que se trataba de hacer una oposición decente, moderada… 1° (para) encaminarle a obrar en el sentido de la opinión; 2° el de comenzar a establecer en el país un sistema de oposición que no sea tumultuario, indecente, anárquico, injurioso, degradante al país y al Gobierno, etc. Etc.; que lo que se desea es la continuidad del Gobierno, y que para conseguirla no hay mejor medio que los cambios de ministerio cuando los Ministros no gozan de la aceptación pública por sus errores, por su falsa política o por otros motivos; que la oposición cesa cuando sucede el cambio y , en fin, que queremos aproximarnos a la Inglaterra en cuanto sea posible en el modo de hacer oposición; que el decreto que autoriza al Gobierno para suscribirse a los periódicos con el objeto de fomentar la prensa y los escritores, no excluye a los de la oposición; que siempre que esta se haga sin faltar a las leyes, ni a la decencia, el buen gobierno debe apetecerla y que esa intolerancia del Ministerio, sólo puede encontrarse en un mal Ministro que tiene que temer, etc. Etc.; añadiendo que es una pretensión muy vana el querer marchar sin oposición… Urizar podría escribir este artículo dándole usted estos apuntes”.[47]

Como se ve, Portales pedía a sus amigos que la oposición fuera hecha sin faltar a las leyes de la decencia, que debía ser siempre ponderada y prudente, pero no se callaran cuando había “verdades” que decir, y éstas debían ser expuestas con sus pelos y sus lanas, pues ese era el mejor correctivo para todo Gobierno. Respecto de este punto es obvio que no podemos quedarnos con la idea general de que Portales aprobaba la existencia de “oposición”, pues al parecer, y así lo manifiestan los hechos concretos, la mano implacable de la ley se orientó también a mantener a raya a quienes intentaron levantar la voz disidente. Según su concepción, aquellos no han de haber cumplido con las leyes de la decencia, como el día en que (al parecer) José Joaquín de Mora publicó en uno de los periódicos de oposición, “El Trompeta”, la siguiente composición poética:

“El uno subió al poder
Con la intriga y la maldad
Y el otro sin saber cómo,
Lo sentaron donde está.
El uno cubiletea
Y el otro firma no más;
El uno se llama Diego,
Y el otro José Tomás
El uno sabe que en breve
Todo en humo parará;
El otro cree que en la silla
Tiene su inmortalidad.
El uno lucha y se afana,
El otro es hombre de paz;
El uno se llama Diego,
Y el otro José Tomás.
El uno hace los pasteles
Con su pimienta y su sal;
El otro hasta en los rebuznos
Tiene cierta gravedad.
El uno es barbi-lampiño,
Pero el otro es mustafá:
El uno se llama Diego,
El otro José Tomás.
El uno tiene en la bolsa
Reducido su caudal;
Y el otro tiene una vacas
Y un grandísimo sandial…
El uno saldrá al galope
Y el otro se quedará:
El uno se llama Diego
Y el otro José Tomás.
El uno es sutil y flaco
Que parece hilo de olan;
Y el otro con su barriga
Tiene algo de monacal.
El uno especula en grande:
El otro cobra el mensual:
El uno se llama Diego
Y el otro José Tomás.
De uno y otro nos reiremos
Antes que llegue San Juan;
Uno y otro en aquel tiempo
Sabe Dios donde estarán.
Quitándonos el sombrero,
Gritaremos a la par:
Felices noches don Diego,
Abur, don José Tomás”[48]

La reacción de Portales ante tal afrenta fue el destierro de Joaquín de Mora junto con su colaborador el doctor Pasaman y el editor de la imprenta en que se publicaba el periódico, don Antonio Gundian.[49]

Con todo, al parecer, el reclamo a favor del derecho de la “necesaria oposición” se proclamaba en instancias en las cuales él mismo y sus amigos tenían algo que reprochar al Gobierno, pues todo rastro de apoyo al gobierno anterior “pipiolo” fue aplacado con vehemencia.

Renuencia a cargos gubernamentales

Múltiples documentos expedidos por Diego Portales dan cuenta de su sincera renuencia a participar en los quehaceres gubernamentales. El documento oficial más nítido de tal actitud es la renuncia al cargo de Vicepresidente presentada al Congreso en junio de 1831.

“Señor: llamado por el voto de los pueblos a la Vice Presidencia de la República creo mi deber expresarle por el órgano de la Representación Nacional mi profunda gratitud por este lisonjero testimonio de confianza y de su aprobación a los pequeños servicios que he podido prestar a la patria.
Pero penetrado de mi insuficiencia para ejercer las funciones de la primera magistratura ejecutiva, si por algún accidente llegare a vacar, y obligado a volver dentro de breve tiempo a la vida privada, a donde me llaman urgentemente consideraciones que no puedo desatender me hallo en la posición de suplicar, como suplico al Congreso Nacional, se sirva aceptar la formal y solemne renuncia que hago en sus manos.
La nación y el Congreso, me harán sin duda la justicia de creer que no he tomado esta resolución sino porque después del mas detenido y maduro examen la he creído absolutamente necesaria y congruentemente irrevocable”.[50]
Santiago, Junio 13 1831
Diego Portales

Ante ello, la Cámara de Senadores votó por unanimidad contra la petición de Portales, la cual recién fue aceptada luego de reiterada petición el 31 de agosto de 1831, dejando así también sus cargos de Ministro de Estado.

En el epistolario de Portales también encontramos variadas manifestaciones de sincera reticencia hacia el poder político. El 29 de febrero 1832 afirmaba que “No ha podido retraerme de permanecer en Valparaíso ni el puncetón de Don Joaquín Tocornal, de que mis amigos se ofenderán de mi resistencia. Ellos son justos y racionales, y no pueden ofenderse de que rehúse un sacrificio estéril, cuando saben que estoy dispuesto a hacer cualquiera (como no sea el de mandar) cuando la necesidad lo exija. Señálenme una cosa, un bien que yo pueda hacer y que no lo pueda el Gobierno, y me verán volar a cualquiera costa a prestar tal servicio, siempre que no pueda hacerlo desde aquí”.[51] Así también, manifiesta en otra oportunidad a su confidente Antonio Garfias que con gusto viviría y disfrutaría de los placeres y comodidades que puede brindar Santiago “pero no podría gozarlos con tranquilidad, porque estaría en continua guerra para no tomar parte en las cosas públicas y, al fin, quien sabe si insensiblemente me metía, para sacar desazones e incomodidades sin fruto, lo que se evita estando aquí (Valparaíso), porque con contestar a cada llamado un NO QUIERO IR, salgo del paso: este desahogo es sólo para usted, y se cerró el paréntesis”.[52] A los amigos que no cesaban de intentar mantenerlo cerca e involucrado con la marcha del Gobierno, les asegura, y a veces con vehemencia, que no posee el más mínimo interés en “mandar al país” y que tras esa actitud no se esconden aspiraciones aun más elevadas. El 13 de marzo y nuevamente en carta dirigida a Antonio Garfias asevera que “he asegurado mil veces que no mandaré al país… ¿No se deja conocer que no me hago la más pequeña violencia para aborrecer el mando: que este es el resultado de una racional meditación y de una experiencia bien aprovechada?…”.[53]

Muchas de las epístolas dirigidas a sus amigos, gran parte de las cuales son una respuesta o un consejo requerido por éstos, testimonian que Portales no tiene ni el deseo, ni la intensión, ni el tiempo, ni la capacidad de transformarse en el guía y la lumbrera de los hombres del Gobierno. A su amigo Joaquín Tocornal, por ejemplo, luego de decirle “convengamos, pues, desde ahora en que usted sólo puede contar conmigo para todo lo que sea en su servicio personal”,[54] enseguida procede a describirle extensamente su “consejo”, que le guiará en sus labores de nuevo Ministro de Estado: “cumpla escrupulosamente con las obligaciones de su cargo sin consideración alguna a las personas cuando estas se presenten con intereses opuestos a la razón o a la justicia… En suma, no presente usted flanco alguno por donde puedan atacarle con justicia, y ríase de todo lo demás”.[55]

Como podemos apreciar en el epistolario se manifiestan los sinceros deseos de Portales de mantenerse al margen del Gobierno. Pero sus amigos insistían constantemente en “no dejarlo tranquilo”, le instaron constantemente a volver a defender la integridad de la organización política que era su obra.[56] En efecto, en respuesta a F. Elizalde, J. Tocornal y M. Gandarillas el 29 de febrero de 1832 les señala que estaba “dispuesto a hacer cualquiera cosa (como no sea el de mandar) cuando la necesidad lo exija. Señálenme una cosa, un bien que yo pueda hacer y que no lo pueda el Gobierno, y me verán volar a cualquiera costa a prestar tal servicio, siempre que no pueda hacerlo desde aquí”.[57] Al parecer, la necesidad de “volar para prestar servicios” sólo sobrevino el 21 de septiembre de 1835 cuando hubo que asegurar la continuidad de Prieto en la presidencia frente al grupo “philopolita” que eran los que se habían identificado con la publicación de El Philopolita, donde redactaban, entre otros, Gandarillas, Benavente y Ramón Rengifo, quienes estaban incubando ideas presidenciales a favor de Manuel Rengifo. Pero la vuelta de Portales hizo imposible cualquier tentativa de lucha contra la reelección de Prieto para un nuevo periodo presidencial, hecho que se consagró por la abrumadora mayoría el 30 de agosto de 1836.[58]

Ahora bien, pese al declarado desinterés de Portales respecto de “mandar” o estar cerca de los que “mandan”, es indiscutible que sin llegar a ocupar la Primera Magistratura, en gran medida, mantuvo el control del devenir político nacional. Frente a tal situación es que Gandarillas, quien hubiera sido uno de sus amigos, compañero de tertulias y el redactor de El Araucano, llega a afirmar que a Portales, en realidad, lo que interesa es mandar a los que mandan. Tal afirmación molestó tanto a Portales que le lleva a escribir a su amigo Antonio Garfias que:

“El pobre tuerto G. (Gandarillas) está en El Monte hecho una fiera conmigo. Su estupidez y ceguedad llegan hasta el extremo de figurarse y estar cerrada de que yo soy el autor de los artículos de El Mercurio, y dice que lo sabe positivamente. Compadezcamos a este pobre hombre y deseemos que reestablezca su salud para alivio de su familia. Dice que yo quiero algo más que mandar, pues pretendo mandar al que manda”.[59]

Para autores tales como Gabriel Salazar, quien manifiesta en su obra “Construcción de Estado en Chile”, una severa crítica ética-moral hacia el Gobierno instaurado en 1830, efectivamente, el verdadero y casi único manipulador de las circunstancias fue, sin dudas, Diego Portales, a quien califica como el “dictador” que contó como acompañante a Joaquín Prieto, un General títere al que llaman Presidente.[60] Implacables epítetos son los utilizados por este autor para describir las características del “régimen portaliano”, el cual evidentemente reprueba y condena.

En efecto, a través de los capítulos que dedica al análisis del “gobierno portaliano” (como él gusta denominarlo) se nos presenta un escenario histórico cargado de juicios de valor muy duros de entre los que destacamos las siguientes ideas: “Dictadura de origen golpista, caracterizada por arbitrariedad, represión, violación de derechos civiles y humanos, autoritarismo, orden público dictatorial, justicia dictatorial, maquillaje constitucional con esqueleto dictatorial, tiranía, represión, despotismo, al margen de la ley y de la constitución, abuso de facultades extraordinarias, brutal política policial, terror, poderes absolutos, negación de la constitución, dureza, arbitrariedad, justicia sumaria, Consejos de Guerra sin apelación, dictadura civil de Portales, etc.”.[61]

Es innegable la ideologización del análisis que nos presenta Salazar en su más reciente obra.[62] No obstante, nos parece un interesante contrapunto respecto del juicio histórico del periodo que marcó la génesis de nuestro Estado, así como también la implacable condena hacia su principal gestor, es decir, Diego Portales. En las páginas de la citada obra de Salazar, se continúa corroborando el innegable rol que ocupó Portales en el origen del Estado chileno, pero tal desempeño se esboza con una aplastante crítica hacia los métodos utilizados, a los cuales cataloga de maquiavélicos,[63] en el más pueril y vulgar sentido de la palabra, pero luego, incluso niega el maquiavelismo portaliano al afirmar que con el “orden público atemorizador” (construido con las armas y la represión), no fue alcanzado ninguno de los objetivos que deben primar en un Estado, es decir, el desarrollo global y la justicia social.[64] Con ello, entonces, los medios utilizados ni siquiera podrían ser justificados con los fines alcanzados.

Ahora que ya conocemos, en esencia, el ideario político de Diego Portales es posible adentrarnos, netamente, en el análisis comparativo de tales ideas y de su posible socialización a través de “El Araucano”, considerado como “periódico oficial”[65] del Gobierno Conservador. Para llevar a cabo tal empresa investigativa partimos de las siguientes premisas: Por una parte, que este periódico vendría a ser la concreción de una propuesta del propio Portales, quien manifestó su interés por promover la transparencia de la marcha del Gobierno[66] y, por otra parte, que la “dominante” personalidad de Portales se trasformó en el referente de los hombres comprometidos con el Gobierno Conservador. Así pues, como afirma Don Santiago Lorenzo, “uno de los rasgos más característicos de Portales fue su ascendiente sobre los hombres de su generación, lo que le permitió influir en el gobierno de Prieto y en la conducta pública de algunos contemporáneos como Bello, Egaña, Garrido, Tocornal, etc. En la política interna su participación fue protagónica… El hecho es que sus consejos fueron escuchados con atención, y normalmente primaron y dieron el tono a dicha administración”.[67]

A partir de lo expuesto, el problema que se nos plantea es el siguiente: si Diego Portales es el hombre más influyente y decisivo en la instauración del Gobierno Conservador tras el triunfo de éstos en Lircay[68] ¿En qué medida y en qué aspectos tal influencia puede verse reflejada en el principal medio de difusión que respaldó al Gobierno a partir de septiembre de 1830?.

Ante estas circunstancias, nos adentramos en el estudio y análisis de “El Araucano” con el objeto de, en primer término, conocer los ejes directrices entorno a los cuales estructura su mensaje y su discurso, para luego, contrastarlo con el ideario político de Diego Portales. En definitiva, buscaremos conocer las ideas fuerza (conceptos) que pretenden ser socializados por “El Araucano”, y a través de éstas consideramos que será posible perfilar las características del Estado instaurado en Chile a partir de 1830, es decir, podremos conocer y constatar, desde el punto de vista conceptual, las bases sobre las que se cimentó la génesis de nuestro Estado.

Capítulo III
El Araucano: periódico portavoz del Gobierno Conservador


Caracterización general de “El Araucano”

Un intento serio, tendente a caracterizar El Araucano, lo encontramos en Raúl Silva Castro “Prensa y periodismo en Chile 1812-1956”, en el capítulo IV de esta obra señala que El Araucano fue un periódico semanal al que se confió desde el primer instante la misión de hacer la defensa y el esclarecimiento de las medidas gubernativas, en artículos ponderados, serios, escritos con circunspección y elegancia de forma.[69] Un aspecto relevante de la explicación de Silva Castro es que la creación de El Araucano responde netamente a una propuesta de Diego Portales, incluso afirma que el primer redactor, Manuel Gandarillas, fue elegido por el Ministro Portales para desempeñar tales labores.[70]

Los otros ámbitos de la caracterización presentada por Silva Castro versan sobre la filiación que tuvo el periódico con el Gobierno y los cambios en el grupo redactor. El primero de estos puntos lo analizaremos en el siguiente aparatado, mientras que el segundo aspecto puede resumirse en las siguientes palabras

“Fue fundado por el ministro de la Suprema corte de Justicia don Manuel Gandarillas el 17 de septiembre de 1830, el cual hasta el año 1835, redactó la parte interior y política, estando la exterior y literaria a cargo de don Andrés Bello. Después que el fundador cesó en la redacción de este periódico, continuó con ella el señor Bello, por mucho tiempo más, unas veces en el todo y en otras en parte; escribieron también en el Araucano, entre otros (aunque este no es el orden preciso en que se sucedieron) don Juan Francisco Meneses, como unos 9 meses el año 35, don Ventura Marín, unos cuatro números sobre política el año 36, don José Indelicato, don José Joaquín Pérez, don Ramón Rengifo, don Felipe Pardo, don Salvador Sanfuente durante la Guerra con el Perú, don Rafael Minvielle que redactó el editorial del número 812 y 815, don Santiago Lindsay que lo llevó el año de 1851 y don Aniceto Cordovés el año 58, siendo el que actualmente lo dirige Don Ambrosio Montt”.[71]

Sucedió a Montt, Manuel Miquel que se encargó de la redacción entre 1863 hasta su muerte en 1864. Después de esta época se suprimieron los mensajes editoriales “ya no se hacían campañas ni sentaban cátedra exclusiva en materias constitucionales y de derecho de gentes como en el periodo de Bello”.[72]

En 1876, siendo Ministro del Presidente Errázuriz, don José Victorino Lastarria, decidió reemplazar aquel periódico por uno netamente oficial, y para ello dicto un decreto para reorganizar la Imprenta Nacional, que hasta entonces se encargaba de la impresión de El Araucano y para reglamentar las publicaciones que se harían en el nuevo periódico. Dio a este último el nombre de Diario Oficial, con lo que se despejaron las dudas respecto de su índole.[73]

En suma, El Araucano tuvo una duración de 46 años, 5 meses y 9 días. Mantuvo una estructura de 4 páginas que se dividían en dos secciones:

Exterior:
ü Especialmente noticias de Europa y América Latina. De carácter político o literario.
ü Se incorporaban extractos de periódicos extranjeros, de libros destacados, o bien se exponían extensos comentarios de los mismos.

Interior:
ü Documentos oficiales: decretos, misivas internas, estados de cuentas de la Hacienda, lista de detenidos y sentenciados.
ü Mensaje Editorial: Se comenta la noticia de mayor interés o que mayores repercusiones puedan tener en el acontecer nacional. Las veces en que se omite esta sección se da por explicación que no existe nada que sea realmente importante para el desenvolvimiento político o cultural de Chile, y que no escribirán por escribir, como hacen otros periódicos que gustan de los “chismes”, “inventos” y “mentiras”.
ü Avisos: oferta de mercaderías u ofertas educacionales de profesores particulares.

Caracterización general de contenidos abordados
(17 de septiembre 1830 – 1 de junio 1833)

Puesto que nuestro ámbito de estudio se reduce al marco cronológico que va entre la fundación del diario, en septiembre de 1830, hasta la promulgación de la constitución en 1833, procederemos a continuación a delinear un esbozo general respecto de las temáticas abordadas durante este período.

En los primeros seis meses se pone mucho énfasis en la necesidad de imponer el orden aplacando toda escaramuza de anarquía o rebelión. Varios mensajes editoriales del año 1830 son dedicados a justificar la restricción de la libertad de imprenta.

En el primer semestre de 1831 los temas que se reiteran son la necesidad de modificar la constitución y la administración de justicia, la cual debiera tener como principal medio de transparencia la publicación de los juicios.

Se describen los peligros de la prensa indiscriminada que se trasforma en foco de disidencia, discordia y desorden. Pero también comienzan a surgir ideas respecto de la “justa y decente oposición” e incluso, contraponiéndose a las ideas vertidas en el primer mensaje editorial, se propone la necesidad de que se estructuren “partidos”, aunque se hace la salvedad de que bajo ninguna circunstancia deberían derivar en “facciones”.

A partir de mayo de 1831 se exponen los privilegios de ser un país ordenado y sin peligros reales de nuevas tensiones internas. Desmienten enérgicamente los comentarios aparecidos en El Mercurio Peruano, donde se exponen las disensiones al interior del Gobierno y las posibilidades de que Joaquín Prieto le de la espalda a los triunfadores de la revolución de 1829. Muchos mensajes editoriales del primer semestre de 1831 comentan la necesidad de que el Gobierno se haga cargo de la incorporación de enseñanzas de ciencias que sean útiles al Progreso nacional. Por ejemplo, ciencias naturales, clases de química y matemática que puedan ser de toda utilidad para la agricultura y la industria del país.

En septiembre de de 1831 uno de los temas en torno al cual se estructura el discurso corresponden a los proyectos para modificar la Constitución de 1828. Uno de los aspectos que mayor atención merece es el constante interés de remarcar la necesidad de “reformar” el código anterior, no de hacer uno nuevo. Es así que muchos mensajes contienen una cargada crítica hacia la Convención Constitucional, cuestión que le valdrá a El Araucano tener que defenderse frente a los ataques de El Mercurio, quien critica que se haya hecho de la antigua carta constitucional “un ídolo”, mientras que la Convención Constituyente se haya convertido en blanco de “injustos ataques”. Frente a tal acusación El Araucano desmiente que se haya atacado y mucho menos difamado a los componentes de la Convención.

La temática que más se reitera a partir de este momento hasta mayo de 1833 es la necesidad de que la carta reformada permita consolidar al Gobierno prestándoles amplios poderes que permitan enfrentar y superar la adversidad cuando las circunstancias lo requieran. En definitiva se defiende la idea de un Gobierno fuerte, que cuente con “facultades extraordinarias”, ya que de no contar con éstas o se verá obligado a quebrantar la constitución cuando las circunstancias lo requieran o se verá obligado a sucumbir. Otra temática constitucional de relevancia es la restricción del derecho a sufragio, con el objeto que sólo lo obtenga gente capaz de utilizarlo de manera “decente y consciente”.

La relación de El Araucano con el Gobierno

A través de El Araucano observaremos la historia desde la perspectiva oficial del Gobierno, y ello no significa ignorar que este periódico no era el “oficial”, pues no hubo ninguno que tuviera tal denominación hasta 1876. No obstante, los editores fueron hombres que se dispusieron a dar respaldo al régimen establecido en 1830 y por ello, sin ser el diario o periódico “oficial”, publicaron los documentos relevantes del Gobierno, tanto los referidos a materias internas como externas, así también se propusieron defender las posturas oficiales cuando hubo la necesidad de hacerlo, sobre todo cuando otras publicaciones, declaradas adversas, exponían severas críticas y recriminaciones hacia el Gobierno en general o hacia alguno de sus líderes en particular. Pero esta cercanía e identificación con el Gobierno no siempre fue tan evidente, y ello es explicado por sus propios redactores en diversas ediciones.

Por ejemplo, en la primera edición se “advierte” a los lectores las características del periódico, señalando que su objeto, no será entrar en rivalidades inútiles y destructivas, sino que cuando sea necesario se entregarán las opiniones a modo de sugerencia o consejo que permitan al Gobierno mantenerse firme y consecuente.

Bajo el epígrafe “ADVERTENCIA” se consignó lo siguiente:

“El objeto de El Araucano es comunicar a Chile toda clase de noticias importantes que puedan adquirir de las demás naciones y presentar esta los datos por donde puedan juzgar del estado de nuestra política, moralidad, instrucción y adelantamiento en todos los ramos. Se copiarán los documentos oficiales más importantes, para dar seguridad a las relaciones y una crítica veraz y severa, pero sin mordacidad, analizará todas las providencias administrativas que no sean ajustadas a los principios y a la justicia
Los editores prometen no entrar jamás en controversias de partido… sus páginas se franquearán sólo a remitidos sobre puntos científicos o cualesquiera otro de utilidad general. Sin embargo pueden verse precisados alguna vez a sostener providencias del Gobierno o a defender su comportación y lo previenen para que en ningún momento lo tachen de inconsecuentes”[74].

En otra oportunidad (8 de febrero 1833), los editores de El Araucano precisan la naturaleza del periódico en respuesta a una supuesta “guerra de insultos” de los periódicos oficiales de Chile y Bolivia en contra de Perú. Si bien, en primer lugar este mensaje editorial tiene por objeto desmentir que Chile esté llevando a cabo una campaña anti peruana a través de su periódico “supuestamente oficial”, en segundo lugar, lo que se precisa es la intención de los editores de El Araucano por subrayar la independencia con la que desarrollan sus labores de redacción.

“Perú desconfía de una supuesta alianza entre Bolivia y Chile… no nos desgastaremos en desvanecer tan absurda insinuación.
Se nos atribuye actitud hostil por los insultos y las acusaciones injustas que los periódicos oficiales de una y otra república prodigan a la administración peruana. El Araucano es el único de los periódicos chilenos que tiene conexión con el Gobierno y ésta se reduce a la inserción de las leyes y demás documentos que interesan al público. Pero sabido es que en sus columnas se ha IMPUGNADOS repetidas veces, aunque con MODERACIÓN y RESPETO las opiniones de la administración actual…”[75]

Como se puede ver, aquí los editores desmienten ser el periódico oficial del Gobierno, afirmando que la supuesta oficialidad sólo se remite al interés que ha puesto El Araucano en publicar los documentos y leyes más relevantes expedidos por el Gobierno, pero ello se complementa con una posición crítica orientada a encausar por medio de la opinión moderada y respetuosa los actos del Gobierno.

No obstante lo anterior, la perspectiva tradicional de análisis de El Araucano, ha considerado que este periódico es indiscutiblemente la voz del Gobierno y por ello el diario oficial, así por ejemplo lo considera Ernesto de la Cruz, afirmando que El Araucano es la materialización de una idea de Diego Portales, referida a la necesidad de publicar los documentos y decisiones oficiales del Gobierno. Portales “quería que se pusieran en transparencia hasta los pensamientos de los hombres del poder, seguro como estaba de la honorabilidad de la manera de proceder de sus compañeros de trabajo… a esto obedeció la creación de El Araucano, periódico oficial con largos años de existencia”.[76]

La ambigüedad respecto de si es o no, El Araucano, el diario oficial del gobierno podemos aclararla con algunas aseveraciones de Raúl Silva Castro y Diego Barros Arana. El primero de estos, afirma que al haber nacido El Araucano bajo los auspicios de Diego Portales, era innegable que se transformara en el defensor y promotor de ideas gubernamentales, pero al mantener independencia respecto de su grupo redactor, este a través de los mensajes editoriales podía sustentar propuestas distintas a lo propiamente gubernamentales.[77] Pero el rasgo de oficialidad, solo lo vino a tomar a partir del 23 de febrero de 1850, cuando por decisión gubernamental –según señala Barros Arana- el Araucano comenzaría a publicarse tres veces por semana, con el objeto de publicar sin tardanza exagerada los documentos oficiales, tendría, además un redactor designado por el Presidente de la República y este trataría las cuestiones concernientes a la administración del Estado, para explicar algunos puntos o para desvanecer los cargos que se le hiciesen. Tal propuesta del Gobierno demandaba gastos que causaron amplios debates en el Senado. No obstante, como señala Barros Arana, estos cambios se mantuvieron poco tiempo en vigencia y al cabo de dos años ya se había vuelto a las antiguas prácticas de periódico subvencionado con fondos fiscales.[78] Y así se mantuvo hasta 1876, cuando desapareció en forma definitiva, dejando paso a la creación del “Diario Oficial”, el nombre ya no dejaba lugar a dudas.

Capítulo IV
Ideas fuerza socializadas en El Araucano en contraste con el ideario político de Diego Portales

De un total de 142 ediciones analizadas, 32 de ellas no contaban con mensaje editorial, o bien la temática abordada no se relacionaba con la presente investigación, por tanto, la cantidad neta de ediciones tabuladas en los cuadros sinópticos son 110.
A continuación se presenta el cuadro de síntesis de las tabulaciones de los ejes temáticos:

CUADRO DE SÍNTESIS DE EJES TEMÁTICOS DE “EL ARAUCANO”
(17 de Septiembre 1830 – 01 de junio de 1833)

Nota: Síntesis elaborada a partir de los cuadros sinópticos de las temáticas abordadas en El Araucano entre el 17 de septiembre de 1830 al 1 de junio de 1833. (Ver cuadros estadísticos incorporados en la parte final de los anexos)

EJES DIRECTRICES DEL DISCURSO SOCIALIZADO EN EL ARAUCANO[79]

A través del análisis del contenido del periódico El Araucano desde su fecha de creación (17 de septiembre de 1830) hasta la publicación de la Reforma Constitucional (25 de mayo de 1833) es posible identificar tres ejes directrices fundamentales:

En primer lugar se encuentran los problemas o dificultades que enfrenta el Gobierno, los cuales, según el análisis expresado en el periódico, son la herencia del caótico estado de turbulencias, anarquía y licencia del periodo anterior, liderado por los “pipiolos”.

El segundo eje temático se relaciona con la reflexión respecto de los medios, métodos y estrategias necesarias y eficaces para lograr superar los problemas identificados.

El último eje directriz corresponde a los objetivos a los que Chile como República independiente debe aspirar. Tales objetivos se estructuran en las más diversas temáticas, entre ellas el tipo de gobierno que se debe establecer, las características del código fundamental que lo debe regir, la forma en que debe ser administrada la justicia, los valores y las características que deben identificar tanto a los hombres públicos como a los ciudadanos en general. Pero por sobre todas estas ideas, la que más se reitera es la necesidad de establecer el Orden y la Tranquilidad.

Presentaremos ahora una visión panorámica de estos tres ejes temáticos que nos sirven como directrices para ejecutar nuestro análisis. Posteriormente nos detendremos en el análisis de las ideas fuerza socializadas por El Araucano y su relación con el ideario político de Diego Portales –el cual ya fue reseñado en el segundo capítulo del presente trabajo-.

1. Problemas y dificultades

Los problemas descritos en El Araucano, en sus tres primeros años de existencia, abarcan los siguientes ámbitos: la criminalidad y el bandolerismo esparcido por toda la República; la inmoralidad producida por falta de educación; las acciones subversivas lideradas por antiguos pipiolos que no aceptan su derrota y la deficiencia de medios para aplacar tales problemas.

Así por ejemplo, se afirma el 29 de enero de 1831 que “El Gobierno recibe frecuentes y amargas quejas de varios pueblos de la República por la continua alarma en que pone a sus vecinos la repetición de cuantiosos asesinatos y robos inaudito”, para luego agregar: “se encuentra derramado en todos los pueblos el germen de la inmoralidad que difundió el desorden de algunos años. Cada revolución política arroja una lava de malhechores que por mucho tiempo permanecen cometiendo depravaciones y atentados horribles”.[80]

En este ámbito, la temática de la banda de los Pincheira fue ampliamente tratada entre la publicación N° 17 y la N° 83, es decir, entre el 8 de enero de 1831 hasta el 14 de abril de 1832. Al tratar la temática de los Pincheira se aludía dos ámbitos. Por una parte se destacaba lo reprochable de este tipo de criminales, que se concertaban para emprender sus correrías y usurpaciones, aterrorizando a las poblaciones del sur, pero por otro lado, se ponía hincapié en señalar que la instauración del orden y la tranquilidad en la Republica no era puesta en peligro por éstos bandoleros, en quienes los pipiolos aun creían ver a agentes restauradores del régimen desordenado que ellos pregonaban.

Así pues, el 8 de enero del ´31 en el mensaje editorial de El Araucano se sostenía: “Los opositores del Gobierno ven los satélites de Pincheira los restauradores del desorden y a los protectores de sus intereses ¡qué puede esperarse de hombres que se entregan a la alegría de los conflictos de la patria porque piensan que ellos pueden proporcionarles la satisfacción de sus deseos!… La República no puede por ahora usar sus recursos para exterminar a esta clase de enemigos y los más que puede hacer el Gobierno es tomar medidas de precaución para prevenir sus depredaciones… El Intendente y demás autoridades de la Provincia han manifestado todo el celo del patriotismo y toda la actitud del verdadero interés público para libertarla de las invasiones de Pincheira. A pesar de las inquietudes que causa este malvado a los pueblos y habitantes cercanos a las cordilleras, la situación política de la República es la mejor que se ha conocido de mucho tiempo atrás. Si esta verdad es tan notoria ¿cómo podrá oscurecerse por el dicho desacreditado de un tan corto N° de desorganizadores?”.[81]

El desenlace de este problema, en el que se ponían en juego los fundamentos del nuevo régimen -establecimiento del orden y la tranquilidad aplicando la severidad contra los criminales- se produjo en enero de 1832, cunado se comunicó al Gobierno la eliminación de la banda de forajidos en los siguientes términos:

“Jornada admirable… se ha reducido a la nada a la gavilla de bandidos que se acampaba en aquellos puntos, unidos con los bárbaros Pehuenches. De los primeros han sido afusilados los principales sanguinarios como eran Pablo Pincheira, Hermosilla Fuente, y otros por sus crímenes tenían merecida esta pena… muy luego pretendo aprender a José Antonio Pincheira que pudo escapar con 12 hombres a favor de su caballo… los Pehuenches quedaron en el campo despedazados, muertos y prisioneros con sus familias casi en su totalidad… muertos sus caciques. Con esto se terminarán las incursiones constantes a las Provincias argentinas, nuestras hermanas.
Sírvase Usted poner en conocimiento del Excelentísimo Señor Presidente… congratulaciones por un triunfo que afianza la quietud de la República”.[82]
J. Antonio Villagrán

La otra problemática que debía enfrentar el Gobierno eran las escaramuzas rebeldes que seguían patrocinando los pipiolos desterrados. Respecto de estas, El Araucano señala que no son más que rumores promovidos por los refugiados en Lima, que no aceptan abandonar sus quiméricos proyectos para perturbar el orden.[83] Aquellos entes, liderados por Ramón Freire, pretenden trastornar el país, matar, saquear, reducir a desiertos espantos poblaciones regularmente organizadas y regidas por la moralidad y la civilización. Esta es la imagen que trasmiten los mensajes editoriales respecto de los pipiolos derrotados y apartados del país: “Sobre todo Ramón Freire no deja de conjurar contra su patria. Levanta calumnias contra el actual gobierno de Chile, falsifica el relato de los hechos, publica intrigas e improperios en Lima”.[84]

Como ya se ha señalado, desde las páginas de El Araucano se dibuja una imagen del “OTRO”, del enemigo, del ente peligroso, cristalizado en dos ámbitos: por una parte están los malhechores faltos de civilización, que pueden, por vías de la educación o el escarmiento subsanar su conducta. Pero al lado de estos, y muchas veces, liderándolos o instándolos a mantenerse en estados de revueltas, están los entes abominables, lo cuales no verán reformada su conducta porque su propiedad característica es su desapego a la tranquilidad y el orden, estos son los reductos pipiolos que conjuran y mantienen vivas sus intentonas tendentes a derrocar al Gobierno.[85]

2. Medios, métodos y estrategias

La pregunta que debe contestar el nuevo Gobierno es: ¿Qué hacer ante los problemas?, o bien, ¿qué medios utilizar para alcanzar los objetivos?.

Las respuestas que se desprenden de los mensajes editoriales se presentan como propuestas o consejos que delinean un deber ser del Gobierno y que a su vez justifican las acciones y medidas que éste va tomando ante las circunstancias concretas.

Así, por ejemplo, se argumenta a favor de la severidad en la aplicación de las penas, la transparencia y publicación de los juicios, la restricción de la libertad de imprenta, la necesidad y legitimidad de posesión y aplicación de poderes extraordinarios en las manos del Gobierno.

En el ámbito de la severidad se argumenta respecto de lo inútil de moderar la pena a los delincuentes con la esperanza de que se enmienden, puesto que los acostumbrados a vivir del robo y el salteo deben tener lo que se merece. Esta temática fue ampliamente desarrollada a propósito de la invasión y saqueo que sufrió Copiapó por los fugados de Juan Fernández. En esta oportunidad, 104 reos se embarcaron en un bergantín y llegaron a Copiapó el 30 de diciembre de 1831. al desembarcar, saquearon y mataron a 12 personas. Según el editorialista de El Araucano, las lecciones que deben quedar para el país son las siguientes:

– “El saqueo de Copiapó indica la necesidad de organizar en todo el país las Guardias Cívicas para que los pueblos estén a cubiertos de cualquier invasión… los copiapinos se presentaron gustosos a defender su pueblo, pero el valor solo nada podía contra los criminales, a quienes la corrupción de los jueces ha salvado la vida.
– La inutilidad de moderar la pena a los grandes delincuentes con la esperanza de que se enmienden. Son hombres acostumbrados a vivir del robo y del salteo”. [86]

En este ámbito, también se explican las críticas al sistema judicial que insiste en moderar las penas a los delincuentes. El ejemplo que se más llama la atención es el referido a un ladrón que asaltó la Iglesia la Merced en Santiago, a quien en primera instancia se condenó a presidio en Juan Fernández y luego el Tribunal Superior rebajo dicha pena para que cumpliera labores de profesor en Copiapó.[87] El argumento esgrimido por el tribunal y rechazado por El Araucano es la condición anterior del delincuente, quien en Argentina llegó a ser miembro de la Cámara de Justicia de Mendoza.[88]

La propuesta de El Araucano para mejorar la administración de justicia pasa por dos ámbitos: en primer lugar transparentar los procedimientos judiciales publicando las sentencias y en segundo lugar reformar los códigos de justicia para extirparles todo lo inútil y engorroso que arrastran desde tiempos de la colonia. Con respecto al primer ámbito se afirma “nada congenia más con el despotismo que el misterio. Necesidad que las acciones de los mandatarios también sean públicas”.[89] Mientras que la reforma se justifica por la necesidad de contar con códigos de legislación acordes con realidad nacional, puesto que no basta con compilar y ordenar las leyes de Castilla e Indias, ya que no responden al contexto republicano y constitucional.[90]

Los últimos dos elementos que destacaremos en esta reseña respecto de los medios necesarios para enfrentar los problemas y alcanzar los objetivos son la restricción del libertinaje de imprenta y la necesidad de fortalecer los poderes y atribuciones del Gobierno. Respecto de la imprenta se afirma que es necesario restringir su libertad por convertirse esta en subversiva y foco de desordenes, puesto que insiste en mantener vivas viejas pasiones y rencores.[91] La restricción, según el editorialista de El Araucano, permitiría recuperar la dignidad de este instrumento de ilustración.[92]

El último elemento que vendría a configurar el ámbito de elementos o instrumentos necesarios para poder llevar a cabo las labores de Gobierno es el fortalecimiento de sus atribuciones, dotándolo de poderes extraordinario. Y esto vendía a responder a una demanda de los pueblos que desean gozar de una libertad organizada y exigen de un sistema de administración firme, estable y vigoroso que no les exponga a esas alteraciones que frecuentemente los inquietan.[93] En estas circunstancias, se argumenta a favor de los poderes extraordinarios. En El Araucano se justifican y defienden los derechos extraordinarios concedidos por el Congreso de Plenipotenciarios al nuevo gobierno. Se publican, por ejemplo, documento secretos que facultan al presidente para separar el país a los desorganizadores que promueven desorden y ruina de la república de Chile.[94] En efecto, se afirma que “hubo conflictos en que el gobierno tuvo que pedir facultades extraordinarias y si el Congreso de Plenipotenciarios lo hubiese negado habría sido preciso dejar perecer el país por falta de autoridad, o proceder autoritariamente por falta de autorización del código”.[95]

La constatación de la necesidad de que en ciertas circunstancias extremas el Gobierno debe aplicar con medidas enérgicas, se propone y se insta a los miembros de la Convención Constitucional tener presente que el Gobierno debe contar con MEDIOS eficaces para conservar la PAZ y el ORDEN PÚBLICO.[96] Y esta necesidad de subrayó desde el comienzo, puesto que ya en diciembre de 1830 se afirmaba que “la constitución debía haber tenido un título en que se facultase al Gobierno para proceder en casos extraordinarios a fin de imponer silencio a los opositores que prevalidos de la insuficiencia de la ley, procuran introducir el desorden, y ponen al Gobierno en el conflicto de salvar la patria, como ellos dicen, contra la ley… La constitución debe dar reglas para proceder en casos extraordinarios y para evitar las convulsiones populares.[97]

Si bien ya hemos delineado los fines que esperaban alcanzarse con estos medios enérgicos -catalogados por algunos como: autoritarios, dictatoriales, crueles, faltos de ética[98]-, pasaremos ahora a esbozar lo que para El Araucano constituían los “fines” u “objetivos” del Gobierno instituido tras el triunfo de Lircay.

3. Objetivos

De entre todos los objetivos propuestos por El Araucano, que en este aspecto, se transforma en el portavoz del Gobierno, las ideas que más destacan, son las del Orden y la Tranquilidad.[99] Para enfatizar estos dos ámbitos, se recurre reiteradamente a la comparación con el periodo anterior, llegando a afirmar que “nadie puede gustar todas las delicias que produce el bien sin haber pasado antes por todas las amarguras que ocasionó el mal.[100] Así pues, al poco tiempo de establecido el Gobierno, en 1830, se comienza a señalar los méritos de lograr estabilizar la república logrando un completo triunfo de la tranquilidad y el orden en los distintos procesos eleccionarios que se llevan a cabo en los Cabildos y Asambleas.[101] Así los que antes había sido teatro de espantosos tumultos y reyertas ahora se convierte en orden y paz.[102]
Se destaca también el triunfo de la legitimidad y la estabilidad. La legitimidad se manifiesta, sobre todo, con ocasión de la elección de Joaquín Prieto, quien luego del “ordenado” proceso eleccionario “se constituirá en un gobernante rigurosamente legítimo. Ha triunfado la opinión pública y el país va a ser regido por los ciudadanos que tuvieron la dicha de cooperar al establecimiento del orden”.[103] Mientras que la máxima muestra de estabilidad habría sido alcanzada con la reapertura de la Cámaras del Congreso Nacional por segunda vez consecutiva en forma ordenada y como la legislación lo estipula previamente. Por el sólo imperio de la ley, sin convocatoria, sin elecciones y sin turbulencia.[104]
Con el objeto de subrayar esta idea del Orden y la Tranquilidad, y demostrar que es una temáticas reiterada durante todo el periodo analizado (septiembre de 1830 a junio de 1833), presentamos algunos extractos de mensajes editoriales en que se destacan tales ideas:

“El gobierno de Chile sigue el sistema de conservar el orden, asegurar la tranquilidad y alejar del territorio a todo osado que intente perturbarla”.[105]
“La quietud y tranquilidad domina en el interior nada llama la atención”.[106]
“Dos años de orden y quietud después del movimiento popular de 1829”.[107]
“Vigésimo segundo aniversario de la libertad con toda majestuosidad y alegría que corresponde otros objetos que inflaman el corazón de los chilenos con la CONSERVACIÓN DEL ORDEN, el progreso de la prosperidad pública, mejora y reforma de las instituciones, la armonía de los poderes y los trabajos constantes de la administración en general”.[108]
“No hay alteraciones que en tiempos pasados ponían a los pueblos en inquietud y a los gobiernos en angustias. La administración sigue la senda de la franqueza y la rectitud que le han proporcionado el crédito del que goza”.[109]

Como elemento culmine y ratificador de todo lo expuesto, las palabras con que el Presidente Joaquín Prieto da la bienvenida a la Constitución reformada, ratifican el compromiso con el Orden y la Tranquilidad, situando ambos elementos en calidad de fines y objetivos. Así pues, el 25 de mayo de 1833, Prieto manifiesta ante las Cámaras reunidas:

CONCIUDADANOS:
“Acaba de ser jurada por todos los magistrados la Constitución reformada por la Gran Convención… seré el más severo observador de sus disposiciones y el mas cuidadoso centinela de su cumplimiento.
(Los reformadores) no han tenido en cuenta más que nuestros interés, su único objeto es dar a la administración reglas adecuadas.
Despreciando teorías tan alucinadoras como impracticables, sólo han fijado su atención en los medios de asegurar para siempre el ORDEN y la TRANQUILIDAD pública.
Contra los riesgos de vaivenes de partidos a que han estado expuestos. La reforma no es más que el modo de poner fin a las revoluciones y disturbios a que daba origen el desarreglo del sistema político en que nos colocó el triunfo de la Independencia.
(tareas imposibles de no estar deslindadas con exactitud facultades del Gobierno y se hubiese puesto DIQUES a las LICENCIAS)
CONCIUDADANOS:
No omitiré sacrificios para hacerla respetar, porque en su veneración considero que se destruirá para siempre el móvil de las variaciones que hasta ahora os ha mantenido en inquietud.
Lo haré cumplir valiéndome de todos los medios que él me proporciona por rigurosos que parezcan”.[110]

En este contexto se entiende la crítica que presenta Gabriel Salazar, ya que pareciera ser que el Orden, al convertirlo en objetivo, no se trasforma en un bien para la República.[111] Esta idea la contradice Ana Stuben, al sostener que la idea de orden estuvo siempre ligada a la idea de progreso, cuestión que daría sentido a la insistente necesidad de mantenerlo con medidas enérgicas.[112]

IDEAS FUERZA SEMEJANTES AL IDEARIO POLÍTICO DE DIEGO PORTALES

1. Orden y tranquilidad

Atendiendo a las estadísticas elaboradas a partir de la información editorial, entregada por El Araucano entre el 17 de septiembre de 1830 y el 1 de junio de 1833, los conceptos de “orden” y “tranquilidad” son los que evidencian mayor presencia y reiteración. De las 110 editoriales fichadas, 77 de ellas se encargan de ponderar, resaltar, explicar y fomentar el “orden” como un elemento esencial con el que debe contar todo Gobierno y todo Estado. Así también el concepto y la idea de “tranquilidad” es ampliamente expuesta y desarrollada por los redactores de El Araucano, apareciendo su tratamiento de forma nítida en 50 de 110 editoriales.

En El Araucano los conceptos de “orden” y “tranquilidad” son ponderados, especialmente cuando se analiza la situación de Chile poniendo en paralelo la realidad imperante antes y después del triunfo de las fuerzas conservadoras en Lircay. Así, por ejemplo, en la décimo quinta edición de El Araucano se afirma que “nadie puede gustar todas las delicias que produce el bien sin haber pasado antes por todas las amarguras que ocasionó el mal”.[113] Se sostiene, además, que el estado actual de la República es el más próspero y tranquilo que podrá esperase después de un movimiento tan general y enérgico como el que sufrió desde fines del año pasado. Esta última idea es reiterada a lo largo de todo el período analizado.

El triunfo obtenido en el campo de batalla comienza a consolidarse y afianzarse, netamente, cuando el Gobierno Conservador logra dotar de legitimidad su desempeño. Y ésta legitimidad se obtuvo cuando los resultados electorales de 1831 dieron por ganador a Joaquín Prieto (General victorioso de Lircay) y como Vicepresidente, fue electo Diego Portales. En efecto, estos resultados fueron dados a conocer de modo triunfalista como afianzamiento definitivo de la “legitimidad” y del “orden”:

“Por el resultado de los escrutinios de los colegios electorales de Coquimbo, Aconcagua, Colchagua y Santiago se sabe que han obtenido votos para la presidencia de la República los señores General don Joaquín Prieto y el Ministro del Interior y Guerra don Diego Portales, a saber 119 el señor Prieto y 117 el señor Portales… La uniformidad de estas votaciones hace ver que ha desaparecido del territorio de Chile el genio de la discordia que en las elecciones anteriores le había convertido en un teatro de los más espantosos tumultos y de las más incontroladas reyertas. El interés público ha influido en todos los ánimos; se ha expresado la voluntad general con toda la amplitud que puede desearse para constituir un gobernante rigurosamente legítimo. Ha triunfado la opinión pública y el país va a ser regido por los ciudadanos que tuvieron la dicha de cooperar al establecimiento del orden”.[114]

Lo que se manifiesta en estas palabras no sólo es la idea triunfalista del “nuevo orden”, sino que también, de inmediato se advierte ese reiterado interés por comparar las características del anterior periodo “pipiolo” con el actual periodo conducido por los triunfadores de Lircay. Y tal característica, es, en esencia, la desaparición de la discordia tumultuosa, generadora de múltiples problemas intestinos.

A partir de septiembre de 1831, momento en que Joaquín Prieto asume el mando presidencial, logramos advertir un discurso editorial que tiene dos vertientes. Por un lado está la insistencia en que “la tranquilidad” y “el orden” reinan en nuestro país, destacando continuamente la diferenciación con la época anterior; pero a su vez, también se insiste en que todo los conatos de desórdenes deben ser severamente aplastados, que la delincuencia (asesinatos, robos, salteos) que proliferan en los pueblos del país están siendo y serán erradicados del país aplicando severas medidas que conduzcan al establecimiento del “orden” definitivo. Así, por ejemplo, se afirma que “el gobierno de Chile sigue el sistema de conservar el orden, asegurar la tranquilidad y alejar del territorio a todo osado que intente perturbarla”.[115] Y para explicar la ausencia de mensajes editoriales se dice que “la quietud y tranquilidad domina en el interior, nada llama la atención”[116], por tanto, no hay nada relevante que informar al público. Por su parte, cuando resurgen conatos de rebelión se informa que “la heroica empresa de eliminación de los facinerosos progresa todos los días. El objetivo es librar a Chile de los perversos corruptores de la paz y la armonía”.[117]

En este contexto, son de gran elocuencia las palabras del Presidente de la República, el cual se encarga de plasmar en sus discursos la idea “del triunfo del orden y la tranquilidad”. El 2 de junio de 1832, en ocasión de la apertura de las sesiones del Congreso Nacional, los editorialistas de El Araucano alaban el hecho de que por primera vez las Cámaras legislativas de Chile tienen oportunidad de reunirse por segunda vez consecutiva sin necesidad de convocatoria, elecciones, ni turbulencia, y ante ellas el Presidente Prieto afirma: “Grato es tener que felicitaros por la permanencia de la tranquilidad interior y por las señales manifiestas de consolidación que presenta nuestro sistema político. Las tentativas que se han hecho para turbarlo han servido sólo para poner más al descubierto el firme apoyo sobre que reposa, que no puede ser otra que la confianza nacional… La tranquilidad ha sucedido a las convulsiones intestinas en todas las nuevas repúblicas, y es probable que sus gobiernos se dedicaran ahora a cimentar las relaciones que deban unirlas como miembros de un gran cuerpo…”.[118]
Prosiguiendo con el mismo ánimo, y ahora en el contexto de la celebración de las festividades patrias de la República de Chile en 1832, en El Araucano se afirma “(llegado el) Vigésimo segundo aniversario de la libertad con toda majestuosidad y alegría que corresponde otros objetos que inflaman el corazón de los chilenos con la CONSERVACIÓN DEL ORDEN, el progreso de la prosperidad pública, mejora y reforma de las instituciones, la armonía de los poderes y los trabajos constantes de la administración en general”.[119]

Ahora bien, como contrapunto de los ideales de orden y tranquilidad que desean instaurar los triunfadores de Lircay, están las características de los que se oponen al Gobierno. Desde las páginas de El Araucano, surge una imagen del “otro”, en quien se encarnan todos los antivalores proclamados por el Gobierno. Por ejemplo, de la prensa opositora que logró mantenerse en funcionamiento se dice que sólo utilizan el papel para “injuriar, mentir y llamar al desorden”. Que además, “la experiencia ha manifestado que la imprenta no produce ningún efecto cuando se usa sin verdad y decoro. Los autores de esas inmundas producciones hacen esfuerzos para desconocer la ignominia que les agobia y para disimular el sentimiento de la deshonra que se ha causado por sí mismos”.[120] Se afirma que a los partidarios del régimen anterior les irrita la paz pública, el orden y la tranquilidad y que publican solo injurias.

Los redactores de El Araucano acusan a la oposición (que en esencia, son los liberales derrotados en Lircay), de apoyar cuantos conatos de desórdenes e inestabilidad se desarrollen en el país. Por ejemplo, se les acusa de estar ligados a la banda de forajidos de “Los Pincheira”, debido a que ven en éstos a los restauradores del desorden y a los protectores de sus intereses.[121]

Así también, a todos aquellos hombres que fueron expatriados y que se refugiaron, esencialmente en Lima, se les mira con recelo, ya que constantemente surgieron rumores respecto de la posibilidad de que estos llevasen a cabo una invasión hacia Chile buscando derrocar al Gobierno. En la vigésimo novena edición se afirma que “los refugiados en Lima son posibles invasores que pretenden trastornar el país, matar, saquear, reducir a desiertos espantos poblaciones regularmente organizadas y regidas por la moralidad y la civilización”.[122]

En definitiva, todos aquellos identificados o tildados de “opositores” son considerados elementos nocivos que deben ser mantenidos a raya con el objeto de conservar y mantener la “paz pública”, el “orden” y la “tranquilidad interior”. Dejarlos existir en el territorio nacional es contradictorio según los editorialistas de El Araucano debido a que nunca podrán conformarse con la quietud y el orden.[123] En este contexto, la idea que más se reitera en el primer semestre de 1833 es la “ausencia de alteraciones que en tiempos pasados ponían a los pueblos en inquietud y a los gobiernos en angustias. La administración sigue la senda de la franqueza y la rectitud que le han proporcionado el crédito del que goza”.[124]
De este contrapunto de las ideas de orden y tranquilidad expuestas por el Gobierno Conservador con las ideas de “desorden, tumulto, inestabilidad” proclamadas y emprendidas por los opositores del Gobierno se puede avizorar con claridad la relación con uno de los elementos más característicos del ideario político de Diego Portales, es decir, la identificación clara de “los buenos y los malos”, con el objeto de poder separarlos, premiando a unos y castigando a otros. El objeto era saber claramente quienes eran los agentes perturbadores de ese, tan anhelado, “orden”, hacia el cual Portales afirma estar ligado imperturbablemente.[125]

A juicio de Portales, el secreto para gobernar bien era saber distinguir el bueno del malo. Si esto no era hecho con acierto, oportunidad y constancia, se originaba el “descontento de los buenos… su desfallecimiento”. Este tipo de afirmaciones prolifera en sus epístolas. A su amigo Antonio Garfias le decía “El peor mal que encuentro yo en no apalear al malo, es que los hombres se apuran poco en ser buenos, porque lo mismo sacan de serlo como de ser malos”.[126] En otra de sus cartas, en tono de consejo y también de crítica al proceder del Presidente Prieto, le dice a Ramón Cavareda el 7 de marzo de 1833 “…sólo puede tenerse confianza en el hombre de honor, y que toda distinción al malo es lo mismo que criar cuervos y sólo sirve para hacer desmayar al bueno… Si usted examina bien el origen de los males que nos amenazan y amenazaban, lo encontrará en las consideraciones indebidas que han merecido a nuestro Presidente muchas personas que sólo merecían un presidio; y, sobre todo, en su conducta tan poco pronunciada”.[127] Una semana más tarde insiste con la misma idea afirmando que “(Cuando el Gobierno) abra bien los ojos para distinguir a los hombres honrados de los que no los son, entonces verá usted alegres y exaltados a todos los buenos, y a los malos metidos en un rincón, convirtiéndose en buenos y sin ánimos para intentonas como la presente”.[128]

Como precisamos en el segundo capítulo del presente trabajo, tal era el grado de importancia esta distinción portaliana entre “buenos y malos” que historiadores tan prominentes como Mario Góngora han llegado a sostener que “el principal resorte de la Máquina era la distinción entre los que el llamaba en sus cartas los buenos y los malos. Los buenos son los hombres de orden, los hombres de juicio y que piensan, de conocido juicio y de notorio amor al país y de las mejores intenciones. Los malos, sobre los que debe recaer el rigor absoluto de la ley son los forajidos, los lesos y bellacos, aludiendo sin duda a los pipiolos y conspiradores de cualquier bando. Los malos no le tienen respeto al Gobierno”.[129]

Solo en el primer grupo de hombres puede confiarse –según la perspectiva portaliana- para emprender la tarea instauradora del orden y la tranquilad. Sobre el segundo grupo debía recaer la dureza de una ley implacable, que no debía vacilar ante ninguna antigua investidura de prestigio o mérito, puesto que los honores pasados no pueden ni deben borrar las faltas presentes.

2. Ley implacable (delincuentes comunes y opositores políticos)

La implacabilidad de la ley es la tercera idea fuerza en orden de preponderancia desarrollada por la línea editorial de El Araucano, abarcando su tratamiento 58 de 110 mensajes editoriales. Se expone, por ejemplo, la inutilidad de moderar las penas a los delincuentes y las características despóticas de aplicar el indulto, puesto que, ello significa pasar por sobre la sentencia decretada por tribunales, ¿dónde queda la separación de poderes?, es la pregunta que se plantea en El Araucano.

Ahora bien, una de las primeras medidas tomadas por José Tomás Ovalle (Vice-Presidente) y Diego Portales (Triministro), se relaciona de modo directo con la necesidad de aplicar implacablemente todo el rigor de la ley a los perturbadores del orden. Así pues, el 14 de junio de 1830 se solicitó al Congreso de Plenipotenciarios la adopción de medidas para reprimir el bandolerismo, arguyendo lo siguiente:

“Demostrada por la frecuencia de los delitos y la rarísima aplicación de las penas, la ineficacia de nuestro sistema judicial, el Vice-Presidente encargado del poder ejecutivo cree que debe dirigir la atención del Congreso de Plenipotenciarios al pronto y eficaz remedio de un mal tan vivamente sentido de todas las clases, y en especial de la población rústica en cuyo bienestar se interesa tanto la prosperidad de la República.
Remover en cuanto es posible las causas que favorecen la impunidad de los malhechores, o que se ponen a que la perpetración del delito sea seguida inmediatamente de la ejecución del castigo, es el objeto que el Vicepresidente propone a la consideración del Congreso.
La práctica de otras naciones en circunstancias semejantes ha sido establecer comisiones fijas o ambulante en los países infestados por bandidos, revistiéndolas de la autoridad indispensable para la sumaria sustanciación de las causas y para la inmediata ejecución de la sentencia…
El Gobierno cree que no podrá asegurar la paz interior mientras fermenten en el seno de la sociedad tantos elementos de desorden. Cree también que la frecuencia de crímenes es ya llegado el tiempo de hacerla desaparecer, restituyendo a las costumbres chilenas su antigua y nativa pureza.
Las medidas que el Vice-Presidente tiene el honor de proponer con este motivo al Congreso le parecen urgentemente necesarias. El Vice-Presidentese lisonjea de que la Representación Nacional las creerá de bastante importancia para darles una consideración preferente, aun en medio de los graves objetos que la ocupan”.[130]

En apoyo de estas medidas enérgicas, en El Araucano se cuestiona la posibilidad de rebajar o moderar la pena con la esperanza de que se enmienden, ya que los acostumbrados a vivir del robo y el salteo deben tener lo que se merecen. Estas afirmaciones se desarrollaron, por ejemplo, a propósito de la invasión y saqueo que sufrió Copiapó con los fugados de Juan Fernández.[131]

Así también se establece una amplia reticencia hacia la posibilidad de indultar a quienes ya se ha comprobado sus inclinaciones hacia el delito. Se afirma que los indultos son propios de un gobierno despótico, y con ello se va en contra de la facultad que tiene el Congreso para indultar, puesto que ello significa detener el brazo de la justicia, lo cual, en resumidas cuentas es un abuso de poder y verdadera tiranía que antena contra la sociedad:

“El Congreso concede indultos pero solo está abierto unos pocos meses en el año, un corto número de reos gozará del derecho de revisión de la sentencia, la vida o la muerte dependerá de coincidencia fortuita… si todos tuvieran derecho a esta súplica el Congreso se convertiría en Tribunal de apelaciones… se echaría por tierra la independencia constitucional de los juzgados.
De indultar a uno se debe indultar a todos los casos análogos. No hacer del indulto un acto arbitrario”[132].

La idea que se desprende de los mensajes editoriales de El Araucano, y que se encuentra en perfecta consonancia con el ideario político de Diego Portales es que la aplicación de la ley y la justicia no debe titubear ante nadie, ni siquiera ante los que antiguamente hayan lucido medallas de honor que ratifiquen antiguas contribuciones hacia el bien de la República de Chile. Esto último en relación a los opositores políticos, entre los cuales se encontraban antiguos próceres de la independencia, entre los que se contaban a Ramón Freire.

Así pues, opositores políticos y delincuentes comunes eran considerados bajo los mismos parámetros de perturbadores del orden y por tanto dentro de la conceptualización portaliana quedaban consignados en la categoría de los “malos”, sobre los cuales había que dejar caer el brazo implacable de la ley. Esta es una de los aspectos que de modo jocoso resalta Gabriel Salazar, quien afirma que lo único democrático en el gobierno portaliano fue el trato brindado a delincuentes comunes y presos políticos.[133]

Un claro ejemplo de la implacable actitud de Portales respecto de la severidad e imparcialidad de la aplicación de justicia la vemos manifestada en la respuesta que da a dos extranjeros, Guillermo Blest y Santiago Ingram, quienes habían intentado interceder a favor de Enrique Paddok, un norteamericano que había asesinado a 3 individuos y herido a 8 en Valparaíso.[134]

Para aquel entonces, Portales ejercía el cargo de Gobernador de Valparaíso y logra sintetizar claramente su percepción respecto de lo implacable de la ley respondiendo a Blest e Ingram: “mi celo por la buena administración de justicia y por el cumplimiento de las leyes no llega ni puede llegar hasta el extremo de precipitarme en injusticias, ni excitarme la sed de sangre… soy naturalmente compasivo, pero más amante de las leyes, del buen orden y del honor de mi pobre y desgraciado país. Bajo estos principios aseguro a ustedes, que debo mucho y aprecio en sumo grado a mis amigos queridos Blest e Ingram; pero si desgraciadamente alguno de ellos se encontrase en el caso del capitán Paddok y su suerte pendiera de mi mano, ya estaría yo llorando sobre su tumba… no desconozco la buena intensión que les ha movido a escribirme la carta que les dejo contestada; les soy agradecido por ella… con la suspensión que se ha hecho hoy de la ejecución de la sentencia, no se oye decir otra cosa entre ciertas gentes que si el reo fura chileno ya estaría olvidado. Así se disponen los ánimos insensiblemente, y un día, al hacer fusilar a un roto, puede levantarse el grito de que para ellos solo hay justicia, y armarse una fiesta en que tal vez me toque morir defendiendo a los señores que hoy me critican”.[135]

En lo concreto, la sentencia fue aplicada en el muelle de Valparaíso ante los espectadores, que podían apreciar con ello la severidad y el rigor de la autoridad.
En consecuencia, la propuesta de Portales, que como hemos demostrado, se encuentra netamente reflejada en las ideas fuerza socializadas en el Araucano, consistía en que la pena debía aplicarse inflexiblemente e impersonalmente, y sobre todo que ella debía alcanzar por igual a los infractores, independiente del rango o consideraciones de cualquier índole. En este contexto nos parece muy reveladora la frase que Vicuña Mackenna atribuye a Portales: “si mi padre conspirara a mi padre fusilaría”.[136] En este contexto se entienden, también, los consejos dados a Antonio Garfias: “El peor mal que encuentro yo en no apalear al malo, es que los hombres se apuran poco en ser buenos, porque lo mimo sacan de serlo como de ser malos”.[137] O bien, cuando señala a Urizar Garfias “palos y bizcochuelos, justa y oportunamente administrados, son los específicos con los que se cura cualquier pueblo, por inveteradas que sean sus malas costumbres”.[138]

3. Restricción del libertinaje de la imprenta y oposición digna

De un total de 110 mensajes editoriales analizados entre el 17 de septiembre de 1831 y 6 de junio de 1833, en 12 de ellos se abordó la necesidad de no permitir el libertinaje de la imprenta, debido a que este medio, mal utilizado puede llegar a ser motor de revueltas, desórdenes e inestabilidades intestinas. En ningún momento se argumenta contra la libertad de prensa, de hecho ésta última se pondera y se plantean lo beneficioso que puede llegar a ser para los países una libertad de prensa, “bien encausada”. Esto último es clave para relacionar la “libertad de imprenta” con la idea de la “oposición digna”, temática tratada con claridad en 15 mensajes editoriales.

La idea que se desprende de El Araucano es que la imprenta puede llegar a convertirse en un vehículo de oposición, y ésta en sí misma no posee caracteres negativos, mientras se mantenga en los límites de la decencia y la responsabilidad. De hecho, a los editorialistas de El Araucano, incluso les parece digno que les consideren como parte de una oposición “decente” y “bien encausada”, ya que de ese modo explican sus posturas críticas y en algunos casos divergentes respecto del Gobierno.

Así pues, se argumentará a favor de la necesidad de restringir la libertad de imprenta por convertirse esta en subversiva y foco de desordenes,[139] y que tal medida contra el libertinaje logrará recuperar la dignidad de ese instrumento de ilustración.[140] En este contexto, El Araucano expone sus propias características como medio de difusión de noticias e ideas, afirmando que “Para escribir al público se necesitan datos seguros y que sean asuntos de trascendencia general. No son suficientes los rumores. Así, El Araucano se encuentra interesado en todo lo que tenga utilidad pública, en todo aquello que pueda alterar la tranquilidad pública o desconcierten la marcha del gobierno… Nuestro empeño es instruir a nuestros lectores en cuestiones relativas al orden de la administración y de los principales sucesos del mundo civilizado.”.[141]

Si bien es cierto, en El Araucano se percibe una clara defensa de la restricción de la libertad de imprenta y difusión, también es cierto que los editorialistas insistieron en que tampoco se debía exagerar con el tema de la prohibición de textos de utilidad general, los cuales estaban siendo prohibidos innecesariamente. Ante ello se reclama y se opone resistencia argumentando en varias oportunidades el error en que esta incurriendo el Gobierno al permitir que se prohíban obras que, en esencia, no van directamente contra la moral, ni tampoco se transforman directamente en promotoras del desorden.[142]

La idea de la oposición decente en el ideario político de Portales se relaciona, también de modo directo con la prensa. Ya que uno de los argumentos más claros en defensa de la libertad de imprenta la manifiesta en relación a la publicación de un periódico denominado “El Hurón”, en el cual también se encontraba Gandarillas (el mismo redactor editorial de El Araucano) como principal promotor. En carta escrita a su amigo Antonio Garfias le manifiesta la necesidad de que el Gobierno se acostumbre a Gobernar en “sentido de la opinión”. ¿Qué opinión?, según palabras de Portales, una opinión decente que logre formar una oposición que no se convierta en tumultuaria, indecente, anárquica, injuriosa, “añadiendo que es una pretensión muy vana el querer marchar sin oposición…”.[143] Desde esta perspectiva, es preciso tener en cuenta que “Portales, fue periodista en diferente épocas de su vida, y de allí que pusiera empeño muy especial en que las indicaciones de la prensa no fueran desestimadas por el Gobierno”, [144] siendo uno de los decretos mas famosos el que expidió Portales el 14 de junio de 1830:

Decreto de ordenanza a los empleados públicos
Sincerarse de los cargos que les haga la prensa
Santiago, 14 de junio de 1830
Considerando que la imprenta bien dirigida es un de los medios más poderoso para mantener la regularidad y pureza de los empleados en el desempeño de sus funciones públicas;
Considerando que el escandaloso abuso que se ha hecho de ella, convirtiéndola en un instrumento de pasiones maléficas, la incapacita para ejercitar este saludable influjo, y la hace más a propósito para extraviar que para dirigir la opinión, que aun las acusaciones fundadas que se lanzan por la imprenta contra aquellos que abusa de sus facultades en daños del público, no exitarán la atención que debieran, vertiéndose por un órgano habitualmente deprabado; que los acusados se escudan con la licenciosidad de la prensa para no sincerar su conducta; y que este orden de cosas, confundiendo a los buenos servidores de Estado con los prevaricadores, compromete igualmente el honor de todos ellos y cede en desdoro del Gobierno.
He venido en decretar y decreto:
1° todo funcionario público cuya conducta en o que toca en servicio de su empleo, fuere atacada por la imprenta, debe acusar por sí o por apoderado, al autor o editor de impreso, ante el tribunal competente y en el término de la ley.
2° el que así no lo hiciere, queda suspenso de hecho en el ejercicio de su empleo, y el fiscal le acusará con el mismo impreso ante el tribunal competente.
3° el Ministro del Interior queda encargado del cumplimiento de este decreto. Imprímase para que llegue a noticia de todos
Ovalle
Diego Portales

Así pues, con este decreto, la causa era dejada en Tribunales. A los funcionarios públicos los ponía en la obligación de tener que defenderse de los ataques y a los atacantes los obligaba a tener que contar con pruebas fehacientes para llegar a establecer alguna crítica o acusación.
Ahora bien, como señalamos en el segundo capítulo del presente trabajo, la libertad de imprenta y la idea de oposición digna que defendida tanto por los editorialistas de El Araucano como por el propio Diego Portales. Pero los límites de ambos estaban, al parecer, circunscritos al hecho de que la oposición y la libertad de manifestar opiniones divergentes al gobierno eran “benéficas”, siempre que surgieran en el seno de la tertulia portaliana. Portales apela a la idea de la justa y digna oposición cuando no es parte del gobierno, por ejemplo, en 1822, cuando afirmaba “A mi las cosas políticas no me interesan, pero como buen ciudadano puedo opinar con toda libertad y aún censurar los actos del Gobierno”.[145] O cuando en 1832, comentando a sus amigos respecto a El Hurón dice a sus amigos “¿Qué diría el Ministro cuando se le preguntase si quería marchar sin posición, cualquiera que fuese su marcha? cuando se le dijese que se trataba de hacer una oposición decente, moderada… 1° (para) encaminarle a obrar en el sentido de la opinión; 2° el de comenzar a establecer en el país un sistema de oposición que no sea tumultuario, indecente, anárquico, injurioso, degradante al país y al Gobierno, etc. Etc”.[146]

Pero cuando estuvo en el Gobierno fue implacable, puesto que la oposición, ligada a los antiguos pipiolos, fue siempre considerada en el grupo de los “malos” sobre los que había que aplicar las sanciones para lograr mantenerlos a raya, impidiendo que se transformaran en perturbadores del orden y la tranquilidad del país. Incluso aquella voz disidente que surgió en el alero del Gobierno, el grupo Philopolita, también se vio aplastado por la mano dura o por la sola presencia de Portales, una vez que regresó a ocupar, por segunda vez, cargos ministeriales en 1835.

4. Facultades extraordinarias

18 mensajes editoriales defienden la necesidad de que el Presidente pueda contar, llegada la necesidad, con facultades extraordinarias que le permitan sobreponerse a la adversidad, asegurando la pervivencia del orden, la tranquilidad y la estabilidad. Se justificó, por ejemplo, la concesión de facultades extraordinarias por parte del Congreso de Plenipotenciarios al Gobierno instituido en 1830. En la vigésimo cuarta edición se publicaron los documentos secretos que “facultaron al presidente para separar el país a los desorganizadores que promueven desorden y ruina de la república de Chile”.[147] De este modo se respondía a las constantes quejas presentadas por la oposición en periódicos como El Valdiviano Federal, que insistían en que el Gobierno no contaba con la atribución de expatriar a ningún ciudadano y que por tanto se transgredía la Constitución que decían defender.

Ante esta situación debemos recordar que los triunfadores de Lircay siempre mantuvieron la posición de afirmar que su movimiento revolucionario se comprometía con la defensa de la Constitución de 1828, ello explica las palabras de Alberto Edwards quien afirma que “al leer los documentos originales de esa época interesantísima (1829 en adelante), he sentido siempre la sensación de encontrarme ante un poder legítimo, restaurado después de larga usurpación, y que desea borrar hasta el recuerdo de la anarquía”.[148] Pero es indudable que en este caso, son las apreciaciones de Sotomayor Valdés las que grafican con mayor nitidez la realidad imperante a partir de 1830. Este autor afirma que para el Gobierno Conservador “la situación es anómala y contradictoria al invocar una constitución que tenían necesidad de quebrantar a cada paso para sostenerse… la legitimación del poder revolucionario no se hallará en la letra de ninguna ley preexistente”.[149]

El Araucano criticó la debilidad del Gobierno anterior, la escasa y nula posibilidad e intención de aplacar las revueltas y desordenes, los cuales proliferaban casi al alero del Gobierno. De este modo en la edición N° 12 se afirma “la constitución debía haber tenido un título en que se facultase al Gobierno para proceder en casos extraordinarios a fin de imponer silencio a los opositores que prevalidos de la insuficiencia de la ley, procuran introducir el desorden, y ponen al Gobierno en el conflicto de salvar la patria, como ellos dicen, contra la ley… La constitución debe dar reglas para proceder en casos extraordinarios y para evitar las convulsiones populares”.[150] Desde esta perspectiva se defiende fuertemente la necesidad de contar con tales facultades, puesto que “hubo conflictos en que el gobierno tuvo que pedir facultades extraordinarias y si el Congreso de Plenipotenciarios lo hubiese negado habría sido preciso dejar perecer el país por falta de autoridad, o proceder autoritariamente por falta de autorización del código”.[151]

Ahora bien, esta idea la vemos presente ampliamente en el epistolario de Diego Portales, pero su argumento, en consonancia con el pragmatismo, no lo basa en facultades constitucionales, simplemente demuestra su irritación ante las amarras e impedimentos a los que el Gobierno se ve sometido con el objeto de tener que respetar las disposiciones constitucionales. En ese contexto es que es posible comprender afirmaciones tan tajantes como “a esa Señora que llaman Constitución, hay que violarla cuando las circunstancias son extremas”.[152] O bien, cuando reflexionando respecto de los argumentos legislativos entregados por Mariano Egaña, se enfurece debido a que la ley pareciera estar más preocupada de defender a los delincuentes que procurar conservar el orden. En estos términos Portales afirma “Con los hombres de ley no puede uno entenderse; y así, ¡Para qué carajo! Sirven las Constituciones y papeles, si son incapaces de poner remedio a un mal que se sabe existe, que se va a producir, y que no puede conjurarse de antemano tomando las medidas que pueden cortarlo, pues es preciso esperar que el delito sea infraganti… En Chile la ley no sirve para otra cosa que no sea para producir la anarquía, la ausencia de sanción, el libertinaje, el pleito eterno, el compadrazgo y la amistad. Si yo, por ejemplo apreso un individuo que está urdiendo una conspiración violo la ley. Maldita ley, entonces, si no deja al brazo del gobierno proceder libremente en el momento oportuno!…”.[153] Como se ve, para Portales era preciso que el Gobierno contara con los instrumentos suficientes para mantener a toda costa el orden interno, la estabilidad y la tranquilidad. Pero como afirma el propio Portales, ello no implicaba un desdeño por la legalidad o por la constitución en sí misma, sino que todo estaba en relación al contexto, en ello manifiesta su pragmatismo –o como algunos han llamado, realismo político-. en reilación a este último aspecto, en carta a su amigo Ramón Cavareda Portales señaló “(Veo que no nos entendemos). Yo he estado y estoy muy lejos de querer medidas violentas, soy muy decidido por los trámites legales cuando las circunstancias lo permiten: lo que he querido decir es que desalienta ver castigar a los pícaros por sediciosos y ver, al mismo tiempo, al Gobierno acompañándose del Coronel López que no es menos pícaro ni menos sedicioso que los demás”.[154]

Como se puede ver, lo que prima en Portales es el pragmatismo en que algunos han visto un alto grado de realismo político. El estado de excepción es visto por Portales como una necesidad ante circunstancias extremas que puedan poner en peligro el orden y la estabilidad interna del Estado. Por tanto, la necesidad de tener que recurrir a los métodos adecuados cuando las circunstancias así lo requiera, son justificadas por el objetivo, por el “fin”. Por ello, cuando el orden público del Estado se ve amenazado, se genera una situación que autoriza la ejecución de medidas extraordinarias, que pueden estar fuera o ir contra la legalidad.[155]

La solución legal para no contravenir a la constitución es que ella misma contemple la posibilidad de recurrir a medidas extraordinarias en circunstancias extraordinarias. En El Araucano se reafirma esta situación al momento en que se explica y defiende el deber y derecho que tuvo el Congreso de Plenipotenciarios para conceder en 1830 facultades extraordinarias al Gobierno. En relación a ello se afirma “si tales facultades se hubiesen negado al gobierno, habría sido preciso dejar perecer el país por falta de autoridad, o proceder autoritariamente por falta de autorización del código”.[156]

5. Transparencia y publicidad de los juicios

Otra de las temáticas de amplio desarrollo y tratamiento en El Araucano fue lo relativo a la administración de justicia, pareciendo claramente abordado en 23 mensajes editoriales, pero aludido tangencialmente cuando se abordan los temas relativos al orden y tranquilidad. La transparencia y publicidad de los juicios se aborda en el ámbito de los consejos y recomendaciones que los editorialistas proporcionan al Gobierno. En estos asuntos es donde mayor crítica se hace al desempeño de la administración, ya que se inculpa a los jueces de no aplicar “como es debido” las penas y sanciones, pero pronto aparece la justificación a tales errores, es decir, la “mala legislación” existente en nuestro país, la cual se ha heredado de la monarquía española y en torno a este punto versarán gran parte de las recriminaciones, proponiendo la urgente necesidad de reformar o rehacer los reglamentos que nos rigen, con el objeto de clarificarlos y extirpar de ellos todo lo que halla de inútiles e improcedente: “Mientras estemos sujetos a una legislación tan viciosa, no podríamos quejarnos con justicia de los errores de nuestros jueces”.[157]

En primer lugar se propone la necesidad de leyes imparciales y eficaces, pero se advierte que éstas de nada sirven si no se observan. Así también, otra de las recomendaciones más reiteradas es la necesidad de publicar los juicios puesto que “nada congenia más con el despotismo que el misterio. La publicidad de todas las acciones de los mandatarios del pueblo es el carácter propio de los gobiernos populares y libres, y ¿en cuál será más conveniente o necesario el freno de la opinión pública que en la de aquellos funcionarios en cuya custodia están encomendadas las vidas, la hacienda, el honor de los ciudadanos? ¿y bajo qué protesta querría el magistrado mostrar parte alguna de sus actos a la inspección del público?… la publicidad de los juicios es el único preservativo seguro de la arbitrariedad y prevaricaciones”.[158]

Una de las quejas y recriminaciones más significativas entregadas por El Araucano a la administración de justicia tuvo lugar cuando el Tribunal superior que rebajó pena impuesta a un delincuente que había cometido un robo en la Iglesia la Merced, a quien se cambió la pena de presidio en Juan Fernández a Profesor de Copiapó. Ante esta situación El Araucano expone su queja y argumenta que no se vaya a incriminar al Gobierno si decide tomar cartas en el asunto para invalidar la rebaja de la pena:

“… fue sentenciado por el juez a presidio en Juan Fernández por un año y medio, luego se revocó esa sentencia y se destinó a la villa de Copiapó 3 años para servicios de enseñanza de la juventud.
El juez ha faltado a lo dispuesto por las leyes, mitigando excesivamente l pena establecida contra delitos de esta naturaleza. El tribunal superior, abusando de la facultad que una ley de partida le concede para proporcionar los castigos a las circunstancias y clases de los delincuentes no solamente anuló la pena sino que decretó un premio a favor del ladrón y se arrogó la autoridad de asignarle renta que sólo corresponde al cuerpo legislativo…
Se disculpan diciendo que el sujeto es un miembro respetable por haber sido miembro de la Cámara de justicia de Mendoza… pero sabemos por los compatriotas de este desgraciado que salió de su país fugado o expulsado porque más de una vez había cometido delitos iguales
Tampoco los jóvenes podrían tributarle el respeto que se debe a un profesor en cuanto sepan el suceso que les ha colocado bajo su dirección.
Nos consideramos obligados a publicar el caso referido para que no se acrimine al gobierno, si como debe impide la ejecución de esta sentencia. La Constitución le manda velar para que se ejecuten las sentencias judiciales, pero también le hace responsable de la conservación de la moral pública y de la observancia de la constitución. Faltaría a ambos si permitiese que la juventud de Copiapó fuese educada por un delincuente”.[159]

Si comparamos estas afirmaciones con el ideario político de Diego Portales veremos la absoluta consonancia en el análisis. En El Araucano y en el epistolario de Portales observamos una severa crítica hacia la administración de justicia, y sobre todo a la debilidad que se demuestra al manifestar benevolencia hacia los delincuentes. En ambos casos se propone la transparencia judicial con el objeto de evitar el despotismos y animar a los jueces a hacer “bien” su trabajo, en el fondo, para que aprendan a cumplir inescrupulosamente con su deber, cuestión majadera en los consejos de Portales a sus amigos. Muy interesante son las apreciaciones de Portales cuando se le comunica que se comenzará a publicar un periódico que servirá de portavoz para sus amigos de tertulias. En carta a su amigo Antonio Garfias afirma que “El país necesita de un buen papel al lado el monótono Araucano: el silencio de nuestra prensa puede interpretarse a lo lejos por opresión en que las mantiene el Gobierno. Encárgueles que siempre publiquen las sentencias y trabajos de los tribunales, que interesan a todos; que es el modo de estimular a los jueces al trabajo y de contener sus arbitrariedades y disimulos reprensibles”.[160]

ÚNICA IDEA FUERZA QUE SE ALEJA AUNQUE NO CONTRADICE EL IDEARIO POLÍTICO DE PORTALES

Optimismo constitucionalista

Si bien, la información con la que contamos indica que Gandarillas fue el redactor de los mensajes editoriales desde el origen de El Araucano hasta 1835, podemos afirmar que existen dicotomías respecto del optimismo constitucional. En algunos mensajes se demuestra un amplio entusiasmo y casi una “idolatría” al tema constitucional, mientras que en otras ocasiones se llama a la prudencia y a la observancia de que no son las constituciones las que arreglan los Estados.

En esencia, lo que aconteció fue, como señala Ramón Sotomayor, “la revolución convertida en régimen gubernativo, llegó a ser incompatible con la Constitución que por otro lado pretendía sostener. El dilema era claro: o se reformaba la ley fundamental, o se continuaba en un régimen provisional e incalificable, que recibía la luz de la constitución de un lado para proyectar sombras en el otro”.[161] Desde esta perspectiva, y utilizando la metáfora de Sotomayor Valdés “El Gobierno desde 1830 cubrió su desnudez con el ropaje de unas leyes que no habían sido cortadas ara su talle, y que por lo tanto debía desgarrarse y saltar en jirones en los bruscos movimientos de una lucha encarnizada. Así quedó pendiente de sus hombros, pero destrozada la constitución de 1828, y así se explica la contradictoria mezcla de legalidad y de arbitrariedad que caracterizó la primitiva política de aquel gobierno”.[162]

La necesidad imperiosa, entonces, fue argumentar en favor de la “reforma” de la constitución. Y precisamente esto es lo que hace El Araucano en 29 de sus mensajes editoriales entre el 17 de septiembre de 1830 y el 25 de mayo de 1833. En El Araucano se insiste sobre la necesidad de mejorar las falencias del código de 1828, suprimiendo sus elementos más perjudiciales, como eran la extendida facultad de sufragar y la poca claridad de división y jerarquización de autoridades; e incorporando nuevos elementos como las facultades extraordinarias que brindaran al Ejecutivo la autoridad suficiente para enfrentar la adversidad perturbadora del “orden”.

Así pues, entre los problemas detectados se encuentra “la demasiada extensión del derecho a sufragio y la multitud de elecciones populares que abren campo a las maquinaciones de los partidos, la ambigüedad de muchos artículos fomenta el choque de las opiniones y dispone los caminos a sentimientos odiosos y la mala organización del régimen interior pone a los funcionarios subalternos en combate con el gobierno supremo entorpece la marcha de la administración y quita al poder la mayor parte de la fuerza gubernativa”.[163] Además, la constitución de 1828 quitaba al jefe supremo una gran parte de la energía necesaria para gobernar bien y haciendo dificultosa su responsabilidad.[164]

La propuesta de El Araucano estuvo orientada a promover la restricción del derecho a sufragio y la necesidad de establecer facultades extraordinarias al ejecutivo para usarlas cuando sea necesario. Pero sobre todo se enfatizó que la Convención tuviera presente que no se buscaba hacer un nuevo código, sino que sólo “reformar” el anterior. Tal insistencia le valió a El Araucano una disputa con El Mercurio quien le acusó de transformar a la Constitución del 28 en un “ídolo”, cuestión que el editorialista de El Araucano negó fuertemente.[165]

El argumento para restringir el derecho a sufragio se da en los siguientes términos: “El derecho a sufragio solamente debería concedérsele a los individuos que sean capaces de apreciarlo en su justo valor y no dispuestos a prestarse a los abusos de un intrigante, ni a ser engañados por alguien corruptor, ni sometidos a voluntad ajena. Circunscribiendo este derecho a los que tengan alguna propiedad que les produzca para una subsistencia decente y cómoda… Esta limitación del derecho a sufragio a más de evitar los abusos en las elecciones, produce la singular ventaja de estímulos a los hombres al trabajo para hacerse digno de disponer de los destinos del país”.[166]

Se promueve la necesidad de establecer un gobierno fuerte con máxima autoridad para aplicar los conatos de desorden e inestabilidad, se defiende la idea de una administración firme, estable y vigorosa. Ante ello, el tema de las facultades extraordinarias surge como crucial, llegando a sostenerse que la falta de autoridad del Ejecutivo es la principal falencia de la constitución de 1828. En la décimo segunda edición de El Araucano se sostiene que “la constitución debía haber tenido un título en que se facultase al Gobierno para proceder en casos extraordinarios a fin de imponer silencio a los opositores que prevalidos de la insuficiencia de la ley, procuran introducir el desorden, y ponen al Gobierno en el conflicto de salvar la patria, como ellos dicen, contra la ley… La constitución debe dar reglas para proceder en casos extraordinarios y para evitar las convulsiones populares”.[167] Teniendo en cuenta lo anterior, en El Araucano se defiende la idea de que lo principal que debe tener la Constitución reformada es que el Gobierno cuente con los MEDIOS eficaces para conservar la PAZ y el ORDEN PÚBLICO.[168]

Optimismo y realismo

Como hemos explicado, en los mensajes editoriales de El Araucano, aparece subrayado un exacerbado optimismo constitucional, que luego se modera con observaciones relacionadas con la necesidad de no creer que la carta fundamental solucionará todos los problemas. Así, afirmaciones tales como “en él Código se va a sancionar la quietud perpetua, o a expedir una orden para que se renueven los disturbios sofocados a fuerza de sacrificios aún no conocidos”.[169] Pero en dos ediciones más adelante se reconoce que la constitución no es la solución de los abetares de las repúblicas ya que muchas constituciones son las que han existido en América, pero todas han durado poco tiempo. Ello debido a que “no son las constituciones por sí mismas las que establecen el orden. Es necesario que la carta constitucional esté en armonía con el resto de la legislación para que pueda afianzarse el orden”.[170]

Pareciera ser que cuando en El Araucano se pone énfasis en el optimismo constitucional, los editores están haciendo eco de las palabras del propio Presidente Joaquín Prieto, quien al momento de afirmarse la Gran Convención Constituyente señala:

“Reformar la gran carta es la obra destinada a vuestra sala. Vais a registrar los derechos y deberes no de millón y medio de hombres que pueblan hoy a Chile, sino de las generaciones que habrán de formar algún día la gran nación de América, y como pende de vosotros la dicha o la desgracia de los mortales y dignos vais a mecer la execración a las bendiciones de todos los siglos. Concentrad todo vuestro amor patrio, fijar en el estado y necesidad del preciso suelo que les vio nacer, recordad a cada momento que sois legisladores para Chile y que el fin de las leyes es la ventura de los hombres y de los rublos y no la ostentación de los principios: Haceos y hacednos dichosos, y contad con las bendiciones de los cielos y de los hombres”.[171]

“Haceos y hacednos dichosos”, tal afirmación demuestra un exacerbado optimismo, pero esta actitud también tuvo sus matices en el propio Joaquín Prieto, puesto que el día en que fue jurada y promulgada la Constitución expresó que “(los reformadores) no han tenido en cuenta más que nuestros interés, su único objeto es dar a la administración reglas adecuadas… Despreciando teorías tan alucinadoras como impracticables, sólo han fijado su atención en los medios de asegurar para siempre el ORDEN y la TRANQUILIDAD pública… La reforma no es más que el modo de poner fin a las revoluciones y disturbios a que daba origen el desarreglo del sistema político en que nos colocó el triunfo de la Independencia”.[172]

En cuanto al escepticismo o “realismo” de análisis respecto de la Constitución se puede evidenciar la influencia del ideario político de Portales, para quien en muchos casos las Constituciones sólo eran una atadura para el Gobierno, ya que les restringía la posibilidad de tomar cuando fuera necesario, medidas excepcionales, drásticas contra los perturbadores del orden. Bajo este prima un día afirma “esa señora que llaman constitución, hay que violarla cuando las circunstancias son extremas”[173]. O cuando refiriéndose directamente al proyecto de reforma constitucional le dice a su amigo Garfias “no me tomaré la pensión de observar el proyecto de reforma. Usted sabe que ninguna obra de esta clase es absolutamente buena, ni absolutamente mala; pero ni la mejor, ni ninguna servirá para nada cuando está descompuesto el principal resorte de la máquina”.[174]

El pragmatismo de Portales le lleva a entregar afirmaciones que a simple vista podrían ser calificadas de inclinaciones anticonstitucionales o antilegalistas, pero como lo explicitamos en el capítulo II, se debe tener presente que tales apreciaciones se hacen tendiendo presente contextos extremos, es decir, convulsiones o disturbios desestabilizadores que puedan ocasionar la ruina del Gobierno y la República. Por ello es que en la epístola enviada a Ramón Cavareda Portales afirma: “Yo he estado y estoy muy lejos de querer medidas violentas, soy muy decidido por los trámites legales cuando las circunstancias lo permiten”.[175]

La pregunta que se desprende del análisis de la epístola enviada a Garfias es ¿cuál era para Portales el principal resorte de la maquina?. Y a nosotros la interrogante que se nos genera es ¿tendrá razón Alberto Edwards al sostener que el resorte principal era “autoridad tradicional”, el gobierno obedecido, respetable y respetado, eterno, inmutable, superior a los partidos y a los prestigios personales?.[176] O será más bien, como señala Mario Góngora, que para Portales el principal resorte de la máquina era la distinción entre los que el llamaba en sus cartas “los buenos” y “los malos”.[177] Pero el propio Góngora pone en jaque su teoría del resorte principal al decir –sólo en unos párrafos más delante de la afirmación anterior- que la preferencia del orden público al caos es el principal resorte de la máquina.

La metáfora del resorte principal de la maquina, se refiere al elemento fundamental que hace que el Gobierno, la República o el Estado, funcionen como es debido. Es evidente que ningún elemento (resorte) por sí mismo son suficientes para el buen funcionamiento de la máquina, sino la conjunción de varios, o tal vez la preponderancia alternada de cada uno de ellos. Por ejemplo, sin duda, es esencial que el Gobierno logre distinguir a la gente con quien cuenta para llevar a cabo sus labores, pero también, para lograr el establecimiento del Estado, fue crucial dotarlo de una gran energía que le permitiera sobreponerse a los avatares y adversidades, tales como las turbulencias intestinas y las insurgencias que intentaban derrocarle. Por nuestra parte, consideramos que el principal soporte del sistema gubernamental establecido bajo los auspicios de Diego Portales, fue la consolidación de un Gobierno fuerte y en muchos casos autoritario, que pretendía establecer el orden, la tranquilidad y la estabilidad en la República de Chile. Esta idea es la que se desprende del ideario político de Diego Portales y de las ideas socializadas a través de El Araucano, periódico portavoz del Gobierno institucionalizado por los triunfadores de Lircay.

CONCLUSIÓN

A través de la presente investigación nos propusimos verificar las afirmaciones tradicionales que señalan a Diego Portales como el hombre más destacado en el ámbito de la configuración y establecimiento del Estado Chileno. Es claro que uno de los principales medios de socialización de sus ideas y pensamientos políticos fue la epístola y las tertulias en que con sus amigos y camarillas compartía inquietudes y juicios. No obstante, la pregunta en torno a la que estructuramos nuestro trabajo fue ¿en qué medida y de qué forma ese ideario –nítidamente delineado en su epistolario- pudo llegar a constituirse en ideas fuerza que pudieran ser traspasadas al resto de la población a través de El Araucano?. Como se explicitó en el tercer capítulo, este medio de difusión periódica, sin contar con el rango de periódico oficial, se transformó en el portavoz del Gobierno, por tanto, es legítimo intentar buscar en sus páginas y mensajes editoriales el proyecto político y, en general, el proyecto de sociedad que se pretendía establecer en Chile.

Para llegar a responder a tal interrogante emprendimos un largo itinerario que nos condujo primero a esbozar una reseña de los estudios bibliográficos que han abordado el rol político de Portales en relación a la configuración del Estado. Los resultados de esta tarea los expusimos en el primer capítulo, del cual se desprende que todos los historiadores analizados, liberales o conservadores, simpatizantes y detractores, coinciden en señalar que la dureza del régimen establecido fue uno de los rasgos fundamentales. La distinción está en la justificación o reprobación de los medios utilizados. Así también, las diferencias radican en interpretar si la obra portaliana es una creación moderna o bien una restauración y finalmente en dilucidar si el régimen entrañaba el personalismo o el impersonalismo.

En cuanto a la discusión establecida en torno a Portales, más que señalar nuestra adhesión a uno u otro autor, preferimos esbozar nuestras particulares apreciaciones, y con esto, también nos adentramos en la síntesis de las ideas expuestas en el segundo capítulo de la presente investigación. En el epistolario de Portales vemos una propuesta política cargada de pragmatismo. Sus aseveraciones respecto de la necesidad de tener presente las circunstancias o el tipo concreto de ciudadanos con los que cuenta la naciente República de Chile, explican sus apreciaciones realistas y pragmáticas –en el sentido del desapego a los sueños quiméricos previos a 1829-.

Portales no es un ideólogo, ni un especialista en teorías políticas, por ello sus reflexiones tienen siempre puntos de partida muy concretos. Frente a la realidad dada y frente a problemáticas específicas manifiesta sus juicios, consejos o reprimendas. En definitiva, Portales no soñaba con “Repúblicas aéreas”, ni se engolosinaba con fantásticas teorías democráticas, ni tampoco creía en la bondad o maldad intrínseca de las leyes. Pero ello no implica un desdén hacia la democracia en sí misma, ni hacia las leyes. En este contexto se comprende aseveraciones tales como “La Democracia, que tanto pregonan los ilusos, es un absurdo en los países como los americanos, llenos de vicios y donde los ciudadanos carecen de toda virtud, como es necesario para establecer una verdadera República… Cuando se hayan moralizado venga el gobierno completamente liberal, libre y lleno de ideales, donde tengan parte todos los ciudadanos”.[178] Así también, se deben comprender sus apreciaciones respecto de las leyes y la Constitución, cuando respecto de las primeras afirma “no hay ley buena si se descuidan los encargados de hacerla cumplir, y avanzaremos que los buenos encargados hacen buenas las leyes, pues vemos que con unas mismas se administra bien y mal la justicia”,[179] mientras que de la constitución llega a decir frases como “esa señora que llaman constitución hay que violarla cuando las circunstancias sean extremas”.[180]

Es evidente que para Portales los medios utilizados encuentran su justificación en los objetivos. Y su objetivo declarado era el establecimiento del orden y la tranquilidad en el país. Las “circunstancias extremas” a las que se refiere Portales son todas aquellas perturbaciones que puedan lograr poner en jaque la tranquilidad, la estabilidad y en suma, la existencia del Estado, como ente aglutinante y organizador de la República. La implacabilidad de las medidas tendentes a terminar con los conatos de desordenes y perturbaciones, se explica por su visión ejemplificadoras de las penas. Identificar claramente a “los buenos y los malos” fue un consejo reiterado en sus cartas, y el objeto de tal identificación era lograr saber con quienes contaba el Gobierno para ejercer su labor y sobre quienes debía recaer la dureza del castigo, o bien, recurriendo a la metáfora portaliana “palos y biscochuelos” son los que deben aprender a administrar los servidores públicos.

Delineado el eje fundamental del pensamiento político de Portales, que a juicio nuestro, es la severa aplicación de las sanciones sobre los perturbadores del orden y la tranquilidad de la República, nos adentramos en el estudio y análisis de El Araucano propiamente tal. Este periódico, como señalamos en el tercer capítulo, sin contar con la categoría de oficial sino hasta 1850, se propuso ser el portavoz del ideario político del Gobierno, pero ello no implicó que en ocasiones se criticara sus acciones y determinaciones, y de esta última característica se felicitaban sus propios redactores.[181]

Ahora bien, como resultado de la ardua tarea de extraer, sintetizar, catalogar y tabular la información contenida en los mensajes editoriales de El Araucano, entre el 17 de septiembre de 1830 (fecha de fundación del periódico) y el 25 de junio de 1833 (fecha de promulgación de la Constitución reformada), logramos establecer que las temáticas abordadas son, esencialmente trece: Orden, tranquilidad, estabilidad, implacabilidad de la ley, reforma constitucional, facultades extraordinarias, restricción del derecho a sufragio, restricción del libertinaje de imprenta, centralismo, moralización, oposición digna, transparencia y publicidad de juicios y conatos subversivos.

Con el objeto de ordenar y encausar nuestro análisis establecimos tres ejes directrices a partir de los cuales podemos vislumbrar un ordenador de las ideas y conceptos mencionados.

En primer lugar se encuentran los problemas o dificultades que enfrenta el Gobierno, los cuales, según el análisis expresado en el periódico, son la herencia del caótico estado de turbulencias, anarquía y licencia del periodo anterior, liderado por los “pipiolos”.
El segundo eje temático se relaciona con la reflexión respecto de los medios, métodos y estrategias necesarias y eficaces para lograr superar los problemas identificados.
El último eje directriz corresponde a los objetivos a los que Chile como República independiente debe aspirar. Tales objetivos se estructuran en las más diversas temáticas, entre ellas el tipo de gobierno que se debe establecer, las características del código fundamental que lo debe regir, la forma en que debe ser administrada la justicia, los valores y las características que deben identificar tanto a los hombres públicos como a los ciudadanos en general. Pero por sobre todas estas ideas, la que más se reitera es la necesidad de establecer el Orden y la Tranquilidad.

En síntesis, la propuesta que surge de entre las páginas de El Araucano es que ante los males evidentes (desordenes, fechorías, delincuencia, sublevaciones) deben ser aplicadas medidas enérgicas e implacables (entre las cuales se contemplan las facultades extraordinarias), que permitan, por un lado cortar de raíz los problemas y por otro ejemplificar y moralizar a la población circundante. El objetivo o el fin que se proponía el Gobierno, era, sin duda, el establecimiento del Orden y la Tranquilidad interior y ambas ideas o conceptos son los más preponderantes a lo largo de todo el periodo analizado, ocupando la idea de orden 77 editoriales, mientras que el concepto de la tranquilidad se desarrolla en 50.

Al contrastar las ideas y conceptos socializados por El Araucano con el ideario político de Portales logramos constatar una casi completa consonancia entre ambos, excepto en el exacerbado optimismo constitucional que se desprende de algunos mensajes editoriales. No obstante, incluso ese optimismo es matizado, llamando a veces a tener presente que la Constitución no será la solución de todos los problemas del país, porque no sólo de ella depende la buena marcha del Gobierno. Como expresamos en el apartado final del último capítulo de la presente investigación, incluso en el Presidente Prieto se reflejó una moderación en cuanto a las exacerbadas expectativas que cifraba en la reforma constitucional.

BIBLIOGRAFÍA

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Villalobos, Sergio, Portales una falsificación histórica, Editorial Universitaria, Santiago de Chile, 2005.

Fuente documental:
Periódico El Araucano
En la actualidad es posible localizar esta fuente documental en las siguientes bibliotecas:
– Biblioteca Nacional de Chile, sección periódicos. Microfilm.
– Biblioteca Budge de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Casa Central. Acceso directo a los 25 tomos.
– Biblioteca del Archivo Histórico de Viña del Mar. Microfilm (1830-1837)
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Ana Henríquez Orrego
annyhen@yahoo.es
annyhen@hotmail.com

NOTAS

[1] Lorenzo Schiaffino, Santiago, “Portales y la política internacional”. En: Bravo Lira, Bernardino, Portales: El Hombre y su obra la consolidación del gobierno civil, Editorial Jurídica de Chile, Editorial Andrés Bello, Santiago de Chile 1989. Página 281
[2] Bravo, Lira, De Portales a Pinochet, Ed. Jurídica de Chile, Santiago, 1985. página 28
[3] Silva, Raúl, Ob. Cit., Página 149; Ernesto de la Cruz y Guillermo Feliz Cruz, Epistolario de Don Diego Portales, Tomo III, página 47.
[4] La influencia de Portales y su protagonismo ha sido afirmado tanto por la historiografía conservadora como liberal, o simplemente, tanto por quienes se sienten identificados con Diego Portales como por sus detractores.
[5] Edwards, Alberto, La fronda aristocrática, Editorial Universitaria, Santiago de Chile 2005, página 60
[6] Lastarria, José Victorino, Don Diego Portales, Juicio Histórico, Valparaíso, 1861. Página 39 – 43
[7] Vicuña, Mackena, Introducción a la historia de los diez años de la administración Montt. D. Diego Portales, Santiago, 1863. página 18
[8] Sotomayor Valdés, Ramón, Historia de Chile bajo el Gobierno del General don Joaquín Prieto, Fondo Histórico del Presidente Joaquín Prieto, Santiago de Chile 1962. Volumen I. Página 79
[9] Ibidem, página 9
[10] Ibidem, página 20
[11] Ibidem, página 50
[12] Barros, Arana, Diego, Historia General de Chile, Santiago, 1884. 1902. Volumen XVI, página 60.
[13] Barros, Arana, Diego, Ob. Cit., página 622
[14] Barros, Arana, Diego, Un decenio de la Historia de Chile (1941-1951), Santiago, 1905-1906. página 21
[15] No podemos afirmar lo mismo respeto de la obra de Gabriel Salazar, Construcción de Estado en Chile, Editorial Sudamericana, Santiago de Chile 2005.
[16] Brahm, Enrique, “Portales en la Historiografía”. En: Bravo Lira, Bernardino, Portales: El Hombre y su obra la consolidación del gobierno civil, Editorial Jurídica de Chile, Editorial Andrés Bello, Santiago de Chile 1989. Página 464
[17] Edwards, Alberto, Ob. Cit., página 62
[18] Ibidem, 68 – 69
[19] Edwards, Alberto, Ob. Cit: “(con Prieto) Se inauguró un gobierno impersonal, serio, estable, regularmente elegido, y que la masa del país obedecía y respetaba; vencedor en su lucha contra la anarquía. En septiembre de 1831, Portales había llegado a la cumbre del éxito y del poderío. Consecuente con principios de desinterés y patriotismo, Portales abandona el poder y los honores y vuelve a Valparaíso”. Página 69
[20] Bravo, Lira, Bernardino, De Portales…, Ob. Cit., página 18
[21] Ibidem, página 25
[22] Bravo, Lira, Bernardino, Historia de las Instituciones políticas de Chile e Hispanoamérica, Ed. Jurídica de Chile, Santiago, 1986.
[23] Góngora, Mario, Ob. Cit.: “Es una creación “moderna”, nada semejante al mundo hispánico colonial, más bien centralizadora a la francesa, con toda fragilidad de estados recién nacidos en el siglo XIX, sin ningún sentido sagrado como los reinos medievales. Con todo ese régimen duró 60 años. (En torno a esa idea matriz se formó la clase política chilena, lo que Isidoro Errázuriz llama “casta sacerdotal”: Montt, Errázuriz Zañartu, Santa María, Varas, Máximo Mujica, Francisco Echaurren”. Página 81
[24] Góngora, Mario, Ob. Cit.: “El régimen de Portales no era impersonal o abstracto, sino que el gobierno tenía que apoyarse en una aristocracia –de terratenientes, no de señores feudales-, pero esa clase debería estar sujeta obedientemente al Gobierno por su propio interés en el orden público. Lo impersonal es propio de una burguesía o de un proletariado industrial, nunca de una aristocracia”. Página 80
[25] Villalobos, Sergio, Portales una falsificación histórica, Editorial Universitaria, Santiago de Chile, 2005. Página 120
[26] Ver: Epistolario, vol. II, 203, 298, 302, 303, 378, 410.
[27] Salazar, Gabriel, Construcción de Estado en Chile, Editorial Sudamericana, Santiago de Chile 2005. Página 378
[28] Ibidem, página 519

[29] Bravo, Lira, De Portales a Pinochet, Ed. Jurídica de Chile, Santiago, 1985. página 28
[30] De la Cruz, E. – Feliz. G., Epistolario de don Diego Portales, Santiago, 1937 – 1938, (3 volúmenes). Volumen I, N° 5, p. 176 y siguientes.
[31] Silva, Raúl, Ob. Cit., Página 58. (Carta de Portales a Urízar Garfias, 1 de abril de 1837)
[32] Epistolario, I, página 306, N° 113, carta de Diego Portales a E. Newman, Santiago, 25 de abril de 1830.
[33] Silva, Raúl, Ob. Cit., Página 77. Valparaíso, 14 de enero de 1832. A Antonio Garfias
[34] Silva, Raúl, Ob. Cit., Página 48. Valparaíso, 7 de marzo de 1833. A Ramón Cavareda
[35] Silva, Raúl, Ob. Cit., Página 50. Valparaíso, 13 de marzo de 1833. A Ramón Cavareda
[36] Silva, Raúl, Ob. Cit., Página 58. Santiago, 1 de abril de 1837. A Urizar Garfias
[37] Silva, Raúl, Ob. Cit., Página 57 – 58. Valparaíso, 6 de diciembre de 1834. A Antonio Garfias.
[38] Entre los más recientes se cuenta a Sergio Villalobos y Gabriel Salazar. Ver obras citadas.
[39] Ver: Guzmán, Alejandro, Portales y el derecho, Editorial Universitaria, Santiago de Chile 1988. Capítulo I: “Las ideas jurídicas de Diego Portales”.
[40] Son múltiples las reflexiones que nos surgen en relación con el Realismo Político de Diego Portales, las cuales, si bien escapan a los objetivos de la presente investigación, subyacen en nuestro análisis histórico del personaje y su contexto. En la presente investigación nada ha constatado ni desmentido la posibilidad de que Portales haya tenido acceso a los textos de Nicolás Maquiavelo, no obstante, incluso ante la posibilidad de que jamás se haya instruido en sus dictámenes, quizás “el maquiavelismo” (en el más cabal sentido del concepto), se sustenta en bases tan prácticas y lógicas que cualquiera que tenga clara conciencia de la realidad, que se vincule con el poder y que rechace las utópicas ideas de construir repúblicas aéreas, logre llegar a las mismas conclusiones. No obstante, hay algo que lo aleja, netamente, de los postulados de Maquiavelo, y es su “completo desinterés” por guardar para sí mismo el poder. En Portales, el poder era algo que lo perseguía, y ante el cual en variadas oportunidades se vio en la necesidad de demostrar su “sublime” reticencia. Muy interesante sería llevar a cabo una investigación cuyo tema versara en el contraste de “Portales y Maquiavelo”.
[41] Silva, Raúl, Ob. Cit., Página 50
[42] Góngora, Mario, Ob. Cit., página 78
[43] Rojas, Gonzalo, “Portales y la seguridad Interior del Estado”. En. Bravo, Bernardino, Ob. Cit., página 58
[44] Silva, Raúl, Ob. Cit., Página 40, 41 y 42. Valparaíso, 26 de julio de 1832. A Joaquín Tocornal.
[45] Silva, Raúl, Ob. Cit., Página 46 – 47. Valparaíso, 6 de febrero de 1833. A Miguel Dávila.
[46] Guerra, Hugo, Ob. Cit., página 117. Valparaíso, 9 de noviembre de 1831
[47] Silva, Raúl, Ob. Cit., Páginas 32 – 33. Valparaíso, 16 de marzo de 1832. A Antonio Garfias.
[48] Guerra, Hugo, Ob. Cit., páginas 96 – 97
[49] Idem
[50] El Araucano, Santiago de Chile, 13 de junio de 1831, N° 46, página 3, columna 3.
[51] Silva, Raúl, Ob. Cit., Página 77
[52] Silva, Raúl, Ob. Cit., Página 31. Valparaíso, 4 de marzo de 1832. A Antonio Garfias
[53] Silva Castro, Ob. Cit., páginas 31 – 32. Valparaíso, 13 de marzo de 1832. A Antonio Garfias
[54] Silva, Raúl, Ob. Cit., Página 40. Valparaíso, 26 de julio de 1832. A Joaquín Tocornal.
[55] Silva, Raúl, Ob. Cit., Página 46 – 47. Valparaíso, 6 de febrero de 1833. A Miguel Dávila.
[56] Guerra, Hugo, Portales y Rosas, Editorial del Pacífico, Santiago de Chile 1958. página 120
[57] Silva, Raúl, Ob. Cit., Página 77
[58] Guerra, Hugo, Ob. Cit., página 171
[59] Silva, Raúl, Ob. Cit., Página 56
[60] Salazar, Gabriel, Ob. Cit., página 382
[61] Ver: Salazar, Gabriel, Ob. Cit., Capítulo VI, páginas 315 – 419
[62] En este caso nos parece muy acertada la siguiente afirmación de Sergio Villalobos, ob. Cit., página 12: “Un historiador como cualquier persona es el resultado de sus circunstancias, en sus ideas confluyen la educación recibida, la cultura, sus experiencias personales y de grupo… el estudioso del pasado, como sujeto cognoscente está expuesto, así, a toda clase de errores. Es subjetivo y en su obra expresa invariablemente su ideología y mentalidad, aun cuando no se lo proponga y haga el mayor esfuerzo de objetividad”. Ninguno de los lectores de la obra de Gabriel Salazar podría negar que sus recargados juicios respecto de Portales y su obra están eclipsados por la experiencia de represión y exilio que experimentó este autor durante el Gobierno de Augusto Pinochet.
[63] Salazar, Gabriel, Ob. Cit., página 518
[64] Ibidem, página 519
[65] En el capítulo siguiente se acotará el concepto de periódico oficial.
[66] Silva, Raúl, Ob. Cit., Página 149; Ernesto de la Cruz y Guillermo Feliz Cruz, Epistolario de Don Diego Portales, Tomo III, página 47.
[67] Lorenzo Schiaffino, Santiago, “Portales y la política internacional”. En: Bravo Lira, Bernardino, Portales: El Hombre y su obra la consolidación del gobierno civil, Editorial Jurídica de Chile, Editorial Andrés Bello, Santiago de Chile 1989. Página 281
[68] La influencia de Portales y su protagonismo ha sido afirmado tanto por la historiografía conservadora como liberal, o simplemente, tanto por quienes se sienten identificados con Diego Portales como por sus detractores.
[69] Silva, Castro, Raúl, Prensa y periodismo en Chile 1812-1956, Ed. Universidad de Chile, Santiago 1958. Página 167
[70] Idem
[71] Briceño Ramón, Estadística Bibliográfica, Santiago, Chile, 1862. Vol. I. (En: portada de El Araucano, fondos documentales de Biblioteca Budge de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso)

[72] Silva, Castro, Raúl, Prensa y Periodismo…, Ob. Cit., página 173
[73] Ibidem, página 174
[74] El Araucano, Santiago de Chile, 17 de septiembre de 1830, N° 1, página 1, columna 2.
[75] El Araucano, Santiago de Chile, 8 de febrero de 1833, N° 126, página 3, columna 3. (Las mayúsculas son nuestras)
[76] De la Cruz, Ernesto, Epistolario de don Diego Portales, Página 46
[77] Silva, Castro, Raúl, Prensa y Periodismo…, Ob. Cit., página 174
[78] Barros, Arana, Diego, Un decenio de la Historia de Chile (1941-1951), Santiago, 1905-1906.Tomo II, páginas 368 – 369.
[79] Ver: Cuadros de síntesis de las temáticas abordadas en El Araucano expuestas en el anexo 1 de la presente investigación.
[80] El Araucano, 29 de enero de 1831, N° 20. Página 2, columna 2. (Documento del Ministerio del Interior, 15 de enero de 1831)
[81] El Araucano, 8 de enero 1831, N° 17. Página 3, columna 1.
[82] El Araucano, 21 de enero 1832, N° 71. Página 1, columna 3.
[83] El Araucano, 2 de abril de 1831, N° 29. Página 4, columna 2
[84] El Araucano, 21 de abril 1832, N° 84. Página 4, columna 1
[85] El Araucano, 15 de marzo de 1833, N° 131. Página 4, columna 3
[86] El Araucano, 14 de enero 1832, N° 70. Página 3, columna 2
[87] El Araucano, 5 de noviembre 1831, N° 60. Página 4, columna 1 y 2
[88] Como se verá más adelante este tipo de argumentos son los que rechaza Portales cuando defiende la imparcialidad en la aplicación de la justicia, sin miramientos a la calidad anterior de los imputados.
[89] El Araucano, 11 de noviembre 1830, N° 9. Página 4, columna 1
[90] El Araucano, 13 de agosto 1831 N° 47. Página 2, columna 1. (Para Portales, el problema más que estar en las leyes está en quines las aplican, puesto que es evidente que las mismas leyes que antes sirvieron para condenar a los delincuentes, ahora sirven para ampararlos. Ver: Artículo publicado en El Mercurio, 17 de enero de 1832. “Administración de justicia criminal”. En: Silva, Raúl, Ob. Cit., Página 143 – 146)
[91] El Araucano, 5 de febrero 1831, N° 21. Página 4, columna 1
[92] El Araucano, 16 de abril 1831, N° 31. Página 4, columna 1
[93] El Araucano, 4 de diciembre 1830, N° 12. Página 4, columna 2
[94] El Araucano, 26 de febrero 1831, N° 24. Página 3, columna 3
[95] El Araucano, 12 de mayo 1832, N° 87. Página 4, columna 2
[96] El Araucano, 14 de diciembre 1832, N° 118. Página 4, columna 1
[97] El Araucano, 4 de diciembre 1830, N° 12. Página 4, columna 2
[98] Ver: Salazar, Gabriel, Ob. Cit. Capítulo VI: “Culminación de los procesos revolucionarios (1828-1837)”.
[99] Como se puede ver en el cuadro estadístico de la página 40, estas ideas se reiteran y desarrollan concretamente en 77 y 50 editoriales respectivamente.
[100] El Araucano, 25 diciembre 1830, N° 15. Página 3, columna 1
[101] El Araucano, 5 de marzo 1831, N° 25. Página 4, columna 1
[102] El Araucano, 14 de mayo 1831, N° 31. Página 4, columna 2
[103] El Araucano, 16 de abril 1831, N° 31. Página 4, columna 1
[104] El Araucano, 2 de junio 1832, N° 90. Página 4, columna 2
[105] El Araucano, 23 de mayo 1831, N° 37. Página 4, columna 3
[106] El Araucano, 12 de noviembre 1831, N° 61. página 4, columna 4
[107] El Araucano, 21 de abril 1832, N° 84. página 4, columna 1
[108] El Araucano, 21 de septiembre 1832, N° 106. página 4, columna 2
[109] El Araucano, 22 de febrero 1833, N° 128. Página 4, columna 3
[110] El Araucano, 1 junio 1833, N° 142. Pagina 1, columna 3
[111] Salazar, Gabriel, Ob. Cit., página 519
[112] Stuven, Ana, La seducción de un orden, Ediciones Universidad Católica de Chile, Santiago 2000. páginas 47 -52.
[113] El Araucano, 25 diciembre 1830, N° 15. Página 3, columna 1.
[114] El Araucano, 16 de abril de 1831, N° 31, página 4, columna 1.
[115] El Araucano, 23 de mayo 1831, N° 37, página 4, columna 3.
[116] El Araucano, 17 de diciembre de 1831, N° 66, página 4. columna 2
[117] El Araucano, 18 de febrero 1832, N° 75, página 4, columna 3.
[118] El Araucano, 2 de junio 1832, N° 90, página 3, columna 2.
[119] El Araucano, 21 de septiembre 1832, N° 106, página 4, columna 2.
[120] El Araucano, 25 de diciembre de 1830, N° 15. Página 4, columna 1
[121] El Araucano, 8 de enero de 1831, N° 17. Página 2, columna 3
[122] El Araucano, 2 de abril de 1832, N° 29. Página 4, columna 2
[123] El Araucano, 15 de marzo 1833, N° 131. Página 4, columna 3
[124] El Araucano, 22 de febrero 1833, N° 128. Página 4, columna 3
[125] Silva, Raúl, Ob. Cit.: “mis inseparables deseos de orden, mi genial inclinación al bien público, mi absoluta falta de aspiraciones, ni a gloria, ni a brillo, ni a empleos de ninguna clase, no pueden infundir recelo alguno: soy un mentecato por el entusiasmo en una decente consecuencia y por la concordancia de mis palabras con mis obras: he asegurado mil veces que no mandaré al país… ¿No se deja conocer que no me hago la más pequeña violencia para aborrecer el mando: que este es el resultado de una racional meditación y de una experiencia bien aprovechada?”. Páginas 31 – 32. Valparaíso, 13 de marzo 1832. A Antonio Garfias
[126] Silva, Raúl, Ob. Cit., Página 77. Valparaíso, 14 de enero de 1832. A Antonio Garfias
[127] Silva, Raúl, Ob. Cit., Página 48. Valparaíso, 7 de marzo de 1833. A Ramón Cavareda
[128] Silva, Raúl, Ob. Cit., Página 50. Valparaíso, 13 de marzo de 1833. A Ramón Cavareda
[129] Góngora, Mario, Ob. Cit., página 78
[130] Silva, Raúl, Ob. Cit., Página 107-108
[131] El Araucano, 14 de enero 1832, N° 70. Página 3, columna 2
[132] El Araucano, 28 de septiembre de 1832, N° 107. Página 3, columna 2.
[133] Salazar, Gabriel, Ob. Cit., página 379
[134] Los hechos son narrados en El Araucano, 28 de diciembre 1832 (página 4, columna 2), N° 120: “El público ya informado por el Mercurio y correspondencia de Valparaíso de los horrendos asesinatos cometidos en aquella ciudad el 21 del corriente por Enrique Paddock, capitán de un buque ballenero, y no sin justicia se ha conmovido su indignación contra el autor de una catástrofe tan espantosa… en pocos instantes fueron matados tres individuos y heridos gravemente 8… un crimen sin igual en Chile. No podría menos que excitar el celo de nuestros magistrados para aniquilar prontamente a esta fiera en figura humana… En 22 horas se le formó causa por el juez de primera instancia de Valparaíso quien le condenó a ser afusilido y puesto el cadáver a la expectación pública, cuya sentencia fue confirmada por la Ilustrísima corte de apelaciones… sin embargo no ha tenido efecto todavía dicha sentencia por haber interpuesto el defensor del delincuente recurso de nulidad, por cuyo motivo se ve hoy la causa por la corte suprema en reunión extraordinaria. La celeridad con que han procedido los jueces acredita un horror a la impunidad, y merece la consideración respetuosa de todos los ciudadanos… no puede creerse que un hombre hallándose en pleno goce y ejercicio de sus facultades intelectuales, pueda arrojarse a estos atentados sin motivo y sin objeto”.

[135] Epistolario, Vol. II, N° 332.
[136] Encina, Francisco, Portales, Ob. Cit., página 212
[137] Epistolario, Vol. I, N° 160, página 389. (a Antonio Garfias, Valparaíso, 14 de enero de 1832)
[138] Silva, Raúl, Ob. Cit., Página 58. (a Urizar Garfias, Santiago, 1 de abril de 1837)
[139] El Araucano, 5 de febrero 1831, N° 21. Página 4, columna 2
[140] El Araucano, 16 de abril 1831, N° 31. Página 4, columna 2
[141] El Araucano, 17 de diciembre de 1831, N° 66. Página 4, columna 2
[142] Ver: Mensajes editoriales de El Araucano, N° 84, 85, 115 y 139.
[143] Silva, Raúl, Ob. Cit., Página 32. Valparaíso, 16 de marzo de 1832. A Antonio Garfias.
[144] Silva, Raúl, Ob. Cit., Página 106
[145] Epistolario, Volumen I, N° 5, página 177
[146] Silva, Raúl, Ob. Cit., Páginas 32 – 33. Valparaíso, 16 de marzo de 1832. A Antonio Garfias.

[147] El Araucano, 26 de febrero 1831, N° 24. Página 3, columna 3.
[148] Edwards, Alberto, Ob. Cit., página 68
[149] Sotomayor Valdés, Ramón, Historia de Chile bajo el Gobierno del General don Joaquín Prieto, Fondo Histórico del Presidente Joaquín Prieto, Santiago de Chile 1962. Volumen I. Página 48
[150] El Araucano, 4 de diciembre 1830, N° 12. Página 4, columna 2.
[151] El Araucano, 12 de mayo 1832, N° 87. Página 4, columna 2.
[152] Epistolario, Vol. III, página 378
[153] Silva, Raúl, Ob. Cit., Página 57 – 58. Valparaíso, 6 de diciembre de 1834. A Antonio Garfias.
[154] Epistolario, Vol. II, N° 331, página 374. Valparaíso, 15 de marzo de 1833. A Ramón Cavareda. (el subrayado es nuestro)

[155] Aspectos explicativos y tendentes a justificar el pensamiento político de Portales respecto de la legalidad y la constitución han sido desarrollados por Alejandro Guzmán, Portales y el Derecho, Editorial Universitaria, Santiago de Chile 1988. (primera parte: Ideas jurídicas de Portales)
[156] El Araucano, 12 de mayo 1832, N° 87., página 4, columna 2
[157] El Araucano, 3 de septiembre 1831, N° 51. Página 4, columna 2
[158] El Araucano, 11 de noviembre de 1830, N° 9. Página 4, columna 2.
[159] El Araucano, 5 de noviembre de 1831, N° 60. Página 4, columna 1 y 2.
[160] Silva, Raúl, Ob. Cit., Página 29 – 30. Valparaíso, 4 de marzo de 1832. A Antonio Garfias.
[161] Sotomayor, Ramón, Ob. Cit., página 61
[162] Sotomayor, Ramón, Ob. Cit., página 51
[163] El Araucano, 27 de noviembre 1830, N° 11. Página 4, columna 2.
[164] El Araucano, 4 de diciembre 1830, N° 12. Página 4, columna 2.
[165] El Araucano, 17 de diciembre de 1831, N° 66. Página 4, columna 2.
[166] El Araucano, 27 de noviembre 1830, N° 11. Página 4, columna 2.
[167] El Araucano, 4 de diciembre 1830, N° 12. Página 4, columna 3
[168] El Araucano, 14 de diciembre 1832, N° 118. Página 4, columna 1
[169] El Araucano, 12 de mayo 1832, N° 87. Página 4, columna 2
[170] El Araucano, 26 de mayo 1832, N° 89. Página 4, columna 2
[171] El Araucano, Santiago de Chile, 22 de octubre de 1831, N° 58, página 4, columna 1.
[172] El Araucano, 1 junio de 1833, N° 142. Página 1, columna 3.
[173] Epistolario, volumen III, página 379
[174] Epistolario, volumen II, página 203
[175] Silva, Raúl, Ob. Cit., Página 50
[176] Edwards, Alberto, Ob. Cit., página 68
[177] Góngora, Mario, Ob. Cit., página 78
[178] De la Cruz, E. – Feliz. G., Epistolario de don Diego Portales, Santiago, 1937 – 1938, (3 volúmenes). Volumen I, N° 5, p. 176 y siguientes.
[179] Silva, Raúl, Ob. Cit., Página 143 – 146
[180] Epistolario, Vol. III, N° 508, página 378
[181] Ver: Mensajes editoriales de El Araucano N° 1 y N° 126





La expansión de la economía y del territorio

4 08 2008

LA CREACIÓN DE UNA NACIÓN

 

 

En gran medida, por efecto de estos contactos, el desarrollo económico presenta características bien definidas en todo el siglo XIX, marcadas por alternativas de expansión y depresión en ciclos que oscilan de 5 a 6 años. A una expansión, con subida de precios y salarios, mayores utilidades, abundancia de crédito, sucede la depresión, con bajas de precios y salarios, disminución de ganancias, restricción de crédito.

En el período se percibe con nitidez tal característica. Entre 1848 y 1856 hubo expansión. Ella fue originada por la explotación de las minas de plata de Chañarcillo, la compra de productos agropecuarios y de manufacturas, trigo y harina, especialmente, por los mercados de California y Australia. Su efecto fue el auge experimentado por los negocios, enriqueciendo a los particulares y fortaleciendo financieramente al Estado, lo cual permitió realizar cuantiosas inversiones. De 1857 a 1861 se manifestó una depresión, debido al broceo y disminución de la producción de Chañarcillo, y a la perdida de mercados de California y Australia que acarreó la baja de los precios de productos agrícolas y, en consecuencia, una contracción monetaria.

Los distintos gobiernos contribuyeron a la modernización de la economía. La administración de Prieto echó las bases del florecimiento económico observado a partir de la segunda mitad del decenio de Bulnes, prolongado hasta los últimos años de la presidencia de Montt. Creó el Ministerio de Hacienda, a cuyo cargo estaban las ramas de hacienda, comercio, minería, agricultura e industria. Reorganizó las finanzas ordenando las entradas y gastos anuales de la nación. Estableció el crédito público y trazó una adecuada política de fomento de la agricultura y minería. Bulnes se preocupó, sobre todo, de desarrollar la política comercial. Por su parte, Montt, se aplicó a la transformación de la economía mediante la inversión de las mayores entradas resultantes del gravamen a las ganancias extraordinarias obtenidas de la actividad minera. Hubo incremento de obras públicas y construcción de todo un sistema de comunicaciones ferroviarias. Se abrieron bancos, y la Caja de Crédito Hipotecario ayudó a mejorar el trabajo agrícola. Tomó cuerpo la doctrina económica liberal debido a los comerciantes de Valparaíso y la influencia que ejerció posteriormente el economista francés Gustavo Courcelle Seneuil quien, como profesor de Economía Política y consultor del Ministerio de Hacienda, inspiró la política del laissez faire, laisser passer, opuesta a la intervención del Estado y partidario de la más amplia libertad en las relaciones comerciales. Chile quedó así como simple productor y exportador de materias primas.

La relación que la economía chilena logró establecer con los mercados europeos en la primera parte del siglo XIX, se acentuó en la segunda mitad del siglo, al coincidir este período con el momento de mayor auge del desarrollo económico de Inglaterra que, por virtud de la revolución industrial, venía pugnando por imponerse universalmente.

Desde este momento y hasta la segunda década del siglo XX, Chile dependió del mercado inglés para la colocación de sus materias primas derivadas de la explotación minera, cobre y salitre especialmente, y serán empresas comerciales inglesas las que terminen monopolizando las actividades productivas nacionales relacionadas con la minería.

Los ciclos de expansión y depresión vuelven a manifestarse a partir de 1861. A la fuerte contracción monetaria ocurrida ese año, sucedió un período de relativa prosperidad, interrumpido por la Guerra contra España (1866). Así la deuda pública que, en 1861, alcanzaba a $19.000.000 subió a cerca de $63.000.000 en 1871, debido a los gastos ocasionados por la guerra, la reedificación de Valparaíso, afectado por la contienda, y a los recursos empeñados en la construcción de obras públicas y ferroviarias.

Un nuevo ciclo de expansión se inició, superando los efectos de la guerra. A ello en mucho contribuyó el descubrimiento y explotación del rico mineral de plata de Caracoles (1870), que permitió disponer de entradas extraordinarias. Estrechamente vinculado con el ritmo que tomó la economía en el período estuvo el giro financiero de los bancos. Ellos fueron condicionantes directos de los ciclos de crecimiento y de crisis descritos. De dos, los bancos existentes en 1859 aumentaron a once en 1875; entre ellos el Nacional, Agrícola, Valparaíso, Concepción, Agustín Edwards y Cía., Ossa y Cía., etc. Funcionaban con escaso margen de seguridad, por existir muy precaria relación entre sus obligaciones con el público y sus reservas en metálico de disposición. Este hecho determinó características de inestabilidad del sistema crediticio y financiero, acentuada al momento de concurrir otros factores, como el fomento del lujo y la especulación que, en suma, provocaban serias crisis. Este fenómeno se puso de manifiesto en 1878. Los bancos imposibilitados de responder a los compromisos derivados del exceso de circulante, tuvieron que ser respaldados por el Estado, el cual declaró la inconvertibilidad del billete de banco incorporándose el país al sistema monetario del papel moneda. que culminó en 1878 con la inconvertibilidad del billete de banco.

La incorporación de las provincias de Tarapacá y Antofagasta, que permitió contar con los recursos dejados por la explotación del salitre, significó una coyuntura favorable, haciendo posible un período de expansión. La economía fue fuertemente marcada por el signo del salitre a cuya sombra se financió en gran medida el programa de obras públicas de los dos últimos decenios del siglo. El desarrollo fue sensible sobre todo durante la administración Balmaceda, proceso frustrado, sin embargo, a causa de la guerra civil de 1891

La explotación del salitre por parte de empresarios chilenos es anterior a la ocupación de los territorio mencionados. Hombres de empresa y aventureros habían explorado con avidez el territorio conocido como despoblado de Atacama, para extraer las riquezas yacentes en el desierto. De esa acción resultó el descubrimiento y consiguiente organización de la explotación del guano y del salitre, productos que, gracias a su poder fertilizante, comenzaban a ser requeridos por el mercado europeo.

No hubo en este avance el propósito de correr la frontera política, mediante actos que significaran ejercicio de la soberanía. Cuando fue necesario se recurrió al gobierno boliviano solicitando la concesión correspondiente, quedando así garantido el derecho de los pueblos. Por lo demás, cabe precisar que el límite norte de Chile, fijado por la Constitución de 1833 en el desierto de Atacama, era impreciso. Abarcaba una zona de aproximadamente 250 kilometros, casi enteramente despoblada.

En tal medida se dio esta expansión, que el censo de 1878, hecho en la circunscripción municipal de Antofagasta, indicó la existencia de 6.554 chilenos en una población de 8.807 personas. Situación semejante se daba en Tarapacá, donde en 1879 el 85% de la población era chilena, ocupada en la industria salitrera y guanera, y en las obras públicas, ferrocarriles especialmente.

Los orígenes de la guerra que enfrentará a Chile con Perú y Bolivia, se encuentra, justamente, en la situación creada por la expansión del capital chileno y las fuerzas humanas que lo acompañaron. Factores políticos: lucha por la supremacía en el Pacífico sur, que ya había ocasionado un conflicto entre los mismos contendientes, en 1837; económicos: pretensión del Perú de tener el monopolio del salitre y el guano; psicológicos: la hostilidad de que eran objeto empresarios y obreros chilenos en territorio peruano, constituyen, en consecuencia, el fondo del conflicto. Los hechos que directamente lo produjeron son sólo manifestaciones de una tensión que fue gestándose a impulsos de la voluntad expansiva del chileno, más allá de los linderos marcados por la historia colonial.

Durante el gobierno de Bulnes se exploró la costa hasta Mejillones, encontrándose guano. Por ley de 1842, se declaró propiedad de la República los depósitos guaneros ubicados al sur del paralelo 23, considerando que se hallaban dentro de los límites del territorio nacional. A causa de la citada ley el gobierno boliviano protestó. Después de largas conversaciones, se llegó a la forma del Tratado de alianza de 1866. Por él se fijaba la frontera en el paralelo 24; la región entre los paralelos 23 y 25 quedaba sujeta a condominio, de suerte que los derechos fiscales por exportación de salitre y guano se repartirían por mitad entre ambos países. Los vínculos de amistad se vieron afectados al conocerse la noticia del descubrimiento del mineral de plata de Caracoles y el hallazgo de salitre por José Santos Ossa, en el interior de la provincia de Antofagasta. Conflictos políticos internos en Bolivia  lo agravaron. Declarado nulo el tratado de 1866 por este país, se firmó otro en 1874. El límite se fijaba en el paralelo 24; Chile renunciaba a ejercer soberanía al norte de este paralelo; Bolivia se comprometía a no gravar con nuevos derechos al salitre exportado por capitales chilenos, ubicados en su territorio.

La eficacia de este Tratado se veía, sin embargo, comprometida por la firma de un tratado secreto entre Perú y Bolivia (1873), que limitaba el cumplimiento de lo pactado por Bolivia con Chile. Las pretensiones de Perú se dirigían a eliminar el capital chileno de la explotación del salitre. A este fin, el gobierno de Prado promulgó el decreto que establecía el estanco peruano del salitre, el que para ser efectivo debía controlar toda la producción de Tarapacá, como la de Antofagasta donde operaban capitales chilenos.

La subida de Hilarión Daza al poder en Bolivia complicó aún más el panorama. Decidido a obtener mayor ventaja de la explotación del salitre de Antofagasta, gravó con un impuesto de 10 centavos el quintal de salitre exportado (1878). La compañía afectada apeló al Tratado de 1874 y se negó a pagar. Daza decretó la reivindicación de las salitreras disponiendo el remate de ellas (6-I-1879). El gobierno de Anibal Pinto decidió ocupar militarmente Antofagasta  en un acto reivindicatorio de derechos sobre la región. Bolivia declaró la guerra (1-III-1879). Conocida en Chile la existencia del tratado secreto, el Congreso autorizó al gobierno a declarar la guerra al Perú y Bolivia, lo que se hizo efectivo el 5 de abril de 1879.

El conflicto se resolvió con dificultades. Había que determinar los límites de los tres países comprometidos, y el capital financiero internacional pretendía obtener ventajas de la explotación del salitre. Por el Tratado de Ancón (20-X-1883) Perú cedió definitivamente la provincia de Tarapacá. Tacna y Arica se anexaban a Chile por diez años, al término de los cuales se haría un plebiscito para determinar a cuál de los países se incorporaban. En 1884, se firmó un Pacto de Tregua con Bolivia. Ésta entregaba a Chile la provincia de Antofagasta. Bolivia obtenía franquicias para su comercio en los puertos de Antofagasta y Arica, y se liberaba de derechos de exportación a artículos de ambos países.

Mientras se desarrollaba la Guerra del Pacífico, en 1880, se produce una rebelión indígena en la Araucanía, que decide al gobierno proceder a la incorporación definitiva de ese territorio a la República. Es sabida la tenaz oposición presentada por las tribus araucanas a los empeños de penetración durante la dominación española. Igual actitud se manifiesta durante la República, al final, una verdadera república dentro de otra vino en constituirse.El gobierno, entonces, decidió reducirlos, mediante la pacificación.

La ejecución de este plan se vio postergado, sin embargo, a causa de la insospechada aparición del aventurero francés Antonio de Tounens, reconocido por los indios como Orélie Antoine I, rey de la Araucanía, quien finalmente fue procesado, declarado loco y devuelto a Francia (1862).

No obstante, el plan de pacificación, que consistía en correr la línea fronteriza hasta  el Malleco se fue cumpliendo con intervalos de detención. Gran protagonista en esta acción fue el jefe del ejército de la frontera Cornelio de Saavedra, quien pudo fortificar la línea del Malleco afianzando la colonización en esa zona (1867). En los dos años siguientes se ocupaba Cañete y Purén, y se avanzaba, paralelamente, sobre la línea del Tolten, frontera sur de la Araucanía. La guerra, desarrollada de 1868 a 1871, detuvo temporalmente la penetración, pero reiniciada en tiempos de la administración Pinto, bajo la dirección del coronel Gregorio Urrutia, se fijó el objetivo de crear la línea del Traiguén.

El gobierno, entonces, decidió avanzar la línea fronteriza hasta el río Cautín. Urrutia consolidó la línea del Cautín levantando fuertes de oriente a poniente: Carahue, Nueva Imperial, Temuco (1881), Lautaro, Curacautín. Los araucanos quedaban de este modo replegados entre los Andes y el mar, el Cautín y el Toltén. La pacificación quedó sellada al ocuparse la antigua Villarrica (XII, 1882), afianzanda la dominación de la región con la fundación de los fuertes Palguín, Pucón y Cunco.

Coetáneamente con la Guerra del Pacífico y el proceso de recuperación de la Araucanía, Chile se ve abocado a la necesidad de resolver sus antiguos problemas de límites con Argentina. En efecto, la fijación del límite oriental de Chile dio lugar a una larga y debatida negociación. En ella se hizo valer los fundamentos históricos, geográficos y de derecho que respaldaban la posición chilena. Al final, sin embargo, se impuso el criterio técnico y el ánimo de paz y amistad.

Luego de años de controversia, sin llegar a acuerdo acerca del objeto fundamental de discusión, se firmó finalmente el Tratado de 1881. El tratado en sus acápites principales establece que el límite de norte a sur hasta el paralelo 52 es la cordillera de los Andes. La línea separatoria corre por las cumbres más altas que dividen las aguas, pasando por entre las vertientes que se desprenden a un lado y otro. De no ser clara, la separación en los valles se resolvería por peritos designados por ambas partes. La Tierra del Fuego se dividiría por una línea recta trazada desde el cabo del Espíritu Santo hasta el canal de Beagle; la parte occidental sería chilena, la oriental argentina. El Estrecho sería de Chile en sus dos orillas, pero neutralizado a perpetuidad; asegurada su navegación para todas las naciones, no podía ser fortificado.

La aplicación de las disposiciones del tratado (1890) tropezó con serias dificultades. Pudo cumplirse en aquellas partes donde coincidían las más altas cumbres con el divorcio de las aguas; pero en el sur se observó la separación de ambos accidentes. Entonces Argentina abogó por la tesis de las más altas cumbres, lo cual la acercaba al Pacífico; Chile, en cambio, sostuvo la tesis del divorcio de las aguas, que lo aproximaba al Atlántico.

Después de tensas conversaciones, previa la firma de varios protocolos, se subscribió el Acta de 1898, por la cual ambos países acordaron someter sus divergencias al arbitraje de Su Majestad Británica. El fallo de la Corona se dio en 1902. Atendida la ambigüedad del Tratado de 1881, buscó formula de conciliación. Respetó la línea separatoria de las aguas en la mayor parte de la cordillera, y los territorios en litigio fueron repartidos en forma equitativa.

 





Las transformaciones culturales

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            La promisoria labor educacional del gobierno de Montt continuó con éxito hasta fines del siglo XIX, lo que hace posible que de 27.449 alumnos que reciben instrucción en 1854, aumenten a 154.670 en 1901. No obstante, todavía un 80% de los niños en edad escolar estaban al margen de los beneficios de la enseñanza. En este sentido, el carácter obligatorio que adquiere la enseñanza básica a partir de 1920, constituye un hito importante en la superación de esa deficiencia.

            La enseñanza media también recibió un gran impulso a fines del diecinueve, gracias a la introducción de modernos textos escolares, muchos de ellos de procedencia francesa, a la creación de bibliotecas y al aumento de los fondos bibliográficos en las ya existentes. Tan es así, que la cultura de los adultos hacia 1885-1900 provenía casi totalmente de las bibliotecas populares fundadas en el gobierno de Montt treinta años antes, cuando se inauguraron 43 bibliotecas populares en 42 departamentos y se incrementaron los fondos bibliográficos de la Biblioteca Nacional, que llegó a tener más volúmenes que las grandes bibliotecas coloniales de Bogotá, Lima y México. Con el aumento de los libros creció el número de los lectores, llegando a la cantidad  de 20.758 la cifra de los que acudieron a la Biblioteca Nacional en 1889, quienes consultaron 26.893 obras en español, 4.126 en francés, 102 en inglés y el resto en otros idiomas. La preeminencia de la lectura de libros franceses, entre los que consultaban obras en otros idiomas, es expresión de la influencia de la cultura gala entre la elite de la capital. En Valparaíso, en cambio, la influencia inglesa era preeminente.

            La promulgación de la ley del 9 de enero de 1879, que estuvo precedida de amplios debates acerca del Estado Docente y la Libertad de Enseñanza, organizó la enseñanza media y superior y consagró el Estado Docente en nuestro país (Estado con obligación de enseñar), principio que se estableció en un ambiente de libertad que permitió la competencia emuladora entre la educación pública y la privada en el ámbito de la enseñanza básica y media, siendo más restrictivo en cuanto a la enseñanza superior.

            Otro hito importante en el desarrollo de la enseñanza, fue el inicio experimental del sistema concéntrico en algunos establecimientos de educación media (1889), que luego se generaliza al resto de los colegios a partir de 1893, lo que representó una verdadera revolución en los planes, programas y métodos de enseñanza; agrupó ramos afines, desarrollándolos hasta terminar el ciclo de educación media, desplazando al sistema anterior que consistía en estudiar asignaturas completas y sucesivas.

            Al igual que la enseñanza, la prensa cumplió un importante cometido en la difusión cultural. Por medio de la prensa mucha gente pudo conocer la obra de escritores nacionales y extranjeros, gracias a que las obras foráneas de mayor éxito eran incluidas en diarios y periódicos, a través de folletines que constituían una sección permanente en diversos matutinos. En el caso de los escritores chilenos, hubo muchos que publicaron sus escritos en diarios antes de reunirlos en libros, como por ejemplo Blest Gana y José Joaquín Vallejos. El famoso libro de Alberto Edwards, La fronda aristocrática, también tuvo esa génesis.

            Durante la segunda mitad del siglo XIX la prensa y la cultura tuvieron un desarrollo paralelo. En 1860 sólo existían dos diarios sólidos y estables, El Mercurio, en Valparaíso, y El Ferrocarril, en la capital. Treinta años más tarde, 20 reunían estas cualidades y otros 50 eran de menor importancia.

            En cuanto a la creación literaria, los escritores de fines de siglo abandonaron la literatura costumbrista, para presentar los problemas sociales y económicos que afligían a la sociedad y acerca de los cuales la elite no tomaba consciencia. Se reacciona contra el aristocratismo y la tendencia a evadirse de la sociedad que mostraban los escritores. La generación de 1900 se sumerge en el tumulto de la ciudad, el dolor y la miseria, a la vez critica el lujo y la ostentación. Representativas de la literatura de entonces son obras tales como Sub Sole y Sub Terra, de Baldomero Lillo; Días de campo de Federico Gana, y Casa Grande, de Luis Orrego Luco.

            Al igual que en la novela, en el teatro se evolucionó desde el costumbrismo autóctono hasta la critica social. El último cuarto del siglo XIX fue de una gran actividad en los tablados de Valparaíso y Santiago. Es posible registrar más de doscientas obras teatrales chilenas durante ese lapso.

La literatura y el teatro de la época son una fuente importante para conocer la transformación que experimenta la sociedad finisecular. La sobriedad e independencia respecto de las ideas extrañas, actitud común de nuestra sociedad en la primera mitad del siglo XIX, fueron reemplazadas por un despliegue fastuoso de riquezas, producto de una ansia de goces materiales no conocida. En el Chile enriquecido por la explotación del salitre, surge un hombre nuevo que desea expresar exteriormente su éxito en el trabajo mediante una vida de boato, de placeres y ostentación de la fortuna.

 





La economía del salitre

4 08 2008

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El triunfo en la Guerra del Pacífico, y la consiguiente incorporación de las salitreras al territorio nacional, transformó la economía chilena. De la explotación intensiva de este mineral se originó la percepción de entradas extraordinarias, que engrosaron el presupuesto general de la nación, inyectando a la economía inusitado dinamismo.

El cobre que había sido la base del desarrollo económico, pasó a ocupar lugar secundario frente a las entradas obtenidas por los derechos de exportación del salitre, las cuales hicieron subir las rentas fiscales de $15.000.000 en 1879, a $28.000.000 en 1880, y a $53.000.000 en 1890.

Cuando el país experimenta esa transformación, las doctrinas librecambistas, ya vigentes durante el gobierno de Montt, inspiran sin contrapeso el pensamiento económico. Según este concepto, el Estado, lejos de constituirse en empresario de la explotación de las riquezas básicas, desempeñaba la función de simple recaudador de impuestos, sin acción sobre el ejercicio de las facultades creadoras individuales. Dadas esas circunstancias, el Estado optó por el reconocimiento de los pagarés o certificados emitidos por el gobierno peruano al momento de expropiar las oficinas salitreras antes de la guerra, entregando así las salitreras a los poseedores de éstos, en su mayoría extranjeros. De ahí que en 1895 el capital inglés constituyera el 60% de la industria salitrera, el 9% el alemán y el 13 % el chileno.

Sin embargo, con los derechos de exportación y los impuestos, pudo el Estado obtener entradas cuantiosas. El valor de las exportaciones subió considerablemente; de $52.000.000 en 1880 remontó a $68.000.000 en 1890, siendo Inglaterra el principal mercado al absorber el 70% de los productos chilenos, a la vez que representaba el principal proveedor, ya que el 40% de las importaciones se obtenían de aquel centro productor. Exportase materias primas y se compraban bienes manufacturados.

Las rentas del salitre, que hacia 1880 significaban un 5% de las rentas ordinarias de la nación, llegaron a representar el 52% de las entradas percibidas por el Estado en 1890, permitiendo saldar los gastos irrogados por la guerra e iniciar un vasto plan de obras públicas, desarrollado al máximo durante la administración de Balmaceda. Además, los mayores ingresos hicieron posible la supresión de una serie de impuestos, aliviando la carga tributaria que pesaba sobre algunos  sectores productivos del país.

Las nuevas circunstancias económicas también permitieron incrementar de manera importante la burocracia estatal. La Administración Publica, que hasta 1880 sólo contaba con 3.000 funcionarios aumenta a 13.000 en 1990, permitiendo un mejoramiento de la seguridad interna y defensa, así como la ampliación de diversos servicios públicos: Correos y Telégrafos, Agua Potable, Alcantarillado, Alumbrado Público, Pavimentación y Aduanas. También hizo posible montar una infraestructura administrativa en las provincias de Tarapacá y Antofagasta, recientemente incorporadas.

Santa María pudo emprender la realización de algunas importantes obras públicas, aun cuando su preocupación central la constituyó la consolidación del ordenamiento económico, superada la crisis de 1878; pudo además saldar los gastos de la guerra cancelando los empréstitos conseguidos. Se construyeron puentes, el más importante fue el trazado sobre el río Maule; se extendieron nuevas líneas férreas en el sur, sobre todo en la región de la Araucanía, y se crea la Empresa de Ferrocarriles del Estado (1884). También se propendió a la construcción de edificios públicos en distintas ciudades del país, entre ellos, el de la antigua Escuela Naval.

Pero fue durante el gobierno de Balmaceda cuando el país alcanzó mayor prosperidad. El vértigo expansivo, signo de crecimiento, se encarriló hacia la realización de un imponente plan de obras públicas como mejor fórmula de aprovechar el período de bonanza. El país gozaba de crédito ilimitado y las entradas eran tan considerables que, como se dijo, se llegó a suprimir algunas contribuciones.

Los gastos en Instrucción, Hacienda, y especialmente Industria y Obras Públicas fueron los de mayor cuantía. Entre los adelantos materiales habidos cabe mencionar: el viaducto del Malleco, la canalización del Mapocho; la construcción de edificios como el Ministerio de Obras Públicas, Escuela de Medicina, Escuela Militar, etc.

Balmaceda concedió relevancia al tendido de líneas férreas, las que, en su concepto, constituían el fundamento del futuro desarrollo industrial, medios también de unión de los distintos puntos del territorio y herramienta eficaz de integración nacional. En su administración se construyeron 1.000 kilómetros de líneas férreas, equivalente a cuanto se había hecho en todas las administraciones pasadas, desde que  el gobierno de Montt  inicia esta obra.

El desarrollo educacional también fue notable. De alrededor de 500 establecimientos educacionales fiscales en 1860, aumentaron a 1.300 en 1895, lo que le dio a la educación fiscal gran preponderancia. Este hecho también se aprecia en que el personal docente y administrativo de la educación fiscal aumentó de 500 en 1880, a 3.700 en el año 1900.

Por los datos colacionados, se puede concluir que los mayores ingresos obtenidos de la explotación salitrera, contribuyeron a un mayor desarrollo del país. Sin embargo, tampoco se puede desconocer que hubo derroche, tanto en la contratación de personal como en algunas obras emprendidas.

 





La cuestión social

4 08 2008

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El grupo humano denominado genéricamente pueblo,  estaba compuesto por artesanos, jornaleros, sirvientes de la ciudad, peones de campo, inquilinos y pobladores de caserío. Representan la variante descendente del mestizaje, aquella más afectada por la influencia india. Formaban la mayoría de la población, distribuidos en ciudades, campos y centros mineros, desempeñando los oficios propios de una economía simple. Sin influencia en la esfera social, están marginados de la cultura como de la vida política. Animados de cierto fatalismo, aquellos arraigados en el mundo rural, viven adheridos a los sectores aristocráticos debido a las relaciones económico-sociales desarrolladas y a una manifiesta disposición espiritual de servidumbre.

En el caso de la población rural, el inquilino de las haciendas vivía en función de su patrón, a quien servía junto con su familia a cambio de un salario, pagado una pequeña parte en dinero y el resto en una tenencia precaria de tierra, semillas, útiles de labranza y vales para hacer efectivo en la pulpería de la hacienda. Allí se nacía, trabajaba, vivía y moría. Los que allí habitaban se identificaban más con su hacienda que con el país, y más con su patrón que con el propio Presidente de la República. Sus diversiones no eran muchas: juegos de azar, carreras a la chilena, bailes campesinos y reuniones bastante etílicas en las pulperías los domingos y festivos.

En cuanto a los trabajadores ocasionales, el peón estaba sujeto a condiciones de vida mucho más inestables. Era requerido para determinados trabajos ocasionales en los períodos de mayor actividad en el campo: siembras, cosechas, matanza de ganado. No recibe el amparo que la sociedad paternalista ofrece al inquilino y su familia, de ahí que deambule de hacienda en hacienda, encontrándose muchas veces en la frontera del delito.

La vida en el campo era lenta, se vivía, como dice un autor, al ritmo de las siembras y de las cosechas. Esos eran los momentos de gran actividad, cuando el campo parecía despertar después de una larga etapa de letargo que se prolongaba durante otoño e invierno.

En los orígenes de la República, el 80% del  1.010.332 habitantes que en 1832 residía en el país vivían en el campo. Hacia 1907, la población ha aumentado a 3.249.297, y un importante porcentaje de ella se ha desplazado de las áreas rurales a las urbanas y a las regiones recientemente incorporadas, en busca de trabajo. Dado que ese proceso se produce de manera abrupta,  ciudades como Santiago,  Valparaíso y los campamentos mineros fueron incapaces de acogerla adecuadamente, produciéndose problemas de hacinamiento de población, de higiene, alcoholismo y prostitución, que en su conjunto se conocen como la cuestión social.

La población campesina que se asienta en las salitreras, pasa a depender absolutamente de su salario, pierde el amparo que ofrece la sociedad paternalista del campo, se desvincula de su patrón, que ahora esta representado por una sociedad anónima. En este mundo impersonal, el campesino que se ha transformado en minero, si pierde su salario, como solía suceder,  quedaba desamparado y en un medio inhóspito. El minero de las salitreras, sobre todo aquellos que no nace en las pampas, es un individuo desarraigado, nostálgico. El salario que recibe es muy superior al del campo, pero sus condiciones de vida eran muy duras. Vive en campamentos distante de las ciudades, en casas de calamina, inadecuadas para soportar el clima inhóspito del desierto;  el agua, la higiene y las comodidades escasean, el costo de alimentación es alto.

La vida en ciudades como Santiago y Valparaíso, que hacia 1885 tienen 200.000 y 105.000 habitantes, respectivamente, ofrece mayores incentivos, pero no está exenta de problemas. El Puerto era entonces un centro de gran actividad; de ahí que su población viviera en función del trabajo. El literato José Joaquín Vallejos, después visitar la ciudad en 1843, tiene la impresión de que allí todos corren, todos se precipitan, todos reniegan, nadie piensa en nadie… En efecto, Valparaíso era el centro comercial y financiero más importante del país, encargado de redistribuir las mercaderías que venían de Europa, en la costa del Pacífico. La necesidad de mano de obra concentró en la ciudad una gran cantidad de población venida del mundo rural en busca de trabajo. Tan es así, que mientras allí los habitantes aumentaron en 21.998 entre 1854 y 1865, en los aledaños Quillota, Casablanca y Limache crecieron en conjunto en sólo 4.451 personas. Este crecimiento demográfico le planteo a sus habitantes graves problemas de hacinamiento, por falta de viviendas, con el consiguiente efecto negativo en cuanto a higiene y salubridad, lo que se tradujo en enfermedades endémicas y epidémicas que provocaban una alta tasa de mortalidad, especialmente entre párvulos.

Los problemas que aquejaban a los pobres en las salitreras y en las ciudades eran ignorados por las autoridades y gran parte de la elite. Sin embargo, en memorias universitarias y otros escritos se comienza a dar cuenta del problema. Juan Enrique Concha Subercaseaux, de tendencia política conservadora y cuya vida fue un permanente apostolado, obtiene su licenciatura  en Derecho en la Universidad Católica de Chile, en 1899, con la tesis Cuestiones Obreras. Arturo Alessandri, de tendencia liberal, obtiene similar licenciatura en la Universidad de Chile, con la tesis Las habitaciones obreras(1891). El político radical Valentín Letelier escribe la obra titulada Los pobres y promueve la legislación. Por su parte, el arzobispo de Santiago monseñor Mariano Casanova, comenta la encíclica Rerum Novarum de León XIII, recomendando poner en práctica sus enseñanzas (1891).

Los propios trabajadores buscan dar solución a los problemas que le aquejan. Desde la segunda mitad del siglo XIX crean mutuales, que como su nombre lo indica, promueven la asistencia mutua entre los trabajadores asociados, por medio del ahorro, la ayuda a los más necesitados, la educación y la moralización. Hacia 1902 se calcula en 20.000 el número de los afiliados a mutuales. De estas organizaciones surgirán las mancomunales, que además de prestar ayuda mutua   a sus asociados, asumen la defensa de los trabajadores frente a los empleadores y autoridades. Para cumplir ese cometido, hubo mancomunales que dispusieron de asistencia legal y periódicos. También hubo trabajadores que enfrentaron su situación empleando la violencia. Se organizaron en sociedades de resistencia, de inspiración anarquista y socialista revolucionaria, denunciando la situación que les afligía y organizando violentas huelgas, que el Estado aplastaba usando en exceso su poder de coerción

A pesar de todas estas reacciones frente a la cuestión social, los partidos políticos y las autoridades demoraron mucho tiempo en hacerse cargo del problema. La promulgación de una legislación social, se inicia tímidamente con la ley de habitaciones obreras (1906), la de descanso dominical (1907), la de la silla (1914) . El programa de gobierno de Alessandri (1920) ponía énfasis en la necesidad de legislar para los trabajadores, para evitar una revolución social. Sin embargo, gran parte de su programa en este aspecto sólo se llevó a cabo después del movimiento militar de 1924, con la promulgación de las leyes sobre contrato de trabajo, seguro obligatorio de enfermedad, de indemnización por accidentes de trabajo, de juntas de conciliación y tribunales arbitrales, sobre organización sindical, sobre cooperativas y acerca de contrato de trabajo.





La organización de la República de Chile

4 08 2008

 

            Luego de la batalla de Chacabuco, un cabildo abierto reunido en Santiago entrega el gobierno a O’Higgins con plenas facultades. Con el cargo de Director Supremo, recibe el mandato  de establecer a su arbitrio el tipo de gobierno que le parezca adecuado a Chile. Tal plenitud de facultades se le concede porque aún no estaba consolidada la Independencia, objetivo que se logra en las campañas militares de los años 1817-1818, que culminan con la batalla de Maipú, en abril de 1818.

             Con el fin de no comprometer la Independencia, que podía ser amagada por la Santa Alianza y Estados Unidos, que abogaban porque en los estados nacientes se establecieran gobiernos monárquicos y republicanos, respectivamente, O’Higgins opta por no definir el sistema de gobierno existente en Chile.

            A pesar de mostrar preferencia por el sistema democrático, los hechos le demostraron que no era posible establecerlo: no había tradición política, el pueblo carecía de virtudes cívicas y no existían hábitos de gobierno democrático. Finalmente instaura, sin definirlo como tal, un gobierno que podría denominarse una autocracia patriarcal, sistema que recuerda las fórmulas del autoritarismo ilustrado, y que ha quedado consagrado en su epistolario, cuando confiesa nuestros pueblos no serán felices sino obligándolos a serlo.

            Luego de la abdicación de O’Higgins, producto de sus disensiones con la aristocracia, se produce un gran vacío de poder que se manifiesta en un proceso de inestabilidad política conocido como Anarquía, aunque algunos historiadores denominan la etapa que transcurre entre 1823 y 1829 como Crisis de descolonización o bien etapa de ensayos constitucionales. Se trata de un período utópico, durante el cual los proyectos de organización desbordan la realidad que se vive.

            Se piensa en la ley como suprema instancia de orden, de ahí la confianza en las constituciones. A pesar de que una constitución debe ser como un traje a un individuo, y por consecuencia, debe adecuarse al país para el cual se promulgan, las que se elaboran en esos años prescinden de la idiosincrasia nacional, fijándose en otras realidades. La constitución moralista de 1823, por ejemplo, recoge elementos de la democracia griega, racionalismo francés y cristianismo. Las leyes federales de 1826-1827, redactadas por José Miguel Infante, son una copia de la constitución de Estados Unidos de América; mientras el ensayo liberal de Santiago Concha y José Joaquín de Mora, se inspira en la constitución francesa de 1791 y la española de 1812. Por esta misma prescindencia de la realidad nacional fueron flor de un día.

            En la época se entendía la libertad como libertad individual, no social, actualizando un concepto individualista de la ley y la sociedad que subordinó los intereses del Estado a los intereses de los individuos, lo que por cierto debilitó al Estado. Afloran sentimientos localistas, producto de antiguos resentimientos de las provincias respecto de Santiago, con la consiguiente a integración nacional; la economía entra en crisis producto del desorden y los gobiernos muestran gran inestabilidad. La anarquía se desarrolló con fuerza sobre todo entre 1826 y 1829.

            A partir de marzo de 1830, siendo vicepresidente José Tomás Ovalle, entra a desempeñar el cargo de ministro del interior Diego Portales, quien desempeña importante papel en la organización de la República. Teniendo presente el precario estado cultural de la población, mayoritariamente campesina, que sólo hacía posible el ejercicio restringido de la soberanía,  establece una república aristocrática, coherente con la estructura social existente, de una clase dirigente de raíz agraria, y una gran masa adherida a ella por vínculos paternalistas. La soberanía radicará teóricamente en el pueblo, pero su uso efectivo se reduce a aquella parte de la sociedad declarada con capacidad de conciencia política. El resto participaba del ejercicio de la soberanía de modo pasivo, a través de la representación que se arrogaba el Estado, que identificaba sus intereses con los de toda la comunidad. El Estado así concebido se convertía en el ejecutor de la voluntad del pueblo. Su impersonalismo derivaba justamente de esa identificación de intereses.

            Sobre el Estado recaía, en consecuencia, la obligación moral de lograr que la gran masa de la población alcanzara, mediante la educación, la moralidad suficiente para gozar de la capacidad de ejercer la soberanía. Portales creía que el desarrollo de la sociedad sólo podía lograrse dentro del orden y el respeto a la ley. La República la entendía como una escuela de moralidad, capaz de crear sentimientos cívicos con la sabia y prudente dirección del Estado. De ahí la idea de gobierno fuerte y centralizador, respetado y respetable, con una administración eficiente, honrada, disciplinada, abierta a la crítica constructiva de la oposición. La Constitución de 1833 consagra el sistema de gobierno entonces establecido.

 

 

 

 





La Independencia americana

4 08 2008

 

Es casi una ley histórica que los dominios ultramarinos de cualquier estado terminen siendo independientes, de ahí lo sucedido con las colonias inglesas, francesas, holandesas, belgas, etc. En el caso de los dominios ultramarinos de España también se cumplió esa ley histórica. Sin embargo,  a pesar de que en las provincias americanas sus habitantes  maduraban hacia la Independencia,  transformándose de españoles en españoles americanos y de éstos en chilenos, argentinos, peruanos, bolivianos, etc., la Independencia se produjo de manera inesperada, y no como consecuencia de su propia maduración. Fue un parto prematuro, dice el historiador Encina.

            En efecto, cuando nadie  imaginaba el inicio de un proceso de independencia en América, España es invadida por los franceses, en tiempos de Napoleón, y Fernando VII debe abdicar a la corona española. Como los súbditos de la corona  entendían a la monarquía como un conjunto  de naciones diferentes, unidos sólo por la persona del rey, la ausencia del monarca dejó a éstas independientes. En cada una de las regiones españolas, no controladas por los franceses, se forman juntas de gobierno que se declaran supremas y soberanas, es decir independientes de cualquier otro gobierno establecido en la península. Posteriormente, para coordinar la lucha contra los franceses los distintos reinos reconocen a una Junta Central y, posteriormente, al Consejo de Regencia constituido a comienzos de 1810.

            El  Consejo de Regencia se había formado en plena contraofensiva francesa, estableciéndose en una pequeña isla al sur de Cádiz, de ahí que sólo fuera reconocido formalmente por las distintas regiones españolas. Lo mismo acontecerá en América, donde fue considerado como un organismo de gobierno poco representativo.

            En Chile, se tenía claro que se dependía solamente del rey, y, por consiguiente, que ninguna provincia o reino de la monarquía se podía arrogar autoridad en su territorio. De ahí que frente a la ausencia de Fernando VII sintieran la necesidad de organizar un gobierno en su nombre. Tal es el origen de la Primera Junta de Gobierno, convocada a partir de un Cabildo abierto al que asisten poco más de cuatrocientas personas pertenecientes a las familias de mayor rango de Santiago, que eligen a don Mateo de Toro y Zambrano como presidente.

            Esta primera experiencia de un gobierno autónomo marca el inicio de un aprendizaje político dentro de un sistema representativo de gobierno, distinto de la monarquía. Al mismo tiempo, las necesidades del momento obligan a resolver los problemas que se van presentando, contribuyendo a que sus autoridades adquieran gran madurez en los asuntos administrativos y de gobierno. Así, la Junta toma una serie de medidas como: organizar nuevos ejércitos y milicias, decretar la libertad de comercio con naciones neutrales y aliadas de España, en el conflicto que ésta tiene con Francia. El Congreso, por su parte, establecido el 4 de julio de 1811: crea la provincia de Coquimbo; declara la libertad de vientres, por la cual se considera libres a los hijos de esclavos nacidos en el territorio, y se envía a Francisco Antonio Pinto como agente diplomático ante la Junta de Buenos Aires.

            La actitud de los criollos durante esta contingencia sigue siendo solidaria con el rey, sin embargo se advierten tensiones con las autoridades que lo subrogan en la península. En efecto, para las autoridades de Chile existe una contradicción entre los discursos liberales de las autoridades españolas y su afán de ejercer soberanía en nuestro territorio. Por ejemplo, la Regencia había declarado en 1810 que nuestro destino ya no dependía de virreyes ni de gobernadores, que estaba en nuestras manos. No obstante, la misma Regencia nombra un gobernador para Chile, Francisco Javier Elío. Una actitud parecida tendrá las Cortes que nombra a Daniel Valcárcel como nuevo gobernador, desconociendo la soberanía de los criollos para nombrar sus propias autoridades mientras el rey estaba ausente.

Por otra parte, el nombramiento de autoridades en Chile genera una lucha por el poder, tanto entre instituciones, Cabildo-Audiencia, como entre familias, los Larraín con los Carrera, y entre personas, José Miguel Carrera con Juan Martínez de Rozas, etc. En este ambiente se produce la clausura del Congreso en diciembre de 1811, luego de sucesivos golpes de fuerza de José Miguel Carrera, quien  establece un gobierno personal, conocido historiográficamente como la Dictadura de Carrera, que se prolonga hasta marzo de 1813.

            Carrera ejecutó varios actos tendientes a conseguir un gobierno independiente. Adquirió una imprenta, en la que Camilo Henríquez edita La Aurora de Chile, primer periódico nacional. Allí se ataca a España, se elogia a Estados Unidos; se niega el origen divino de los reyes y se proclama la soberanía popular.

            Carrera también dicta el Reglamento Constitucional de 1812, que declara a Chile independiente de cualquier otro gobierno que no sea el propio y, aunque reconoce a Fernando VII, lo hace de manera nominal. El propio Reglamento, el carácter de cónsul de Estados Unidos asignado a J. Robert Poinsett, autor del citado cuerpo legal, y la creación de una escarapela nacional, son indicios de que Carrera quería el derecho del pueblo de Chile a gobernarse por sí mismo. Esta actitud tampoco debe sorprender, ya que en la propia península se había  redactado una constitución,  la Constitución de Cádiz de 1812, que declaraba que la soberanía radicaba en la nación y no en el rey, por lo que España se transformaba de una  monarquía absoluta en una constitucional.

            La orientación separatista que cree advertir en Chile el virrey Antonio José de Abascal, lo motiva a enviar una expedición a cargo de Antonio Pareja (1813), y posteriormente otra al mando  de Gavino Gaínza. El enfrentamiento de los ejércitos del virrey y de criollos inicia las llamadas Guerras de Independencia, las que atendiendo a los componentes que integran ambos ejércitos, las podemos calificar de guerras civiles, en atención a que la mayor parte del ejército peruano fue reclutado en las provincias de Chiloé y Concepción. Tras un paréntesis de la lucha armada, causado por la firma del tratado de Lircay (mayo 1813), se reinicia la guerra, que culmina con el triunfo realista en la batalla de Rancagua (octubre de 1814)

            En momentos que  Chile  vive estos acontecimientos regresa a España Fernando VII, luego de seis años de cautiverio. Se inicia el período conocido como Restauración, en el sentido que se restablece la monarquía absoluta. Fernando VII interpreta los movimientos liberales de la península como sediciosos y deroga la constitución de Cádiz de 1812. Mal aconsejado, juzga los movimientos americanos como una proyección de los movimientos liberales europeos e inicia una política de pacificación, es decir, envía ejércitos a someter a los americanos a quienes supone sediciosos, cuando en su mayoría se habían mantenido fieles a su persona. Como expresión de esta política, en Chile se crean  Consejos de Guerra Permanentes, Juntas de Secuestros, Tribunales de Vindicación y se deporta a Juan Fernández  a una serie de criollos prominentes.

Esta experiencia  genera una actitud antimonárquica, hasta entonces inexistente, que favorece entre la población la llegada del ejército de San Martín, gobernador de la provincia de Cuyo, quien cuenta con el concurso de Bernardo O`Higgins y de los chilenos que huyeron a Mendoza luego de la batalla de Rancagua. En efecto, con el propósito de independizar a Chile se organiza el ejército de los Andes, que encabezado por San Martín, O`Higgins y otros militares destacados, cruzan la cordillera en enero de 1817 y, el 12 de febrero del mismo año, derrotan al ejército realista en la batalla de Chacabuco.

           





CHILE: La hegemonía liberal

4 08 2008

 

            El proceso de independencia, la llegada de extranjeros, el viaje de chilenos al exterior, la difusión de la prensa y de la cultura influyen en la expansión del pensamiento liberal. A comienzo, la influencia se manifiesta en lo político y en lo doctrinario, estimulando las controversias religiosas –clericalismo y anticlericalismo-, que terminan por dividir a la sociedad. Sin desconocer la influencia inglesa en la difusión del liberalismo económico, particularmente a través de Valparaíso, la influencia del pensamiento liberal desde Francia, tanto en su vertiente laica como en la clerical, fue predominante. La doctrina liberal se plasmó en una forma de vida; sus postulados abarcaban aspectos políticos, económicos, sociales, educacionales,  culturales, etc.

            Como expresión de esa influencia, a partir de la Independencia hubo intentos por realizar una política educacional que tendiera a reemplazar el sistema cultural colonial por un sistema moderno. Dadas las circunstancias del momento, aparece un tipo de literatura, poesía, teatro y oratoria, de contenido e intención político social, que tiene su expresión en el denominado movimiento intelectual de 1842, que inaugura el desarrollo cultural republicano.

            En los primeros años de gobierno autónomo, no existía la tranquilidad necesaria para el desarrollo cultural. Con todo, prendió en el ánimo de gobernantes la idea de extenderla a todo el pueblo a fin de provocar la renovación social. Se creía en la bondad de la ley como agente modificador de las costumbres; en la eficacia de la educación en cuanto fijadora de hábitos. A este entendimiento obedecía la creación de la Biblioteca Nacional y el Instituto Nacional durante la Patria Vieja, y las disposiciones dictadas durante la administración de O’Higgins que mandaban el establecimiento de escuelas primarias a cargo de los cabildos, la manutención de escuelas de primeras letras por los conventos religiosos, la fundación del Liceo de La Serena, y otras medidas afines.

            El impulso más fuerte de renovación cultural surge a mediados del siglo XIX. Los pensadores veían miseria y atraso, situación que se proponen superar organizando a la sociedad conforme a la razón para alcanzar el progreso anhelado. Teniendo muy presente a autores ingleses y, sobre todo franceses, los jóvenes intelectuales chilenos se vuelcan a la literatura para exaltar lo nacional y orientar el anhelo de hacer la nación.

            En el desarrollo cultural de Chile jugó un papel muy importante Andrés Bello. Fue el hombre de más vasta cultura de su tiempo en América, de poderosa inteligencia, ejerció su benéfico magisterio por más de treinta años desde que llegara a Chile en 1929. Filósofo, gramático, tratadista de derecho, investigador de la historia literaria, fue, sobre todo, maestro de espíritu positivo que luchó por que Chile, sin cerrarse a las influencias foráneas, lograra un modo de ser propio y original.

            También contribuyen al movimiento intelectual los emigrados argentinos, Sarmiento, Alberdi, Mitre, López, Gutiérrez, Ocampo, llegados a Chile huyendo de la dictadura de Rozas. Sus críticas a los  intelectuales chilenos, achacándoles falta de espontaneidad y de espíritu creador, hirió el amor propio de muchos jóvenes que, desde la Sociedad Literaria, dirigida por Lastarria y con la participación de intelectuales  como  Sanfuentes, Tocornal, García Reyes y José Joaquín Vallejo, polemizaron acerca de temas literarios con aquellos, contribuyendo a que muchos jóvenes se iniciaran en la actividad intelectual. Animados de fuerte sentimiento nacionalista hicieron suya la tendencia romántica y echaron las bases del movimiento intelectual que inició el desarrollo cultural republicano.

            Complemento de la actividad literaria surgida, fue el desarrollo de la política educacional. En 1837, cumpliendo con el precepto constitucional de que la educación es una atención preferente del Estado, se creó el Ministerio de Justicia e Instrucción Pública. Cinco años más tarde se crea la Universidad de Chile, que comienza a funcionar en 1843, reemplazando a la extinguida Universidad de San Felipe.

            A la inspiración de Bello y al empeño del presidente Manuel Montt se debió la creación de la Escuela Normal de Preceptores, para la formación de profesores de enseñanza básica, la que adquirió forma y eficiencia bajo la sabia dirección de Domingo Faustino Sarmiento.

            A fin de desarrollar la enseñanza técnica se crearon las Escuelas de Artes y Oficios y la Escuela de Arquitectura. Se favoreció la enseñanza artística con el establecimiento de la Academia de Arquitectura y Pintura y del Conservatorio Nacional de Música.

            Los estudios secundarios fueron igualmente atendidos. Se abrieron nuevos liceos en Rancagua, San Fernando, Valparaíso. El sabio polaco Ignacio Domeyko, llegado a Chile en 1831, contribuye a que el Liceo chileno tome la orientación que tuvo hasta muy recientemente, de formación humanística y cultura general, no de mera preparación para la enseñanza superior.

            Como expresión del liberalismo también se produce una liberalización de las instituciones. Una vez que el sistema portaleano de gobierno, por medio de las administraciones de Prieto, Bulnes y Montt, dio estabilidad y prosperidad al país, la aristocracia, influida por esa ideología e interesadas en controlar directamente el gobierno, trata de desplazar el poder desde el Ejecutivo al Congreso. La aristocracia, que había servido de soporte  a esos gobiernos, se divide después de la cuestión del sacristán (1856), dando origen a la formación de los partidos políticos (1857)

La distinción entre los conservadores y liberales, que hasta entonces había sido vaga, resulta desde ahora más precisa. Los conservadores serán identificados con el clericalismo, es decir con aquellos que defienden las prerrogativas de la Iglesia en la sociedad, postulando una especie de estado confesional. Los radicales, en cambio, postulan un estado laico y son profundamente anticlericales. Los liberales, por conveniencia política,  declaran ser ni clericales ni anticlericales, pero a la larga optan por la laicización de las instituciones. Como se puede apreciar, la política era una cuestión eminentemente doctrinaria, no una cuestión social y económica, como ahora, lo que estaba en discusión era determinar si la sociedad iba a ser laica o católica. En lo que coinciden todos los partidos, por lo menos mientras permanecen fuera del gobierno, es en su voluntad de debilitar al Ejecutivo, para  ellos  gobernar desde el Congreso. También todos son contestes de que las elites deben ser quienes gobiernen.

Para lograr el desplazamiento del poder desde el Ejecutivo al Congreso, se comienza a reinterpretar la constitución desde una perspectiva parlamentaria, y se la reforma a partir de esa misma óptica. Por ejemplo, hacia la década de 1870 se termina con la reelección del Presidente de la República y se elimina el requisito de renta para votar, exigiéndose únicamente tener la edad necesaria, 21 para los solteros y 25 para los casados, y ser alfabetos. Con esta medida se pretendía aumentar el número de electores, dificultando la intervención electoral del Presidente, que era una facultad extralegal muy importante en manos del Ejecutivo. Por otra parte, desde mediados del siglo XIX se introducen desde Francia algunas prácticas parlamentarias, como la de  interpelar a los ministros, para que respondan ante el Congreso acerca de su cometido. Además, se comienza a dar al ministro del interior el tratamiento de Premier, nomenclatura propia de los sistemas parlamentarios. A pesar de la tendencia a debilitar al ejecutivo, el Presidente de la República mantuvo su poder, incluso durante el período de los gobiernos liberales, en particular después de la guerra del Pacífico, gracias a que a partir de entonces el Estado pudo disponer de las cuantiosas rentas generadas por el salitre, que el Presidente pudo disponer para ampliar las obras públicas y la burocracia. En este sentido, a pesar de las reformas, presidentes liberales como Santa María y Balmaceda fueron tan autoritarios como sus predecesores conservadores. La situación recién cambia a partir de la Guerra civil de 1891.