BIENVENIDOS (SEGUNDO SEMESTRE 2009)

5 08 2009

ESTIMAD@S:

Esta página nos servirá de plataforma de diálogo durante el semestre que comienza. Los insto a leer los documentos recomendados y a participar con sus comentarios, opiniones y aportes.

 

FUNDAMENTAL: ¿CÓMO INVESTIGAR?

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http://www.slideshare.net/annyhen/como-investigar-presentation

 

 

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Ana Henríquez Orrego





La «cuestión social»

11 11 2008

 Etimados Alumnos:

Aquí les dejo una síntesis sobre «LA CUESTIÓN SOCIAL», escrita por don Santiago Lorenzo Sh.

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El grupo humano denominado genéricamente pueblo, estaba compuesto por artesanos, jornaleros, sirvientes de la ciudad, peones de campo, inquilinos y pobladores de caserío. Representan la variante descendente del mestizaje, aquella más afectada por la influencia india. Formaban la mayoría de la población, distribuidos en ciudades, campos y centros mineros, desempeñando los oficios propios de una economía simple. Sin influencia en la esfera social, están marginados de la cultura como de la vida política. Animados de cierto fatalismo, aquellos arraigados en el mundo rural, viven adheridos a los sectores aristocráticos debido a las relaciones económico-sociales desarrolladas y a una manifiesta disposición espiritual de servidumbre.


En el caso de la población rural, el inquilino de las haciendas vivía en función de su patrón, a quien servía junto con su familia a cambio de un salario, pagado una pequeña parte en dinero y el resto en una tenencia precaria de tierra, semillas, útiles de labranza y vales para hacer efectivo en la pulpería de la hacienda. Allí se nacía, trabajaba, vivía y moría. Los que allí habitaban se identificaban más con su hacienda que con el país, y más con su patrón que con el propio Presidente de la República. Sus diversiones no eran muchas: juegos de azar, carreras a la chilena, bailes campesinos y reuniones bastante etílicas en las pulperías los domingos y festivos.


En cuanto a los trabajadores ocasionales, el peón estaba sujeto a condiciones de vida mucho más inestables. Era requerido para determinados trabajos ocasionales en los períodos de mayor actividad en el campo: siembras, cosechas, matanza de ganado. No recibe el amparo que la sociedad paternalista ofrece al inquilino y su familia, de ahí que deambule de hacienda en hacienda, encontrándose muchas veces en la frontera del delito.


La vida en el campo era lenta, se vivía, como dice un autor, al ritmo de las siembras y de las cosechas. Esos eran los momentos de gran actividad, cuando el campo parecía despertar después de una larga etapa de letargo que se prolongaba durante otoño e invierno.


En los orígenes de la República, el 80% del 1.010.332 habitantes que en 1832 residía en el país vivían en el campo. Hacia 1907, la población ha aumentado a 3.249.297, y un importante porcentaje de ella se ha desplazado de las áreas rurales a las urbanas y a las regiones recientemente incorporadas, en busca de trabajo. Dado que ese proceso se produce de manera abrupta, ciudades como Santiago, Valparaíso y los campamentos mineros fueron incapaces de acogerla adecuadamente, produciéndose problemas de hacinamiento de población, de higiene, alcoholismo y prostitución, que en su conjunto se conocen como la cuestión social.


La población campesina que se asienta en las salitreras, pasa a depender absolutamente de su salario, pierde el amparo que ofrece la sociedad paternalista del campo, se desvincula de su patrón, que ahora esta representado por una sociedad anónima. En este mundo impersonal, el campesino que se ha transformado en minero, si pierde su salario, como solía suceder, quedaba desamparado y en un medio inhóspito. El minero de las salitreras, sobre todo aquellos que no nace en las pampas, es un individuo desarraigado, nostálgico. El salario que recibe es muy superior al del campo, pero sus condiciones de vida eran muy duras. Vive en campamentos distante de las ciudades, en casas de calamina, inadecuadas para soportar el clima inhóspito del desierto; el agua, la higiene y las comodidades escasean, el costo de alimentación es alto.


La vida en ciudades como Santiago y Valparaíso, que hacia 1885 tienen 200.000 y 105.000 habitantes, respectivamente, ofrece mayores incentivos, pero no está exenta de problemas. El Puerto era entonces un centro de gran actividad; de ahí que su población viviera en función del trabajo. El literato José Joaquín Vallejos, después visitar la ciudad en 1843, tiene la impresión de que allí todos corren, todos se precipitan, todos reniegan, nadie piensa en nadie… En efecto, Valparaíso era el centro comercial y financiero más importante del país, encargado de redistribuir las mercaderías que venían de Europa, en la costa del Pacífico. La necesidad de mano de obra concentró en la ciudad una gran cantidad de población venida del mundo rural en busca de trabajo. Tan es así, que mientras allí los habitantes aumentaron en 21.998 entre 1854 y 1865, en los aledaños Quillota, Casablanca y Limache crecieron en conjunto en sólo 4.451 personas. Este crecimiento demográfico le planteo a sus habitantes graves problemas de hacinamiento, por falta de viviendas, con el consiguiente efecto negativo en cuanto a higiene y salubridad, lo que se tradujo en enfermedades endémicas y epidémicas que provocaban una alta tasa de mortalidad, especialmente entre párvulos.


Los problemas que aquejaban a los pobres en las salitreras y en las ciudades eran ignorados por las autoridades y gran parte de la elite. Sin embargo, en memorias universitarias y otros escritos se comienza a dar cuenta del problema. Juan Enrique Concha Subercaseaux, de tendencia política conservadora y cuya vida fue un permanente apostolado, obtiene su licenciatura en Derecho en la Universidad Católica de Chile, en 1899, con la tesis Cuestiones Obreras. Arturo Alessandri, de tendencia liberal, obtiene similar licenciatura en la Universidad de Chile, con la tesis Las habitaciones obreras(1891). El político radical Valentín Letelier escribe la obra titulada Los pobres y promueve la legislación. Por su parte, el arzobispo de Santiago monseñor Mariano Casanova, comenta la encíclica Rerum Novarum de León XIII, recomendando poner en práctica sus enseñanzas (1891).


Los propios trabajadores buscan dar solución a los problemas que le aquejan. Desde la segunda mitad del siglo XIX crean mutuales, que como su nombre lo indica, promueven la asistencia mutua entre los trabajadores asociados, por medio del ahorro, la ayuda a los más necesitados, la educación y la moralización. Hacia 1902 se calcula en 20.000 el número de los afiliados a mutuales. De estas organizaciones surgirán las mancomunales, que además de prestar ayuda mutua a sus asociados, asumen la defensa de los trabajadores frente a los empleadores y autoridades. Para cumplir ese cometido, hubo mancomunales que dispusieron de asistencia legal y periódicos. También hubo trabajadores que enfrentaron su situación empleando la violencia. Se organizaron en sociedades de resistencia, de inspiración anarquista y socialista revolucionaria, denunciando la situación que les afligía y organizando violentas huelgas, que el Estado aplastaba usando en exceso su poder de coerción.

A pesar de todas estas reacciones frente a la cuestión social, los partidos políticos y las autoridades demoraron mucho tiempo en hacerse cargo del problema. La promulgación de una legislación social, se inicia tímidamente con la ley de habitaciones obreras (1906), la de descanso dominical (1907), la de la silla (1914) . El programa de gobierno de Alessandri (1920) ponía énfasis en la necesidad de legislar para los trabajadores, para evitar una revolución social. Sin embargo, gran parte de su programa en este aspecto sólo se llevó a cabo después del movimiento militar de 1924, con la promulgación de las leyes sobre contrato de trabajo, seguro obligatorio de enfermedad, de indemnización por accidentes de trabajo, de juntas de conciliación y tribunales arbitrales, sobre organización sindical, sobre cooperativas y acerca de contrato de trabajo.

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SE ESPERAN SU APORTES Y COMENTARIOS

 

 





CHILE EN EL SIGLO XIX: DESARROLLO POLÍTICO Y ECONÓMICO HASTA 1886

13 10 2008

ANTECEDENTES HISTORICOS

 

Blakemore, Harold, Gobierno chileno y salitre inglés, 1886-1896: Balmaceda y North, Editorial Andrés Bello, Santiago, Chile, 1977. pp. 11-24

 

En el siglo diecinueve, de todos los estados de Latinoamérica que habían formado parte del imperio español, Chile gozaba de una reputación única en su género por su orden institucional y su paz interna. Los primeros años de la independencia fueron bastante turbulentos, y Chile no escapó a la experiencia común del continente ‑violencia militar, discontinuidad administrativa y luchas intestinas‑ en ese período de efervescencia política. La batalla de Lircay en 1830 marcó el comienzo de una nueva. Era en la historia de la república. En ese año la lucha armada de conservadores y liberales, de centralistas con federalistas, y de caudillo con caudillo, dio lugar a un período de gobierno conservador bajo la égida de Diego Portales, el virtual dictador de Chile.[1]

 

Portales fue el principal responsable del establecimiento en Chile de un sistema constitucional, que permaneció fundamentalmente inalterado por más de medio siglo, y al cual Chile debió años más tarde su reputación internacional como «la República modelo de Sudamérica”[2]. Sin embargo, la visión publica de un hombre o de un grupo de hombres habría servido de poco por sí misma, ya que las circunstancias geográficas y sociales ayudaron a resolver los problemas de organización política.

 

Chile era un país isla, limitado hacia el este por los Andes y hacia el oeste por el Océano Pacífico, mientras que hacia el norte el desierto de Atacama le daba la frontera más natural, aunque mal definida. Hacia el sur, el río Toltén marcaba el límite de colonización y, hacia el interior, los bosques tupidos habitados sólo por indios araucanos. Entre Copiapó, al borde del desierto del norte, y Valdivia y Osorno, a la orilla del área boscosa del sur, se encontraba el valle central, de unos mil cien kilómetros de largo, aunque en pocas partes de más de ciento sesenta kilómetros de ancho, bendecido con un clima mediterráneo y una conformación física variada: valles fértiles, laderas boscosas y ríos de agua frescas surgiendo de la cordillera nevada. Esta región central claramente definida era el verdadero Chile y ha permanecido como el núcleo vital de la nación hasta hoy día. [3]

 

La sociedad de esta zona era rural. El hacendado, dueño de grandes fincas gobernaba el campo, mientras el campesinado trabajaba duramente, desde la época colonial hasta el siglo veinte, Chile, podía describirse esencialmente como una sociedad agraria única en su género, caracterizada por un extremado monopolio de la tierra una estratificación social muy marcada.[4] Sólo a fines del siglo diecinueve, la aparición de las nuevas clases urbana e industrial comenzó a borrar la línea de división tajante entre amo y sirviente. Es esta distinción rígida la que le dio su carácter a la nación; la aristocracia gobernaba la vida nacional en todos sus aspectos mientras el campesinado iletrado obedecía. No obstante, la unidad social y económica del fundo, la gran hacienda, y el sistema social que creaba fue una gran fuerza para la estabilidad y lo mismo sucedió con la estructura racial del país. El alto grado de fusión entre blanco e indio, que prosiguió a través de todo el período colonial, había eliminado virtualmente en la época de la independencia a las razas aborígenes, dejando una estructura de dos grupos, una minoría dominante, predominantemente blanca y que contaba en 1810 con alrededor de 150.000 personas, y unos 350.000 mestizos, una fusión de razas en la cual predominaba la ascendencia española y no la india.

 

Portales puso término a los años de anarquía que vinieron a continuación de las guerras de la independencia a comienzos de la década de 1830. Aplastando el militarismo y por medio dé una política de represión severa pero necesaria, reforzada por el ejercicio de poderes extraordinarios, Portales creó las condiciones de orden intento dentro del cual pudo promulgarse la Constitución de 1833[5]. Esta Constitución fue la imagen política de la estructura social, ajustada perfectamente al estado cultural y económico y a las necesidades reales de la sociedad».[6] Restringió el sufragio a los chilenos que sabían leer y escribir, dueños de una propiedad o con capital invertido avaluado en una cifra específica fijada por ley periódicamente, y proclamó ciertos principios fundamentales que teóricamente eran aplicables a todos: igualdad ante la ley, igual derecho a ocupar un cargo público, derecho de petición y de libertad de prensa. [7]

 

Se estableció una legislatura bicameral, con un Congreso de Diputados y Senadores; los primeros elegidos por voto directo de los departamentos locales, los segundos por voto indirecto; los diputados eran elegidos por un período de tres años y los senadores de nueve, luego se renovaba un tercio del Senado cada tres años. El Congreso asesoraba al ejecutivo en la preparación de las leyes; sus poderes principales, sin embargo, eran la aprobación del presupuesto y la concesión de poderes extraordinarios al ejecutivo en casos específicos, lo que de hecho constituía una suspensión temporal de la Constitución». [8]

 

Pero los poderes más importantes eran conferidos al ejecutivo, el Presidente. Elegido indirectamente, como el Senado, el Presidente ocupaba su cargo durante cinco años y era reelegible inmediatamente por un período más. Su autoridad era enorme. Controlaba virtualmente los tribunales y la administración tanto central como local; era comandante en jefe de las fuerzas armadas; designaba sus propios ministros y los despedía a voluntad; hacia recomendaciones a la autoridad eclesiástica. Los intendentes y gobernadores que asumían el gobierno local y la administración provincial eran sus representantes directos, responsables sólo ante él. Los ministros, en realidad secretarios, asistían al Presidente; eran tres en 1833 y seis hacia 1890. El Presidente, además, contaba con el Consejo de Estado, que actuaba con carácter consultivo, y cuyos miembros elegía él mismo de una lista especial. [9]

 

El ejercicio superior del poder judicial residía en un tribunal supremo cuyos miembros los nombraba el Presidente de ternas preparadas por el Consejo de Estado. Ni el Presidente ni el Congreso tenían funciones judiciales. [10]

 

Una característica peculiar de la Constitución era la Comisión Conservadora. Se fijaban las sesiones ordinarias del Congreso entre el 1 de junio y el 1 de septiembre; después de esta fecha la legislatura entraba en receso hasta que el Presidente convocara a sesiones extraordinarias. Sin embargo, para asesorarlo en materias constitucionales durante el receso, el Senado elegía siete senadores el último día de sesión ordinaria: éstos constituían la Comisión Conservadora, la cual era responsable ante el Congreso. [11]

 

Las disposiciones generales de la Constitución eran particularmente notables por los artículos que declaraban que la educación general debería recibir una atención especial de parte del gobierno. [12]

 

La Constitución chilena de 1833, un documento extraordinario desde todo punto de vista fue, en una época de elaboración de constituciones, un ejemplo clásico de organización política que se avenía casi perfectamente con las circunstancias sociales imperantes: [13]

 

Como la burguesía de Francia y los padres de la Constitución Americana, los criollos… eran seres  humanos con intereses que proteger… Eran propietarios de la tierra y controlaban todas las instituciones productivas de Chile; Tenían poder de facto y lo querían de jure.. [14]

 

El sistema político así implantado era casi monárquico[15]; sustentado por una oligarquía del dinero, del talento del poder, dependía sobre todo de la solidaridad de la clase alta y de su capacidad ‑que demostró ser notable‑ para absorber otros elementos que podrían, más adelante, haber llegado a oponérsele. No obstante, el sistema funcionaba bien solamente mientras el ejecutivo representaba, y aparecía representando, los intereses de esa clase y así lo manifestaba. Es significativo que a través de todo el siglo diecinueve, a pesar de la existencia de grupos políticos antagónicos, de ideologías fundamentalmente divergentes y de conflictos de personalidad dentro de la aristocracia, se conservó  una unidad social subyacente.[16] Aunque las diferencia: podrían llegar a producir un conflicto armado, como en 1851 y nuevamente en 1859, ellas no alteraron radicalmente la estructura social del gobierno. Las instituciones fundadas para ampliar la base de representación, como la Sociedad de La Igualdad en 1850, modificaron el espíritu pero influyeron poco para cambiar la estructura del sistema constitucional. El Congreso siguió siendo: la asamblea de una clase gobernante, donde hombres con todas sus diferencias de opinión, se respetan entre sí, se reúnen y discuten sus intereses comunes con dignidad y habilidad. [17] Fue sólo mucho después en la historia de Chile, con el desarrollo de la industria y el incremento de las clases trabajadoras que no tenían lugar en la estructura social tradicional, cuando esta unidad se deterioró debido a la aparición de nuevos elementos de división política entre los hombres preparados para realizar los ajustes mentales esenciales para la comprensión de una sociedad que cambiaba, y los que no estaban preparados para ello. Hasta entonces no existían las condiciones para una alineación de partidos basada en problemas e intereses sociales y económicos. Los partidos políticos se basaban en creencias religiosas y constitucionales y en personalidades dentro de la clase gobernante. [18]

 

Los años desde 1830 a 1861 han sido descritos como la era de la «República Autocrática», y desde 1861 a 1891, como la de la «República Liberal». [19] Esta es una sobre simplificación de un proceso político complejo, pero denota el cambio que tuvo lugar en el espíritu del gobierno a mitad del siglo. Hasta 1857, dos partidos se mantuvieron en la escena política, el Conservador, el Liberal; el triunfo bélico del primero en 1830 le dio el poder durante veinticinco años. Pero la oposición liberal se recobró en la década de 1840 y comenzó a insistir en las reformas para debilitar la autoridad del ejecutivo y liberar el sufragio de la intervención gubernamental, Este fue un objetivo básico de todos los partidos opositores a través de todo el siglo. La Constitución otorgaba tales poderes al Presidente que éste podía regular las elecciones y así asegurar el apoyo adecuado del Congreso para sus planes de acción. También se estableció la práctica de que el Presidente que salía virtualmente escogiera a su propio sucesor y asegurara así su elección. Cada elección parlamentaria y presidencial que se efectuó en Chile antes 1891 fue seguida de una disputa áspera entre los partidarios de estos procedimientos, esto es, partidarios del gobierno y la oposición. [20]

 

La «República Autocrática» terminó en 1861. En 1857, el partido Conservador se dividió a raíz del problema de las relaciones entre la Iglesia y el Estado; el ala más clerical conservó el nombre de conservadores; los elementos más liberales, que apoyaban al Presidente Manuel Montt en sus exigencias por la supremacía del estado, se constituyeron finalmente como el Partido Nacional. [21] En el Partido Liberal hubo una división similar, aunque menos clara; los liberales moderados formaron un bando, y los liberales extremistas anticlericales, el otro, los que adoptaron el nombre de Partido Radical. Este fraccionamiento de los dos grandes partidos tradicionales en el hecho liberalizó el régimen, ya que el gobierno llegó a depender más de las alianzas políticas y coaliciones formadas por varias combinaciones de los distintos grupos.

 

Durante la presidencia de Federico Errázuriz Zañartu, 1871‑76, varias reformas modificaron el carácter autocrático de la Constitución. Estas fueron importantes, ya que su objetivo era un mayor control del Congreso sobre el Presidente. En 1871 se aprobó una enmienda para impedir la reelección de los presidentes al finalizar su Primer período. [22] Esto terminó con los decenios que se habían hecho costumbre desde 1831. En l874 el Consejo de Estado pasó a ser menos dependiente del Presidente y se facultó a la Comisión Conservadora para que solicitara al ejecutivo llamar a sesiones extraordinarias del Congreso cuando lo considerara apropiado. [23] Por otra parte, siete diputados formarían parte de la Comisión junto con los siete senadores estipulados en la constitución original. [24] Pero la reforma fundamental, la eliminación de la intervención del ejecutivo en las elecciones, aún seguía siendo el principal asunto pendiente entre el gobierno y la oposición. Paralelamente a este movimiento para reformar la constitución existía un movimiento de reforma religiosa que llegó al punto decisivo con el Presidente Domingo Santa María, 1881‑86, cuando se establecieron los cementerios seculares, y el matrimonio y el registro civil. [25]

 

El sistema de gobierno ordenado y la evolución comparativamente pacífica de Chile desde 1830 en adelante permitieron el progreso material sobre la base de los recursos naturales del país, tanto agrícolas como minerales. [26] La historia de la economía chilena en el siglo diecinueve puede dividirse en dos períodos separados por la Guerra del Pacífico, 1879‑83. Después de la guerra, la economía de Chile estuvo estrechamente ligada al salitre; antes de ella, el comercio de exportación dependía en gran medida del cobre. Sin embargo, Chile era en realidad un país agrícola que se autoabastecía de la mayoría de los productos alimentarios, y que contó con un considerable comercio de exportación de trigo durante todo el siglo. [27] Pero el mercado de productos agrícolas era básicamente interno ‑con la sola excepción del trigo‑; la fuerza del comercio de exportación chileno provino más bien de las minas que de la agricultura.

 

Antes de la Guerra del Pacífico los principales recursos minerales eran el carbón, la plata y el cobre. El carbón se extraía principalmente en las provincias de Arauco y Concepción, y fueron capitalistas nacionales quienes desarrollaron la industria; pero la cantidad de carbón producida alcanzó a cubrir las necesidades internas sólo hasta la década de 1860 de allí en adelante, Chile tuvo que importar carbón. [28] La industria minera de la plata había sido importante durante la colonia, y el descubrimiento de nuevas vetas en las provincias de Atacama y Coquimbo a mediados del siglo diecinueve inició un nuevo período de explotación del mineral en el cual se formaron varias fortunas. [29] En 1870 esta industria recibió un nuevo estímulo con el descubrimiento de ricos minerales en Caracoles, en territorio reclamado tanto por Chile como por Bolivia, aunque se empleó capital chileno para su Extracción,

 

También se había extraído cobre en Atacama, Coquimbo en los tiempos del imperio español, pero en las décadas de 1840 y 1850 se produjo la gran expansión de la industria que permitió a Chile convertirse, durante un tiempo, en el principal exportador del mundo de este metal. [30] En 1860 por ejemplo, de un total de exportaciones de $ 25.451.179[31] las exportaciones de cobre fueron de $ 14.111.090. [32] En la década de 1880, sin embargo, debido a la rápida explotación de minas en los Estados Unidos y España, las «barras de Chile» dejaron de ser el modelo mundial para este metal, ya que Chile perdió su supremacía en el mercado mundial del cobre. No obstante, la explotación del mineral habla sido crucial para el progreso económico chileno, al estimular el desarrollo de otras industrias y proporcionar, a través de impuestos de exportación sobre los embarques de cobre, una proporción considerable de ingreso para las obras públicas del gobierno. En el período de 1830 a 1879 se vio el comienzo de la industria manufacturera: molinos, refinación del azúcar, fabricación de vidrio, fundiciones metalúrgicas y otras industrias locales. [33] También se vio una expansión notable de las comunicaciones. Entre 1849 y 1852 se construyó el primer ferrocarril en Chile, que unía Caldera y Copiapó, y hacía 1863 la capital de la república, Santiago, se unió a través de una línea férrea con el principal puerto: Valparaíso.[34] William Wheelwright, un ciudadano norteamericano, construyó la línea telegráfica de Valparaíso a Santiago en 1851‑52; así se iniciaba un proceso que hacia 1876 se extendió a cuarenta y ocho ciudades de Chile, y puso al país en comunicación rápida con Argentina y Perú mediante, una línea a través de los Andes y un cable submarino bajo el Océano Pacífico. [35] Antes, en 1840, Whee1wright habla traído a Chile los beneficios de la navegación a vapor, cuando fundó la Pacific Steam Navigation Company, para establecer una línea de vapores de servicio regular entre Europa y las repúblicas sudamericanas de la costa del Pacífico. [36]

 

El crecimiento de la red ferroviaria y telegráfica, la construcción de caminos, escuelas y puentes, la formación de instituciones bancarias ‑otro factor importante de esos años‑, la aparición de las primeras sociedades anónimas, y muchos otros hechos fueron los cauces del crecimiento material de Chile antes de la Guerra del Pacífico». [37] Y en varias de estas empresas los intereses empresarios extranjeros jugaron a menudo un papel importante; fueron atraídos a un país latinoamericano donde, como lo expresara un observador, los habitantes mostraban «una disposición natural» al «reposo y tranquilidad» y la «convicción de las inestimables ventajas derivadas de ellos.[38] Desde el periodo de la independencia, Chile buscó en el extranjero la experiencia que, según sus jefes le faltaba al país y a través de todo el siglo diecinueve, política chilena de inmigración estuvo abierta al flujo europeo. [39] A medida que transcurría el siglo la corriente de inmigración creció, y capitalistas tanto extranjeros como nacionales comenzaron a explotar los recursos naturales de Chile.

 

LA CONEXION ANGLO‑CHILENA[40]

 

De los grupos extranjeros establecidos en Chile, el más relevante, sin duda, fue el de los británicos. Los lazos comerciales no eran los únicos que unían amistosamente a las dos naciones; las conexiones navales eran también un elemento importante. Los ingleses habían desempeñado una función prominente en la dotación del personal de la primera marina chilena durante las guerras de la independencia, y al comandante de esta institución, Lord Cochrane, se le consideraba corno «uno de los fundadores de la República. [41] La marina chilena se modeló de acuerdo a la de Gran Bretaña y se estableció la costumbre de que los guardiamarinas hicieran su aprendizaje en los barcos de guerra británicos, una disposición que ayudó a estrechar la tradicional amistad que se mantenía desde los días borrascosos del período de la independencia. [42] Tras esta amistad estaba el convencimiento de los estadistas chilenos de que el poder del mar era de crucial importancia para su país, cuya frontera occidental la constituía enteramente la costa del Pacífico.

 

Más importantes, sin embargo, eran las relaciones comerciales entre los dos estados. Entre 1844 y 1898 el valor total de las importaciones provenientes de Gran Bretaña excedía el valor conjunto de las importaciones de Francia, Alemania y los Estados Unidos. [43] Los cimientos de la supremacía comercial británica se habían establecido en una fecha lejana. Hacia 1820, por lo menos doce firmas británicas habían fundado sucursales en Valparaíso. [44] Fue también en la primera década de la independencia cuando llegaron a Chile aquellos ingleses que se casaron dentro de la sociedad chilena y cuyos nombres se repiten a través de toda la historia posterior de la república. [45] En 1825 unos noventa buques británicos hicieron escala en Valparaíso, en comparación con setenta de Estados Unidos[46]; quince años más tarde esta cantidad había aumentado a 166 contra 56 de los Estados Unidos; 48 de Francia y 17 de Hamburgo.[47] Gran Bretaña y sus colonias se hicieron cargo de más del 50 por ciento de las exportaciones chilenas en 1860 y abastecieron el 33 por ciento de las importaciones de Chile, en tanto que en 1875 estas proporciones se habían elevado a 60 por ciento y casi 40 por ciento, respectivamente. [48]

 

Mientras crecía el comercio, también crecía el tamaño de la comunidad británica en Chile. La estimación hecha en 1824, de 1.000 a 3.000 súbditos británicos, solamente en Valparaíso, probablemente fue un poco exagerada,[49] pero en 1861 se calculó que en todo Chile había unos 4.000 ciudadanos británicos de los cuales casi 1.900 vivían en Valparaíso. [50] El censo de 1875 arrojó la cifra de 4.627 británicos en Chile. [51] La cantidad de ciudadanos de los Estados Unidos en Chile se mantuvo en menos de 1.000 durante todo el siglo, pero el número de otros europeos fue semejante al de los británicos. [52] Muchos eran colonos: a medida que la frontera avanzaba hacia el sur, inmigrantes, principalmente alemanes y suizos, colonizaron la región.[53] En los puertos, no obstante, y particularmente en Valparaíso, predominaba la influencia británica. Ya en 1818, un representante norteamericano había informado, que los ingleses en Chile eran «de tal modo importante en el comercio, en número, riqueza, etc., que la influencia y la participación norteamericana resultaban “muy inferiores”. [54]  Setenta años después, un defensor norteamericano del panamericanismo comercial y dinámico dirigido desde Washington se lamentaba que Valparaíso, con casi todo su comercio ejercido en libras esterlinas, su periódico inglés y el uso casi exclusivo del idioma inglés no era «sino una colonia inglesa» [55]

 

Sin embargo, a pesar de que la actividad comercial británica funcionaba en Chile desde hacía muchos años, Gran Bretaña sólo concedió pleno reconocimiento a la república en 1841, cuando a su cónsul general en Santiago se le otorgó el rango adicional de encargado de negocios.[56] El reconocimiento se postergó, aparentemente, por el incumplimiento de Chile, en los años de la década de 1820, de los pagos sobre los préstamos contraídos en Londres en 1822. [57] La situación se regularizó más adelante, en 1854, mediante un Tratado de Amistad, Comercio y Navegación entre los dos países.[58] En 1872 el representante inglés fue nombrado Ministro Residente y Cónsul General. [59] Detrás de estos signos formales de desarrollo comercial y de relaciones políticas entre Gran Bretaña y Chile estaba la actividad del comerciante, del mecánico, del industrial británico individual, que jugó un papel nada pequeño en el desarrollo del país.

 

De las casas comerciales británicas que se establecieron en Chile, la de Antony Gibbs e hijos llegó a ser la más importante. Estaba en funciones desde antes de la independencia de la América española realizando el comercio de las Indias Occidentales y también en España y Portugal.[60] Abrieron oficinas en Valparaíso y en Lima en 1822, y en Santiago en 1826 y, a medida que avanzó el siglo, se expandieron las oficinas y agencias de la firma no sólo por la costa del Pacifico, de Sudamérica, sino por todas las Américas y Australasia. Combinando el comercio de importación y exportación con la banca, los servicios de seguros y de abastecimiento, la Casa Gibbs jugaría un papel crucial en el desarrollo del comercio, tanto del guano como del salitre, los ricos fertilizantes naturales que tanto afectarían la historia económica de Perú y Chile. Un cuarto de siglo después que Gibbs se había establecido en Chile, tres escoceses, Alexander Balfour, Stephen Williamson y David Duncan, fundaron en Liverpool la sociedad de S, Williamson y Compañía, para embarcar productos a las costas occidentales de Sudamérica. [61] En 1851‑52, la firma se estableció en Valparaíso y el negocio se expandió durante la década de 1850, pero en 1863 se disolvió la sociedad por el retiro de Duncan, y el nombre de la casa en Valparaíso se cambió a Williamson, Balfour y Compañía. Como Gibbs, esta casa extendió su negocio a la costa occidental de Sudamérica y al resto del mundo, e igual que su predecesora, desempeñaría un papel importante en el negocio salitrero. En cuanto a Duncan, ayudó a fundar otro importante negocio británico con amplios intereses cuando en 1863 se asoció con H. F. Fox, para formar la Casa Duncan, Fox y Compañía. Este era socio de la firma Ravenscroft Brothers, la cual estaba establecida en Valparaíso desde 1843. [62]

 

Había, por supuesto, muchas otras empresas británicas que actuaron en Chile a mediados del siglo, algunas de ellas no menos conocidas y prósperas que las antes mencionadas. Algunos ejemplos deben bastar para ilustrar la magnitud de los intereses británicos. Durante el período 1840‑70 se invirtió una suma considerable de capital británico en el cobre chileno, siendo la Copiapó Mining Company (Compañía Minera de Copiapó) la firma más importante. [63] El cobre originó otras conexiones con Gran Bretaña, ya que los minerales eran embarcados a Swansea para fundirlos y en Chile, además, vivían varios mineros de Cornualles que habían sido contratados para trabajar en la industria. [64] Otra importante conexión comercial fue la importación de carbón de Inglaterra, que alcanzó hacia 1883 nueve décimos de la importación total de ese producto. [65]En 1805 el capital inglés se trasladó directamente y por primera vez a la minería del carbón en Chile con la fundación en Londres de la Compañía Arauco. [66] Los intereses agrícolas no se descuidaron; cuando en 1849‑53 la producción y exportación del trigo chileno recibió un gran estímulo como consecuencia de la fiebre del oro de California y Australia, repentinamente se formaron mercados que sólo Chile podía abastecer; entre los principales beneficiarios de este auge se encontraban las casas comercia les británicas de Chile, que construyeron modernos molinos en la parte sur del valle central. [67]

 

Los intereses económicos británicos en Chile eran, por lo tanto, ya considerables antes de la Guerra del Pacífico. [68] Después de la guerra, sin embargo, aumentaron enormemente. En primer lugar, al entrar a formar parte de Chile la rica provincia salitrera de Tarapacá, se abrieron nuevas perspectivas para el capital y la empresa británicos, y en segundo lugar, apareció en escena el personaje cuyo nombre llegó a ser sinónimo del salitre mismo: Juan Tomás North.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


[1] La literatura sobre él período de la independencia es abundantísima. Ideas and Polities of Chilean Independence 1808.1833, de Simón Collier (Cambridge University Press, 1967), proporciona un relato excelente y una bibliografía detallada. Versión española de esta obra «Ideas y Política de la Independencia de Chile». (Ed. Andrés Bello, 1977

[2] The Times, 22 de abril de 1880.

[3] Para una descripción más detallada de la geografía chilena en su medio histórico, ver mi ensayo Latin América: Geographical Perspectives de Harold Blakeniore y Clifford T. Smith (eds.) (Londres, Methuen, 1971), pp. 475‑565.

[4] G. M. MeBride, Chile: Land and Society (Nueva York, American Geographical Society, 1936), p. 34.

[5] F. A. Encina, Historia de Chile (20 Vols., Santiago, 1940‑52), X, 443552, proporciona una descripción detallada de la dictadura de Portales.

[6] L. Galdamez, La Evolución Constitucional de Chile. 1810‑1825 (Santiago, 1926), p, 872.

 

[7] Constituci6n de la República de Chile, jurada y promulgada el 25 de mayo de 1833 (Santiago, 1833), artículos 1‑12, pp. 4‑8. 8

[8] Ibid., Artículos 13‑39, pp. 8‑16

[9] Ibid., Artículos 59‑107, y 115‑21, pp. 21‑34, 35‑7.

[10] lbid., Artículos 108.14, pp. 34‑5.

 

[11] Ibid., Artículo; 57‑8, p. 20

[12] Ibid., Artículo i 153‑4, p. 43.

[13] Ricardo Donoso, Las ideas políticas en Chile (2a. ed., Santiago, 1967), P. 85

[14] P  V. Shaw, The Early Constitutions of Chile, 1810‑1833 (Nueva York, 1930), p. 134.

[15] J, Eyzaguirre, Fisonomía Histórica de Chile (Santiago, 1948), p. 119.

[16] Una indicación interesante de esto es el hecho que, en contraste con otros estados latinoamericanos, exceptuando Brasil, el antagonismo político jamás alcanzó al punto de la exterminación física de los enemigos. A los opositores al gobierno, aun si tomaban las armas, generalmente se les exiliaba por algunos años, pero después se les permitía volver a la actividad política.

 

[17] Reinsch, ‘Tarliamentary Government in Chile», American Polítical Scíence Review, I~II (1908‑9), p. 510. La comparación con el gobierno de la clase terrateniente del siglo dieciocho en Inglaterra es notable. Cf., sin embargo, el ensayo de A. Edwards Vives, La fronda aristocrática en Chile (Santiago, 1928), pássim

[18] Ver a A. Edwards Vives y E. Frei Montalva, Historia de, los partidos políticos chilenos (Santiago, 1949), pp. 11‑15.

[19] IgLas expresiones son de L. Caldarnes, A History af Chile (trad. y ed. por 1. J. Cox, Univ. de North Carolina Press, 1941).

 

[20] El relato más completo es de J. M. Irarrázaval, El Presidente Balmaceda (2 vols., Santiago, 1940), 1, pássim.

[21] Ver Encina, Historia de Chile, XII, 187‑273.

[22] Constitución Política de la República de Chile de 25 de mayo de 1833 con las reformas efectuadas hasta el 10 de agosto de 1888 (Santiago, 1888), artículo 11, p. 29.

[23] lbid., Artículo 93, pp. 43‑4, y artículo 49, pp. 27‑8.

[24] lbid., artículo 48, p. 27.

[25] Ver Encina, loc. cit., XVIII, 147.80.

[26] No hay una historia económica de Chile adecuada del siglo diecinueve, si bien Daniel Martner, Estudio de la política comercial chilena e historia económica nacional (2 vols., Santiago, 1923), y del mismo autor, Historia de Chile: Historia Económica (Santiago, 1929), son estudios útiles.

[27] En relación con esta materia, ver de S. Sepúlveda, “El trigo chileno en el mercado mundial», Informaciones Geográficas (Santiago, Instituto Geográfico de la Universidad de Chile, 1959), año VI (1956), PP. 7.135.

[28] Ver P. P. Figueroa, Historia de la fundaci6n de la industria del carbón de piedra en Chile (Santiago, 1897), passim.

[29] Ver B. Vicuña Mackenna, El libro de la plata (Santiago, 1882), passim y el excelente estudio moderno, que también incluye al cobre, de L. R. Pederson, The Mining Industry of the Norte Chico, Chile (Evanston, III, Northwestem University Studies en Geography, NQ 11, 1966), passim.

[30]  Vicuña Mackenna, El libro del cobre y del carbón de piedra en Chile (Santiago, 1883), passim. F. M. Aracena, Apuntes de viaje. La industria del cobre en las provincias de Atacama i Coquimbo i los grandes í valiosos depósitos carboníferos de Lota i Coronel (Santiago, 1884), pp. 71 sgtes., Pedersen, loc. cit., pássim.

[31] Martner, Estudio de la política comercial, 1, 299. La tasa de cambio era entonces de 41% d. por peso,

[32] Martner, loc. cit., II, 307

[33] Ver J. F. Rippy y J. Pfeiffer, «Notes on the Dawn of Manufacturing in Chile», Hispanic American Historical Review (de aquí en adelante HAHR), XXVIII (1948), pp. 292‑303.

[34] . F. Rippy, Latin America and the Industrial Age (Nueva York, 1944), pp. 24-5.

[35] Ver J. J. Johrison, Pioneer Telegraphy in Chile (Stanford UniversitY Press, 1948) passim

[36] Ver Claudio Véliz, Historia de la Marina Mercante de Chile (Santiago, 1961), pp. 67‑74. 

[37] Respecto a la banca, ver G. Subercaseaux, Monetary and  Banking Policy of Chile (Oxford, 1922), pp. 52 sgtes., y R. E. Santelices, Los  bancos chilenos (Santiago, 1893), passim. Sobre la Bolsa de  Valores, ver Luis Escobar Cerda, El Mercado de Valores (Santiago, 1959), pp. 44‑53

[38] Del cónsul general Walpole a Lord Palmerston, Santiago, 11 de septiembre de 1841. N» 30. Diplomático, Londres, Public Record Office, Foreign Office Archives, Chile (citado de aquí en adelante como F. 0.), 16-44.

[39] Bernardo O’Higgins, el héroe de la independencia, estuvo interesado en atraer inmigrantes europeos a Chile. Collier, Ideas and Poltcs, pp. 249‑50. Portales siguió una activa política de contratación de hombres de ciencia e intelectuales europeos y norteamericanos, de los cuales los más distinguidos fueron el francés Claudio Gay, el polaco Ignacio Domeyko, y el venezolano Andrés Bello. Ver Encina, Historia de Chile, XI, pássim. Los gobiernos siguientes continuaron esta política.

[40] Existe un amplio campo para un estudio interesante de esta relación. Lo que se presenta aquí es sólo una reseña.

[41] De A. Moritt a Lord Salisbury, Londres, 14 diciembre 1817. F. 0. 16/250. Domestic. Diplornatic. Ver también R. A. Humphreys, Liberation in South America, 1806‑1827 (Londres, 1952), pp. 74‑6, y D. E. Worcester, Sea‑Power and Chilean Independence (Cainesville, Fla., 1962), p1ssim. 

[42] En 1841, el gobierno de Chile solicitó que continuara esta costumbre, indicando con esto que se había iniciado antes. De Walpole a Palmerston, Valparaíso, 30 de mayo de 1841. F. O. 16/43. Privado.

[43] C. W. Centner, «Relaciones comerciales de Gran Bretaña con Chile, 1810-1830, Revista Chilena de Historia y Geografía (de aquí en adelante (RCEG), N9 103~(1943), p. 106.

[44] J. A. Cibbs, The History of Antony and Dorothea Gíbbs and the early years of Antony Gibbs and Son (Londres, 1922), pp. 393‑4. Ver también R. A. Humphreys, «British Merchants and South American Independence», Proceedina3 of the British Acadeiny LI (1965), pp. 16-64.

[45] Ver B. Vicuña Mackenna, Los primeros ingleses en Valparaíso, 1817-1827 (Valparaíso, 1884), y D. Amunátegui Solar, “El origen del comercio inglés en Chile», RCHG, N9 103 (1943), pp. 83‑95. Algunos de éstos fueron William Blest, John Walker y David Ross. George Edwards, fundador de una de las familias anglo‑chilenas más importantes de la historia de Chile, llegó a Chile en la última etapa del colonato. V. Figueroa, Diccionario histórico y biográfico de Chile (5 vols. en 4, Santiago, 1926.35), 111, 16. Otras dos fuentes útiles sobre los súbditos británicos en Chile son P. P. Figueroa, Diccionario biográfico de extranjeros en Chile (Santiago, 1900) y “Quién Sabe” (seud. C. F. Hillmam), «Old Timers». British and Arnericans in Chile (Santiago, 1900). 

[46]  R. A. Humphreys, British Consular Report3 on the Trade and Politics of Latin 2,,meríca, 1824‑26 (Royal Historical Society, Caraden Third Series, LXIII  Londres, 1940), p. 94, nota 1.

 

[47] Return of Trade of Valparaíso for 1840, incluido en De Walpole a Palmerston, Valparaíso, 17 de mayo de 1841. F.O. 16/43. N» 11. Diplomático.

[48] Porcentajes calculados de cifras de Martner, Estudio de la política comercial, 1, 299, y 11, 351‑2. Respecto al comercio colonial británico con Chile, ver T. W. Keeble, Comercial  Relations between British Overseas Territories and South Anwrica, 1806‑1914 (Londres, Institute of Latin American Studies ,Monographs N9 3, 1970), pássim

[49] Humphreys, Consular Reports loc. cit.

[50] Anexo del Cónsul Thornson a Lord John Russell, Santiago, 5 de junio de 1861. F.O. 161117. N9 45. Diplomático.

[51] The South American Journal, 5 de mayo de 1882.

[52] Ver Sinopsis estadística de la República de Chile, año 1923 (Santiago, 1924), P. 9. 

[53] En relación con este tema, ver M. Jefferson, Recent Colonisation in Chile (Nueva York, American Geographical Society, 1921 ), pp. 19‑28; 31‑5

[54] Citado en R. A. Humphreys, «Anglo‑American Rivalries and Spanish-American Emancipation», Transactions of the Royal Historial Society, 5ª  serie, vol. 16 (1966), P. 146.

[55]  W. E. Curtis, Capitals of Spanish America  (Nueva Vork, 1888), p. 454.

 

[56] T. E. Nichols, «The Establishment of Political Relations between Chile and Great Britain», HAHR, XXVIII (1948), p. 141.

[57] D. Barros Arana, Historia Jeneral de Chile (16 vols., Santiago, 18841902), XVI, 160.

[58] El texto se puede encontrar en British and Foreign State Papers, XLIV (1854), PP. 47‑62.

[59] Nichols, loc. cit., p. 143.

[60] W. Maude, Antony Gibbs and Sons Limited. Merchants and Bankers, 1808‑1958 (Londres, 1958), pp. 17 ss.

[61] Wallis Hunt, Heirs of Great Adventure. The, History of Balfour, Williamson and Company Limited (2 vols.), Londres, 1951, 1, pp. 15 ss.

 

[62] No se ha publicado una historia de Duncan, Fox y Compañía, sino un documento mecanografiado, Short History of Duncan, Fox and Co. Ltd., 1843-18563. obra de E. E. Davies que está guardada en la oficina central de la Compañía. Estoy agradecido al señor J. V. Callagher, ex presidente, por darme la oportunidad de leer este trabajo.

[63] Ver C. W. Centner, «Great Britain and Chilean Mining, 1830‑1914″, Economic History Review, XII (1942), PP. 77‑8, y también Isaiah Bowman Desert Trai1s of Atacama (Nueva York, American Geographical Society, 1924),180‑5. Versión española. Los senderos del Desierto de Atacama (Stgo., 1942)

[64] Charles Darwin, The Voyage of the Beagle (Londres, Dent’s Everyman edition, 1960), pp. 247‑48, anota una entretenida entrevista con uno de los mineros de Cornualles.

[65] Del Cónsul General Drummond Hay al Earl de Granville, Valparaíso, 27 de abril de 1883, F.O. 16/224. Nº 2. Comercial.

[66] Centner, loc. cit., p. 77.

 

[67] Sepúlveda, «El trigo chileno», pp. 45 ss.

[68] Además había, por supuesto, tenedores británicos de bonos, quienes habían suscrito préstamos al gobierno chileno emitidos en Londres. Hacia 1875, la cantidad involucrada a la par era de £ 9.820.700. J. F. Rippy, British In. vesitments en Latin America, 1822‑1949 (Hamden, Conn., 1966), p. 29.

 





Carta de Diego Portales a José M. Cea (marzo de 1822)

25 08 2008

Señor José M. Cea.

Mi querido Cea: Los periódicos traen agradables noticias para la marcha de la revolución de toda América. Parece algo confirmado que los Estados Unidos reconocen la independencia americana. Aunque no he hablado con nadie sobre este particular, voy a darle mi opinión. El Presidente de la Federación de N.A., Mr. Monroe, ha dicho: “ se reconoce que la América es para estos” . ¡Cuidado con salir de una dominación para caer en otra! Hay que desconfiar de esos señores que muy bien aprueban la obra de nuestros campeones de liberación, sin habernos ayudado en nada: he aquí la causa de mi temor. ¿Por qué ese afán de Estados Unidos en acreditar Ministros, delegados y en reconocer la independencia de América, sin molestarse ellos en nada? ¡Vaya un sistema curioso, mi amigo! Yo creo que todo esto obedece a un plan combinado de antemano; y ese sería así: hacer la conquista de América, no por las armas, sino por la influencia en toda esfera. Esto sucederá, tal vez no hoy; pero mañana sí. No conviene dejarse halagar por estos dulces que los niños suelen comer con gusto, sin cuidarse de un envenenamiento. A mí las cosas políticas no me interesan, pero como buen ciudadano puedo opinar con toda libertad y aún censurar los actos del Gobierno. La Democracia, que tanto pregonan los ilusos, es un absurdo en los países como los americanos, llenos de vicios y donde los ciudadanos carecen de toda virtud, como es necesario para establecer una verdadera República. La Monarquía no es tampoco el ideal americano: salimos de una terrible para volver a otra y ¿qué ganamos? La República es el sistema que hay que adoptar; ¿pero sabe cómo yo la entiendo para estos países? Un Gobierno fuerte, centralizador, cuyos hombres sean verdaderos modelos de virtud y patriotismo, y así enderezar a los ciudadanos por el camino del orden y de las virtudes. Cuando se hayan moralizado, venga el Gobierno completamente liberal, libre y lleno de ideales, donde tengan parte todos los ciudadanos. Esto es lo que yo pienso y todo hombre de mediano criterio pensará igual.

¿Qué hay sobre las mercaderías de que me habló en su última? Yo creo que conviene comprarlas, porque se hacen aquí constantes pedidos. Incluyo en ésta una carta para mi padre, que mandará en el primer buque que vaya a Valparaíso.

Soy de Vd. Su obediente servidor

Diego Portales




Carta de Domingo Santa María a Pedro Pablo Figueroa (8 de septiembre de 1885)

25 08 2008

He leído los apuntes que dicté a usted, sobre mi biografía para su Diccionario, y le devuelvo esos apuntes y le envío la biografía que yo he redactado, a base de ellos. De publicarse esa biografía, quisiera que usted la dejase en la misma forma en que la he escrito. Ella se ajusta en todo a la verdad y no contiene nada que no sea exacto.

Una vida como la mía, que ha tenido en la política chilena tantas vicisitudes, tantos triunfos y quebrantos, tantas glorias y amarguras, debe ser expuesta con claridad para evitar así los juicios favorables como aquellos en contrario a mi persona. Junto con Vicuña Mackenna, he sido uno de los hombres que ha levantado en Chile más admiradores incondicionales y los más fervorosos contradictores. Se me ha acusado de falta de línea, de doctrina, de versatilidad, de incoherencia en mis actos. Es cierto; he sido eso porque soy un hombre moderno y de sensibilidad, capaz de elevarme sobre las miserias del ambiente y sobreponerme a la política de círculo y de intrigas. Pero nadie ni el más enconado de mis enemigos puede acusarme con sinceridad de que no he trabajo, como el que más, por mi Chile, por elevarlo, por magnificarlo y colocarlo a la altura de gran nación que le reserva el destino y un porvenir cercano. Tampoco mis enemigos pueden decir de mí que no haya dejado ni un momento de servir, con el mismo cariño con que he trabajado por mi patria, la causa liberal hasta convertirla en una escuela de doctrina.

El haber laicizado las instituciones de mi país, algún día lo agradecerá mi patria. En esto no he procedido ni con el odio del fanático ni con el estrecho criterio de un anticlerical; he visto más alto y con mayor amplitud de miras. El grado de ilustración y de cultura a que ha llegado Chile, merecía que las conciencias de mis ciudadanos fueran libertadas de prejuicios medievales. He combatido a la iglesia, y más que a la iglesia a la secta conservadora, porque ella representa en Chile, lo mismo que el partido de los beatos y pechoños, la rémora más considerable para el progreso moral del país. Ellos tienen la riqueza, la jerarquía social y son enemigos de la cultura. La reclaman, pero la dan orientando las conciencias en el sentido de la servidumbre espiritual y de las almas. Sin escrúpulos de ninguna clase, han lanzado a la iglesia a la batalla para convertir una cuestión moral, una cuestión de orden administrativo, una cuestión de orden político, en una cuestión de orden religioso, en un combate religioso, de lesión a las creencias, de vulneración a la dignidad de la iglesia. Esto no es exacto, y los resultados están a la vista. La iglesia ha perdido feligreses, ha visto marchitarse la fe de sus devotos y el que ha ganado ha sido el partido conservador al aumentarse sus filas. El daño que la iglesia se ha hecho es ya irreparable, porque ha dividido la conciencia nacional y el partido conservador ha quedado manifiestamente como un grupo de hombres en los cuales falta hasta el patriotismo por obedecer a la curia romana. Estaba dispuesto a aceptar que un vil italiano, el delegado apostólico tomase la dirección de la iglesia chilena. Frailes y beatos obraron de consumo para conseguir semejante monstruosidad que yo paralicé indignado. Así es la conciencia de los conservadores. Hablan en un lenguaje sutil de patriotismo y de la conciencia, y son capaces de las mayores traiciones.

Es claro; los pecados les duran cuanto el fraile se demora en absolverlos para dejarlos otra vez en actitud de pecar, de escamotear al pobre su trabajo, de mentir con elegancia, de sobornar, etc. Se ha dicho que soy sectario y que me guía un odio ciego a la iglesia. No es cierto. Soy bastante inteligente para saber distinguir entre los ritos ridículos que la iglesia ha creado para dominar las conciencias de los hombres por esa terrible palabra que llaman fe, y lo que es un pensamiento razonado y lógico de un hombre capaz de comprender que rige al mundo algo superior, y que la iglesia se embarulla para ejercer un dominio universal en nombre de Cristo, que si se levantara de su tumba los arrojaría nuevamente a azotes del templo. Estos han hecho de la doctrina de Cristo el más grande peculado y negociado que haya visto jamás la cristiandad. Y a pesar de tener esas ideas, aunque soy librepensador en materias religiosas y de creer en un Cristo humano y piadoso, la iglesia no se ha separado del Estado, porque no he querido y he luchado por mantener la unión. Aquí he visto como estadista y no como político; he visto con la conciencia, la razón y no con el sentimiento y corazón. Hoy por hoy, la separación de la iglesia del Estado importaría la revolución. El país no está preparado para ellos. La separación no puede ser despojo ni una confiscación.

El problema de orden jurídico que él entraña , no lo ven ni comprenden en toda su extensión ni Augusto Orrego Luco, ni Balmaceda ni Mac-Iver y apenas si lo vislumbra Isidoro Errázuriz. Para Amunátegui es una cuestión de ley; para Barros Arana, comerse a los frailes asados en el fuego de una inquisición liberal en una parrilla. Es más hondo el asunto. Las leyes laicas dejan preparado el terreno para que algún día en conveniencia de la propia iglesia se produzca la separación por su pedido o tácita aceptación. Esto lo querrá en el tiempo el resultado de las actuales agitaciones al perder con ellas la iglesia su respetabilidad moral y cuando mire serenamente al partido conservador como su peor verdugo, porque ni siquiera es su enemigo. Hay que dejar las cosas tal como están hasta que se forme en la iglesia la conveniencia de la separación. Apurarla es un error, es un crimen político y social. Yo no quise hacer la separación y preferí detenerla y entenderme con el papa para encontrar la paz de las conciencias.

Se me ha llamado autoritario. Entiendo el ejercicio del poder como una voluntad fuerte, directora, creadora del orden y de los deberes de la ciudadanía. Esta ciudadanía tiene mucho de inconsciente todavía y es necesario dirigirla a palos. Y esto que reconozco que en este asunto hemos avanzado más que cualquier país de América. Entregar las urnas al rotaje y a la canalla, a las pasiones insanas de los partidos, con el sufragio universal encima, es el suicidio del gobernante, y no me suicidaré por una quimera. Veo bien y me impondré para gobernar con lo mejor y apoyaré cuanta ley liberal se presente para preparar el terreno de una futura democracia. Oiga bien: futura democracia.

Se me ha llamado interventor. Lo soy. Pertenezco a la vieja escuela y si participo de la intervención es porque quiero un parlamento eficiente, disciplinado, que colabore en los afanes de bien público del gobierno. Tengo experiencias y sé a dónde voy. No puedo dejar a los teorizantes deshacer lo que hicieron Portales, Bulnes, Montt y Errázuriz. No quiero ser Pinto a quien faltó carácter para imponerse a las barbaridades de un parlamento que yo sufrí en carne propia en las dos veces que fui ministro, en los días trágicos a veces, gloriosos otros de la guerra con el Perú y Bolivia. Esa fue una etapa de experiencia para mí en la que aprendí a mandar sin dilaciones, a ser obedecido sin réplica, a imponerme sin contradicciones y a hacer sentir la autoridad porque ella era de derecho, de ley y, por lo tanto, superior a cualquier sentimiento humano. Si así no me hubiese sobrepuesto a Pinto durante la guerra, tenga usted por seguro que habríamos ido a la derrota.

Dejo ya estos apuntes. La biografía que le acompaño pasa por alto los últimos acontecimientos. Están muy cercanos para pronunciar juicio. Quiero que publique esta biografía tal como se la envío. No le agregue ni quite nada. Deje al tiempo lo que corresponde obrar al tiempo. Yo sé que he cometido errores porque soy vehemente y apasionado, porque amo demasiado a mi patria y porque soy hombre de acción impetuosa en lo que estimo grande para mis conciudadanos y para esta preciosa tierra mía. He sufrido por esta tierra, han sufrido los míos, pero ¿qué importa? Ya Chile es la potencia de Chile en América. Esto es lo que vale. Mis defectos no significan nada, mi pobreza tampoco, la pérdida de amigos queridos en las batallas de contradicción y de odios no pesan ante esta sola palabra: hemos labrado la grandeza de Chile y podemos medirnos con los hombres que nos dieron patria, casi de igual a igual, porque hemos seguido su herencia imitándolos con la reverencia que nos merecen esos patriotas.

Cuente con su amigo que lo recuerda y le tiene muy presente en la petición que le ha hecho y que cumplirá debidamente.

Domingo Santa María.





VIDEOS JOSÉ MANUEL BALMACEDA

4 08 2008




VIDEOS MANUEL RODRIGUEZ

4 08 2008




VIDEOS JOSÉ MIGUEL CARRERA

4 08 2008




BIENVENIDOS

4 08 2008

 

Esta página servirá de soporte y plataforma de diálogo para los alumnos  de la asignatura «Historia de Chile Republicano» HIS403, de la carrera de Historia, Geografía y Cs. Sociales de la Universidad de Las Américas Sede Viña del Mar.

 

Profesora

Ana Henríquez Orrego





AUGE Y CRISIS DEL LIBERALISMO: crisis política

4 08 2008

Por influencia del liberalismo y la acción de los partidos políticos, se venía desarrollando en el país un proceso  tendente a desplazar el poder desde el Ejecutivo al Congreso, para restar influencia al Presidente de la República. Sin embargo, esta acción llevada a cabo mediante reinterpretaciones y reformas de la constitución y de nuevas prácticas parlamentarias, no logra debilitar su poder. El  Presidente, gracias a la intervención electoral y a la holgada situación económica del Estado, por la exportación del salitre, continúa siendo el jefe supremo de la nación como indica la constitución de 1833.
Durante el gobierno de Santa María, la tensión entre el presidente y los partidos políticos se acentúa por el autoritarismo del mandatario y  la excesiva intervención en las elecciones de diputados y senadores,  que le permitió disponer del Congreso. Además, los sectores conservadores del país no le perdonaban que hubiera propiciado las leyes laicas, de cementerios, matrimonio y registro civil.
Al asumir el poder Balmaceda, uno de sus propósitos será aflojar la tensión política,  uniendo a los distintos sectores del liberalismo en torno al Ejecutivo, y poner término a los conflictos con la Iglesia. En lo que a este último aspecto se refiere, finalmente hubo acuerdo con la Santa Sede para el nombramiento de monseñor Mariano Casanova en el arzobispado de Santiago, así como de Blaitt y Lucero en Concepción y Ancud, respectivamente. Sin embargo, en su relación con los partidos no tuvo los mismos resultados. Éstos tenían recelo del mandatario, quien, cuando ejerció de ministro de Santa María, fue interpelado por el Congreso para que respondiera por la intervención del Ejecutivo en las elecciones parlamentarias de 1885.
Recién habían transcurrido tres años desde el inicio de su gobierno, y ya se creyó ver en su ministro y amigo, Enrique Salvador Sanfuentes, al heredero elegido por Balmaceda para sucederle. De nada valieron las honradas expresiones de ambos para tranquilizar a sus adversarios; la  desconfianza de que Balmaceda intervendría en las próximas elecciones presidenciales, fue un factor psicológico presente en el subconsciente colectivo de mucha gente de la elite, influyendo en los acontecimientos que se precipitaron hacia 1891. Otro factor que contribuye a acentuar la tensión entre el Presidente y el Congreso, es la voluntad de los partidos políticos de tener una mayor participación en la fijación del presupuesto, tarea que, en cambio, cumplía el Presidente con sus colaboradores más cercanos. Esto explica, por ejemplo, las críticas a la realización de algunas obras públicas, calificadas por la oposición al gobierno de faraónicas. También pudo haber generado algunas molestias entre los parlamentarios un discurso de Balmaceda en Iquique (1889), que sugiere un cierto interés del mandatario por la intervención del Estado en la economía, a pesar de que éste compartía los planteamientos librecambistas  en boga.
Sin embargo, el antecedente más importante de la guerra civil de 1891 parece ser la contradictoria interpretación que del sistema de gobierno tenían el Presidente y la mayoría del Congreso. Según estos últimos, apoyados en las prácticas parlamentarias vigentes desde mediados del diecinueve y en las reformas a la constitución de la década de 1870, el sistema de gobierno  en el país era parlamentario. El Presidente, en cambio, apoyado en la constitución, pensaba que, a pesar de las reformas que se le incorporaron, el sistema era presidencial. En este ambiente se produjo la discusión de la ley de presupuesto para el año 1891, que el Congreso no aprobó cuando correspondía, por lo que el Presidente mantuvo la vigencia de la ley de presupuesto del año anterior. Por esta medida el mandatario fue acusado por el Congreso de contravenir la constitución, a lo que éste replicó señalando que el poder legislativo era el que no había cumplido con su deber a no aprobar la ley de presupuesto cuando correspondía. Este conflicto marca el inicio de la guerra civil de 1891.
El triunfo del sector congresista en la guerra, que costó numerosas muertes, determinó el establecimiento del sistema parlamentario en Chile. Este régimen de gobierno era desde hace muchos años la tendencia política vigente en el país; constituía la utopía de la aristocracia. Según un autor, se inicia en Chile el gobierno de los partidos políticos, etapa que se extiende entre 1891 y 1925.
Aunque Chile seguirá siendo una república aristocrática, tal como lo creara Portales, el sistema parlamentario es la negación del sistema portaleano de gobierno, donde el  Presidente era el jefe supremo de la nación. Desde ahora, el poder está en el Congreso, el Presidente no cuenta, salvo en lo que se refiere a las relaciones exteriores. Sucede algo parecido a lo que se dice delos reyes en los regímenes parlamentarios, reinan pero no gobiernan. De ahí que los presidentes típicos del período sean aquellos que, como Riesco, afirmen no ser un peligro para nadie, o como Barros Luco, que era de la idea de que los problemas, o se arreglan solos o no tienen solución.
La puesta en vigencia del nuevo sistema de gobierno, generó muchas expectativas entre quienes lo establecieron; se afirmaba que se iniciaba una etapa de regeneración nacional, que el país se iba a asentar sobre bases más sólidas. Sin embargo, los resultados logrados no respondieron a las esperanzas forjadas.  Al no promulgarse una nueva constitución, ni tampoco reformarse la vigente, el régimen parlamentario careció del marco legal adecuado a las nuevas circunstancias. Por ejemplo, el Presidente no estaba facultado para disolver la cámara de diputados y llamar a nuevas elecciones, mecanismo infaltable en cualquier sistema parlamentario. No existía una adecuada regulación de la clausura del debate, indispensable en un sistema de gobierno de asamblea, por lo cual las discusiones en el congreso se eternizaban, provocando una grave anemia legislativa. Tampoco se estableció la incompatibilidad entre el cargo de ministro y el de diputado o senador, lo que contribuyó a la denominada rotativa ministerial, que también afectó la elaboración de las leyes, tan necesarias en la marcha de un país. Producto de esta imperfección legislativa fueron 530 los ministros que tuvo Chile en un lapso de 33 años, con el inconveniente de que muchos de ellos debieron abandonar sus cargos antes de enterarse de los problemas que les habría correspondido resolver.
También hubo malas prácticas políticas que dificultaban el buen funcionamiento del sistema, como la indisciplina de los parlamentarios, que impedía a los gobiernos contar con mayorías estables para trazar políticas de mediano o largo plazo. El caciquismo de algunos líderes, la mezcla entre política y negocios y el cohecho, es decir la compra de votos, fueron prácticas que empañaron el funcionamiento del nuevo régimen de gobierno, contribuyendo a que en el país se generalizara un ambiente de pesimismo respecto del destino de la nación, conocido como la crisis moral de Chile,  como queda de manifiesto en el título de algunas obras que entonces se publicaron. Por ejemplo Francisco A. Encina da a las prensas Nuestra inferioridad económica, y Carlos Keller, La eterna crisis chilena.
Si tuviéramos que rescatar algo de este período de nuestra historia, habría que ponderar que los gobiernos se sucedieron regularmente hasta el año 1924 y que la política exterior, dirigida por el Presidente de la República, permaneció estable, orientada a consolidar la expansión territorial lograda en la región septentrional del país.





Mis publicaciones

4 08 2008

 PUBLICACIONES EN CENTRO DE ANÁLISIS E INVESTIGACIONES POLÍTICAS (CAIP)

1. Conjeturas sobre realismo político en Nicolás Maquiavelo. En: www.caip.cl sección pensamiento político. Octubre 2007

2. La vía chilena al socialismo. Análisis de los planteamientos teóricos de los principales líderes de la Unidad Popular. En: www.caip.cl sección pensamiento político. Mayo 2007

 

PUBLICACIÓN DE INVESTIGACIONES EN REVISTA ARCHIVUM

1. Viña del Mar: Historia Social de la Vivienda Urbana, entre 1870 y 1930. (2006)

2. José Francisco Vergara: Aproximación historiográfica y análisis de las cartas enviadas a su hijo Salvador 1876-1882. (2007)

3. José Francisco Vergara: Defensor de los ideales liberales. (2008)

 

ARTÍCULOS PUBLICADOS EN REVISTA TELL MAGAZINE

  1. Archivo Histórico: Resguardando la memoria historica de nuestra ciudad
  2. Epistolario de José Francisco Vergara: consejos y observaciones respecto de la Guerra del Pacífico
  3. El Festival Internacional de la Canción de Viña del Mar en afiches
  4. Un recorrido por la historia del Palacio Carrasco
  5. José Francisco Vergara: aproximación a una emblemática personalidad de Viña del Mar
  6. Memoria fotográfica de Viña del Mar
  7. Un recorrido por la historia del Palacio rioja
  8. Conservatorio “Izidor Handler k.”
  9. Severo Perpena: otra faceta del fundador de Viña del Mar.

 

ELABORACIÓN MATERIALES DIDÁCTICOS


1. Guías de aprendizaje para la enseñanza de la Historia desde 1º a 4º Medio en proyecto ODISEA: http://www.odisea.ucv.cl/

2.“Propuesta didáctica para la enseñanza de la Guerra Fría: Configuración de un mundo bipolar 1945-1991”. Tesis para optar al título de Profesor de Historia, Geografía y Ciencias Sociales. Instituto de Historia PUCV, 2005. Ver informe de Tesis

.3.“Guías didácticas para la enseñanza de la historia del Palacio Rioja”, En: Archivo Histórico Patrimonial de Viña del Mar.

.4.“Guías didácticas para la enseñanza de la historia de Viña del Mar”, En: Archivo Histórico Patrimonial de Viña del Mar.

5. Guía didáctica para el estudio del patrimono de Viña del Mar. Material entregado a los establecimientos educacionales de Viña del Mar y como suplemento en El Mercurio de Valparaíso. 2006.

 

PONENCIAS

1. “Propuestas didácticas para analizar documentos del Archivo Histórico”, En: Taller “Historia de Viña del Mar, turismo y recreación”, invierno 2005.

2. “El uso didáctico de la imagen como documento histórico”, En: Taller organizado por la Unidad de Patrimonio, verano 2006.

3. “Memoria fotográfica de Viña del Mar”, En: Taller de capacitación para trabajar en espacios culturales “ARTEQUIN”, verano 2007.

4. «José Francisco Vergara: defensor del liberalismo doctrinario». En: Segunda Jornada de Personajes de la Hitsoria de Chile, Universidad Gabriela Mistral. (Octubre 2007)

5. «Diálogo en torno a las TIC y el nuevo Rol docente«. En: Universidad de Las Américas, Sede Viña del Mar, Junio 2008.





La expansión de la economía y del territorio

4 08 2008

LA CREACIÓN DE UNA NACIÓN

 

 

En gran medida, por efecto de estos contactos, el desarrollo económico presenta características bien definidas en todo el siglo XIX, marcadas por alternativas de expansión y depresión en ciclos que oscilan de 5 a 6 años. A una expansión, con subida de precios y salarios, mayores utilidades, abundancia de crédito, sucede la depresión, con bajas de precios y salarios, disminución de ganancias, restricción de crédito.

En el período se percibe con nitidez tal característica. Entre 1848 y 1856 hubo expansión. Ella fue originada por la explotación de las minas de plata de Chañarcillo, la compra de productos agropecuarios y de manufacturas, trigo y harina, especialmente, por los mercados de California y Australia. Su efecto fue el auge experimentado por los negocios, enriqueciendo a los particulares y fortaleciendo financieramente al Estado, lo cual permitió realizar cuantiosas inversiones. De 1857 a 1861 se manifestó una depresión, debido al broceo y disminución de la producción de Chañarcillo, y a la perdida de mercados de California y Australia que acarreó la baja de los precios de productos agrícolas y, en consecuencia, una contracción monetaria.

Los distintos gobiernos contribuyeron a la modernización de la economía. La administración de Prieto echó las bases del florecimiento económico observado a partir de la segunda mitad del decenio de Bulnes, prolongado hasta los últimos años de la presidencia de Montt. Creó el Ministerio de Hacienda, a cuyo cargo estaban las ramas de hacienda, comercio, minería, agricultura e industria. Reorganizó las finanzas ordenando las entradas y gastos anuales de la nación. Estableció el crédito público y trazó una adecuada política de fomento de la agricultura y minería. Bulnes se preocupó, sobre todo, de desarrollar la política comercial. Por su parte, Montt, se aplicó a la transformación de la economía mediante la inversión de las mayores entradas resultantes del gravamen a las ganancias extraordinarias obtenidas de la actividad minera. Hubo incremento de obras públicas y construcción de todo un sistema de comunicaciones ferroviarias. Se abrieron bancos, y la Caja de Crédito Hipotecario ayudó a mejorar el trabajo agrícola. Tomó cuerpo la doctrina económica liberal debido a los comerciantes de Valparaíso y la influencia que ejerció posteriormente el economista francés Gustavo Courcelle Seneuil quien, como profesor de Economía Política y consultor del Ministerio de Hacienda, inspiró la política del laissez faire, laisser passer, opuesta a la intervención del Estado y partidario de la más amplia libertad en las relaciones comerciales. Chile quedó así como simple productor y exportador de materias primas.

La relación que la economía chilena logró establecer con los mercados europeos en la primera parte del siglo XIX, se acentuó en la segunda mitad del siglo, al coincidir este período con el momento de mayor auge del desarrollo económico de Inglaterra que, por virtud de la revolución industrial, venía pugnando por imponerse universalmente.

Desde este momento y hasta la segunda década del siglo XX, Chile dependió del mercado inglés para la colocación de sus materias primas derivadas de la explotación minera, cobre y salitre especialmente, y serán empresas comerciales inglesas las que terminen monopolizando las actividades productivas nacionales relacionadas con la minería.

Los ciclos de expansión y depresión vuelven a manifestarse a partir de 1861. A la fuerte contracción monetaria ocurrida ese año, sucedió un período de relativa prosperidad, interrumpido por la Guerra contra España (1866). Así la deuda pública que, en 1861, alcanzaba a $19.000.000 subió a cerca de $63.000.000 en 1871, debido a los gastos ocasionados por la guerra, la reedificación de Valparaíso, afectado por la contienda, y a los recursos empeñados en la construcción de obras públicas y ferroviarias.

Un nuevo ciclo de expansión se inició, superando los efectos de la guerra. A ello en mucho contribuyó el descubrimiento y explotación del rico mineral de plata de Caracoles (1870), que permitió disponer de entradas extraordinarias. Estrechamente vinculado con el ritmo que tomó la economía en el período estuvo el giro financiero de los bancos. Ellos fueron condicionantes directos de los ciclos de crecimiento y de crisis descritos. De dos, los bancos existentes en 1859 aumentaron a once en 1875; entre ellos el Nacional, Agrícola, Valparaíso, Concepción, Agustín Edwards y Cía., Ossa y Cía., etc. Funcionaban con escaso margen de seguridad, por existir muy precaria relación entre sus obligaciones con el público y sus reservas en metálico de disposición. Este hecho determinó características de inestabilidad del sistema crediticio y financiero, acentuada al momento de concurrir otros factores, como el fomento del lujo y la especulación que, en suma, provocaban serias crisis. Este fenómeno se puso de manifiesto en 1878. Los bancos imposibilitados de responder a los compromisos derivados del exceso de circulante, tuvieron que ser respaldados por el Estado, el cual declaró la inconvertibilidad del billete de banco incorporándose el país al sistema monetario del papel moneda. que culminó en 1878 con la inconvertibilidad del billete de banco.

La incorporación de las provincias de Tarapacá y Antofagasta, que permitió contar con los recursos dejados por la explotación del salitre, significó una coyuntura favorable, haciendo posible un período de expansión. La economía fue fuertemente marcada por el signo del salitre a cuya sombra se financió en gran medida el programa de obras públicas de los dos últimos decenios del siglo. El desarrollo fue sensible sobre todo durante la administración Balmaceda, proceso frustrado, sin embargo, a causa de la guerra civil de 1891

La explotación del salitre por parte de empresarios chilenos es anterior a la ocupación de los territorio mencionados. Hombres de empresa y aventureros habían explorado con avidez el territorio conocido como despoblado de Atacama, para extraer las riquezas yacentes en el desierto. De esa acción resultó el descubrimiento y consiguiente organización de la explotación del guano y del salitre, productos que, gracias a su poder fertilizante, comenzaban a ser requeridos por el mercado europeo.

No hubo en este avance el propósito de correr la frontera política, mediante actos que significaran ejercicio de la soberanía. Cuando fue necesario se recurrió al gobierno boliviano solicitando la concesión correspondiente, quedando así garantido el derecho de los pueblos. Por lo demás, cabe precisar que el límite norte de Chile, fijado por la Constitución de 1833 en el desierto de Atacama, era impreciso. Abarcaba una zona de aproximadamente 250 kilometros, casi enteramente despoblada.

En tal medida se dio esta expansión, que el censo de 1878, hecho en la circunscripción municipal de Antofagasta, indicó la existencia de 6.554 chilenos en una población de 8.807 personas. Situación semejante se daba en Tarapacá, donde en 1879 el 85% de la población era chilena, ocupada en la industria salitrera y guanera, y en las obras públicas, ferrocarriles especialmente.

Los orígenes de la guerra que enfrentará a Chile con Perú y Bolivia, se encuentra, justamente, en la situación creada por la expansión del capital chileno y las fuerzas humanas que lo acompañaron. Factores políticos: lucha por la supremacía en el Pacífico sur, que ya había ocasionado un conflicto entre los mismos contendientes, en 1837; económicos: pretensión del Perú de tener el monopolio del salitre y el guano; psicológicos: la hostilidad de que eran objeto empresarios y obreros chilenos en territorio peruano, constituyen, en consecuencia, el fondo del conflicto. Los hechos que directamente lo produjeron son sólo manifestaciones de una tensión que fue gestándose a impulsos de la voluntad expansiva del chileno, más allá de los linderos marcados por la historia colonial.

Durante el gobierno de Bulnes se exploró la costa hasta Mejillones, encontrándose guano. Por ley de 1842, se declaró propiedad de la República los depósitos guaneros ubicados al sur del paralelo 23, considerando que se hallaban dentro de los límites del territorio nacional. A causa de la citada ley el gobierno boliviano protestó. Después de largas conversaciones, se llegó a la forma del Tratado de alianza de 1866. Por él se fijaba la frontera en el paralelo 24; la región entre los paralelos 23 y 25 quedaba sujeta a condominio, de suerte que los derechos fiscales por exportación de salitre y guano se repartirían por mitad entre ambos países. Los vínculos de amistad se vieron afectados al conocerse la noticia del descubrimiento del mineral de plata de Caracoles y el hallazgo de salitre por José Santos Ossa, en el interior de la provincia de Antofagasta. Conflictos políticos internos en Bolivia  lo agravaron. Declarado nulo el tratado de 1866 por este país, se firmó otro en 1874. El límite se fijaba en el paralelo 24; Chile renunciaba a ejercer soberanía al norte de este paralelo; Bolivia se comprometía a no gravar con nuevos derechos al salitre exportado por capitales chilenos, ubicados en su territorio.

La eficacia de este Tratado se veía, sin embargo, comprometida por la firma de un tratado secreto entre Perú y Bolivia (1873), que limitaba el cumplimiento de lo pactado por Bolivia con Chile. Las pretensiones de Perú se dirigían a eliminar el capital chileno de la explotación del salitre. A este fin, el gobierno de Prado promulgó el decreto que establecía el estanco peruano del salitre, el que para ser efectivo debía controlar toda la producción de Tarapacá, como la de Antofagasta donde operaban capitales chilenos.

La subida de Hilarión Daza al poder en Bolivia complicó aún más el panorama. Decidido a obtener mayor ventaja de la explotación del salitre de Antofagasta, gravó con un impuesto de 10 centavos el quintal de salitre exportado (1878). La compañía afectada apeló al Tratado de 1874 y se negó a pagar. Daza decretó la reivindicación de las salitreras disponiendo el remate de ellas (6-I-1879). El gobierno de Anibal Pinto decidió ocupar militarmente Antofagasta  en un acto reivindicatorio de derechos sobre la región. Bolivia declaró la guerra (1-III-1879). Conocida en Chile la existencia del tratado secreto, el Congreso autorizó al gobierno a declarar la guerra al Perú y Bolivia, lo que se hizo efectivo el 5 de abril de 1879.

El conflicto se resolvió con dificultades. Había que determinar los límites de los tres países comprometidos, y el capital financiero internacional pretendía obtener ventajas de la explotación del salitre. Por el Tratado de Ancón (20-X-1883) Perú cedió definitivamente la provincia de Tarapacá. Tacna y Arica se anexaban a Chile por diez años, al término de los cuales se haría un plebiscito para determinar a cuál de los países se incorporaban. En 1884, se firmó un Pacto de Tregua con Bolivia. Ésta entregaba a Chile la provincia de Antofagasta. Bolivia obtenía franquicias para su comercio en los puertos de Antofagasta y Arica, y se liberaba de derechos de exportación a artículos de ambos países.

Mientras se desarrollaba la Guerra del Pacífico, en 1880, se produce una rebelión indígena en la Araucanía, que decide al gobierno proceder a la incorporación definitiva de ese territorio a la República. Es sabida la tenaz oposición presentada por las tribus araucanas a los empeños de penetración durante la dominación española. Igual actitud se manifiesta durante la República, al final, una verdadera república dentro de otra vino en constituirse.El gobierno, entonces, decidió reducirlos, mediante la pacificación.

La ejecución de este plan se vio postergado, sin embargo, a causa de la insospechada aparición del aventurero francés Antonio de Tounens, reconocido por los indios como Orélie Antoine I, rey de la Araucanía, quien finalmente fue procesado, declarado loco y devuelto a Francia (1862).

No obstante, el plan de pacificación, que consistía en correr la línea fronteriza hasta  el Malleco se fue cumpliendo con intervalos de detención. Gran protagonista en esta acción fue el jefe del ejército de la frontera Cornelio de Saavedra, quien pudo fortificar la línea del Malleco afianzando la colonización en esa zona (1867). En los dos años siguientes se ocupaba Cañete y Purén, y se avanzaba, paralelamente, sobre la línea del Tolten, frontera sur de la Araucanía. La guerra, desarrollada de 1868 a 1871, detuvo temporalmente la penetración, pero reiniciada en tiempos de la administración Pinto, bajo la dirección del coronel Gregorio Urrutia, se fijó el objetivo de crear la línea del Traiguén.

El gobierno, entonces, decidió avanzar la línea fronteriza hasta el río Cautín. Urrutia consolidó la línea del Cautín levantando fuertes de oriente a poniente: Carahue, Nueva Imperial, Temuco (1881), Lautaro, Curacautín. Los araucanos quedaban de este modo replegados entre los Andes y el mar, el Cautín y el Toltén. La pacificación quedó sellada al ocuparse la antigua Villarrica (XII, 1882), afianzanda la dominación de la región con la fundación de los fuertes Palguín, Pucón y Cunco.

Coetáneamente con la Guerra del Pacífico y el proceso de recuperación de la Araucanía, Chile se ve abocado a la necesidad de resolver sus antiguos problemas de límites con Argentina. En efecto, la fijación del límite oriental de Chile dio lugar a una larga y debatida negociación. En ella se hizo valer los fundamentos históricos, geográficos y de derecho que respaldaban la posición chilena. Al final, sin embargo, se impuso el criterio técnico y el ánimo de paz y amistad.

Luego de años de controversia, sin llegar a acuerdo acerca del objeto fundamental de discusión, se firmó finalmente el Tratado de 1881. El tratado en sus acápites principales establece que el límite de norte a sur hasta el paralelo 52 es la cordillera de los Andes. La línea separatoria corre por las cumbres más altas que dividen las aguas, pasando por entre las vertientes que se desprenden a un lado y otro. De no ser clara, la separación en los valles se resolvería por peritos designados por ambas partes. La Tierra del Fuego se dividiría por una línea recta trazada desde el cabo del Espíritu Santo hasta el canal de Beagle; la parte occidental sería chilena, la oriental argentina. El Estrecho sería de Chile en sus dos orillas, pero neutralizado a perpetuidad; asegurada su navegación para todas las naciones, no podía ser fortificado.

La aplicación de las disposiciones del tratado (1890) tropezó con serias dificultades. Pudo cumplirse en aquellas partes donde coincidían las más altas cumbres con el divorcio de las aguas; pero en el sur se observó la separación de ambos accidentes. Entonces Argentina abogó por la tesis de las más altas cumbres, lo cual la acercaba al Pacífico; Chile, en cambio, sostuvo la tesis del divorcio de las aguas, que lo aproximaba al Atlántico.

Después de tensas conversaciones, previa la firma de varios protocolos, se subscribió el Acta de 1898, por la cual ambos países acordaron someter sus divergencias al arbitraje de Su Majestad Británica. El fallo de la Corona se dio en 1902. Atendida la ambigüedad del Tratado de 1881, buscó formula de conciliación. Respetó la línea separatoria de las aguas en la mayor parte de la cordillera, y los territorios en litigio fueron repartidos en forma equitativa.

 





Las transformaciones culturales

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LA SOCIEDAD FINISECULAR: AUGE Y CRISIS DEL LIBERALISMO.

 

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            La promisoria labor educacional del gobierno de Montt continuó con éxito hasta fines del siglo XIX, lo que hace posible que de 27.449 alumnos que reciben instrucción en 1854, aumenten a 154.670 en 1901. No obstante, todavía un 80% de los niños en edad escolar estaban al margen de los beneficios de la enseñanza. En este sentido, el carácter obligatorio que adquiere la enseñanza básica a partir de 1920, constituye un hito importante en la superación de esa deficiencia.

            La enseñanza media también recibió un gran impulso a fines del diecinueve, gracias a la introducción de modernos textos escolares, muchos de ellos de procedencia francesa, a la creación de bibliotecas y al aumento de los fondos bibliográficos en las ya existentes. Tan es así, que la cultura de los adultos hacia 1885-1900 provenía casi totalmente de las bibliotecas populares fundadas en el gobierno de Montt treinta años antes, cuando se inauguraron 43 bibliotecas populares en 42 departamentos y se incrementaron los fondos bibliográficos de la Biblioteca Nacional, que llegó a tener más volúmenes que las grandes bibliotecas coloniales de Bogotá, Lima y México. Con el aumento de los libros creció el número de los lectores, llegando a la cantidad  de 20.758 la cifra de los que acudieron a la Biblioteca Nacional en 1889, quienes consultaron 26.893 obras en español, 4.126 en francés, 102 en inglés y el resto en otros idiomas. La preeminencia de la lectura de libros franceses, entre los que consultaban obras en otros idiomas, es expresión de la influencia de la cultura gala entre la elite de la capital. En Valparaíso, en cambio, la influencia inglesa era preeminente.

            La promulgación de la ley del 9 de enero de 1879, que estuvo precedida de amplios debates acerca del Estado Docente y la Libertad de Enseñanza, organizó la enseñanza media y superior y consagró el Estado Docente en nuestro país (Estado con obligación de enseñar), principio que se estableció en un ambiente de libertad que permitió la competencia emuladora entre la educación pública y la privada en el ámbito de la enseñanza básica y media, siendo más restrictivo en cuanto a la enseñanza superior.

            Otro hito importante en el desarrollo de la enseñanza, fue el inicio experimental del sistema concéntrico en algunos establecimientos de educación media (1889), que luego se generaliza al resto de los colegios a partir de 1893, lo que representó una verdadera revolución en los planes, programas y métodos de enseñanza; agrupó ramos afines, desarrollándolos hasta terminar el ciclo de educación media, desplazando al sistema anterior que consistía en estudiar asignaturas completas y sucesivas.

            Al igual que la enseñanza, la prensa cumplió un importante cometido en la difusión cultural. Por medio de la prensa mucha gente pudo conocer la obra de escritores nacionales y extranjeros, gracias a que las obras foráneas de mayor éxito eran incluidas en diarios y periódicos, a través de folletines que constituían una sección permanente en diversos matutinos. En el caso de los escritores chilenos, hubo muchos que publicaron sus escritos en diarios antes de reunirlos en libros, como por ejemplo Blest Gana y José Joaquín Vallejos. El famoso libro de Alberto Edwards, La fronda aristocrática, también tuvo esa génesis.

            Durante la segunda mitad del siglo XIX la prensa y la cultura tuvieron un desarrollo paralelo. En 1860 sólo existían dos diarios sólidos y estables, El Mercurio, en Valparaíso, y El Ferrocarril, en la capital. Treinta años más tarde, 20 reunían estas cualidades y otros 50 eran de menor importancia.

            En cuanto a la creación literaria, los escritores de fines de siglo abandonaron la literatura costumbrista, para presentar los problemas sociales y económicos que afligían a la sociedad y acerca de los cuales la elite no tomaba consciencia. Se reacciona contra el aristocratismo y la tendencia a evadirse de la sociedad que mostraban los escritores. La generación de 1900 se sumerge en el tumulto de la ciudad, el dolor y la miseria, a la vez critica el lujo y la ostentación. Representativas de la literatura de entonces son obras tales como Sub Sole y Sub Terra, de Baldomero Lillo; Días de campo de Federico Gana, y Casa Grande, de Luis Orrego Luco.

            Al igual que en la novela, en el teatro se evolucionó desde el costumbrismo autóctono hasta la critica social. El último cuarto del siglo XIX fue de una gran actividad en los tablados de Valparaíso y Santiago. Es posible registrar más de doscientas obras teatrales chilenas durante ese lapso.

La literatura y el teatro de la época son una fuente importante para conocer la transformación que experimenta la sociedad finisecular. La sobriedad e independencia respecto de las ideas extrañas, actitud común de nuestra sociedad en la primera mitad del siglo XIX, fueron reemplazadas por un despliegue fastuoso de riquezas, producto de una ansia de goces materiales no conocida. En el Chile enriquecido por la explotación del salitre, surge un hombre nuevo que desea expresar exteriormente su éxito en el trabajo mediante una vida de boato, de placeres y ostentación de la fortuna.

 





La economía del salitre

4 08 2008

LA SOCIEDAD FINISECULAR: AUGE Y CRISIS DEL LIBERALISMO.

 

  

El triunfo en la Guerra del Pacífico, y la consiguiente incorporación de las salitreras al territorio nacional, transformó la economía chilena. De la explotación intensiva de este mineral se originó la percepción de entradas extraordinarias, que engrosaron el presupuesto general de la nación, inyectando a la economía inusitado dinamismo.

El cobre que había sido la base del desarrollo económico, pasó a ocupar lugar secundario frente a las entradas obtenidas por los derechos de exportación del salitre, las cuales hicieron subir las rentas fiscales de $15.000.000 en 1879, a $28.000.000 en 1880, y a $53.000.000 en 1890.

Cuando el país experimenta esa transformación, las doctrinas librecambistas, ya vigentes durante el gobierno de Montt, inspiran sin contrapeso el pensamiento económico. Según este concepto, el Estado, lejos de constituirse en empresario de la explotación de las riquezas básicas, desempeñaba la función de simple recaudador de impuestos, sin acción sobre el ejercicio de las facultades creadoras individuales. Dadas esas circunstancias, el Estado optó por el reconocimiento de los pagarés o certificados emitidos por el gobierno peruano al momento de expropiar las oficinas salitreras antes de la guerra, entregando así las salitreras a los poseedores de éstos, en su mayoría extranjeros. De ahí que en 1895 el capital inglés constituyera el 60% de la industria salitrera, el 9% el alemán y el 13 % el chileno.

Sin embargo, con los derechos de exportación y los impuestos, pudo el Estado obtener entradas cuantiosas. El valor de las exportaciones subió considerablemente; de $52.000.000 en 1880 remontó a $68.000.000 en 1890, siendo Inglaterra el principal mercado al absorber el 70% de los productos chilenos, a la vez que representaba el principal proveedor, ya que el 40% de las importaciones se obtenían de aquel centro productor. Exportase materias primas y se compraban bienes manufacturados.

Las rentas del salitre, que hacia 1880 significaban un 5% de las rentas ordinarias de la nación, llegaron a representar el 52% de las entradas percibidas por el Estado en 1890, permitiendo saldar los gastos irrogados por la guerra e iniciar un vasto plan de obras públicas, desarrollado al máximo durante la administración de Balmaceda. Además, los mayores ingresos hicieron posible la supresión de una serie de impuestos, aliviando la carga tributaria que pesaba sobre algunos  sectores productivos del país.

Las nuevas circunstancias económicas también permitieron incrementar de manera importante la burocracia estatal. La Administración Publica, que hasta 1880 sólo contaba con 3.000 funcionarios aumenta a 13.000 en 1990, permitiendo un mejoramiento de la seguridad interna y defensa, así como la ampliación de diversos servicios públicos: Correos y Telégrafos, Agua Potable, Alcantarillado, Alumbrado Público, Pavimentación y Aduanas. También hizo posible montar una infraestructura administrativa en las provincias de Tarapacá y Antofagasta, recientemente incorporadas.

Santa María pudo emprender la realización de algunas importantes obras públicas, aun cuando su preocupación central la constituyó la consolidación del ordenamiento económico, superada la crisis de 1878; pudo además saldar los gastos de la guerra cancelando los empréstitos conseguidos. Se construyeron puentes, el más importante fue el trazado sobre el río Maule; se extendieron nuevas líneas férreas en el sur, sobre todo en la región de la Araucanía, y se crea la Empresa de Ferrocarriles del Estado (1884). También se propendió a la construcción de edificios públicos en distintas ciudades del país, entre ellos, el de la antigua Escuela Naval.

Pero fue durante el gobierno de Balmaceda cuando el país alcanzó mayor prosperidad. El vértigo expansivo, signo de crecimiento, se encarriló hacia la realización de un imponente plan de obras públicas como mejor fórmula de aprovechar el período de bonanza. El país gozaba de crédito ilimitado y las entradas eran tan considerables que, como se dijo, se llegó a suprimir algunas contribuciones.

Los gastos en Instrucción, Hacienda, y especialmente Industria y Obras Públicas fueron los de mayor cuantía. Entre los adelantos materiales habidos cabe mencionar: el viaducto del Malleco, la canalización del Mapocho; la construcción de edificios como el Ministerio de Obras Públicas, Escuela de Medicina, Escuela Militar, etc.

Balmaceda concedió relevancia al tendido de líneas férreas, las que, en su concepto, constituían el fundamento del futuro desarrollo industrial, medios también de unión de los distintos puntos del territorio y herramienta eficaz de integración nacional. En su administración se construyeron 1.000 kilómetros de líneas férreas, equivalente a cuanto se había hecho en todas las administraciones pasadas, desde que  el gobierno de Montt  inicia esta obra.

El desarrollo educacional también fue notable. De alrededor de 500 establecimientos educacionales fiscales en 1860, aumentaron a 1.300 en 1895, lo que le dio a la educación fiscal gran preponderancia. Este hecho también se aprecia en que el personal docente y administrativo de la educación fiscal aumentó de 500 en 1880, a 3.700 en el año 1900.

Por los datos colacionados, se puede concluir que los mayores ingresos obtenidos de la explotación salitrera, contribuyeron a un mayor desarrollo del país. Sin embargo, tampoco se puede desconocer que hubo derroche, tanto en la contratación de personal como en algunas obras emprendidas.

 





La cuestión social

4 08 2008

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El grupo humano denominado genéricamente pueblo,  estaba compuesto por artesanos, jornaleros, sirvientes de la ciudad, peones de campo, inquilinos y pobladores de caserío. Representan la variante descendente del mestizaje, aquella más afectada por la influencia india. Formaban la mayoría de la población, distribuidos en ciudades, campos y centros mineros, desempeñando los oficios propios de una economía simple. Sin influencia en la esfera social, están marginados de la cultura como de la vida política. Animados de cierto fatalismo, aquellos arraigados en el mundo rural, viven adheridos a los sectores aristocráticos debido a las relaciones económico-sociales desarrolladas y a una manifiesta disposición espiritual de servidumbre.

En el caso de la población rural, el inquilino de las haciendas vivía en función de su patrón, a quien servía junto con su familia a cambio de un salario, pagado una pequeña parte en dinero y el resto en una tenencia precaria de tierra, semillas, útiles de labranza y vales para hacer efectivo en la pulpería de la hacienda. Allí se nacía, trabajaba, vivía y moría. Los que allí habitaban se identificaban más con su hacienda que con el país, y más con su patrón que con el propio Presidente de la República. Sus diversiones no eran muchas: juegos de azar, carreras a la chilena, bailes campesinos y reuniones bastante etílicas en las pulperías los domingos y festivos.

En cuanto a los trabajadores ocasionales, el peón estaba sujeto a condiciones de vida mucho más inestables. Era requerido para determinados trabajos ocasionales en los períodos de mayor actividad en el campo: siembras, cosechas, matanza de ganado. No recibe el amparo que la sociedad paternalista ofrece al inquilino y su familia, de ahí que deambule de hacienda en hacienda, encontrándose muchas veces en la frontera del delito.

La vida en el campo era lenta, se vivía, como dice un autor, al ritmo de las siembras y de las cosechas. Esos eran los momentos de gran actividad, cuando el campo parecía despertar después de una larga etapa de letargo que se prolongaba durante otoño e invierno.

En los orígenes de la República, el 80% del  1.010.332 habitantes que en 1832 residía en el país vivían en el campo. Hacia 1907, la población ha aumentado a 3.249.297, y un importante porcentaje de ella se ha desplazado de las áreas rurales a las urbanas y a las regiones recientemente incorporadas, en busca de trabajo. Dado que ese proceso se produce de manera abrupta,  ciudades como Santiago,  Valparaíso y los campamentos mineros fueron incapaces de acogerla adecuadamente, produciéndose problemas de hacinamiento de población, de higiene, alcoholismo y prostitución, que en su conjunto se conocen como la cuestión social.

La población campesina que se asienta en las salitreras, pasa a depender absolutamente de su salario, pierde el amparo que ofrece la sociedad paternalista del campo, se desvincula de su patrón, que ahora esta representado por una sociedad anónima. En este mundo impersonal, el campesino que se ha transformado en minero, si pierde su salario, como solía suceder,  quedaba desamparado y en un medio inhóspito. El minero de las salitreras, sobre todo aquellos que no nace en las pampas, es un individuo desarraigado, nostálgico. El salario que recibe es muy superior al del campo, pero sus condiciones de vida eran muy duras. Vive en campamentos distante de las ciudades, en casas de calamina, inadecuadas para soportar el clima inhóspito del desierto;  el agua, la higiene y las comodidades escasean, el costo de alimentación es alto.

La vida en ciudades como Santiago y Valparaíso, que hacia 1885 tienen 200.000 y 105.000 habitantes, respectivamente, ofrece mayores incentivos, pero no está exenta de problemas. El Puerto era entonces un centro de gran actividad; de ahí que su población viviera en función del trabajo. El literato José Joaquín Vallejos, después visitar la ciudad en 1843, tiene la impresión de que allí todos corren, todos se precipitan, todos reniegan, nadie piensa en nadie… En efecto, Valparaíso era el centro comercial y financiero más importante del país, encargado de redistribuir las mercaderías que venían de Europa, en la costa del Pacífico. La necesidad de mano de obra concentró en la ciudad una gran cantidad de población venida del mundo rural en busca de trabajo. Tan es así, que mientras allí los habitantes aumentaron en 21.998 entre 1854 y 1865, en los aledaños Quillota, Casablanca y Limache crecieron en conjunto en sólo 4.451 personas. Este crecimiento demográfico le planteo a sus habitantes graves problemas de hacinamiento, por falta de viviendas, con el consiguiente efecto negativo en cuanto a higiene y salubridad, lo que se tradujo en enfermedades endémicas y epidémicas que provocaban una alta tasa de mortalidad, especialmente entre párvulos.

Los problemas que aquejaban a los pobres en las salitreras y en las ciudades eran ignorados por las autoridades y gran parte de la elite. Sin embargo, en memorias universitarias y otros escritos se comienza a dar cuenta del problema. Juan Enrique Concha Subercaseaux, de tendencia política conservadora y cuya vida fue un permanente apostolado, obtiene su licenciatura  en Derecho en la Universidad Católica de Chile, en 1899, con la tesis Cuestiones Obreras. Arturo Alessandri, de tendencia liberal, obtiene similar licenciatura en la Universidad de Chile, con la tesis Las habitaciones obreras(1891). El político radical Valentín Letelier escribe la obra titulada Los pobres y promueve la legislación. Por su parte, el arzobispo de Santiago monseñor Mariano Casanova, comenta la encíclica Rerum Novarum de León XIII, recomendando poner en práctica sus enseñanzas (1891).

Los propios trabajadores buscan dar solución a los problemas que le aquejan. Desde la segunda mitad del siglo XIX crean mutuales, que como su nombre lo indica, promueven la asistencia mutua entre los trabajadores asociados, por medio del ahorro, la ayuda a los más necesitados, la educación y la moralización. Hacia 1902 se calcula en 20.000 el número de los afiliados a mutuales. De estas organizaciones surgirán las mancomunales, que además de prestar ayuda mutua   a sus asociados, asumen la defensa de los trabajadores frente a los empleadores y autoridades. Para cumplir ese cometido, hubo mancomunales que dispusieron de asistencia legal y periódicos. También hubo trabajadores que enfrentaron su situación empleando la violencia. Se organizaron en sociedades de resistencia, de inspiración anarquista y socialista revolucionaria, denunciando la situación que les afligía y organizando violentas huelgas, que el Estado aplastaba usando en exceso su poder de coerción

A pesar de todas estas reacciones frente a la cuestión social, los partidos políticos y las autoridades demoraron mucho tiempo en hacerse cargo del problema. La promulgación de una legislación social, se inicia tímidamente con la ley de habitaciones obreras (1906), la de descanso dominical (1907), la de la silla (1914) . El programa de gobierno de Alessandri (1920) ponía énfasis en la necesidad de legislar para los trabajadores, para evitar una revolución social. Sin embargo, gran parte de su programa en este aspecto sólo se llevó a cabo después del movimiento militar de 1924, con la promulgación de las leyes sobre contrato de trabajo, seguro obligatorio de enfermedad, de indemnización por accidentes de trabajo, de juntas de conciliación y tribunales arbitrales, sobre organización sindical, sobre cooperativas y acerca de contrato de trabajo.





La organización de la República de Chile

4 08 2008

 

            Luego de la batalla de Chacabuco, un cabildo abierto reunido en Santiago entrega el gobierno a O’Higgins con plenas facultades. Con el cargo de Director Supremo, recibe el mandato  de establecer a su arbitrio el tipo de gobierno que le parezca adecuado a Chile. Tal plenitud de facultades se le concede porque aún no estaba consolidada la Independencia, objetivo que se logra en las campañas militares de los años 1817-1818, que culminan con la batalla de Maipú, en abril de 1818.

             Con el fin de no comprometer la Independencia, que podía ser amagada por la Santa Alianza y Estados Unidos, que abogaban porque en los estados nacientes se establecieran gobiernos monárquicos y republicanos, respectivamente, O’Higgins opta por no definir el sistema de gobierno existente en Chile.

            A pesar de mostrar preferencia por el sistema democrático, los hechos le demostraron que no era posible establecerlo: no había tradición política, el pueblo carecía de virtudes cívicas y no existían hábitos de gobierno democrático. Finalmente instaura, sin definirlo como tal, un gobierno que podría denominarse una autocracia patriarcal, sistema que recuerda las fórmulas del autoritarismo ilustrado, y que ha quedado consagrado en su epistolario, cuando confiesa nuestros pueblos no serán felices sino obligándolos a serlo.

            Luego de la abdicación de O’Higgins, producto de sus disensiones con la aristocracia, se produce un gran vacío de poder que se manifiesta en un proceso de inestabilidad política conocido como Anarquía, aunque algunos historiadores denominan la etapa que transcurre entre 1823 y 1829 como Crisis de descolonización o bien etapa de ensayos constitucionales. Se trata de un período utópico, durante el cual los proyectos de organización desbordan la realidad que se vive.

            Se piensa en la ley como suprema instancia de orden, de ahí la confianza en las constituciones. A pesar de que una constitución debe ser como un traje a un individuo, y por consecuencia, debe adecuarse al país para el cual se promulgan, las que se elaboran en esos años prescinden de la idiosincrasia nacional, fijándose en otras realidades. La constitución moralista de 1823, por ejemplo, recoge elementos de la democracia griega, racionalismo francés y cristianismo. Las leyes federales de 1826-1827, redactadas por José Miguel Infante, son una copia de la constitución de Estados Unidos de América; mientras el ensayo liberal de Santiago Concha y José Joaquín de Mora, se inspira en la constitución francesa de 1791 y la española de 1812. Por esta misma prescindencia de la realidad nacional fueron flor de un día.

            En la época se entendía la libertad como libertad individual, no social, actualizando un concepto individualista de la ley y la sociedad que subordinó los intereses del Estado a los intereses de los individuos, lo que por cierto debilitó al Estado. Afloran sentimientos localistas, producto de antiguos resentimientos de las provincias respecto de Santiago, con la consiguiente a integración nacional; la economía entra en crisis producto del desorden y los gobiernos muestran gran inestabilidad. La anarquía se desarrolló con fuerza sobre todo entre 1826 y 1829.

            A partir de marzo de 1830, siendo vicepresidente José Tomás Ovalle, entra a desempeñar el cargo de ministro del interior Diego Portales, quien desempeña importante papel en la organización de la República. Teniendo presente el precario estado cultural de la población, mayoritariamente campesina, que sólo hacía posible el ejercicio restringido de la soberanía,  establece una república aristocrática, coherente con la estructura social existente, de una clase dirigente de raíz agraria, y una gran masa adherida a ella por vínculos paternalistas. La soberanía radicará teóricamente en el pueblo, pero su uso efectivo se reduce a aquella parte de la sociedad declarada con capacidad de conciencia política. El resto participaba del ejercicio de la soberanía de modo pasivo, a través de la representación que se arrogaba el Estado, que identificaba sus intereses con los de toda la comunidad. El Estado así concebido se convertía en el ejecutor de la voluntad del pueblo. Su impersonalismo derivaba justamente de esa identificación de intereses.

            Sobre el Estado recaía, en consecuencia, la obligación moral de lograr que la gran masa de la población alcanzara, mediante la educación, la moralidad suficiente para gozar de la capacidad de ejercer la soberanía. Portales creía que el desarrollo de la sociedad sólo podía lograrse dentro del orden y el respeto a la ley. La República la entendía como una escuela de moralidad, capaz de crear sentimientos cívicos con la sabia y prudente dirección del Estado. De ahí la idea de gobierno fuerte y centralizador, respetado y respetable, con una administración eficiente, honrada, disciplinada, abierta a la crítica constructiva de la oposición. La Constitución de 1833 consagra el sistema de gobierno entonces establecido.

 

 

 

 





La Independencia americana

4 08 2008

 

Es casi una ley histórica que los dominios ultramarinos de cualquier estado terminen siendo independientes, de ahí lo sucedido con las colonias inglesas, francesas, holandesas, belgas, etc. En el caso de los dominios ultramarinos de España también se cumplió esa ley histórica. Sin embargo,  a pesar de que en las provincias americanas sus habitantes  maduraban hacia la Independencia,  transformándose de españoles en españoles americanos y de éstos en chilenos, argentinos, peruanos, bolivianos, etc., la Independencia se produjo de manera inesperada, y no como consecuencia de su propia maduración. Fue un parto prematuro, dice el historiador Encina.

            En efecto, cuando nadie  imaginaba el inicio de un proceso de independencia en América, España es invadida por los franceses, en tiempos de Napoleón, y Fernando VII debe abdicar a la corona española. Como los súbditos de la corona  entendían a la monarquía como un conjunto  de naciones diferentes, unidos sólo por la persona del rey, la ausencia del monarca dejó a éstas independientes. En cada una de las regiones españolas, no controladas por los franceses, se forman juntas de gobierno que se declaran supremas y soberanas, es decir independientes de cualquier otro gobierno establecido en la península. Posteriormente, para coordinar la lucha contra los franceses los distintos reinos reconocen a una Junta Central y, posteriormente, al Consejo de Regencia constituido a comienzos de 1810.

            El  Consejo de Regencia se había formado en plena contraofensiva francesa, estableciéndose en una pequeña isla al sur de Cádiz, de ahí que sólo fuera reconocido formalmente por las distintas regiones españolas. Lo mismo acontecerá en América, donde fue considerado como un organismo de gobierno poco representativo.

            En Chile, se tenía claro que se dependía solamente del rey, y, por consiguiente, que ninguna provincia o reino de la monarquía se podía arrogar autoridad en su territorio. De ahí que frente a la ausencia de Fernando VII sintieran la necesidad de organizar un gobierno en su nombre. Tal es el origen de la Primera Junta de Gobierno, convocada a partir de un Cabildo abierto al que asisten poco más de cuatrocientas personas pertenecientes a las familias de mayor rango de Santiago, que eligen a don Mateo de Toro y Zambrano como presidente.

            Esta primera experiencia de un gobierno autónomo marca el inicio de un aprendizaje político dentro de un sistema representativo de gobierno, distinto de la monarquía. Al mismo tiempo, las necesidades del momento obligan a resolver los problemas que se van presentando, contribuyendo a que sus autoridades adquieran gran madurez en los asuntos administrativos y de gobierno. Así, la Junta toma una serie de medidas como: organizar nuevos ejércitos y milicias, decretar la libertad de comercio con naciones neutrales y aliadas de España, en el conflicto que ésta tiene con Francia. El Congreso, por su parte, establecido el 4 de julio de 1811: crea la provincia de Coquimbo; declara la libertad de vientres, por la cual se considera libres a los hijos de esclavos nacidos en el territorio, y se envía a Francisco Antonio Pinto como agente diplomático ante la Junta de Buenos Aires.

            La actitud de los criollos durante esta contingencia sigue siendo solidaria con el rey, sin embargo se advierten tensiones con las autoridades que lo subrogan en la península. En efecto, para las autoridades de Chile existe una contradicción entre los discursos liberales de las autoridades españolas y su afán de ejercer soberanía en nuestro territorio. Por ejemplo, la Regencia había declarado en 1810 que nuestro destino ya no dependía de virreyes ni de gobernadores, que estaba en nuestras manos. No obstante, la misma Regencia nombra un gobernador para Chile, Francisco Javier Elío. Una actitud parecida tendrá las Cortes que nombra a Daniel Valcárcel como nuevo gobernador, desconociendo la soberanía de los criollos para nombrar sus propias autoridades mientras el rey estaba ausente.

Por otra parte, el nombramiento de autoridades en Chile genera una lucha por el poder, tanto entre instituciones, Cabildo-Audiencia, como entre familias, los Larraín con los Carrera, y entre personas, José Miguel Carrera con Juan Martínez de Rozas, etc. En este ambiente se produce la clausura del Congreso en diciembre de 1811, luego de sucesivos golpes de fuerza de José Miguel Carrera, quien  establece un gobierno personal, conocido historiográficamente como la Dictadura de Carrera, que se prolonga hasta marzo de 1813.

            Carrera ejecutó varios actos tendientes a conseguir un gobierno independiente. Adquirió una imprenta, en la que Camilo Henríquez edita La Aurora de Chile, primer periódico nacional. Allí se ataca a España, se elogia a Estados Unidos; se niega el origen divino de los reyes y se proclama la soberanía popular.

            Carrera también dicta el Reglamento Constitucional de 1812, que declara a Chile independiente de cualquier otro gobierno que no sea el propio y, aunque reconoce a Fernando VII, lo hace de manera nominal. El propio Reglamento, el carácter de cónsul de Estados Unidos asignado a J. Robert Poinsett, autor del citado cuerpo legal, y la creación de una escarapela nacional, son indicios de que Carrera quería el derecho del pueblo de Chile a gobernarse por sí mismo. Esta actitud tampoco debe sorprender, ya que en la propia península se había  redactado una constitución,  la Constitución de Cádiz de 1812, que declaraba que la soberanía radicaba en la nación y no en el rey, por lo que España se transformaba de una  monarquía absoluta en una constitucional.

            La orientación separatista que cree advertir en Chile el virrey Antonio José de Abascal, lo motiva a enviar una expedición a cargo de Antonio Pareja (1813), y posteriormente otra al mando  de Gavino Gaínza. El enfrentamiento de los ejércitos del virrey y de criollos inicia las llamadas Guerras de Independencia, las que atendiendo a los componentes que integran ambos ejércitos, las podemos calificar de guerras civiles, en atención a que la mayor parte del ejército peruano fue reclutado en las provincias de Chiloé y Concepción. Tras un paréntesis de la lucha armada, causado por la firma del tratado de Lircay (mayo 1813), se reinicia la guerra, que culmina con el triunfo realista en la batalla de Rancagua (octubre de 1814)

            En momentos que  Chile  vive estos acontecimientos regresa a España Fernando VII, luego de seis años de cautiverio. Se inicia el período conocido como Restauración, en el sentido que se restablece la monarquía absoluta. Fernando VII interpreta los movimientos liberales de la península como sediciosos y deroga la constitución de Cádiz de 1812. Mal aconsejado, juzga los movimientos americanos como una proyección de los movimientos liberales europeos e inicia una política de pacificación, es decir, envía ejércitos a someter a los americanos a quienes supone sediciosos, cuando en su mayoría se habían mantenido fieles a su persona. Como expresión de esta política, en Chile se crean  Consejos de Guerra Permanentes, Juntas de Secuestros, Tribunales de Vindicación y se deporta a Juan Fernández  a una serie de criollos prominentes.

Esta experiencia  genera una actitud antimonárquica, hasta entonces inexistente, que favorece entre la población la llegada del ejército de San Martín, gobernador de la provincia de Cuyo, quien cuenta con el concurso de Bernardo O`Higgins y de los chilenos que huyeron a Mendoza luego de la batalla de Rancagua. En efecto, con el propósito de independizar a Chile se organiza el ejército de los Andes, que encabezado por San Martín, O`Higgins y otros militares destacados, cruzan la cordillera en enero de 1817 y, el 12 de febrero del mismo año, derrotan al ejército realista en la batalla de Chacabuco.

           





CHILE: La hegemonía liberal

4 08 2008

 

            El proceso de independencia, la llegada de extranjeros, el viaje de chilenos al exterior, la difusión de la prensa y de la cultura influyen en la expansión del pensamiento liberal. A comienzo, la influencia se manifiesta en lo político y en lo doctrinario, estimulando las controversias religiosas –clericalismo y anticlericalismo-, que terminan por dividir a la sociedad. Sin desconocer la influencia inglesa en la difusión del liberalismo económico, particularmente a través de Valparaíso, la influencia del pensamiento liberal desde Francia, tanto en su vertiente laica como en la clerical, fue predominante. La doctrina liberal se plasmó en una forma de vida; sus postulados abarcaban aspectos políticos, económicos, sociales, educacionales,  culturales, etc.

            Como expresión de esa influencia, a partir de la Independencia hubo intentos por realizar una política educacional que tendiera a reemplazar el sistema cultural colonial por un sistema moderno. Dadas las circunstancias del momento, aparece un tipo de literatura, poesía, teatro y oratoria, de contenido e intención político social, que tiene su expresión en el denominado movimiento intelectual de 1842, que inaugura el desarrollo cultural republicano.

            En los primeros años de gobierno autónomo, no existía la tranquilidad necesaria para el desarrollo cultural. Con todo, prendió en el ánimo de gobernantes la idea de extenderla a todo el pueblo a fin de provocar la renovación social. Se creía en la bondad de la ley como agente modificador de las costumbres; en la eficacia de la educación en cuanto fijadora de hábitos. A este entendimiento obedecía la creación de la Biblioteca Nacional y el Instituto Nacional durante la Patria Vieja, y las disposiciones dictadas durante la administración de O’Higgins que mandaban el establecimiento de escuelas primarias a cargo de los cabildos, la manutención de escuelas de primeras letras por los conventos religiosos, la fundación del Liceo de La Serena, y otras medidas afines.

            El impulso más fuerte de renovación cultural surge a mediados del siglo XIX. Los pensadores veían miseria y atraso, situación que se proponen superar organizando a la sociedad conforme a la razón para alcanzar el progreso anhelado. Teniendo muy presente a autores ingleses y, sobre todo franceses, los jóvenes intelectuales chilenos se vuelcan a la literatura para exaltar lo nacional y orientar el anhelo de hacer la nación.

            En el desarrollo cultural de Chile jugó un papel muy importante Andrés Bello. Fue el hombre de más vasta cultura de su tiempo en América, de poderosa inteligencia, ejerció su benéfico magisterio por más de treinta años desde que llegara a Chile en 1929. Filósofo, gramático, tratadista de derecho, investigador de la historia literaria, fue, sobre todo, maestro de espíritu positivo que luchó por que Chile, sin cerrarse a las influencias foráneas, lograra un modo de ser propio y original.

            También contribuyen al movimiento intelectual los emigrados argentinos, Sarmiento, Alberdi, Mitre, López, Gutiérrez, Ocampo, llegados a Chile huyendo de la dictadura de Rozas. Sus críticas a los  intelectuales chilenos, achacándoles falta de espontaneidad y de espíritu creador, hirió el amor propio de muchos jóvenes que, desde la Sociedad Literaria, dirigida por Lastarria y con la participación de intelectuales  como  Sanfuentes, Tocornal, García Reyes y José Joaquín Vallejo, polemizaron acerca de temas literarios con aquellos, contribuyendo a que muchos jóvenes se iniciaran en la actividad intelectual. Animados de fuerte sentimiento nacionalista hicieron suya la tendencia romántica y echaron las bases del movimiento intelectual que inició el desarrollo cultural republicano.

            Complemento de la actividad literaria surgida, fue el desarrollo de la política educacional. En 1837, cumpliendo con el precepto constitucional de que la educación es una atención preferente del Estado, se creó el Ministerio de Justicia e Instrucción Pública. Cinco años más tarde se crea la Universidad de Chile, que comienza a funcionar en 1843, reemplazando a la extinguida Universidad de San Felipe.

            A la inspiración de Bello y al empeño del presidente Manuel Montt se debió la creación de la Escuela Normal de Preceptores, para la formación de profesores de enseñanza básica, la que adquirió forma y eficiencia bajo la sabia dirección de Domingo Faustino Sarmiento.

            A fin de desarrollar la enseñanza técnica se crearon las Escuelas de Artes y Oficios y la Escuela de Arquitectura. Se favoreció la enseñanza artística con el establecimiento de la Academia de Arquitectura y Pintura y del Conservatorio Nacional de Música.

            Los estudios secundarios fueron igualmente atendidos. Se abrieron nuevos liceos en Rancagua, San Fernando, Valparaíso. El sabio polaco Ignacio Domeyko, llegado a Chile en 1831, contribuye a que el Liceo chileno tome la orientación que tuvo hasta muy recientemente, de formación humanística y cultura general, no de mera preparación para la enseñanza superior.

            Como expresión del liberalismo también se produce una liberalización de las instituciones. Una vez que el sistema portaleano de gobierno, por medio de las administraciones de Prieto, Bulnes y Montt, dio estabilidad y prosperidad al país, la aristocracia, influida por esa ideología e interesadas en controlar directamente el gobierno, trata de desplazar el poder desde el Ejecutivo al Congreso. La aristocracia, que había servido de soporte  a esos gobiernos, se divide después de la cuestión del sacristán (1856), dando origen a la formación de los partidos políticos (1857)

La distinción entre los conservadores y liberales, que hasta entonces había sido vaga, resulta desde ahora más precisa. Los conservadores serán identificados con el clericalismo, es decir con aquellos que defienden las prerrogativas de la Iglesia en la sociedad, postulando una especie de estado confesional. Los radicales, en cambio, postulan un estado laico y son profundamente anticlericales. Los liberales, por conveniencia política,  declaran ser ni clericales ni anticlericales, pero a la larga optan por la laicización de las instituciones. Como se puede apreciar, la política era una cuestión eminentemente doctrinaria, no una cuestión social y económica, como ahora, lo que estaba en discusión era determinar si la sociedad iba a ser laica o católica. En lo que coinciden todos los partidos, por lo menos mientras permanecen fuera del gobierno, es en su voluntad de debilitar al Ejecutivo, para  ellos  gobernar desde el Congreso. También todos son contestes de que las elites deben ser quienes gobiernen.

Para lograr el desplazamiento del poder desde el Ejecutivo al Congreso, se comienza a reinterpretar la constitución desde una perspectiva parlamentaria, y se la reforma a partir de esa misma óptica. Por ejemplo, hacia la década de 1870 se termina con la reelección del Presidente de la República y se elimina el requisito de renta para votar, exigiéndose únicamente tener la edad necesaria, 21 para los solteros y 25 para los casados, y ser alfabetos. Con esta medida se pretendía aumentar el número de electores, dificultando la intervención electoral del Presidente, que era una facultad extralegal muy importante en manos del Ejecutivo. Por otra parte, desde mediados del siglo XIX se introducen desde Francia algunas prácticas parlamentarias, como la de  interpelar a los ministros, para que respondan ante el Congreso acerca de su cometido. Además, se comienza a dar al ministro del interior el tratamiento de Premier, nomenclatura propia de los sistemas parlamentarios. A pesar de la tendencia a debilitar al ejecutivo, el Presidente de la República mantuvo su poder, incluso durante el período de los gobiernos liberales, en particular después de la guerra del Pacífico, gracias a que a partir de entonces el Estado pudo disponer de las cuantiosas rentas generadas por el salitre, que el Presidente pudo disponer para ampliar las obras públicas y la burocracia. En este sentido, a pesar de las reformas, presidentes liberales como Santa María y Balmaceda fueron tan autoritarios como sus predecesores conservadores. La situación recién cambia a partir de la Guerra civil de 1891.